Sin lugar a dudas, Mick Dundee tenía el cuchillo más grande de esa selva de cemento que es Nueva York. Y si no, que se lo digan al gamberro que, con navaja en mano y con el inequívoco sello estilístico de un Michael Jackson post-thriller, se topó con el aguerrido cazador de cocodrilos australiano que, por si fuera poco, estaba acompañado por una bella dama a la que impresionar con ese atractivo rústico sin igual, dejándonos una de esas frases que permanecerán ajenas al paso del tiempo en la categoría de rúbricas emblemáticas de la historia del cine. Hemos de suponer que tras el batallar con animales salvajes y peligrosos cazadores furtivos en su tierra natal, el caos reinante de la civilización occidental no suponía al bueno de Dundee un reto especialmente complejo que salvar con su característico aplomo, más aún cuando su compañera de viaje y circunstancial guía turística del extraño entorno tecnológico circundante, había quedado embelesada por su masculinidad tras ser rescatada de las fauces de un cocodrilo curioso mientras se refrescaba en tanga en un charco de aspecto cuanto menos sospechoso.
Su inédito reportaje encomendado por el periódico neoyorkino regentado por su padre bien merecía pasar noches al raso con animales salvajes y cazadores merodeando el campamento, o asistir a danzas milenarias en torno al fuego de aborígenes maquillados para la ocasión. Disfrutar de la compañía del excéntrico cazador también suponía un claro aliciente, sobre todo cuando se disfrazaba con una celeridad pasmosa con las pieles de un canguro muerto y daba una lección de humildad a los atronadores furtivos que perseguían a esos amigables animales saltarines
Cocodrilo Dundee suponía el punto cúlmen de la época de romance vivido en los 80's entre la cultura australiana y la industria cinematográfica estadounidense, en un fenómeno ilustrado por todo un conjunto de películas que bebían de la iconografría insular y por el transvase de realizadores y actores australianos al establishment americano. De hecho, la película protagonizada por Paul Hogan fue un rotundo éxito en taquilla que además le reportó un Globo de Oro como mejor actor de comedia y una nominación al Oscar al Mejor Guión Original en virtud a una historia concebida por él mismo. Más tarde llegaría una secuela que reeditaría su gloria en las cifras de recaudación pero que fracasaría consecuentemente en el aspecto cualitativo. De su tercera entrega, sencillamente, resulta conveniente no hablar.
Su inédito reportaje encomendado por el periódico neoyorkino regentado por su padre bien merecía pasar noches al raso con animales salvajes y cazadores merodeando el campamento, o asistir a danzas milenarias en torno al fuego de aborígenes maquillados para la ocasión. Disfrutar de la compañía del excéntrico cazador también suponía un claro aliciente, sobre todo cuando se disfrazaba con una celeridad pasmosa con las pieles de un canguro muerto y daba una lección de humildad a los atronadores furtivos que perseguían a esos amigables animales saltarines
Cocodrilo Dundee suponía el punto cúlmen de la época de romance vivido en los 80's entre la cultura australiana y la industria cinematográfica estadounidense, en un fenómeno ilustrado por todo un conjunto de películas que bebían de la iconografría insular y por el transvase de realizadores y actores australianos al establishment americano. De hecho, la película protagonizada por Paul Hogan fue un rotundo éxito en taquilla que además le reportó un Globo de Oro como mejor actor de comedia y una nominación al Oscar al Mejor Guión Original en virtud a una historia concebida por él mismo. Más tarde llegaría una secuela que reeditaría su gloria en las cifras de recaudación pero que fracasaría consecuentemente en el aspecto cualitativo. De su tercera entrega, sencillamente, resulta conveniente no hablar.
Cocodrilo Dundee es una divertida comedia en la que se revisitan los consustanciales estereotipos atribuidos a las diferentes culturas y el impacto de estos en outsiders ajenos a un universo presumiblemente de características globales. Desde nuestra concepción etnocéntrica de la realidad, resulta difícil admitir que alguien no conozca la utilidad formal de un bidé (aunque sea un instrumento extraño para la mayoría de nosotros en cuanto a su uso), sin embargo, Mick Dundee tuvo un arduo trabajo en su descodificación, que resultó ser más interesante aún que su cometido principal (de este modo se acabaría con el problema de frotarse la espalda en la ducha). Todo ello, resulta un evidente compendio de clichés culturales que no por ello dejaban de ser sumamente divertido. Y es que ser espectadores de la trepidante aventura de un cazador de cocodrilos de los más profundo de Australia en la meca del mundo industrializado no tiene precio, más aún si su inocencia e ingenuidad propicia situaciones tan desternillantes como las escenificadas en las elegantes fiestas a las que es invitado con honores.
Obviamente, y como no podía ser de otra forma, la relación entre Dundee y la chica (Linda Kozlowski, posteriormente su mujer en la vida real) acabó en un tormentoso romance con una legendaria declaración pública de amor en una estación de metro atestada de gente tras una frenética carrera de la muchacha en busca de su aguerrido cazador. Menos más que los curiosos viandantes se prestaron a ejercer de palomas mensajeras e incluso de circunstancial suelo sobre el que caminaron los amantes para su esperado reencuentro en medio del clamor popular. Un final feliz edulcorado para una comedia que con el tiempo se reivindica como una divertida aventura armada en torno al carisma de Paul Hogan.
Obviamente, y como no podía ser de otra forma, la relación entre Dundee y la chica (Linda Kozlowski, posteriormente su mujer en la vida real) acabó en un tormentoso romance con una legendaria declaración pública de amor en una estación de metro atestada de gente tras una frenética carrera de la muchacha en busca de su aguerrido cazador. Menos más que los curiosos viandantes se prestaron a ejercer de palomas mensajeras e incluso de circunstancial suelo sobre el que caminaron los amantes para su esperado reencuentro en medio del clamor popular. Un final feliz edulcorado para una comedia que con el tiempo se reivindica como una divertida aventura armada en torno al carisma de Paul Hogan.
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