Inserta ya en una notoria dinámica de oscilación cualitativa, ejemplarizada por la fallida El Cáliz de Fuego, los responsables de la saga Potter se percataron de la necesidad imperiosa de insuflar nuevos aires a una adaptación cinematográfica que perdía seguidores en cada una de sus entregas. Ahora llegaba el turno de La Orden del Fénix y se le encomendaba al desconocido David Yates la difícil tarea de solventar los errores pretéritos, eso sí, ayudado por un notable incremento de presupuesto invertido en gran parte en mejorar los efectos visuales y la recreación de espacios mágicos.
Y el resultado difícilmente podría haber sido mejor. Si ayer hablábamos del punto de inflexión posibilitado por Alfonso Cuaron en El Prisionero de Azkaban, que marcaba el paso del espíritu infantil de los orígenes a una dinámica fresca y divertida acorde con la etapa adolescente de sus protagonistas, La Orden del Fénix se inscribe ya en un registro adulto puesto de relieve tanto en el apartado formal cinematográfico como en el desarrollo psicológico de los personajes. En el primer caso, Yates filtra la trama por una serie de patrones que la acercan más a una película de misterio y aventuras al uso que a una mera recreación de un mundo literario con los evidentes clichés derivados del mismo. De hecho, el film fluye sin la acostumbrada sucesión de situaciones superpuestas sin un hilo coherente de conexión, es más, intriga en el desarrollo de los acontecimientos y es sumamente fácil seguirla por los vericuetos de la incipiente oscuridad que domina el mundo mágico de Potter. En cuanto a la necesaria profundización en el caracter de sus protagonistas, se pone de manifiesto un buen trabajo con los actores, los cuales expresan algunas de las emociones y sentimientos encontrados propios de jóvenes de 16 años, por ejemplo, el descubrimiento del amor (al fin hay besos en esta entrega) o el rechazo inconsciente de la autoridad moral de los adultos que pretenden guiar sus pasos.
Además, la historia que vertebra La Orden del Fénix suscita una serie de empatías con el espectador basadas en el odio hacia los ciegos representantes del Ministerio de Magia (sencillamente genial el papel de Imelda Staunton como la flemática Dolores Umbrige, una malvada señora sacada de un salón de té británico) o el sentir de la injustia infringida contra Harry y el profesor Dumbledore. Y es que, tal y como dice el refrán, no hay más ciego que el que no quiere ver. La película deviene con un ritmo in crescendo, desde un arranque comedido y algo nostálgico, hasta un acto final sencillamente genial que nos presenta, por primera vez, un verdadero combate múltiple entre magos, con esa explosión de chorros de luz y sonido que penetran la oscuridad de forma fascinante.
La orden del Fénix es un film que puede gustar tanto a aficionados irredentos de las novelas de Rowling como a espectadores circunstanciales que se acerquen al mundo mágico de Potter sin conocer a la perfección la historia. Yates y todo el equipo técnico de la película realizan un brillante trabajo de realización que acompaña al material primigenio de la novela de acuerdo al sentido que debe inspirar toda adaptación cinematográfica; ilustrar lo que todos hemos imaginado, personajes, escenarios, artilugios, criaturas, etc., cuando leíamos las aventuras literarias del niño que sobrevivió.
Y el resultado difícilmente podría haber sido mejor. Si ayer hablábamos del punto de inflexión posibilitado por Alfonso Cuaron en El Prisionero de Azkaban, que marcaba el paso del espíritu infantil de los orígenes a una dinámica fresca y divertida acorde con la etapa adolescente de sus protagonistas, La Orden del Fénix se inscribe ya en un registro adulto puesto de relieve tanto en el apartado formal cinematográfico como en el desarrollo psicológico de los personajes. En el primer caso, Yates filtra la trama por una serie de patrones que la acercan más a una película de misterio y aventuras al uso que a una mera recreación de un mundo literario con los evidentes clichés derivados del mismo. De hecho, el film fluye sin la acostumbrada sucesión de situaciones superpuestas sin un hilo coherente de conexión, es más, intriga en el desarrollo de los acontecimientos y es sumamente fácil seguirla por los vericuetos de la incipiente oscuridad que domina el mundo mágico de Potter. En cuanto a la necesaria profundización en el caracter de sus protagonistas, se pone de manifiesto un buen trabajo con los actores, los cuales expresan algunas de las emociones y sentimientos encontrados propios de jóvenes de 16 años, por ejemplo, el descubrimiento del amor (al fin hay besos en esta entrega) o el rechazo inconsciente de la autoridad moral de los adultos que pretenden guiar sus pasos.
Además, la historia que vertebra La Orden del Fénix suscita una serie de empatías con el espectador basadas en el odio hacia los ciegos representantes del Ministerio de Magia (sencillamente genial el papel de Imelda Staunton como la flemática Dolores Umbrige, una malvada señora sacada de un salón de té británico) o el sentir de la injustia infringida contra Harry y el profesor Dumbledore. Y es que, tal y como dice el refrán, no hay más ciego que el que no quiere ver. La película deviene con un ritmo in crescendo, desde un arranque comedido y algo nostálgico, hasta un acto final sencillamente genial que nos presenta, por primera vez, un verdadero combate múltiple entre magos, con esa explosión de chorros de luz y sonido que penetran la oscuridad de forma fascinante.
La orden del Fénix es un film que puede gustar tanto a aficionados irredentos de las novelas de Rowling como a espectadores circunstanciales que se acerquen al mundo mágico de Potter sin conocer a la perfección la historia. Yates y todo el equipo técnico de la película realizan un brillante trabajo de realización que acompaña al material primigenio de la novela de acuerdo al sentido que debe inspirar toda adaptación cinematográfica; ilustrar lo que todos hemos imaginado, personajes, escenarios, artilugios, criaturas, etc., cuando leíamos las aventuras literarias del niño que sobrevivió.
Harry Potter y El misterio del Príncipe 5/10
La empresa no era fácil, y es justo reconocerlo. Posiblemente la novela de El misterio del Príncipe sea la menos plástica de la saga, ya que está basada, en su mayor parte, en el retrato psicológico de Lord Voldemort a través de los recuerdos que Dumbledore y Harry Potter desgranan a lo largo de toda la trama, desde ese primer contacto del director de Hogwarts con un niño traumatizado por unos poderes que no comprende e inserto en un orfanato del mundo muggle; hasta el ascenso a la categoría de villano por excelencia del universo mágico. Y es que a pesar de que la película sigue las andanzas de Harry Potter, el protagonista absoluto de esta nueva aventura fílmica es ese némesis oscuro al que da vida Ralph Fiennes y que funciona como un enigmático polo atractivo que cobra vida a medida que se van descubriendo algunos de sus secretos más íntimos.
Lo cierto es que la película aburre en la mayor parte de su desarrollo, especialmente para aquellos que no estén familiarizado con el reverso literario, y únicamente levanta el vuelo al final, cuando en el asalto al castillo de Hogwarts se ponen en liza todos los efectivos de uno y otro bando en una espectacular batalla sin concesiones que servirá de preludio a la guerra final entre el Bien y el Mal. Además, es en este punto de la historia cuando la autora acomete el giro argumental más osado de la saga que condicionará el consecuente devenir de los acontecimientos.
Es destacable asimismo de esta El misterio del Príncipe su intento de introducir mayores elementos cómicos en una trama ya de por sí demasiada oscura. Se juega con el gag visual y la comicidad de algunos de sus personajes, como es el caso del profesor Slughorn, al que interpreta el siempre genial Jim Broadbent; aunque con resultados dispares y siempre en segundo plano respecto al discurso grave y grandilocuente de la historia principal.
Es destacable asimismo de esta El misterio del Príncipe su intento de introducir mayores elementos cómicos en una trama ya de por sí demasiada oscura. Se juega con el gag visual y la comicidad de algunos de sus personajes, como es el caso del profesor Slughorn, al que interpreta el siempre genial Jim Broadbent; aunque con resultados dispares y siempre en segundo plano respecto al discurso grave y grandilocuente de la historia principal.
La sensación que deja esta película es muy similar a la suscitada por la novela de Rowling; se entiende como un interludio relativamente necesario entre la frenética sucesión de acontecimientos pretéritos y futuros, como una pausa instrospectiva que la autora introduce para dar un mayor calado a la historia que narra, ofreciéndonos subtramas que complementan y condicionan el esperado y evidente final, el enfrentamiento entre el señor oscuro y el niño que lo consiguió derrotar por primera vez.
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