Las grandes historias que jalonan nuestras vidas son un material artístico voluble susceptible de adoptar formas divergentes según la capacidad de quien las moldee. El terreno de los sentimientos humanos, de su devenir emocional, es limitado, no está sujeto a una evolución por la que se creen o muten nuevas manifestaciones del sentir individual. Sin embargo, el arte, ya sea en formato cinematográfico, pictórico o literario, sí que está sujeto al cambio, a un dinamismo que lo impele a seguir experimentando con un material permanente y natural al que adherir nuevos enfoques con el único objeto de no caer en el tedio más absoluto. La originalidad del creador se antoja, pues, imprescindible para suscitar la sorpresa en el espectador, como si de un mundo nuevo desplegado ante sus ojos se tratase.
En este sentido, la obra del francés Jean Pierre Jeunet es la sublimación de ese arte que hace que la realidad adquiera tintes insólitos, a pesar de que la materia prima no sea más que un producto cotidiano. El amor como sentimiento floreciente y delirante ha sido tantas veces abordado como películas y libros han sido concebidos, sin embargo, en escasas ocasiones su tradicional esquema (chico conoce a chica o viceversa) fue sujeto de una deformación fantástica como la que desarrolla Jeunet en su Amelie, suscitando esa vaga (e inquietante) sensación de estar asistiendo a un espectáculo totalmente nuevo y original. Y es que la película no es más que un tortuoso camino hacia el encuentro con 'el otro', con esa persona con la que siempre soñaste, aquella que supliera las carencias de tiempos pretéritos; una travesía hacia el amor, al fin y al cabo.
En este sentido, la obra del francés Jean Pierre Jeunet es la sublimación de ese arte que hace que la realidad adquiera tintes insólitos, a pesar de que la materia prima no sea más que un producto cotidiano. El amor como sentimiento floreciente y delirante ha sido tantas veces abordado como películas y libros han sido concebidos, sin embargo, en escasas ocasiones su tradicional esquema (chico conoce a chica o viceversa) fue sujeto de una deformación fantástica como la que desarrolla Jeunet en su Amelie, suscitando esa vaga (e inquietante) sensación de estar asistiendo a un espectáculo totalmente nuevo y original. Y es que la película no es más que un tortuoso camino hacia el encuentro con 'el otro', con esa persona con la que siempre soñaste, aquella que supliera las carencias de tiempos pretéritos; una travesía hacia el amor, al fin y al cabo.
Amelie Poulain es un chica introvertida, incapaz de entablar una relación profunda con nadie debido al lastre de una infancia solitaria marcada por la muerte prematura de su madre y la inutilidad emocional de su padre. Aislada, de este modo, del mundo al que pertenece, la muchacha halla en la fantasía y en su desbordante imaginación al compañero que le fue negado a lo largo de su infancia, sembrando así un particular placer por los detalles, las preguntas absurdas o las historias disparatadas nacidas de su febril ingenio. En su madurez, esa peculiar agudeza la utiliza Amelie para constituirse como la silenciosa defensora de los débiles, los tímidos y las causas perdidas, una revisión femenina del icónico justiciero 'El Zorro'; una actitud que, por otro lado, se evidencia como un vano intento de acercarse a las personas que la rodean manteniendo esa distancia de protección interpuesta por su incapacidad para relacionarse libremente.
Jeunet desgrana paulatinamente y con gran maestría ese juego de tímidas aproximaciones de su protagonista, cuyas fronteras de defensa se tambaleen de forma temeraria cuando el extraño chico que recoge los trozos desgarrados de las fotografías de un fotomatón, aparece en su vida tal y como ha estado esperando durante años. Pero su inseguridad extrema la emplaza a crear un singular pasatiempo de identidades ocultas y gymkanas por la ciudad para retrasar la decisión definitiva que, finalmente, deberá tomar si no quiere dejar escapar la oportunidad que el azaroso destino le ha concedido para amar y ser amada.
Jeunet desgrana paulatinamente y con gran maestría ese juego de tímidas aproximaciones de su protagonista, cuyas fronteras de defensa se tambaleen de forma temeraria cuando el extraño chico que recoge los trozos desgarrados de las fotografías de un fotomatón, aparece en su vida tal y como ha estado esperando durante años. Pero su inseguridad extrema la emplaza a crear un singular pasatiempo de identidades ocultas y gymkanas por la ciudad para retrasar la decisión definitiva que, finalmente, deberá tomar si no quiere dejar escapar la oportunidad que el azaroso destino le ha concedido para amar y ser amada.
De este modo, la película nos conduce en un apasionante recorrido por el universo mágico de Amelie, en el que toda una amalgama de personajes nostálgicos, tiernos o sencillamente desequilibrados completan la insólita atmósfera musical y cromática que hace de esta película todo un hallazgo visual y narrativo. La luz líquida, de un amarillo crepuscular, de los exteriores se tiñe de verde en el café parisino, para dar paso a las tonalidades cálidas del hogar de la protagonista, en una mutación constante asociada con el sentir de la misma e hilvanada por la presencia ubicua de los compases concebidos por el soberbio talento de Yann Tiersen. Aquí, la cámara del realizador no es más que el punto de fuga de la mente inquieta de Amelie, dando lugar a una desquiciada composición de digresiones fantásticas televisadas, juegos visuales y montajes fotográficos animados ajenos a la coherencia formal del medio en el que se inscribe. Todo adquiere visos de excitante delirio, como una fábula introspectiva sin reglas ni límites; tan sólo una desbordante creatividad como axioma ineludible.
Amelie es humor, melancolía, amor y ternura. Una bocanada de aire fresco e hilarante frente a la rutina y la sobriedad del 'mundo real' que invita a soñar, a viajar más allá del estado 'normal' de las cosas, a concebir la realidad como un juguete al que vestir con las prendas que nuestro espíritu nos dicta. Un lúcido alegato, al fin, contra la mezquindad emocional y a favor de la espontaneidad de las bondades humanas. Una película que marca un hito en la historia del cine por su transgresora capacidad de sorprender hasta a el más resabiado espectador y que encandila por su inusitado gusto por la fantasía, tanto visual como narrativa. Un placer, pues, para todos los sentidos.
Amelie es humor, melancolía, amor y ternura. Una bocanada de aire fresco e hilarante frente a la rutina y la sobriedad del 'mundo real' que invita a soñar, a viajar más allá del estado 'normal' de las cosas, a concebir la realidad como un juguete al que vestir con las prendas que nuestro espíritu nos dicta. Un lúcido alegato, al fin, contra la mezquindad emocional y a favor de la espontaneidad de las bondades humanas. Una película que marca un hito en la historia del cine por su transgresora capacidad de sorprender hasta a el más resabiado espectador y que encandila por su inusitado gusto por la fantasía, tanto visual como narrativa. Un placer, pues, para todos los sentidos.
Ah no, es que esta es una pelicula imprescindible! Y que gran reseña le has dedicado... Una de esas peliculas que te enamoran por vertir tanto en tan poco... Un lujo de verdad.
ResponderEliminarSaludos!
Qué gran artículo para tan gran película!! Es mi film de cabecera, esos que no puedo dejar de mirar cada tanto para recordarme que el mundo y la vida encierran la felicidad realmente en los pequeños detalles!, esos pequeños detalles que ella por ejemplo le va describiendo al ciego. Magnífica!
ResponderEliminarMaravillosa! una obra maestra!
ResponderEliminarEs MARAVILLOSA esta pelicula.....cuando me siento muy decepcionda o triste ....la veo y me lleva a un mundo magico para descansar de la realidad, de la imposicion de la sociedad, de ser blanco o negro, me invita a ser creativo y ver en cada nube una figura....!!!
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