Valoración 84º Edición Premios Oscar

La Academía de Hollywood, tan conservadora como monolítica en su composición, parece que no tiene más salida que adaptarse a los nuevos tiempos, aunque estos la apremien a rendirse a reminiscencias aduladoras del pasado. Hace apenas unos meses la posibilidad de que una película francesa sin grandes estrellas de relumbre internacional, filmada en blanco y negro y con la suicida determinación de no ofrecer más sonido que el de la maravillosa banda sonora de Ludovic Bource, se nos antojaba una idea cuanto menos descabellada. Sin embargo, las tendencias en este mundo globalizado son inescrutables y nuestra capacidad para adivinar la repercusión de determinados fenómenos cinematográficos muy limitada. The Artist, la película del desconocido Michel Hazanavicius, si bien ha permanecido alejada del gran público de masas para el deleite de los grandes 'entendidos' del séptimo arte, ha devenido en una arrollador prodigio fílmico que se ha abierto paso entre efectos especiales, éxitos de taquilla y grandes nombres del star system hollywoodiense sin más armas que el talento de sus actores, la sencillez de su historia y una nostalgia latente por un pasado que no sabemos si fue mejor pero al que, desde luego, se le echa de menos.
Y así hemos llegado a la 84º edición de los Premios Oscar, con la certeza o esperanza de que las desventuras de George Valentin consiguieran convencer a los exigentes miembros de la Academía, como efectivamente ha ocurrido; cinco estatuillas para Película, Director, Actor, BSO y Vestuario respectivamente que elevan la película a la categoría de clásico moderno sobre otras propuestas de indudable calidad. La invención de Hugo (también podríamos hablar de La reinvención de Martin Scorsese) se ha tenido que contentar con otros cinco galadornes de categorías técnicas y, por tanto, de menor consideración, a pesar del derroche de fantasía desplegado en cada una de las trepidantes escenas de una trama concebida como tributo a los orígenes del cine y, en concreto, a la figura del legendario realizador francés Georges Melies. Por su parte, la nueva película de Alexander Payne, Los Descendientes, fue únicamente reconocida en la categoría de Guión Adaptado, acabando así con las expectativas de George Clooney de ser el auténtico protagonista de la noche. Peor suerte tuvo El Árbol de la Vida, una película auspiciada por los festivales europeos y la crítica internacional pero refrenada por la incompresión del gran público (entre el que me incluyo) ante tamaña muestra de lirismo visual e introspección argumental (nótese el sarcasmo), la cual no tuvo más relumbre en la gala que el de Brad Pitt, su protagonista, quien ni siquiera fue nominado por la película de Malick, sino por ese mediocre drama deportivo con el sello de Aaron Sorkin llamado Moneyball.
Meryl Streep se alzó con el tercer Oscar de su carrera (tras 17 nominaciones) por su mimética interpretación de Margaret Thatcher en La Dama de Hierro, desvelando el insólito gusto de los académicos norteamericanos por la recreación de personajes históricos de indudable importancia, aunque esta quede en ocasiones oculta bajo una gruesa capa de látex u horas de maquillaje que terminan por acartonar la expresividad de los actores. Por otro lado, Octavia Spencer recibió un justo reconocimiento por su entrañable papel en Criadas y Señoras, mientras que el veterano Christopher Plummer hizo valer su determinación en la interpretación de un personaje difícil como al que dio vida en la desvaída Beginners.
Más allá de las categorías interpretativas, lo más reseñable de la gala fue el Oscar al Mejor Guión Original para Woody Allen (el tercero de su carrera en este apartado), quien prefirió tocar su amado clarinete antes que confundirse entre la maraña de de rutilantes estrellas rebosantes de glamour del teatro Kodak y recoger así su merecida estatuilla por la brillante (amén de nostálgica, el sentimiento predominante de esta edición)Medianoche en París. La película iraní Nader y Simin cumplió las expectativas al vencer en la categoría de Película de Habla no Inglesa, y la cinta de animación de Gore Verbinski, Rango, que acabó con las esperanzas de Fernando Trueba de volver a la tribuna con la maravillosa Chico y Rita.
Un año de cine con una calidad notable que nos hace confiar en la supervivencia de un arte que se niega a perecer, que se adapta a los nuevos tiempos sin dejar de mirar atrás.

Crítica La Invención de Hugo; Un cuento maravilloso sobre los orígenes del Cine

9,5/10

El pasado año 2011 será recordado por los amantes del cine como aquel en que nos llegaron dos obras maestras que homenajeaban la propia tradición del séptimo arte. Tras el gozo que supuso ver The Artist, ahora nos llega de la mano de Martin Scorsese, esta obra maestra de la técnica que irrumpe en nuestros corazones y emociona con una tierna historia que sirve de carta de amor a su propia forma de vida. Resulta raro contemplar una película de Scorsese que no trate sobre la Mafia y sus asesinatos, con ambientes oscuros que analizan y perfilan las siluetas de hombres y mujeres con ansias de venganza y crimen. También resulta extraño no ver una película de Scorsese en la que no participen alguno de sus actores fetiche, aquellos a los que ha proporcionado un lugar en el Olimpo. Y precisamente en la novedad que se autoimpone el legendario realizador reside la magia que desprende una obra maestra del calibre de La Invención de Hugo.
Con un reparto estelar y brillante, la película navega hasta la más profunda Historia del Cine introduciéndonos de lleno en la memoria de uno de los más grandes magos y creadores que permitieron el desarrollo y auge del cine tal y como lo conocemos hoy en día. No desvelaré ningún detalle de la trama puesto que la película está concebida para no conocer absolutamente nada más que la aventura a la que se enfrentan dos niños cuando encuentran un autómata que creían estropeado y el cual les llevará a vivir una aventura tan mágica como enfática. Cualquier resquicio de sinopsis resulta un despropósito y una falta de respeto a un espectador que debe verse entregado ante lo que se dispone a contemplar.
Un amante del cine sabrá valorar La Invención de Hugo como una de las obras maestras del año. Contrapuesta a The Artist, ésta se arriesga a utilizar el blanco y negro así como la ausencia de sonido para homenajear al cine y el periodo concreto del paso del mundo al sonoro que marcó un antes y un después en la producción fílmica. En La Invención de Hugo nos vamos algunas décadas atrás y vivimos el origen de ese arte que Martin Scorsese conoce tanto y tan bien.
Hasta un total de once nominaciones avalan la llegada a los Oscars de esta declaración de amor al cine de uno de sus más representativos nombres propios. Martin Scorsese utiliza la técnica del 3D para dibujar una película con una historia bien escrita, con un montaje sublime y con un uso de los efectos que bien merecen el ocaso de las tres dimensiones. La cinta, con dos planos secuencia situados al inicio y al término del metraje, es disfrutable en ambos formatos siendo de una espectacularidad algo más manifiesta en el formato escogido por Scorsese para rodarla. La Invención de Hugo es todo aquello que Avatar quiso ser y no pudo. El público que se vio engañado por James Cameron y su supuesta revolución encuentra su recompensa con esta última y bellísima producción de Marty. Ben Kingsley y la emotividad de su rostro encarnando a su protagonista. Chloe Moretz y el contrapunto perfecto que supone la infancia combinado con el papel de Asa Butterfield, el artífice de la trama. Los arranques de comicidad de Sacha Baron Cohen y su perro e incluso las breves y mágicas apariciones del gran Christopher Lee y de Jude Law. Un reparto que conforman un sueño del que ningún aficionado al cine querría despertar. Estamos ante una dedicatoria de absoluto amor de uno de los cineastas más respetados de nuestro tiempo. No podemos afirmar que La Invención de Hugo sea la mejor película de Martin Scorsese pero su valentía, su sentido de la épica, su afán por ser maestro de maestros queda demostrado en esta mágica, bella y preciosa cinta que adapta la novela de Brian Selznick con una factura intachable.
Nunca volveremos a vivir una fantasía semejante.

Crítica No habrá paz para los malvados: Entre el sopor y la tensión

6/10
Existe una tipología particular de thriller policiaco en la que subyace una vaga sensación de aturdimiento, como si nunca acabáramos de seguir los hilos de la trama, ya sea por la complejidad de la misma, el aburrimiento que suscita o la completa falta de sentido cinematográfico de su director. No habrá paz para los malvados es una de esas películas; las razones, ya las hemos referido. En primera instancia, el tejido argumental se enreda en una maraña de acontecimientos de los que no se informa debidamente al espectador, lo cual, en segundo término, incide en un progresivo desentimiento de lo que allí se narra (en el mejor de los casos). Así pues, entre instantes de sopor cercanos a la narcolepsia y destellos de aunténtico cine de género resulta complejo valorar el buen oficio de un director que hace transcurrir la acción en una especie de trance poco o nada estimulante, lo que se resume, tal y como apuntábamos anteriormente, en una carencia evidente de sentido cinematográfico.
Intentar describir en apenas unas líneas los principales ejes argumentales de la película puede ser una misión demasiado arriesgada pues, a decir verdad, no estoy completamente seguro de haber comprendido cada uno de los pasos del desarrollo de la trama. Sin embargo, sí que puedo informar de que la película se centra en la figura imponente del policía Santos Trinidad, un tipo duro de aspecto desaliñado con cierta tendencia al alcoholismo del cual vamos averiguando detalles a medida que transcurren los hechos. Ciertamente, el personaje al que da vida con notable vigor José Coronado (su Goya es, quizás, el más comprensible de los obtenidos por la película) es lo más interesante de la cinta, en la medida en que nos sumerge de forma descarnada en un submundo de intrigas delictivas que van más allá de meros asuntos de drogas. Sin embargo, la ambivalencia moral que suscita es también un hecho a tratar, ya que los métodos que utiliza para perseguir a los 'malvados' valiéndose de la legitimidad de la Policía son cuanto menos discutibles y nos arroja a una confusión mental de quienes son realmente los 'buenos' de la película.
No habrá paz para los malvados camina así entre la desnudez de artificios propios del género y la brutalidad (incluso estética) de los hechos que se narra. Enrique Urbizu demuestra una vez más (Caja 507 es un ejemplo de ello) que es un director austero con un acuciado sentido de la economía visual (y verbal) que a más de uno puede resultar insoportable, más aún cuando, para bien o para mal, el género policiaco ha sido revitalizado por la espectacularidad de las series de televisión y las producciones de Hollywood. No obstante, debemos reconocer que hay momentos de tensión bien sostenidos, como la conversación entre Santos y la jueza que instruye el caso o la secuencia final, tan violenta como trepidante, que elevan el nivel de una película por lo demás mediocre y tediosa.
Su triunfo cosechado en los Goya sólo se entiende como una férrea resistencia de la Academía a plegarse ante el carácter presuntuoso de Pedro Almodóvar, a quien La Piel que habito no le ha servido para alzarse como amo absoluto del cine español a pesar de ser el claro favorito. Urbizu ha sido, en este sentido, el 'afortunado colateral', aunque su película no esté, de ninguna modo, al nivel de unos premios de esta categoría.

Series de Televisión: Crematorio

7'5/10
En ocasiones, la ficción ejerce las funciones de una gigantesca caja de resonancia de la propia realidad, completando aquellos huecos que nuestra naturaleza de espectador nos impide conocer. Día tras día asistimos a una crónica apresurada y a todas luces incompleta de los acontecimientos más trascendentales de la actualidad, de los cuales se nos ofrecen apenas unos datos con los que formarse una vaga conciencia del asunto. Podemos observar cómo se detienen a presuntos culpables de corrupción y el revuelo mediático levantado en torno a ellos, sin embargo ¿qué sabemos realmente de sus historias personales, de los detalles de sus actos fraudulentos, de las personas implicadas en las tramas?
Crematorio aborda un tema candente en la sociedad española a partir de una recreación ficticia de una realidad más que verosímil. Misent, la localidad donde se desarrolla la serie, no existe geográficamente, aunque sus similitudes con algunos de los emporios urbanísticos de la costa andaluza y levantina son más que evidentes. Rubén Bertomeu es un magnate de la construcción ideado en la mente de alguno de los hermanos Sánchez Cabezudo (creadores de la ficción televisiva), no obstante bien podría compartir rasgos, actitudes y trayectoria con muchos de los empresarios y políticos corruptos que pululan, la mayoría con total impunidad, por la geografía española, haciendo y deshaciendo a su antojo la fisonomía de nuestro país.
Se trata, pues, de una fábula adherida indefectiblemente a la realidad, a la cual completa a partir de todos aquellos datos y dinámicas internas que no llegan a la ciudadanía mediante los medios de comunicación. Incluso se podría decir que la serie no deja de ser un amplio reportaje de investigación de pulso sostenido, estética sencilla (sin concesiones al espectáculo) y narración rigurosa que se sumergue en el seno de de una compleja trama de intereses y servilismos entre toda una variopinta clase de hombres de una ambición impúdica regidos por los hilos invisibes del auténtico caudillo. Un hombre cuya codicia no le impide divisar el bosque en toda su amplitud, consciente de los sacrificios y riesgos por emprender en un gigantesco juego de ajedrez en el que se conjugan la lealtad interesada y un miedo desmedido a caer sin red.
José Sancho, en una de las interpretaciones de su carrera, logra componer verazmente a un personaje con luces y sombras, implacable en los negocios, comprensivo y fiel en sus relaciones emocionales, que nunca pierde la compostura ante las adversidades. De hecho, Crematorio es la crónica de la caída en desgracia de Rubén Bertomeu tras décadas de fortuna e impunidad forjadas en turbios negocios y en un privilegiado sentido para detectar las oportunidades, aunque estas fueran de una inmoralidad insultante. Tal y como aseveraba en uno de los capítulos finales, no había que hacer caso a aquellos que lo criticaban, pues eran unos mediocres que envidiaban el éxito. Sin duda alguna, él no era un mediocre, pero su visión de la vida como un auténtico campo de batalla en el que todos tenían un precio, si bien le dio grandes resultados durante mucho tiempo, terminó por acabar con él sin remisión, pues, al menos en eso queremos creer, existen personas que no lo darían todo por fortuna o poder. Al fin y al cabo, dónde reside la felicidad cuando no te quedan personas con las que compartir tus logros o cuando la presión a la que te somete tu propia codicia te impide disfrutar de todo aquellos que has acumulado.
La serie, confeccionada con una seriedad y solvencia envidiables, se inscribe en una tendencia (esperemos prolongada en el tiempo) de valorización de la ficción televisiva de la mano de Canal+ España en la misma senda que los canales de cable estadounidenses, quienen han conseguido implantar una nueva edad dorada de la televisión con productos de una calidad en la mayoría de los casos superior a las propuestas cinematográficas actuales. Crematorio es quizás, en este sentido, una base de lo que puede dar de sí una industria con talento. A través de sus ocho episodios, basados en la novela de Rafael Chirbes, la serie transcurre de forma implacable, apoyada por un reparto coral que más allá de su calidad confiere verosimilitud a una trama resuelta quizás de forma precipitada aunque sostenida sin altibajos en su desarrollo. Ficción para tiempos de crisis. Tal sólo podemos desear que la realidad supere a esa ficción y finalmente todos los corruptos de este país sean encerrados después de devolver a la sociedad lo que no era suyo.

Crítica El Topo; Liante, Liosa, Liada, Lio

6,5/10

Tinker, Taylor, Soldier, Spy es la nueva película de Tomas Alfredson, un director con un estilo inimitable demostrado en la sobresaliente Déjame Entrar y que ahora inunda nuestras pantallas con la adaptación de una de las novelas más complejas del ya por sí enmarañado John Le Carré.
El Topo ofrece una innumerable lección de cine, de conjunción de actores y de guión que hace honor a la complicada historia en la que se basa. El espectador llega, en ocasiones, a no sentirse partícipe de la trama debido a la excesiva atención que hay que prestar a una conducción temática que exige un control total de lo que se está viendo. Algo a lo que ayuda la gran labor de todo el reparto coral que aparece en una película en la que no desentona ningún nombre. Desde el pétreo Gary Oldman hasta el discreto Colin Firth pasando por el curioso Toby Jones y hasta por el pobre Tom Hardy. Una larga lista de actores entre los que contamos a Ciarán Hinds, John Hurt, Benedict Cumberbatch o Mark Strong completa la excelente labor interpretativa en El Topo.
Sin embargo, el aspecto negativo de la cinta radica en el escaso interés que demuestra la película más allá de su tráiler. Una historia excesivamente compleja y fácilmente resuelta que no contenta al más exigente haciéndonos perder en un laberinto de enormes proporciones de nombres en clave, malentendidos, amenazas y espionaje. El Topo parece más de lo que realmente es y posee una dirección artística envidiable que sustenta el aparataje narrativo de la película.
No obstante, y pese a la dificultad, encontramos un guión perfectamente adaptado a las líneas de Le Carré con toda su idiosincrasia como director. Unas líneas complejas, llenas de más engaños narrativos de los que se muestra en la película. Alfredson recoge su labor como director y convierte la novela del autor británico en un ejercicio de recreación histórica en base a la utilización de una fotografía basada en el uso del claroscuro y los colores apagados creando una atmósfera de suspense inmejorable.
La banda sonora de Alberto Iglesias resulta de lo más apetecible y uno de los aspectos fundamentales a analizar a lo largo de la película. Nominado al Oscar por esta partitura, Iglesias se convierte en uno de los músicos españoles con más proyección en el mercado internacional. En El Topo recoge unos acordes absorbentes, llenos de intriga que acompañan a la perfección las vicisitudes de los protagonistas.
Gary Oldman ha encontrado en su George Smiley la horma de su zapato. Sin duda, su premio más importante ha llegado por parte de la Academia de Hollywood que le olvidó en papeles como Drácula o León, por citar algunas de sus mejores creaciones. Su madurez como actor le ha llevado a ser nominado a los Oscars en un año en que tiene pocas posibilidades de alzarse con la estatuilla. Esta candidatura debe ser el aviso a uno de los actores más importantes de la última década para que comience a buscar papeles que le hagan mostrar su enorme talento interpretativo.
El Topo es una película algo más que interesante. Una experiencia artística e intrigante como pocas en el pasado 2011. Sin embargo, adolece de una forma pretenciosa que esconde un fondo urdidor de una inmejorable intriga política en plena Guerra Fría.  

[SEFF´11] Crítica Shame; Crónica de una adicción

8,5/10

Para quitarse el sombrero. Si Hunger, nos dejó boquiabiertos, Shame no iba a ser menos. Steve McQueen sorprendió reinventando el cine moderno con su ópera prima, en Shame vuelve a ofrecer lo mejor de sí mismo y de los actores con los que decide trabajar. Si Hunger fue tachada de minoritaria, McQueen ha hecho una obra más perdurable y mucho menos técnica como lo fue su primera película.
Rozando los límites del pacto visual entre espectador y cineasta, Steve McQueen nos narra la peligrosa historia de un adicto al sexo que sacrifica su integridad y la de sus seres queridos por su peligrosa adicción. Con dos interpretaciones absolutamente imprescindibles del actor alemán Michael Fassbender, premiado en Venecia por su papel, y una sorprendente Carey Mulligan, la cinta se convierte en uno de los platos fuertes y de referencia en la Sección Oficial del Sevilla Festival de Cine Europeo.
Sin duda, a lo largo del metraje encontramos diversas referencias al cine de Steve McQueen. No estamos ante una obra voluble o mutada según las querencias de su productora o las apetencias del director. El cine de McQueen es fuerte, duro, directo, cortante. Sus planos y secuencias de larga duración son seña de identidad en la cinematografía del que ya se ha convertido en uno de los cineastas más respetados del continente y de medio mundo. Ya vimos un plano general corto de 17 minutos de duración sin interrupción alguna en Hunger y, en esta ocasión, admiramos una conversación en un restaurante que alcanza los diez minutos así como un travelling por una calle de Nueva York, usado como un rítmico elemento narrativo, que puede llegar a durar tres minutos sin interrupción, salto de eje o cambio de plano.
La película es dura, muy dura y con escenas que revolverán las conciencias más puristas y conservadoras que harán que terminemos por amar u odiar a Michael Fassbender, cuyo papel en la película se ha convertido en uno de los más destacados del año a falta de ver todos los que tenemos pendientes. Por otro lado, la hasta hace poco debutante Carey Mulligan se atreve con el que posiblemente sea el mejor papel de toda su corta carrera. Sin duda, McQueen le ha dado un bautismo de fuego a la joven intérprete con un rol decisivo para el desarrollo del metraje y que, en cierto momento de la trama, provocará un juego con el espectador que terminará por alimentar la complicidad entre el director y los espectadores.
Las referencias a otra película que también levantó ampollas en su época, Eyes Wide Shut, son evidentes. Salvando las distancias, estamos ante una adicción muy complicada de superar y con un desgaste físico y mental absolutamente brutal. Dos vidas acaban por casi destrozarse en este viaje por la indecencia y el lado más oscuro y enfermo del ser humano. Steve McQueen cuenta lo que nadie en la Historia del Cine se ha atrevido a contar. Sabemos de todo sobre las drogas, el tabaco o el alcohol pero sobre el sexo no se ha mostrado nada. Todo ha sido pudor y sexo gratuito. Sin embargo, en Shame estamos ante una prueba fehaciente de que existen adicciones más allá de las conocidas que resultan tan, o más, corrosivas como las usuales.
Shame deja muy mal cuerpo. Es un cúmulo de imágenes que retratan una realidad tan normal como ver amanecer todos los días. Una realidad que ocurre cerca de nosotros y por la que miles de personas en todo el mundo echan a perder su vida. Shame no está hecha para ser admirada por legiones de adolescentes calenturientas ni por papanatas que van al cine a echar un sueño y luego preguntan como absolutos idiotas de qué iba la película. La última obra de Steve McQueen removerá conciencias y las interpretaciones de Fassbender y Mulligan nos recuerdan que todavía existen buenos actores que no se acartonan ante una cámara de cine y dan lo mejor de sí mismos.

Crítica Young Adult: ¿Qué fue de la reina del baile?

 6/10
Entre la extensa y variopinta fauna que puebla los glamourosos institutos y universidades estadounidenses retratados en una infinidad de películas y series de televisión (los centros españoles son, en el mejor de los casos, más ordinarios), es reconocible una especie particular, más bien reducida, de jóvenes populares que caminan con toda la seguridad y soberbia que les provee la certeza de un futuro brillante, ya sea por su belleza natural o por su inaudito don para el deporte. Sin embargo, todas esas historias machaconamente repetidas en la gran pantalla finalizan con la anhelada fiesta de graduación, donde en pleno júblilo lanzan sus birretes al aire; entonces se congela la imagen y aparecen los títulos de créditos. ¿Qué ocurre con todas aquellas jóvenes deslumbrantes y fornidos muchachos una vez superado el instituto y la universidad? ¿qué es de su fama y popularidad?, ¿consiguen ganarse la vida más allá de la selva en la que han estado inmersos durante su juventud?
Jason Reitman, el laureado realizador de Juno y Up in the Air, se alía con la guionista del momento, Diablo Cody (creadora de la serie United States of Tara), para preguntarse acerca de este misterioso hecho obviado por la historia del cine. Y lo hace a partir de las andanzas de Mavis Gary, una deslumbrante mujer sumida en los treinta que acaba de divorciarse y que ve cómo su carrera de escritora de libros juveniles camina indefectiblemente hacia el fracaso más absoluto. Es entonces, en plena crisis existencial, cuando recibe una postal electrónica de un antiguo novio del instituto en la que le presenta a su hijo recién nacido, y decide regresar a su ciudad natal para encontrarse con él y, de paso, intentar acabar con su feliz matrimonio valiéndose de los encantos que un día la convirtieron en la muchacha más popular del baile.
Lo cierto es que en Young Adult no abundan las instrospecciones histéricas al estilo de otras féminas celebres como la encantadora Bridget Jones para explicar las derivas paranoides y actos incoherentes de su protagonista, más bien ofrece un apocado y cínico recorrido por el proceso de autodestrucción al que se somete Mavis en un vano intento de poner en valor unos atractivos más propios de una quinceañera que de una mujer aparentemente madura y con una carrera profesional exitosa. De ahí la sorpresa mayúscula de Buddy Slade (al que da vida Patrick Wilson), la diana de las estrategias de seducción de Mavis, al comprobar que su antigua novia ha vuelto al barrio con el objetivo de conquistarlo descaradamente, incluso ante la mirada atenta de su mujer, con modelos imposibles y flirteos de adolescente en celo.
Young Adult no es tan divertida como Juno ni tan sugestiva como Up in the Air, sin embargo guarda una ironía demoledora bajo cierta apariencia de comedia negra inofensiva que muestra los niveles de patetismo a los que puede descender una persona adulta por ser, indefinidamente, el centro de atención de incluso aquellos a los que desprecia. Uno de los personajes más interesantes de la película es Matt (Patton Oswat), un tipo bajito, lisiado y con fama de ser gay, quien entabla una particular amistad con Mavis a pesar de que esta lo había ignorada en el instituto por su aspecto físico. Con esta relación, Reitman parece querer mostrar la fascinación que suscitan las personas populares, aunque sean mezquinas y crueles, sobre otras destinadas a desempeñar papeles secundarios en los distintos ambientes sociales, como si tuvieran la absurda ilusión de contagiarse de sus encantos por el mero hecho de ser sus vasallos. A este respecto, la conversación entre Mavis y la hermana de Matt hacia el final de la trama es especialmente ilustradora.
La película se desarrolla con un ritmo algo lento (de hecho, el tráiler puede ser suficiente para tener una idea aproximada del argumento), lastrada por la languidez de su protagonista y la excesiva mala leche que empapa la trama. De hecho, la antipatía que se llega a sentir hacia el personaje al que da vida eficazmente Charlize Theron (un papel que da algo de aire a una carrera cinematográfica últimamente algo desdibujada) es tal que la película suscita cierto cansancio en el espectador que apenas puede paliar los escasos momentos de comicidad (ya de por sí negrísimos). Así pues, Reitman retrocede en cierto modo de los logros obtenidos en sus dos anteriores films, aunque mantiene el tipo narrando una historia que jamás antes nos habían contado, la de esas diosas populares del instituto o la universidad en la vida real.

Crítica La Chispa de la Vida: Tan sugerente como incompleta

5,5/10
En el actual panorama cinematográfico tener un marcado estilo que te diferencie del resto no es un mero capricho circunstancial; significa ser fácilmente reconocible por un grupo de espectadores que se van a sentir identificados con tu modo de entender el séptimo arte y que, por ende, van a apoyar tu obra incluso cuando el ingenio desfallezca. Naturalmente, cuanto más nutrida sea esa comunidad de incondicionales, mayor proyección tendrá la carrera profesional del cineasta. Álex de la Iglesia es un ilustrativo ejemplo de cómo, aún detentando un carácter creativo que podríamos catalogar como 'complejo' para el gran público, conseguir hacerse un hueco entre los realizadores españoles más respetados del país gracias al entusiasmo de su legión de adeptos cinéfagos.
Puede que por este motivo sienta un especial respeto por la figura de De la Iglesia y lo que su cine representa, aunque no comparta parte de los preceptos en los que se basa. Hoy día nadie puede dudar del talento del director vasco y su visionaria capacidad para trasladar a la gran pantalla un intenso imaginario personal alejado de cualquier otro autor contemporáneo, no obstante, su irredento gusto por la desmesura, por los giros dramáticos 'vodevilescos', por el histrionismo de sus personajes o por esa cierta apariencia de teatralidad que inunda sus obras, termina por suscitar una perceptible antipatía por parte de todos aquellos que no hayan aceptado religiosamente el culto a su cine.
En su anterior película, Balada Triste de Trompeta, todos los rasgos apuntados se conjugaban en una poderosa vorágine visual con una historia que se prestaba a ello, de modo que la experiencia podía ser relativamente gratificante para el espectador; sin embargo, el contexto en el que se desarrolla su nueva película, La Chispa de la Vida, provoca que el exceso tragicómico de De la Iglesia ahogue una brillante premisa argumental de posibilidades dramáticas infinitas. La historia de un hombre desesperado por un dilatado periodo en paro que se convierte por unas horas en una estrella mediática internacional tras caer accidentalmente del andamio de un teatro romano en reconstrucción y quedar postrado con una barra de metal atravesada en su cabeza sin solución posible, nos sumergue en un intenso drama en el que se entrecruzan el morbo voraz de una sociedad entregada al espectáculo, la hipocresía y el oportunismo de los líderes políticos, el dolor de una familia que presencia cómo la vida su marido/padre se desvanece ante los ojos de millones de espectadores, y la determinación de un hombre por tener su minuto de gloria tras una vida de fracasos en la que cree no haber realizado nada reseñable.
El punto de partida es sensacional, más aún en un momento histórico para nuestro país en el que los níveles de tolerancia de la ciudadanía están alcanzando límites insospechados por una crisis que cada vez parece más una estafa que una realidad. Sin embargo, De la Iglesia no consigue adoptar el tono adecuado para desarrollarlo, adolece de esa chispa de destreza necesaria para hilvanar una sucesión de hechos sobre los que nos arroja de forma brusca y apresurada, sin un mínimo de coherencia interna que explique el modo por el que hemos llegado hasta ese teatro romano (localización, por otro lado, muy oportuna para insertar la inmortal metáfora del 'pan y circo') donde se desarrolla buena parte de la trama. Una vez allí, el dibujo de los personajes se caricaturiza de un modo peligroso, configurando un coro de máscaras grotescas que obedecen a simples patrones de buenos y malos en el marco de un espectáculo extravagante conducido entre arrebatos esquizofrénicos e instantes con una evidente falta de ritmo.
Las interpretaciones de sus protagonistas, por otro lado, no consiguen franquear la frontera que impone esa vaga sensación de irrealidad que impregna la trama. José Mota, aunque con un talento sobresaliente también para el drama, no deja de parecer algo forzado en la mayoría de las escenas de la película, mientras que Salma Hayek parece estar más entregada a una rídicula lucha contra su acento gringo que a su papel como la doliente esposa del accidentado. El resto de actores componen una variopinta tropa de freaks muy del gusto de De la Iglesia que flaquean en cualquier intento de parecer creíbles.
La Chispa de la Vida es una película decepcionante sobre una historia brillante dirigida por un director con cierto aspectos geniales pero tendente a derivas autodestructivas. Hay detalles en la película que resultan de gran interés y que incluso consiguen matener la atención del espectador durante los 90 minutos de su metraje, pero finalmente el poso dejado es el de una experiencia fílmica incompleta, tan sugerente como insatisfactoria.

Critica Una Separación; Religión, Política y Justicia

9/10

La categoría de Mejor Película Extranjera en los Oscars de 2012 tienen un dueño claro, al menos a priori. Si la política y las relaciones diplomáticas entre Irán y Estados Unidos no empañan un triunfo que se huele a kilómetros nadie podrá evitar que Nader y Simin: Una Separación se corone como la mejor cinta de habla no inglesa del año.
Con un ritmo constante y un brillante guión, Una Separación posee las reminiscencias necesarias para ser heredera del cine de Kiarostami e, incluso, de aquel clásico norteamericano llamado Falso Culpable dirigido por Alfred Hitchcock. La diferencia radica en que aquella no pasaba de la simple narración del calvario al que se ve sometido un Henry Fonda angustiado por algo que, presuntamente, no había hecho mientras que Una Separación se mueve entre los terrenos de la realidad social, la religión y las costumbres de un país desconocido para los occidentales. Irán, para los que residimos fuera de sus fronteras, posee la figura presidencial herética que constituye su presidente, un Ahmadineyad al que nunca eschuchamos hablar de nada distinto a la guerra nuclear con Estados Unidos.
Desprestigiar esta obra en los Oscars por otra inferior sería toda una ofensa a los amantes del cine. En Una Separación no se nos muestra el día a día de una familia a la que le cuesta dar de comer a sus hijos. No hay desierto ni planos que conlleven al tópico de lo que siempre observamos en Oriente Medio. Aquí la realidad es totalmente diferente. Una familia bien posicionada socialmente que contrata a una joven para que cuide al padre del marido, enfermo de Alzheimer, y que acaba llevándolos a una situación límite en la que nadie actúa como realmente aparenta.
Una Separación es la historia de un divorcio y de las consecuencias que trae la disolución de la unidad familiar. Lo vemos a través de los ojos de la hija, una joven adolescente que protagoniza una secuencia final digna del mejor cine que nuestros ojos hayan visto, cuando se ve obligada a elegir entre su padre o su madre cuando el divorcio se consume definitivamente. Hasta ese final tenemos una película muy bien dirigida por Asghar Farhadi y con unas líneas de guión que fotografían las costumbres de una religión y una sociedad marcadas por el Corán y sus enseñanzas.
La riqueza de la película está en contemplar cada una de sus escenas en versión original. Cualquier atisbo de doblaje empañará todos los sentimientos que florecen en todos los actores protagonistas, en un reparto exquisito a la altura de las mejores películas de los últimos años. Un palmarés envidiable otorga a la película el status que se merece al no tener una competidora clara y diáfana.
No sobra ni falta ni un solo plano en la película. Todos tienen una significación que servirá para cuestionar las propias convenciones religiosas y políticas de un país que merece mucho más en su cine que el conocimiento del considerado como único cineasta iraní, un Abbas Kiarostami del que Una Separación bebe a la vez que lucha por marcar las distancias.
Una obra maestra de nuestro tiempo que debe ser reivindicada constantemente. Eso es Nader y Simin: Una Separación.

La Otra Crítica; War Horse (Caballo de Batalla)

4/10

El director de obras maestras como La Lista de Schindler, Salvar al Soldado Ryan o la trilogía de Indiana Jones nos trae la adaptación de un cuento infantil sobre una historia de amistad entre un joven inglés y su caballo, el cual se merienda interpretativamente a todos sus compañeros de reparto. A medida que transcurría el metraje, la sensación que inunda a un espectador acostumbrado a ver las obras de Spielberg, el Rey Midas de Hollywood, es la de si es capaz de dirigir mejor a niños o a equinos. Parece que por ambas partes, su labor como director es encomiable. Su uso y manejo de la cámara es algo que resulta inaccesible para muchos cineastas, noveles o veteranos. Steven Spielberg ha sido un gran potenciador de las imágenes que utilizaba para contar sus historias. Hasta este momento.
Pero el realizador se ríe constantemente del espectador mientras contempla un ejercicio que se acerca peligrosamente a los peores trabajos de su director. Surrealista es la secuencia de la separación entre el adolescente y su caballo, el cual parte irremediablemente hacia un destino incierto pues la Primera Guerra Mundial acecha y asola Europa. Caballo de Batalla viene definida como una película bélica pero las secuencias en los frentes no alcanzan los niveles deseados por el espectador acostumbrado a la intención narrativa del director y pueden resultar un tanto impropias de un cineasta de la calidad técnica y narrativa como es Steven Spielberg.
Si tenemos que destacar algo positivo de la película, que por supuesto que lo hay, es sin duda ninguna su banda sonora y su fotografía. Dos nombres propios, colaboradores de Spielberg desde hace décadas, son los que se prestan a darle el toque de calidad que le falta a una película que aburre soberanamente desde el primer minuto de metraje. John Williams con su épica partitura, un sonido bello que acompaña los bellos parajes que la cámara de Spielberg retrata con maestría. Una cámara iluminada por Janusz Kaminski, un portentoso fotógrafo que se verá las caras con el otro gran favorito en los próximos Oscars, Emmanuel Lubezki y su El Árbol de la Vida.
Caballo de Batalla posee la dulce mezcla pastelosa que existe en el ejercicio de cruzar E.T. El Extraterrestre con Salvar al Soldado Ryan. Y es que cuando a Spielberg le da por contar historias que se presuponen humanas y emotivas le salen pasteles excesivamente edulcorados que se acaban convirtiendo en fracasos, olvidos o experimentos fallidos. En esta ocasión, visualmente, el director es capaz de hacer vibrar a ciertos espectadores con una historia en la que ha dejado de lado el uso de los efectos especiales y decide mostrar una realidad tal y como es. Sin embargo, el metraje adolece de un guión falto de contenido y en numerosas ocasiones rozando el surrealismo más absoluto. Tendemos muchas veces a sobrevalorar el trabajo de aquellos que consideramos como “grandes del cine”. Sin embargo, la única forma de evitar que ejercicios de broma como éstos se repitan es reflejar todos aquellos aspectos negativos que consideramos injustos. Sus seis nominaciones a los Oscars, a excepción de las dos candidaturas referidas a Banda Sonora y Fotografía, resultan casi un despropósito. Por tanto, merece la pena olvidar una de las peores películas rodadas por Spielberg y esperar ansiosos que llegue Lincoln, un proyecto en el que se puede lucir como director y narrador.
Tengo sensibilidad, lloro y me emociono con obras hoy inmortales, tremendamente lacrimógenas y humanamente emotivas. Pero no aguanto las bromas pesadas en una sala de cine.

Crítica The Turin Horse; Magistral agónica desesperación

5/10

A partir de una premisa más que interesante sobre una anécdota que sucedió en los últimos años de vida del filósofo Friedrich Nietzsche, el cineasta húngaro Béla Tarr se agarra a su propio estilo para conjugar los elementos de su cine en un experimento tan tedioso como magistral. Tarr demuestra como crear tensión e interés en el espectador consecuente con la película que ha escogido para ver. Indudablemente, El Caballo de Turín no es una película para todos los públicos. Absténganse amantes del cine comercial, de acción, de intriga o de comedia. The Turin Horse no es ni tan siquiera un drama sino una dramatización de la soledad y la angustia del ser humano. Ese prólogo del que hablábamos realza una anécdota muy curiosa que nos narraba como Nietzsche se abrazó al cuello de un caballo que estaba siendo maltratado por su amo. A partir de ese momento, el filósofo alemán vivió recluido sin escribir ni una sola línea más de su pensamiento y al cuidado de su familia.
De repente, cuando esa voz en off que nos cuenta esta mágica historia se apaga, vemos un plano secuencia en el que seguimos a un caballo y su dueño, subido en un carro. La escena, con una banda sonora hipnótica y absorbente, sugiere que estamos ante una obra desigual, distinta y que asistiremos a la narración de que sucedió entre el autor del concepto de “superhombre” y aquel equino maltratado.
Pero nos encontramos en la más pura y absoluta soledad. La película, rodada en blanco y negro, es desasosegante por momentos. Contando los planos que posee la película, las cuentas se nos redondean en la cantidad de treinta. Tres decenas de planos es solamente lo que utiliza Béla Tarr para contar su impresión sobre la soledad, la muerte y el inevitable destino del ser humano. El Caballo de Turín tiene una duración total de 148 minutos, los cuales se hacen tremendamente tediosos y cansados si no poseemos la mente abierta y si no conocemos algunos detalles sobre la realización de una película tan magistral como desesperante. 
Béla Tarr no conoce el término “ritmo” a la hora de rodar. Su obsesión por recrearse en la situación del espectador en el plano le lleva a filmar una sola secuencia en unos diez, quince o hasta veinte minutos. Los planos secuencia que nos encontramos a lo largo del metraje son tan bellos como exasperantes. Proporcionan la continuidad y el realismo a la imagen que la ausencia de guión provoca. Hasta pasada casi media hora de la acción no habla absolutamente nadie. Hay desesperación entre los dos protagonistas ante el devenir de su destino como en el espectador por conocer qué es lo que sucede realmente ante sus ojos,
Sin embargo, a medida que van transcurriendo los minutos, el espectador más impaciente comenzará a sentir la ferviente necesidad de que le expliquen aquel esquema lógico de la narración que se convierte, viendo The Turin Horse, en algo mágico. Un planteamiento, un nudo y un desenlace que parecen no llegar jamás y que no justifican el exceso de imagen y la ausencia de narración, diálogo o palabras que constituyan una verdadera relación con el espectador. La película es apta para espectadores que gocen con ejercicios de estilo que les hagan sufrir como personas y como seres humanos. El cine, de vez en cuando, posee la lírica capacidad de hacer pensar sobre aquello que consideramos esencial y jamás nos paramos a cuestionar.

Crítica Caballo de Batalla: El buen oficio de Spielberg

7/10
Tras casi 40 años de exitosa carrera cinematográfica hoy día nadie puede dudar de la admirable capacidad de Steven Spielberg para narrar historias sencillas que apelan directamente a los sentimientos del espectador. Puede que sea una habilidad natural, o quizás una práctica perfeccionada con el tiempo, pero el hecho es que Spielberg siempre halla la forma de emocionar y entretener a partir de una preciada fórmula fílmica en la que la propia historia, el carácter entrañable de sus protagonistas o cierto espíritu juvenil de aventura desempeñan un rol trascendental. Podríamos concluir que ese es precisamente el signo distintivo de un director que, con sus 66 años, continúa inmerso en un proceso creativo que no ha sabido desprenderse de sus orígenes, sujeto a una perpetua reinvención que nos remite a un ingenio vivaz y a una mente visionaria de evidentes tintes fantásticos.
Con esta apresurada descripción conjetural de la naturaleza como director de Spielberg, nos resulta más sencillo introducir su última película, Caballo de Batalla, adapatación de una novela infantil homónima del escritor británico Michael Morpurgo y trasladada posteriormente al teatro, que trata la estrecha amistad entablada entre un joven campesino inglés y su caballo. La historia basa parte de su encanto en la sencillez emocional que la inspira, un elemento que no ha de obviarse a la hora de enjuiciar una película que, más allá de aspiraciones academicistas, se centra en la tarea, por otro lado compleja, de trasladar ese poderoso vínculo afectivo entre Albert Narracot y Joey.
Muchos argumentarán que la película de Spielberg está excesivamente edulcorada y resulta inverosímil, y en cierto modo no carecen de cierta razón, sin embargo lo que el director norteamericano nos propone es una suerte de contrato de credibilidad a partir del cual nos narra una hermosa historia de amistad susceptible de vencer al tiempo, las fronteras o incluso a la guerra. El espectador advierte cómo los destinos del muchacho y el caballo se entrelazan de forma prodigiosa, desde que el padre del primero, un granjero alcohólico traumatizado por la guerra en Sudáfrica (Peter Mullan exhibiendo una vez más su poderosa y veraz presencia en pantalla), decide disputar al caballo al cacique de la region en una subasta entre orgullos heridos, hasta su reencuentro en las trincheras francesas de la Gran Guerra tras transitar en paralelo por los caminos inescrutables de la vida.
Entre medias, la acción se focaliza en las aventuras y desventuras de Joey, tejidas en una sucesión de historias y personajes secundarios con la guerra como telón de fondo. Este modo de narración fragmentada imprime una pertinente agilidad a la trama, la cual adolece de una duración quizás excesiva, y enriquece al mismo tiempo una historia repleta de matices y magistralmente hilvanada tanto por el guión de Richard Curtis (amplio conocedor de estos recursos narrativos como director de Love Actually) y Lee Hall (quien firmó el libreto de la excelente Billy Elliot), como por la elegante realización de Spielberg tras las cámaras, convenientemente respaldado por una factura técnica impecable en la que sobresale la fotografía de Janusz Kaminski y la banda sonora del inigualable John Williams.
Lo cierto es que la película, aunque su temática pueda remitirnos a la típica historia norteamericana de amistad y superación asombrosa de obstáculos, detenta un marcado estilo británico indispensable para que los ambientes y personajes resulten verosímiles. De hecho, la mayor parte de los actores son ingleses (tal y como se demuestra en su destacado acento, por lo que resulta fundamental ver la película en versión original), desde el joven Jeremy Irvine, hasta un largo etcétera de grandes intérpteres como Emily Watson, el citado Peter Mullan, David Thewlis o Benedit Cumberbatch (el flamante Sherlock Holmes televisivo de la BBC).
Caballo de Batalla es una película entrañable que trata de la amistad como un vínculo emocional demasiado poderoso como para atender a razones lógicas. Albert halla en Joey, su caballo, la paz y la compresión que nunca tuvo en un padre ausente, al igual que Elliot la encontró en E.T el extraterreste. Sólo así puede entenderse la carga emocional de la historia, y sólo así se puede empatizar con ella obviando la verosimilitud de los hechos narrados. Spielberg es, en este sentido, un realizador superdotado y ello se plasma en una trama entretenida y de tintes épicos para todos los públicos.

Crítica Moneyball; Épica y pundonor deportivo a la americana

6/10
Hoy día nadie duda del peso que ha cobrado el guionista Aaron Sorkin en el panorama de la industria hollywoodiense. Ganador del Oscar el pasado año por su adaptación a la gran pantalla del libro de Ben Mezrich, que dio lugar a la película de David Fincher La Red Social, cada uno de sus nuevos proyectos se recubre de una cierta pátina de prestigio que eleva la expectación hasta niveles a todos luces desmesurados. Moneyball es, en este sentido, un producto de la notoriedad de su guionista. O al menos en cuanto a la hipotética calidad fílmica que atesora y que lo han integrado entre las películas mejor consideradas del año y, por ende, entre las candidatas al preciado Oscar.
El resto es cometido de un vigoroso Brad Pitt que protagoniza cada uno de los planos de una trama concebida para su lucimiento personal en la piel de Billy Beane, director deportivo de un humilde equipo de béisbol que decide revolucionar el mercado de adquisiciones de jugadores a partir de un novedoso programa estadístico ideado por un anodino empleado al que da vida Jonah Hill (su nominación al Oscar bien podría ser una cruel inocentada). La clave se halla en contratar a deportistas con un perfil adecuado a las necesidades del equipo y prestando una especial atención a sus propias estadísticas obviando el renombre cosechado a lo largo de su carrera o la percepción que de ellos detentan los espectadores, para así constituir un equipo equilibrado y, sobre todo, eficaz a la hora de ganar partidos.
La fórmula maestra, si bien descartada de antemano por los directivos del equipo e incluso del entrenador (un Phillip Seymour Hoffman desaprovechado), consigue funcionar una vez los planes de Beane se ponen en práctica y coloca a los Athletics de Oakland a la cabeza de la tabla clasificatoria con una racha de victorias histórica a pesar de contar con uno de los presupuestos más bajos de la división. Sin embargo, Moneyball no se centra en la épica remontada del equipo en el terreno de juego, sino que focaliza su atención en la frenética acción desarrollada en los despachos, donde los jugadores se intercambian como productos de un mercado implacable y las cifras se imponen como único dato fiable para llevar a cabo toda una transformación verídica en el modo de concebir el juego.
Con estos ingredientes, Moneyball no deja de ser un drama deportivo al uso aunque con ciertos matices que lo diferencian del género más tradicional, en la medida en que las negociaciones ocupan más espacio que el propio juego. No obstante, el fondo sigue vinculado a la épica consustancial de todo deporte, esa que apela a cierto espíritu de superación y entronca con los típicos eslóganes de marcas deportivas donde nada es imposible a pesar de todo parezca indicar lo contrario. Ahí es donde radica la verdadera fuerza de la película de Bennett Miller (realizador de Truman Capote con, esta vez sí, un sensacional Hoffman) pues, al fin y al cabo, ¿quién no se emociona con la clasificación in extremis de un equipo humilde en una competición de gigantes (el caso del Mirandés aún está cadente)? Se trata de un sentimiento universal que va más allá de particularismos nacionales o características de diferentes deportes; es el valor del esfuerzo, de la determinación, del arrojo.
Por lo demás, Moneyball es una película mediocre que no salva el supuestamente brillante guión de Sorkin (me gustaría saber deslindar un buen guión de una buena película, pues desde mi punto de vista son exactamente lo mismo) ni la interpretación "estelar" de Brad Pitt. Con una carrera en sus espaldas de cierta calidad (en los últimos años fundamentalmente: El árbol de la vida, sin ir más lejos, es un buen ejemplo), se nos antoja paradójico que se alce con la estatuilla gracias al perdedor Billy Beane y su particular equipo de lisiados y marginados de béisbol. No obstante, las decisiones de la Academia son inescrutables y, de hecho, forman parte del espectáculo. Mientras tanto, aquellos que disfruten con la consustancial épica de los dramas deportivos basados en hechos reales al más puro estilo norteamericano tienen una cita con una película que se deja ver con cierto agrado a pesar de su desmesurada duración, pero en la que no encontrarán mucho más talento que el de Brad Pitt luchando contra el mundo.