The Walking Dead se toma un necesario descanso hasta Febrero


Los zombies de The Walking Dead se toman un merecido descanso hasta Febrero (concretamente el día 12) y la comunidad de apasionados seguidores de la serie de AMC no cesan de expresar sus opiniones a lo largo y ancho de la red sobre esta primera parte de la segunda temporada. La acogida ha sido, por lo general, bastante tibia, más aún si se tiene en cuenta la enorme expectación suscitada por el rotundo éxito de la  temporada precedente. Y es que toda gloria conlleva una importante responsabilidad para sus creadores, que se han visto de alguna forma sobrepasados por el amplio seguimiento internacional de una serie que a priori estaría dirigida a un público minoritario.
Cuando las cifras de audiencia aumentan a tal ritmo, la labor de los guionistas deja pronto paso al apetito insaciable de directivos y publicista ajenos a cuestiones, para ellos tan triviales, como la calidad del propio producto. Y eso es un hecho indiscutible en el desarrollo de The Walking Dead, asimismo lastrada por una acusada e inexplicable reducción del presupuesto y la salida de Frank Darabont del círculo creativo. En primer lugar, pasamos de una primera temporada compuesta por seis episodios a otra que contará con trece, por lo que el planteamiento narrativo cambia radicalmente. Es decir, si el año pasado pudimos disfrutar de una acción trepidante en cada capítulo con abundantes giros dramáticos y un despliegue técnico admirable; lo que llevamos visto hasta este momento demuestra un descenso apreciable en el ritmo de la serie, así como la ralentización del propio devenir de la trama.
Muchos argumentan que la acción ha perdido peso en favor de una mayor profundización de los conflictos internos de los personajes y las relaciones entablada entre los mismos, como si ello justificara el tedio que provoca la mayoría de los episodios. The Walking Dead, al fin y al cabo, no es una serie de gran hondura emocional, no pretende retratar fielmente los sentimientos de sus protagonistas, y cuando lo hace los resultados son nefastos. No podemos obviar de que se trata de una historia sobre un mundo infectado de zombies en el que intentan sobrevivir un grupo de personas aterrorizadas; por lo que la acción debe estar presente de forma intrínseca en la mayor parte de su metraje, y no con un carácter anecdótico basado en la aparición periódica (y en algunos casos inexplicable) de una serie de caminantes con los que saciar la 'sed de sangre' de buena parte de su público.
El argumento de la serie ha padecido un profundo estancamiento a partir del primer episodio de la presente temporada, únicamente espoleado por el que recientemente ha cerrado esta primera parte (el séptimo), y a través del cual se ofrece el desenlace de una de las líneas principales de la trama. La única solución a este empobrecimiento evidente de la serie es el cambio de escenario (que efectivamente se augura pronto) y la vuelta al camino (si el presupuesto lo permite) de nuestro grupo de supervivientes. De igual modo, se debería zanjar finalmente con la dinámica negativa de algún personaje mantenido de forma forzada que enturbia el desarrollo de la trama y crea conflictos sin ningún sentido y muy alejados del cómic original en que se basa la producción.
Todos esperamos sinceramente que la segunda parte de esta interesante y excitante serie ofrezca nuevos estímulos, más acción y otros ejes argumentales que legitimen la existencia de una tercera temporada ya confirmada antes que la comunidad de fans le retire definitivamente su apoyo.

Joyas del Nuevo Siglo: Las Horas

Laura Brown (a mi parecer, personaje central de la trama interpretado por Julianne Moore) llegó a la encrucijada de caminos tras años de una rutina asfixiante y abrumadora. Debía tomar una decisión crucial; apostar por la vida, mirarla a la cara siendo consciente de sus bondades y miserias; o bien optar por la muerte en vida, esa que ahonda con empecinada insistencia en la insatisfacción cotidiana, como una pesada losa alienante para el espíritu.
A lo largo de la historia, las mujeres no han gozado de muchas opciones a partir de las cuales cimentar una vida propia. La presión de la sociedad sobre sus destinos irrevocables ha sido una constante mantenida de forma independiente a las épocas o las coyunturas políticas. La naturaleza construida socialmente y adherida al género femenino en un proceso estático que comprende desde los inicios mismos de la civilización occidental hasta prácticamente nuestros días, ha funcionado como guía indisoluble de una existencia orientada casi exclusivamente a las tareas domésticas y la reproducción.
Laura Brown decidió elegir el camino de la vida, aunque ello significase abandonar a su marido, a sus dos hijos, y un hogar perfecto. Aunque ello conllevara adoptar el rol de mala madre, de persona egoísta, sin principios morales o escrúpulos. La deserción de una mujer, al fin y al cabo, ha sido tradicionalmente menos tolerada que la del hombre, por ser considerada como un acto antinatural, despreciable y traumático para los hijos. Un trauma desvelado en el desarrollo emocional de su propio hijo, tal y como podemos observar en la película en el personaje al que da vida un excelente Ed Harris.
La valentía de Laura, independientemente de la cuestionable idoneidad de sus actos, supone la reafirmación de una conciencia que rompe con siglos de esclavitud doméstica de la mujer a partir de un sentimiento que va más allá de una mera insatisfacción material, incluso de afecto. Aquí no se trata de que la mujer debe enfrentarse a un marido colérico, indiferente o infiel (pues de hecho es dibujado como un esposo perfecto; atento, cariñoso y, además, veterano de guerra) o a una compleja situación de precariedad (viven en un próspero barrio residencial), que de algún modo justifique moralmente su necesidad de escapar. Laura se encuentra atrapada en una vida que no ha elegido y que le impide desarrollarse como persona libre e independiente; y ahí es donde halla la fuerza para tomar las riendas a pesar de la inevitable incomprensión de la sociedad.
La Horas es una película sobre mujeres en esa encrucijada del destino en la que es indispensable decidir. Laura optó por huir, Virginia Wolff se sumergió en las oscuras aguas del río para sofocar la locura y la insatisfacción esencial que la atormentaba, esa moderna Mrs. Dalloway, Clarissa, se percató al fin de la insustancia de su propia existencia al enfrentarse a su propia antagonista, una anciana Laura. Las vidas de las tres mujeres protagonistas se entrelazan de forma magistral en virtud a un entramado argumental perfecto basado en la novela homónima de Michael Cunningham, trasladada a la pantalla gracias a la destreza narrativa del guionista David Hare y el buen oficio del joven director Stephen Daldry (quizás uno de las realizadores más interesantes de los últimos años con obras tan reseñables como Billy Elliot o El Lector).
Una puesta en escena sobria, con un ritmo pausado y una conseguida ambientación en las diferentes épocas donde se desarrolla la trama, sirven asimismo de escenario de excepción para un elenco interpretativo de una calidad extraordinaría y una poderosa presencia en pantalla, desde su trío protagonista al que da vida una irreconocible Nicole Kidman en la piel de Virginia Wolff (papel por el que consiguió el Oscar), Julianne Moore en la mejor interpretación de su carrera, y Meryl Streep con su habitual eficacia dramática ante las cámaras; hasta una pléyade de secundarios que dotan de hondura y verosimilitud a la historia, entre los que destacan Ed Harris, Stephen Dillane, John C. Reilly, Miranda Richardson o Allison Janney.
La profundidad emocional que desprende Las Horas es digna de disfrutarse en el sosiego de una comprensión pausada, atenta al universo de detalles que jalonan la trama, a las decisiones trascendentales que sus protagonistas toman hasta configurar sus propios destinos. Sin duda alguna, una de las grandes obras del nuevo siglo que bucea en el complejo e inexplorado mundo de sentimientos femeninos. En virtud a su rol de fiel reflejo de la realidad, el cine retrató durante décadas a la mujer como fiel amante, madre o ama de casa comedida y eficaz; con el nuevo siglo y la necesidad de arrojar luz a una parte de la realidad tradicionalmente oculta, son cada vez más las películas que posicionan a la mujer como protagonista independiente a partir de la cual abordar nuevas vías narrativas. Y Las horas lo hizo con una brillantez admirable; una pelicula para reflexionar y gozar a partes iguales. 

Crítica Premonición; Mensajeros de Vida y Muerte

6/10

Premonición, rodada en 2008 y estrenada este fin de semana en España, infiere al espectador la necesidad constante de saber qué es lo que sucede en el metraje de una forma contenida y sin realizar aspavientos cinematográficos. 
No podemos considerar Premonición como una cinta de cine europeo pese a la gran cantidad de dinero que procede del viejo continente a través de distintas productoras. Estamos ante una cinta protagonizada por un John Malkovich contenido, discreto y muy sobrio, algo raro en él. Malkovich es un gran intérprete, posiblemente uno de los mejores de los últimos cuatro lustros y en Premonición hace gala de su talento aunque de una manera muy tácita.
Nos encontramos ante la dicotomía de, si merece la pena el dinero invertido para ir a ver la película, o si debemos esperar a un formato doméstico para disfrutar de los avatares que el protagonista, un Romain Duris poco acostumbrado a este tipo de papeles, tiene que sortear antes de convertirse en una suerte de “mensajero” del inevitable y fatal destino. Sin duda, no es una película mala ni mal construida, ni tan siquiera podemos decir de ella que sea un desastre ni tampoco que tenga un excelso guión.
Analizando la vida y la muerte desde el prisma de unos supuestos enviados que permanecen entre nosotros y que poseen un extraño poder que los hace ver quién va a morir a través de una inconfundible marca alrededor de ellos. No son fantasmas ni tampoco esquizofrénicos. Gilles Bourdos toma a su manera las ingentes películas que existen sobre la dualidad entre vida y muerte para ofrecer una visión íntima de un matrimonio que está a punto de perderlo todo para entregarse irremediablemente al destino.
Es una película amable, que pese a su irregularidad narrativa y algunos saltos de guión un tanto evidentes, no toma el pelo al espectador en ningún momento ni tan siquiera al plantear una historia tan surrealista que haga que nos acomodemos demasiado en nuestro sillón. El director no es conocido, sólo ha realizado una película y, tras el visionado del metraje, queda claro que su intención es llegar para quedarse. Y lo hace aprovechando la coyuntura que le da trabajar con el propio Malkovich, el veterano Duris y una discreta Evangeline Lilly, la cual demuestra que posee un talento más allá de la isla de Perdidos. Mención aparte merece la extraordinaria banda sonora de Alexandre Desplat, quizá el motivo que explique el cierto hipnotismo que se respira durante todo el metraje. Una composición a base de piezas relajadas, que provocan un estado de adormecimiento en el espectador pero que no llega a consumar el deseo de Morfeo en nuestra mente. Desplat es uno de los compositores más respetados de los últimos años en el cine y Premonición, aunque no esté a la altura de sus trabajos en El Discurso del Rey, El Escritor o El Curioso Caso de Benjamin Button, resulta todo un placer para los oídos más sensibles.
Queda claro que esta cinta no romperá récords de taquilla. De hecho, todo parece indicar que ni tan siquiera los productores y distribuidores estaban muy seguros de estrenarla. Rodada en 2008, ha tenido que esperar tres años para poder ser estrenada en nuestro país. Su metraje es interesante, aunque su nudo no está bien resuelto. Finalmente, su director adopta una gran postura al intentar explicar mediante giros de guión la fatalidad que supone el fin inevitable de todo ser humano.
Sin embargo, ahí se queda. Y tras ver la película al completo, queda la sensación de estar más ante un telefilm que ante una película que pueda competir ante las producciones americanas fuertes que aterrizan cada fin de semana en las pantallas de nuestro país.

Crítica Un Método Peligroso, Sexualidad y Psicoanálisis

7,5/10

Pocas veces vemos un reparto coral en el que los protagonistas destaquen por igual y no se vean tapados ante la actuación de uno solo. Es el caso de Un Método Peligroso y sus tres nombres principales, cuyas interpretaciones se reparten de manera extraordinaria a lo largo de un turbador y penetrante metraje.
No puedo comenzar esta crítica sin mencionar antes un nombre propio. No puedo comenzar esta crítica sin mencionar antes un nombre propio. No hay duda de que el debate se centrará en torno a la actuación de Keira Knightley en esta película. Se nota que David Cronenberg sabe hacer cine y dirigir a los actores con los que trabaja. Ha tenido que ser el director canadiense el que coja las riendas de la carrera de la actriz británica para darle un papel digno de su tan publicitado y, al mismo tiempo, casi inexistente talento. Un Método Peligroso nos ha traído a la mejor Keira en muchos años en un papel que sorprende y se hace respetar.
Y es que ella interpreta a Sabina Spielrein, una mujer rusa que comenzó en la Psicología como una desquiciada paciente con trastornos sexuales y que acabó siendo la primera dama del Psicoanálisis. Sus curiosidades acerca de lo que le ocurría a ella y, por demás, al ser humano en su comportamiento sexual le vinieron a raíz de su relación con Carl Jung, rival de Sigmund Freud, y uno de los más importantes psicólogos de la Historia. Knightley proporciona al espectador la que quizás sea su interpretación más arriesgada y difícil.
Dos científicos, por cierto, recreados por Michael Fassbender y Viggo Mortensen. Sin duda, nos encontramos ante dos interpretaciones de altura, especialmente la que nos brinda un irregular actor al que mucho le ha costado salir del personaje de Aragorn y el cual parecía estar buscando su sitio entre un mar de inverosímiles papeles. Pero parece que con Cronenberg, el bueno de Viggo ha podido confeccionar dos interpretaciones de las más recordadas en los últimos años: Promesas del Este, por la que llegó a estar nominado a los Oscar, y Una Historia de Violencia. Su interpretación en Un Método Peligroso es breve, en comparación con sus compañeros, pero confiere al personaje de un aura de principios de siglo dando a su Sigmund Freud una recreación bien merecida. Sin excesos, muy correcto y con frases realmente excelentes.
El que parece haber llegado para quedarse, afortunadamente, es Michael Fassbender. Su Carl Jung es otra lección de interpretación muy discreta que otorga al metraje credibilidad, veracidad y conocimiento científico. Fassbender, actor de moda, puede aspirar a los grandes premios del cine a título individual puesto que estamos ante un intérprete que destaca por la complejidad de sus papeles y del buen ojo que posee al escogerlos. Su capacidad para hacer creíble el más inverosímil de los diálogos le otorgan cierta fascinación por los sectores más rebeldes del público y la crítica.
David Cronenberg no dirige una obra maestra, pero si una de sus mejores películas. Curtido en el cine de terror, ha sabido entrar en el nuevo milenio mostrando al mundo que sabe asustar al espectador de muchas maneras. Si bien la película puede resultar algo pesada a los no iniciados en la Psicología, no hay que desistir. Las interpretaciones principales embriagan los cinco sentidos en este metraje que interrelaciona a tres personajes históricos en base a sus propios estudios sobre la sexualidad y el comportamiento del ser humano ante los estímulos sexuales.
Con un guión lleno de ciencia, romanticismo e Historia basado en la novela de Christopher Hampton (Las Amistades Peligrosas), Cronenberg aspira a conseguir que su película obtenga muchos reconocimientos en lo que resta desde el día de hoy hasta la ceremonia de entrega de los Oscar, donde el que os escribe, espera que reciba alguna nominación.
Un Método Peligroso posee un ritmo ágil y se agradece la condescendencia de su director al no perdernos en las intrincadas líneas de los manuales de Psicología para ofrecernos una historia extrañamente contada en la actualidad en base a lo prohibido en aquella época, algo por lo que David Cronenberg actualiza a la sociedad actualizando su propio cine.

Crítica Blackthorn; El buen western nunca muere

7/10
Los géneros cinematográficos se encuentran en una dinámica de cambio constante, y eso es una buena noticia para todos aquellos que creen que en la originalidad y la capacidad creativa de los artistas se halla la clave para su propia supervivencia. Incluso géneros que gozaron de su particular época dorada en el pasado siglo han podido adaptarse de la mejor forma posible a los nuevos formatos y sensibilidades del público moderno. Así, el western parece renacer al calor (y el ingenio) de una generación de creadores que han encontrado su medio idóneo en la televisión para concebir series como la pionera Deadwood (HBO) o Hell on Wheels, recientemente estrenada por la cadena AMC.
No obstante, esta transformación activa de las fronteras del género van mucho más allá del traslado hacia diferentes soportes. Décadas atrás nadie hubiese podido concebir un western dirigido por un realizador español, con producción mixta, ambientado en Bolivia en las primeras décadas del siglo XX y con un reparto internacional. Pero los tiempos cambian y hoy día podemos disfrutar de una película con estas características aunque con el mismo espíritu inalterado que le dio carta de naturaleza al propio género.
El director Mateo Gil ha logrado en Blackthorn componer una rendida oda de admiración hacia el western norteamericano tradicional alterando algunas de sus señas distintivas pero manteniéndose fiel a los principios morales que distinguían al mismo. Eran películas protagonizadas por personajes rudos con una ineludible misión en la vida principalmente relacionada con venganzas insatisfechas, golpes arriesgados contra la autoridad, culpas en busca de redención o aventuras para impartir justicia en parajes inhóspitos y casi deshabitados donde el hombre se enfrentaba sin remisión a la naturaleza más inclemente.
La película de Gil bebe directamente de estos principios para tejer un hilo argumental que sigue los pasos del mítico forajido Buch Cassidy (recreado también en Dos hombres y un destino por Paul Newman) en los últimos años de su vida (para aquellos que no creen que murió antes) en el desapacible altiplano boliviano, donde de forma fortuita se topa con un ingeniero de minas español perseguido para ser asesinado que le promete una importante suma de dinero a cambio de su protección. La estructura de la historia es puramente clásica aunque no exenta de originalidades que añaden un valor incontestable al film, además de un ritmo sostenido que mantiene la atención del espectador a pesar de los consustanciales planos generales de los vastos paisajes del lugar propios del western (conseguidos de forma magistral por Juan Ruiz Anchía).
Sin embargo, la película carecería de cierto interés sin la presencia abrumadora de Sam Shepard como un curtido Cassidy, que incluso habla un correcto español. Shepard construye un personaje similar al de Jeff Bridges en la reciente Valor de Ley, de los hermanos Coen, distinguido por un carácter irascible aunque entrañable en el fondo, de maneras toscas y con un rígido sentido de la justicia que llega a contrastar con la atmósfera opresiva y violenta que representa el viejo Oeste. Dando la réplica a Shepard, un excelente y atormentado Stephen Rea (un año muy estimulante para su carrera tras su participación en la fantástica serie británica The Shadow Line) aporta credibilidad a un personaje que arrastra como una losa el inexorable paso del tiempo. Entre ambos, Eduardo Noriega lucha por no salir demasiado mal parado ante una cámara que lo rehúye, mientras que un elenco de secundarios de inestimable calidad encabezado por la peruana Magaly Soilier completan un casting bien conseguido.
Blackthorn supone una agradable sorpresa dentro del cine español, una aventura de un director con gran talento (aunque no demasiado fértil tras las cámaras) dentro de un género tan lejano en el tiempo como en el espacio al que, no obstante, rinde un digno tributo sustentado en una fascinación cinéfila apenas disimulada. Esperemos que los Goya no se olviden de una de las mejores películas españolas del año, valiente, contundente, brillantemente interpretada, de una calidad técnica asombrosa y con un cierto punto nostálgico que nos devuelve un cine que nunca se ha terminado de marchar.

Crítica Un Dios Salvaje; El baile de máscaras del mundo civilizado

8/10
Todos nosotros, ciudadanos respetables de la civilización occidental, deberíamos realizar, cada cierto tiempo, un ejercicio de autopercepción; es decir, preguntarnos cómo nos definimos personal e intimamente, cuáles son nuestras inquietudes, ambiciones, flaquezas y contradicciones. Algo muy sencillo y saludable que nos permita vislumbrar, aunque sea mínimamente, en qué medida somos producto del 'contrato' social, qué grosor y forma adquiere la máscara que portamos con orgullo para mostrar al exterior una construcción ficticia de nuestra propia identidad, en ocasiones incluso desconocida, que oculte lo realmente auténtico que nos confiere naturaleza.
La dramaturga francesa Yasmina Reza ha demostrado ya ampliamente y con un refinado aunque malicioso sentido del humor, su capacidad para desvelar esas máscaras que la sociedad burguesa parece exigir para mantener una utópica armonía colectiva. Y además lo ha hecho a partir de un lenguaje y una temática universales, fácilmente accesibles en todos aquellos países donde su obra ha sido representada, que muestran la paulatina homogeneización de los comportamientos humanos y sus consecuentes conflictos en las diferentes sociedades desarrolladas. La sencilla premisa de Un Dios Salvaje, resumida en dos parejas burguesas intentando zanjar civilizadamente un enfrentamiento entre sus respectivos hijos pre-adolescentes, es asimilada con total conocimiento de causa tanto en España, Estados Unidos o Francia, de forma indiferente, como una manifestación común de un modo pautado de comportarse, de parecer respetables.
Esa dignidad pública es precisamente la que pierden de forma hilarante, incluso absurda, los personajes de esta Un Dios Salvaje, trasladada de forma magistral a la gran pantalla por el veterano director Roman Polanski. La recreación minuciosa del único espacio donde se desarrolla la trama (el salón del apartamento del matrimonio 'agredido') contribuye a crear una atmósfera opresiva en la que las interiorizadas convenciones sociales de sendas parejas (de un nivel económico y cultural medio-alto), basadas en una cordialidad impostada y en un forzado espíritu de conciliación, se van difuminando paulatinamente en favor de los instintos más primarios legados de nuestra propia naturaleza animal. Desde esa perspectiva naturalista, podríamos ver a ambas familias, ya despojadas de la parafernalia 'social', como a auténticos humanos primitivos defendiendo irracionalmente a su prole, y eternizando un conflicto en el nadie está dispuesto a ceder.
La obra de Reza (también guionista del film) suscita la reflexión sobre el ser humano en su vertiente social, en ese complejo juego de voluntades solapadas que configuran las relaciones entre iguales. Y lo hace construyendo un sutil engranaje de diálogos hilarantes en el contexto de una situación drámatica que, a causa de lo estrambótico de los sucesos, deviene en comedia. En este aspecto, Polanski demuestra una maestría sublime en su adaptación cinematográfica, ya que hilvana con fluidez una acción en tiempo real, en un sólo espacio y con un ritmo endiablado que mantiene al espectador en un estado de fascinación constante a lo largo de los 75 minutos de metraje. De hecho, Polanski no ahonda o modifica la obra original de Reza (a la cual tuve la suerte de asistir en Sevilla bajo la dirección de Tamzin Townsend y las interpretaciones de Maribel Verdú, Aitana Sánchez Gijón, Antonio Molero y Pere Ponce), sino que se mantiene fiel a la misma focalizando su labor en dirigir a un cuarteto actoral de calidad superior y desplegando toda su experiencia narrativa y visual de forma genial.
Y es que Un Dios Salvaje, a pesar del valor del material, no hubiese sido lo mismo sin la presencia abrumadora de cuatro actores en estado de gracia. El trabajo de Jodie Foster como la escritora altruista y un tanto perfeccionista que se siente, del alguna manera, herida por el acto violento contra su hijo es sencillamente memorable, al igual que la interpretación de Christoph Waltz (debemos agradecer a Tarantino de por vida de haberlo sacado a la luz con Malditos Bastardos) del cínico hombre de negocios al que su propia vanidad le impide reconocer los errores del hijo al que no atiende. Kate Winslet y John C. Reilly completan un cuarteto interpretativo al que Polanski dirige como si de una exquisita sinfonía in crescendo se tratase, hasta alcanzar el clímax final, que no es más que la constatación de la incapacidad de esos padres 'civilizados' de llegar a un acuerdo.
Y así, la película acaba como empieza, con el único plano exterior, como un punto de fuga de la mascarada  (sensacional el cartel) celebrada en el salón de una casa burguesa cualquiera (por ello las redundantes similitudes con El Ángel Exterminador de Buñuel), que arroja luz a la paradójica inmadurez de los adultos, mostrando la resolución paralela del conflicto, sin hipocresías ni poses vacuas, tan sólo con una sinceridad natural. Puro cine.

La Otra Crítica; La Piel que Habito

4/10
La naturaleza de los genios obedece a la construcción subjetiva de su público. Por ello, cada genio encierra en sí mismo una composición dual; de un lado la que los encumbra como modelos o patrones absolutos de un Arte personal y único; de otro, la percepción de ser auténticos fraudes, embaucadores sin escrúpulos, megalómanos con un nútrido coro de aduladores. Quizás sea este el verdadero precio de la fama, el riesgo de ser incomprendido al mismo tiempo que se es agasajado con entusiasmo; la doble cara de la moneda que con cada obra vuelve a ser lanzada al aire, esperando impacientemente quién se alineará en el bando de los detractores, quién en el de los seguidores.
Pedro Almodóvar es un paradigma de ese 'genio' contradictorio, aunque la confrontación de pareceres se manifieste casi exclusivamente en su propio país dada la fascinación que su cine suscita en el extranjero (el exotismo es un claro valor agregado aquí ya asimilado). Con el estreno de cada una de sus películas (salvo excepciones, como la fantástica 'Volver') se aviva un intenso debate nacional en torno a la genialidad de la obra o, por el contrario, el carácter pretencioso de la misma, sin prevalecer por lo general las medias tintas. No obstante, algunos críticos, conocedores de la importancia de la figura de Almodóvar dentro del cine español (no sólo como director, sino también como productor), han decidido permanecer en tierra de nadie (a mi parecer contagiados por cierta cobardía) y así evitar realizar juicios demoledores de lo que realmente sienten, jugando con la ambigüedad y faltando a la honestidad que les exige su oficio.
La última película de Almodóvar, La piel que habito, ha sido especialmente pródiga a la hora de fomentar la discusión. Y es que el relato demencial de un cirujano con una evidente psicopatología que se venga del supuesto violador de su hija al mismo tiempo que suple el espacio dejado años atrás por la trágica muerte de su mujer, ofrece suficientes puntos donde anclar argumentos a favor y en contra. No obstante, no pienso que el principal problema de esta fallida película obedezca al desarrollo de una trama que más bien pretende revisar el mito del Frankestein de Mary Shelley desde una óptica actual en la que la cirugía plástica esteriliza el aspecto terrorífico del entrañable monstruo. Al fin y al cabo, el personaje de Ledgard (re)construye a una persona a la que aspira dotar de una personalidad determinada acorde a sus necesidades, como es paliar su soledad.
La gran imprudencia, por el contrario, de Almodóvar en esta película ha sido sido la estética marcadamente teatral de la que se vale para narrar su historia, haciéndola caer en el más absoluto ridículo de forma redundante, lastrada por unos actores que resultan inverosímiles (y no debido precisamente a su falta de profesionalidad) y una atmósfera más parecida a una pesadilla hilarante que a una auténtica película. Al igual que le ocurrió con la también fallida 'Los Abrazos Rotos', la frialdad de la fotografía, de los escenarios, suscita una reacción de rechazo en el espectador (o en algunos), una desconexión con la trama que hace naufragar cualquier intento de parecer creíble.
De hecho, el primer tramo de la cinta, con la estrambótica aparición de Roberto Álamo incluída, es un despropósito de dimensiones inconmensurables del que apenas puede recuperarse en el tramo final, cuando comienza a avistarse cierta coherencia (dentro siempre de la pesadilla surrealista que es la obra). Por otro lado, los diálogos precisan de una consideración aparte, ya que el director ha sido incapaz de insuflar cierta naturalidad a los mismos para que sus actores puedan creer al menos algo de lo que están diciendo. Antonio Banderas se encuentra perdido en una de las peores interpretaciones de su carrera cinematográfica, Elena Anaya lo intenta con más éxito pero sin un verdadero fondo dramático, Marisa Paredes es sobrepasada por las circunstancias de su personaje, incluso la jóven Blanca Suárez, a pesar de trabajar con uno de los grandes, no debe estar especialmente contenta con su actuación.
En resumen, el Almodóvar-director ha conseguido dilapidar todo el trabajo 'rescatable' del Almodóvar-escritor. Hoy día pocos dudan de la calidad del director manchego, de su estilo personal y único muy necesario dentro de nuestra cinematografía y de cara a su promoción internacional, no obstante, en los últimos años parece estar enredándose en géneros y estilos que le vienen grande incluso a su poco disimulada megalomanía de genio absoluto del cine español. Además, nadie parece estar dispuesto a decírle con total franqueza (quizás el único que se ha expresado claramente ha sido, como no, Carlos Boyero) que su última película es dramáticamente ridícula; incluso recibirá no pocas nominaciones a los Goya para completar su ansiada reconcialiación del último año, en medio del entusiasmo de los medios de comunicación y sus amigos los críticos. España necesita un director del que sentirse auténticamente orgullosa, pero así no, con esta clase de película, no llegamos a ningún lado.

Crítica José y Pilar: Literatura y Vida

9/10
Tiempo. Eso es lo único que anhelaba el escritor portugués José Saramago en los últimos años de su vida. Más tiempo. Era reconocido internacionalmente como un pensador de referencia legitimado por una dilatada obra literaria de resonancias filosóficas, una voz autorizada para arremeter contra los políticos, la banca, el sistema capitalista, para erigirse como abanderado de una lucha latente y silenciosa de indignación generalizada; un líder de pensamiento, un maestro de conciencias. Aunque más allá de toda la parafernalia intelectual de la que siempre huyó con su humildad esencial, Saramago no era más que un hombre enamorado de su mujer, esa que había llegado demasiado tarde, pero que finalmente lo había hecho para su mayor felicidad.
Sin embargo, el tiempo se agotaba, inexorable. Y es que la contradictoria naturaleza humana es especialmente estricta en esta cláusula, en el carácter finito de nuestra existencia. De poco importa que tus palabras hayan iluminado a millones de lectores, que con tus ideas hayas avivado los espíritus de tantos hombres y mujeres, que tu vida haya brindado una razón necesaria para la comprensión de un mundo que vacila entre la descomposición y el progreso; pues, al final, la humanidad emerge, de forma irremisible, sin entender de utilidades, amor o gloria.
Saramago siempre negó temer a la muerte, pues la conceptualizaba como un elemento natural de nuestra existencia. No precisaba arrepentirse en el lecho para una salvación espiritual de última hora a cargo de la divinidad a la que nunca dio réditos suficientes para vivir encadenado a ella. Lo único que lo aterrorizaba era la certeza del no-estar, ese vacío de la consciencia, del pensamiento, que finalmente apagaría sus luces para siempre. Quizás por ello jugara con la irrebocalidad del destino en su novela 'Las intermitencias de la muerte', para alcanzar un convencimiento impostado de lo perentorio de nuestro final. Ver a Saramago en la cercanía de la cámara desnuda pidiendo ese tiempo que le faltaba resulta conmovedor en la medida que enlaza con lo auténticamente humano de nuestra condición. Es en ese preciso instante cuando se desvela la inutilidad de todo lo accesorio que ocupa ese tiempo que un día se agotará sin remisión, y la necesidad de vivir inmersos en el amor y el respeto a uno mismo.
La película de Miguel Goncalves Mendes nos descubre a un Saramago cotidiano, sin ropajes bajo los que disfrazar su verdadera condición. Y es que a la hora de retratar a un personaje de estas características es sumamente fácil precipitarse hacia un pozo de convencionalismos, lugares comunes y un poco disimulado ejercicio de adulación compartido por su público. Afortunadamente, en la pantalla se presenta a un hombre muy alejado del halo de intelectualidad que presumiblemente lleva adosado para bucear en la cotidianeidad de sus últimos años a través de la ironía de la que siempre hizo gala. Por ello, no se eluden momentos cómicos, declaraciones tan veraces como hilarantes, el drama acarreado por su última enfermedad o la entrañable relación con Pilar, el otro eje trascendental del documental.
Pilar del Río no es sólo la persona que siempre aparece en la dedicatoria de los libros de Saramago, sino la traductora, gestora, soporte e inspiradora de toda su obra. Pues Pilar tiene para todo y para todos; por algo es andaluza, feminista y mujer de una poderosa presencia que llega incluso a eclipsar a su propio marido en virtud a una verborrea sincera y apasionada. Asimismo la descubrimos como la mitad indisoluble de un matrimonio feliz basado en un amor en el que hay mucho de fascinación y comprensión mutuas.
Lo cierto es que nunca un documental sobre la vida de un escritor había sido tan entretenido, incluso apasionante, como José y Pilar. Con un ritmo siempre sostenido no exento de recursos narrativos y estilísticos del ámbito cinematográfico más renovador, la película desgrana el último tramo de una vida extenuante y excitante a partes iguales, desbordante de amor, sinceridad, ironía y melancolía por el tiempo que se escapa. Un documento fílmico de un valor incuestionable concebido para disfrutarlo en el más amplio sentido del término, así como para aprender de todas las lecciones que encierra en el retrato fiel de uno de los grandes escritores y pensadores de nuestro tiempo.
José Saramago finalmente se quedó sin tiempo, pero su obra permanecerá para siempre, ajena a la condición finita del ser humano, extendiendo su sabiduría a través de otras tantas existencias de tiempo limitado.

Crítica Las Aventuras de Tintín; Spielberg y Jackson nos hacen un favor

7/10

Junto con Super 8, Steven Spielberg está demostrando que lo suyo con la nostalgia es algo serio. Pese a estar dirigida por J. J. Abrams, uno de sus alumnos más aventajados, Super 8 tenía el innegable sello de las grandes aventuras creadas por el Rey Midas de Hollywood a lo largo de su prolífica carrera.
Ahora, y junto con otro peso pesado de los últimos años en el cine llamado Peter Jackson, ha puesto sobre la mesa una aventura con una calidad técnica propia de dos magos del Séptimo Arte y un guión bastante fiel a las páginas originales dibujadas por Hergé.
Las Aventuras de Tintín son una buena muestra de la utilidad que puede tener el uso de las nuevas tecnologías a la hora de recrear grandes historias y es que, frente a otros productos con una simpleza narrativa evidente, esta cinta de Steven Spielberg y Peter Jackson muestra como dos grandes nombres pueden tejer una apasionante trama sin un segundo de respiro para el espectador.
Hay momentos en los que uno puede llegar a creerse que lo que está viendo ha sido realizado con actores reales y que el uso del 3D y la animación no son más que patrañas. Sin embargo, y aunque estemos ante una de las películas de animación más importantes del último año, hay que tomarse las cosas con cautela. Cierto es que Tintín le ha dado mil vueltas narrativamente hablando a otro tipo de películas con mucho más éxito en todo el mundo en su tiempo. Sin embargo, no hay que olvidar que esta adaptación de los cómics de Hergé procede directamente del aprendizaje de Spielberg y Jackson en los estudios de James Cameron. A muchos nos fastidia esto, sobre todo a los que pensamos que Cameron sigue siendo el mismo sátrapa adulador del billete verde que lo fue en su tiempo.
Spielberg y Jackson se empaparon de las técnicas visuales y efectos especiales que Cameron utilizó para Avatar y los aplicaron, mejorados, a esta película que cuenta con interpretaciones de actores reales basadas en el motion capture system, un sistema de captación de movimientos que permite que Jamie Bell, Daniel Craig y Andy Serkis pongan sus movimientos al servicio de esta gran aventura que contentará a niños y adultos.
Ambos cineastas mantienen en vilo al espectador desde el primer minuto de la película y regalan secuencias de una calidad propia de tan ilustres realizadores. No hay que olvidar que Jackson será el encargado de dirigir la segunda parte, prevista para cuando el director termine de rodar El Hobbit, su proyecto más largo y maldito hasta la fecha.
Con una banda sonora de escándalo compuesta por el gran compositor John Williams, no hace falta presentación alguna. Y si encima la película comienza con unos créditos que recuerdan al mejor Spielberg de Atrápame Si Puedes, entonces tenemos una buena tarde de cine asegurada. Con aventuras incansables, el joven Tintín buscará el secreto de un barco perdido con la ayuda de los míticos detectives Hernández y Fernández (Thompson & Thomson o Dupont & Dupond en versión original) magníficamente recreados por Simon Pegg y Nick Frost así como el Capitán Haddock, en un formidable papel y una recreación fantástica a cargo de todo un experto en el sistema de captación de movimientos como es Andy Serkis, el cual ya se ha puesto en la piel de Gollum, King Kong o César en El Origen del Planeta de los Simios.
Steven Spielberg no ha creado su película más espectacular ni ha sorprendido a nadie con esta película. Hace muchos años que el director ya está más que consagrado para el gran público. Sin embargo, siempre se agradece ver que dos mentes preclaras como las de Spielberg y Peter Jackson se unen para crear una aventura como pocas hemos visto en este año 2011 y que tanta falta nos hacen en las carteleras para pasar una buena sesión de cine y gastarse el dinero.

[SEFF´11] Crítica Si No Nosotros, ¿Quién?; Las verdades de la Alemania de posguerra

7/10

Asistimos a un capítulo superado de la historiografía de uno de los países más castigados y castigadores de la Historia de la Humanidad. Alemania reflexiona sobre sus propios miedos y sobre su pasado en Si No Nosotros, ¿Quién?, la primera película de ficción del documentalista Andres Veiel y premiada con el Giraldillo de Plata y el premio al Mejor Actor para August Diehl en la presente edición del SEFF´11. Una película que puede ser considerada como una precuela de lo que Uli Edel contó en la gran R.A.F. Facción del Ejército Rojo y que sirvió de ilustración a uno de los momentos más tensos de la Historia reciente de Alemania. Aquel grupo terrorista sembró el pánico en las calles de medio país reclamando la lucha contra el nuevo fascismo encabezado por el capital, traído de la mano de los Estados Unidos.
Andres Veiel tira de documentación, que al fin y al cabo es su especialidad, para reflejar los antecedentes no del líder de la Facción, Andreas Baader, sino de la que fue su mujer, Gudrun Ensslin, interpretada por Lena Lauzemis. Veiel sorprende en esta película que, a ratos puede resultar algo pesada por la gran cantidad de información que vierte a lo largo del metraje y que puede llegar a confundir a un espectador no iniciado en el tema.
Con el Giraldillo de Plata de la edición del Sevilla Festival de Cine Europeo, Si No Nosotros, ¿Quién? se ha reafirmado como una de las películas más fuertes de la Sección Oficial a concurso. Su paso por el Festival de Berlín ya fue el preludio para el moderado éxito de una película confeccionada para ser un documento histórico de un país tan significativo como Alemania.
Andres Veiel ejecuta de manera soberbia los tempos de la película. Si bien en la primera hora de metraje, el protagonista absoluto es el personaje de August Diehl y creemos que la película versará sobre la dualidad ideológica en la que Bernward Vesper navegó durante años. Sin embargo, al llegar a la mitad del metraje observamos como las tornas van cambiando y su director nos muestra como la protagonista femenina encuentra a Andreas Baader y deja a su marido y su hijo para satisfacer sus necesidades de lucha contra el incipiente capitalismo.
El género documental siempre da para contar miles de historias en diferentes épocas que retratan miles de sociedades diversas en un mismo planeta. En esta ocasión, estamos ante una historia de violencia, amor, terrorismo y un manual de la Historia reciente de la Alemania posterior al gobierno de Konrad Adenauer. La extrema izquierda, representada en todos los componentes de la RAF aparecen desdibujadas en una cinta que prefiere contar una historia muy centrada en sus dos protagonistas sin perderse en subtramas absurdas. Andres Veiel consigue inculcar en el espectador diversas imágenes en blanco y negro que ilustran una época muy complicada en un país que ha sufrido tanto como se ha sabido perdonar a sí mismo por tantos errores y crueldades como cometió a lo largo de tantos años. Quizás la grandeza de Alemania radica en que saben hablar sin tapujos de su atronador pasado, algo de lo que deberíamos aprender todos los países en los que seguimos bajo los tópicos y las absurdas definiciones de ideologías que nublan visiones históricas a favor de posicionamientos políticos inmerecidos.
Si No Nosotros, ¿Quién? es una buena película que demuestra que en Alemania saben hablar de su historia sin tapujos y con un trasfondo casi documental, mostrar la cruda realidad de la formación de un grupo terrorista que sembró el pánico en las calles de media nación.

[SEFF´11] Palmarés del Sevilla Festival de Cine Europeo 2011

Anoche, en la gala de clausura del Sevilla Festival de Cine Europeo, conocimos los nombres de los premiados de la edición de este año. Algunos de esos nombres fueron sorpresas que dieron por terminada este octavo certamen cinematográfico sevillano.
Con la presencia del cineasta ruso premiado a toda su trayectoria Nikita Mikhalkov, el actor Carlos-Álvarez Novoa o el director Benito Zambrano, anoche se entregaron los premios correspondientes a la Sección Oficial del Sevilla Festival de Cine Europeo. El Giraldillo de Oro y, por tanto, los 40.000 euros para su distribución fueron a parar a Siempre Feliz, una producción noruega que ha tenido buena acogida por parte del público al tratarse de una simpática comedia sobre, al parecer, un tema muy común en el país escandinavo.
Por su parte, el Giraldillo de Plata fue a parar a las manos de Andres Veiel y su película Si No Nosotros, ¿Quién?, una cinta pseudo documental que narra las vivencias de una de las fundadoras del movimiento R.A.F. en la Alemania de la Guerra Fría. La dotación económica del premio es de 20.000 euros para la distribución de la película.
El Premio Especial del Jurado ha recaído en la ambiciosa producción del realizador polaco Lech Majewski por su película El Molino del Tiempo, donde reinterpretaba la obra de Peter Brueghel con unos efectos especiales de última tecnología.
Dos de los premios más sonados del Festival han sido para Shame, que ha conseguido alzarse con el galardón al Mejor Director para Steve McQueen y Mejor Actor para el alemán Michael Fassbender por quizás la interpretación masculina más impactante de todo el Festival de Sevilla y, posiblemente, de todo lo que llevamos de año cinematográfico. Ex aequo al premio al Mejor Actor también fue concedido un galardón a August Diehl por su recreación de Bernward Vesper en Si No Nosotros, ¿Quién?
Por su parte, el galardón a Mejor Actriz ha sido concedido ex aequo a dos intérpretes. Por un lado, a Nadehna Markina por Elena, nominada también a los Premios del Cine Europeo y a Bien de Moor por Code Blue.
El Premio Eurimages a la mejor coproducción europea fue, por unanimidad del jurado, para Shun Li and the Poet. El premio está dotado con 20.000 euros con el fin de proporcionar más distribución a una película que refleja la integración de los inmigrantes como uno de los problemas más acuciantes de la actualidad y un deber para todos.
En el apartado de First Films First, la ganadora fue la realizadora Morteza Farshbaf por la producción de nacionalidad iraní Mourning.
La Sección EFA también repartió sus premios siendo la ganadora a la Mejor Película la producción francesa dirigida por Michel Hazanavicius The Artist, resultando ser una de las cintas con mayor acogida y ovaciones por parte del público asistente. El premio se compone de 35.000 euros para la distribución de la película en España. Por su parte, hubo una mención especial para Lidice, otra de las producciones más destacadas de este Sevilla Festival de Cine Europeo.
El Premio Eurodoc a la mejor película documental con 15.000 euros de premio para su distribución fue para La Roca, dirigido por Raúl Santos y el jurado concedió una mención especial a Las Constituyentes, dirigido por Oliva Acosta.
La Asociación de Escritores Cinematográficos de Andalucía decidió conceder su premio a El Molino del Tiempo, de Lech Majewski y también una mención especial a Mercado de Futuros, dirigida por Mercedes Álvarez.
Tres Veces Veinte Años, de la realizadora Julie Gavras consiguió alzarse con el Premio Jurado Campus concedido por un jurado formado por estudiantes de la Universidad de Sevilla.

[SEFF´11] Crítica Le Havre; Necesaria fábula sobre la inmigración

7/10

El director finlandés Aki Kaurismäki parece haberse quitado todos sus topicazos para regalarnos Le Havre, un fabuloso cuento sobre la solidaridad con el extraño, con el inmigrante, con un ser humano en base a nuestra propia naturaleza. Con 4 nominaciones a los premios de la Academia del Cine Europeo, Le Havre se constituye como una de las cintas mejor acogidas de lo que llevamos de Sevilla Festival de Cine Europeo. Hace algún tiempo, meses atrás, algún aficionado furibundo me insultó por una crítica que le había tocado la fibra y, consciente de aquella malintencionada grosería, el tal individuo me remitía a las películas de Kaurismäki porque yo no entendía de cine. Naturalmente, no pude hacer más que reírme y seguir trabajando. Mi gozo se vio completo cuando observé que, en el programa del Festival de Cine Europeo de Sevilla, venía la última película de uno de los narradores más destacados de toda la cinematografía europea.
Confieso no ser un experto en el cine del realizador finlandés pero, para el caso, lo importante es poner en común los elementos que hacen que Le Havre sea uno de los estrenos más calidos que se han celebrado en el marco de este festival sevillano. Los aplausos no se hicieron esperar al término de una fábula en la que se recurre continuamente a la emotividad y a los pensamientos más internos del espectador. La empatía con los personajes hace que Kaurismäki haya logrado contar una historia más allá del uso de las técnicas cinematográficas que, en ocasiones, han conseguido rozar el tedio más absoluto.
Encontramos que la película, algo raro en este tipo de cine europeo, está totalmente basada en el uso de continuos planos medios y primeros planos mientras que la cámara permanece absolutamente inmóvil y no hay juego de ejes proporcionando al metraje un aura de teatralidad que ayuda a comprender las intenciones de Kaurismäki. Le Havre es una película donde los silencios y lo que no se observa a simple vista cuenta mucho más que el propio guión, firmado por el realizador y de una factura intachable, con unos momentos para la risa más sonora y otros para la emoción y el sentimiento más profundo. Kaurismäki ha sabido conjugar los tiempos y no pasarse de listo en ninguno de los 93 minutos que dura la proyección.
Con una fotografía que recuerda a los años 60 (no olvidemos al comisario, homenaje manifiesto al cine de los 70 con ese vestuario), primeros coletazos del cine en color, donde los vestidos, los utensilios, el atrezzo y los decorados conjugaban el uso de los colores primarios, Le Havre nos trae una profunda reflexión sobre la complicada situación de los inmigrantes en tierra extraña y más aún cuando se trata de niños y jóvenes. A lo largo de la película, y gracias a la buena interpretación de André Wilms, descubriremos que el ser humano realmente puede ser bueno por naturaleza y sus actos, estar llenos de buenas intenciones pretendiendo cambiar los diferentes mundos a través de pequeñas cosas.
Le Havre es absolutamente recomendable para pasar una buena tarde de cine en el Sevilla Festival de Cine Europeo. Tal vez no sea la mejor película de Kaurismäki pero consigue que el espectador arranque una sonrisa y empatice con sus personajes mejor que muchos de los pretenciosos proyectos que se han presentado como panacea del cine europeo.

Personajes Ilustres: Viva Zapata!

 7/10
En el dilatado recorrido histórico de la humanidad existe un puñado de personajes que, por su trascendencia en el desarrollo de acontecimientos cruciales y la mitología creada en torno a ellos, justifican el acercamiento del ámbito cinematográfico para su recreación y, por tanto, el surgimiento del género biográfico. El general mexicano Emiliano Zapata es una de esas figuras de incuestionable valor para la historia de un país que aún hoy se siente deudor de su entrega en pos del triunfo de la revolución y su posterior y trágico final.
Curiosamente no fueron los mexicanos los encargardos de rendir un merecido tributo a Zapata en forma de película (aunque hayan realizado algunos intentos fallidos y de cuestionable gusto), sino los norteamericanos, con toda la espectacularidad que los define y un selecto elenco de estrellas de la meca de Hollywood al servicio de un guión del escritor John Steinbeck y la dirección del laureado Elia Kazan, los que mostraron al mundo la historia de un líder campesino que hizo de su vida una constante lucha contra aquellos que arrebataban las tierras a su pueblo. La fascinación suscitada por el personaje iba más allá del simple retrato épico de un combatiente con ideales férreos; enlazaba con la recreación de una época en la que la lucha sin escrúpulos por el poder magnificaba la coherencia y la altura moral de nuestro personaje, quien elevaba sus objetivos de la atmósfera cerrada de traiciones y miserias de los gabinetes gubernamentales.
Quizás por ello Emiliano Zapata haya sido encumbrado por el tiempo como el líder revolucionario más popular y venerado por los mexicanos; por que, ya fuese por su muerte prematura o lo indefectible de su conducta, nunca se dejó corromper por las mieles de la autoridad en la misma medida que el resto de generales coétaneos. Su figura ha resistido a la historia, ha crecido en virtud a un sentido de justicia que únicamente se correspondía con la indignación que le suscitaba la avaricia de los terratenientes y el sufrimiento de los campesinos que, como él, padecían el hambre y la desesperación de los sin tierra. Sus ambiciones no iban más allá de restituir lo que sabía que era de su pueblo desde tiempos inmemoriales, y eso fue precisamente lo que acabó con su vida; su falta de codicia y la fidelidad a sus orígenes lo hicieron un elemento extraño, incómodo, dentro de una cúpula militar que únicamente anhelaba la misma silla dejada vacante por Porfirio Díaz.
La película de Elia Kazan muestra en gran parte el recorrido vital de Zapata en sus episodios capitales, al mismo tiempo que indaga en los terrenos más personales del general, como su matrimonio con Josefa (interpretada por Jean Peters), la relación con su hermano Eufemio o el analfabetismo que arrastra como un lastre con el que ansía acabar. El guión de Steinbeck, al igual que el de la magistral Las uvas de la Ira, posee una solidez clásica, con diálogos incisivos y una narración segmentada en grandes cuadros por el uso eficaz de la elipsis temporal; no obstante, la vaga sensación creada en el espectador una vez finalizado el film es que la vida de Zapata daba para mucho más, que la época revolucionaria mexicana era un excitante cosmos de intrigas políticas del cual la película únicamente da fe de forma colateral, que la historia en sí, con todos sus mitos populares y leyendas, proveía de un material ingente por explotar desaprovechado en parte por la certera pluma de Steinbeck.
Al fin y al cabo, no debemos obviar de que se trata de una película de Hollywood que, además de divulgar la figura de Zapata, debe rendir pleitesía al star system que lo sustenta. Por ejemplo, si bien es cierto que la presencia en pantalla de Marlon Brando es abrumadora, es igualmente comprensible que por sus características físicas no llega a encajar en el personaje de Zapata, a pesar del mostacho de pega que luce como única caracterización. Por el contrario, Anthony Quinn sí llega a convencer como Eufemio (y por tanto claro merecedor del Oscar), al igual que el gran Alan Reed como Pancho Villa. También nos rechina algunas amables referencias de campesinos al sistema ideal de Estados Unidos en un tiempo en el que aún quedaba relativamente cerca la pérdida de la mitad del territorio mexicano a manos de los gringos; lo que muestra escasa veracidad histórica y una clara licencia de los productores para su propio agasajo.
A pesar de ello, nadie duda de que Viva Zapata! es una buena película que nos desvela a uno de los grandes personajes del pasado siglo, traicionado en su muerte y en su recuerdo. México lo homenajea con orgullo, sin embargo, los campesinos de Morelos continúan sin tierras y el pueblo pasa hambre mientras una casta de políticos corruptos continúa saqueando un país tan maravilloso como contradictorio.

[SEFF´11] Melancolía, favorita a los premios de la Academia del Cine Europeo

Ocho son las nominaciones con las que la última película de Lars Von Trier, Melancolía, compite en la próxima edición de los premios de la Academia del Cine Europeo que se celebrará el próximo 3 de diciembre en Berlín. En un acto celebrado en Sevilla durante la mañana del 6 de noviembre, en el marco del Sevilla Festival de Cine Europeo, se anunciaba que el director danés parte como favorito con el doble de nominaciones que sus máximas competidoras, The Artist, El Discurso del Rey, Le Havre, En Un Mundo Mejor y El Niño de la Bicicleta para alzarse con el trono que este año deja vacío Roman Polanski y su El Escritor.
En la categoría de Mejor Director estarán presentes Susanne Bier por En Un Mundo Mejor, Jean Pierre y Luc Dardenne por El Niño de la Bicicleta, Aki Kaurismaki por Le Havre, Béla Tarr por The Turin Horse y Lars Von Trier por Melancolía. Se ha notado y cuestionado la ausencia del director francés Michel Hazanavicius por la maravillosa The Artist o del cineasta británico Tom Hooper, oscarizado el pasado año por El Discurso del Rey.
Como Mejor Actriz Europea, la EFA ha escogido cinco interpretaciones muy sonadas y destacadas durante el último año. Melancolía obtiene dos nominaciones en esta categoría gracias a los roles de la actriz norteamericana Kirsten Dunst, premiada en Cannes, y Charlotte Gainsbourg. Por otro lado, Cecile de France obtiene una candidatura por El Niño de la Bicicleta así como Nadezhda Markina por Elena y Tilda Swinton por We Need To Talk About Kevin.
En la categoría de Mejor Actor Europeo, encontramos a los dos grandes favoritos de la noche del próximo 3 de diciembre. Colin Firth por El Discurso del Rey y Jean Dujardin por The Artist. El duelo está más que servido. Los otros tres nominados son Michel Piccoli por Habemus Papam, Mikael Persbrandt por En Un Mundo Mejor y André Wilms por Le Havre
Los cuatro candidatos a alzarse con el máximo galardón en la categoría de Mejor Guión Europeo son los hermanos Dardenne por El Niño de la Bicicleta, Anders Thomas Jensen por En Un Mundo Mejor, Aki Kaurismaki por Le Havre y, convirtiéndose en el gran favorito, Lars Von Trier por su angustiosa visión del Apocalipsis en Melancolía.
El Premio Carlo di Palma a la Cinematografía Europea, lo que viene siendo Mejor Fotografía, se otorgará a Manuel Alberto Claro por Melancolía, Fred Kelemen por The Turin Horse, Guillaume Schiffman por The Artist o Adam Sikora por Essential Killing.
Tres son las nominadas al premio correspondiente al Mejor Montaje Europeo. Tariq Anwar por El Discurso del Rey, Mathilde Bonnefoy por Drei y Molly Malene Stensgaard por Melancolía. España entra en los apartados correspondientes a Mejor Compositor Europeo para Alberto Iglesias por La Piel Que Habito y para la dirección artística de Antxon Gómez por la cinta de Pedro Almodóvar. Las partituras de The Artist, El Discurso del Rey y The Turin Horse también están nominadas a una de las categorías de las que puede salir uno de los próximos favoritos para la entrega de los Premios Oscar.

[SEFF´11] Crítica The Artist, Gracias, cine, por existir

10/10

¿Por qué amamos el cine? ¿Por qué el séptimo arte es tan parte de nuestras vidas que lo consideramos como un elemento esencial en nuestro devenir cotidiano? ¿Por qué ese amor? ¿Por qué esa pasión? Pues podemos encontrar la respuesta a todas estas preguntas en una película que refleja, parafraseando aquel programa de José Luis Garci, "¡qué grande es el cine".
Mucho ha pasado desde que el cine sonoro cambió las vidas de actores, directores, productores, técnicos, guionistas y demás personal que se necesitaba para poder llevar a los miles de salas de todo el mundo un sistema revolucionario que cambió las formas y manuales de rodar una producción fílmica. Han pasado más de 90 años desde que El Cantor de Jazz, considerada como la primera película sonora, hiciera ver que existía una modernidad más allá del cine sin palabra hablada.
The Artist reúne un manual de uso del lenguaje audiovisual realmente imprescindible para todo amante del cine, mudo y sonoro. Resulta espectacular contemplar los 100 minutos de metraje mientras nuestros ojos no pueden despegarse de la pantalla a la espera de saber qué es lo que ocurre en la siguiente secuencia. The Artist es mucho más que cine. La nueva película de Michel Hazanavicius es una dedicatoria, una declaración de amor al Séptimo Arte que nos hace partícipes a los espectadores de lo maravilloso que es ver una película muda aún habiendo pasado casi un siglo desde que se realizó la última de ellas y las pocas palabras que se necesitan para expresar toda clase de sentimientos.
Paradójicamente, nos enfrentamos en pleno siglo XXI a una cinta que ahonda en la llegada de una tecnología que no es el 3D, ni el IMAX ni nada por el estilo. Nos enfrentamos a la base de nuestro cine, al sonido, a la palabra hablada. Al fin de la carrera de muchas de las estrellas de la época. Quizá, por ello, los que todavía nos mantenemos rezagados ante la inminente llegada de las tres dimensiones, hemos hallado en la cinta de Hazanavicius un hálito de esperanza que nos recuerda de donde viene el cine de verdad, el que amamos y con el que hemos desarrollado nuestro amor a tantas obras fílmicas a lo largo de años de Historia. 
Sorprende también que estamos ante una película muda que refleja la llegada del sonoro. A través de secuencias absolutamente maravillosas, The Artist nos repasa un periodo comprendido entre 1927 y 1932, entre las últimas películas mudas y las primeras sonoras donde las estrellas emergentes que bailaban y dictaban sus diálogos conseguían lo impensable, superar a figuras como Charlie Chaplin, Buster Keaton o Harold Lloyd, maestros del cine mudo que no resistieron la llegada del sonoro, el cual truncó sus carreras para siempre. 
The Artist contiene unas secuencias que nos recuerdan el ejemplar amor que sentimos por el cine gracias a un equipo de actores curtidos en el cine casi neotecnológico pero que completan unas interpretaciones como jamás se han visto en una gran pantalla en los últimos años. Hazanavicius vuelve a dirigir al increíble Jean Dujardin en una interpretación que quedará como, espero, la mejor de lo que llevamos de 2011. Ambos vuelven por la puerta grande con una dirección arriesgada y brillante así como una interpretación principal digna del mejor Rodolfo Valentino por parte del intérprete que fue premiado como mejor actor en el pasado Festival de Cannes.
Por otro lado, la pantalla se llena de candidez en cuanto aparece Berenice Bejo, una protagonista digna de pertenecer a los mismísimos años 20. Junto a esta pareja, encontramos dos interpretaciones secundarias emotivas y dignas de mención como son las de John Goodman, tiránico productor acorde con los tiempos, y a un James Cromwell a la altura de sus mejores interpretaciones en su prolífica carrera.
Con una banda sonora espectacular compuesta por Ludovic Bource, The Artist es un fiel reflejo de las emociones más profundas del amante del buen cine, de aquel que añora tiempos mejores en un arte que parece condenado a la simpleza, a lo banal y a lo "americano". Francia suele regalar de vez en cuando buenas películas pero, en esta ocasión, lo que nos han regalado ha sido un auténtico homenaje a todos los que nos dedicamos a esto del cine. Ya seamos periodistas, actores, directores, guionistas, músicos o productores, The Artist nos retrata a cada uno de nosotros como parte de la Historia del Cine y nos hace partícipes de un homenaje que no se volverá a repetir convirtiendo a esta obra maestra del cine europeo en algo único y especial digno de recordar durante el resto de nuestra vida.

Crítica Criadas y Señoras; El lado oscuro de América

7/10
Uno de los personajes centrales de The Help aseveraba al comienzo de la trama que siempre supo que trabajaría toda su vida como criada, al fin y al cabo, su madre y su abuela también lo habían sido. Nadie le había preguntado si deseaba dedicarse a cualquier otra tarea. Sus aspiraciones y anhelos sencillamente no importaban. Había nacido negra en el estado de Mississippi y ese era el único dato trascendental para conocer su destino irrebocable. Como ella, cientos de mujeres de color habían heredado de sus antepasados, los esclavos del sur estadounidense, un modo de vida que no distaba en demasía de las viejas prácticas de los terratenientes blancos, aunque ahora bañado por una ligera pátina de igualdad ficticia y conmiseración impostada que apenas podía ocultar la tiranía de las clases medias emergentes de los barrios residenciales.
La revisión histórica de las miserias domésticas de Estados Unidos siempre ha estado sujeta a un estricto control por parte de la industria de Hollywood. El rol del país como abanderado mundial de los valores democráticos y los derechos humanos no casaba con la auténtica realidad vivida por las minorías étnicas (mayoría en algunas zonas) despojadas de los derechos civiles que la clase política federal pregonaba con soberbia para el resto de países. El racismo era una vergüenza nacional vivida en silencio por aquellos que la padecían en la tierra de las oportunidades, tan flagrante como otros episodios trágicos de la humanidad (el apartheid en Sudáfrica), aunque conocida en menor medida ante la superioridad moral esgrimida por el país en el escenario internacional.
Tate Taylor compone sobre la novela de Kathryn Stockett una bonita película sobre mujeres atrapadas en un ambiente opresivo que desvela algunas de las grandes lacras sociales arrastradas en el sur del país aún en los años 60, momento de eclosión de los movimientos de reivindicación racial que brotaron por todo el territorio ante una situación de exclusión insostenible. La historia se cimienta en torno al personaje de Skeeter, una joven periodista que no acepta la vida predeterminada de las chicas de Jackson (consistente en casarse, tener hijos y mantener una vida social respetable ante los ojos de la comunidad), y que decide indagar en la realidad cotidiana de las criadas negras que cuidan de los hijos de sus patronos y desempeñan todas las tareas del hogar por un mísero sueldo y ante la mirada desdeñosa de las remilgadas señoras. Para escribir su revelador libro de testimonios, deberá ganarse previamente la confianza de las mujeres y romper así la barrera de silencio impuesta por el miedo a ser despedidas de sus trabajos.
La historia es sencilla y se desarrolla con fluidez, alternando los momentos dramáticos con instantes de gran comicidad que alivian el peso de la trama, quizás algo dilatada pero sostenida por un ritmo ameno que logra mantener la atención del espectador hasta el final. Y es que, a pesar de desvelarse en ciertos detalles un tratamiento algo artificioso en la búsqueda de la lágrima fácil, la película logra conmover en virtud a las propias vivencias de las criadas, engarzadas a partir de una narración sin artificios y con un cuestionable gusto por el flashback, aunque eficaz en la descripción emocional de sus personajes.
A ello contribuye el excelente reparto femenino encabezado por la majestuosa Viola Davis, que aporta veracidad y profundidad al personaje de Aibleen, y secundado por la oronda y expresiva Octavia Spencer, la omnipresente Emma Stone (muy pronto la novia del nuevo Spiderman) como la joven periodista a través de la que se filtra cierta cordura en un ambiente demencial, y las señoras Bryce Dallas Howard (sensacional en su rol de maquiavélica ama de casa), Jessica Chastain y las veteranas Sissy Spacek y Allison Janney (qué tiempos en los que encandilaba en cintas como Willow).
Criadas y Señoras tiene los ingredientes imprescindibles para ser la sorpresa del año; una historia atractiva con trasfondo histórico, excelentes interpretaciones y una narración sencilla que mantiene el interés incluso en el espectador más inquieto. La taquilla estadounidense ya la ha respaldado ampliamente y su nombre comienza a sonar en las quinielas de los próximos Oscar, aunque sea en forma de una merecida nominación al mejor guión adaptado. Lo cierto es que la película conmueve y entretiene, algo que no es superfluo en los tiempos que corren.

Crítica Melancolía; Lars Von Trier y la Metafísica

8/10

El mismo director ha confesado que Melancolía es una película de consumo rápido alejada de cualquier parecido con sus obras maestras, Bailando en la Oscuridad, Dogville o Rompiendo las Olas. De hecho creo que, por esa razón, la película es de un agrado como nunca podremos ver a lo largo de la carrera de este director danés. Mucho ojo, porque no es una película de consumo mayoritario y estamos ante una obra de uno de los máximos exponentes del cine de autor europeo.
Miembro fundador del movimiento cinematográfico Dogma 95, Lars Von Trier ha provocado a la audiencia desde hace veinte años con películas muy particulares que sirven de vía de escape para las depresiones en que cae Von Trier. Desde Europa a esta Melancolía, hemos sido testigos de diferentes retratos de formas de vida tan diversas como los mostrados en Dogville o psicoanálisis demasiado macabros en Anticristo. Este año, la cinta vino precedida de las polémicas declaraciones del director en las que  manifestó su apoyo al gobierno de Adolf Hitler durante el Tercer Reich, algo que luego se empeñó en desmentir aunque no pudo evitar ser declarado persona non grata en el Festival de Cannes.
En Melancolía somos testigos del Apocalipsis según Lars Von Trier. Un misterioso planeta está a punto de colisionar contra la Tierra y aniquilar por siempre cualquier resquicio de humanidad y vida. Lo particular de la película es que, quizá para ahorrarnos sufrimiento, conocemos el mismo final desde el primer segundo de la película. Un prólogo muy del estilo del cineasta danés que dejará con los ojos como platos a los amantes del cine de este “rebelde” danés.
Muchos considerarán que Melancolía guarda cierto parecido con El Árbol de la Vida. Y cierto es. Con el trasfondo astronómico de fondo, la muerte se identifica como algo inevitable provocado por algo externo al hombre, contra lo que la ciencia no puede luchar y ante la que hay que resignarse y esperar. Con esta premisa, tenemos una película dividida en dos actos donde ponemos sobre la mesa las interpretaciones de un reparto de altura encabezado por la premiada en Cannes Kirsten Dunst como cabeza visible de este inevitable viaje hacia el Apocalipsis que aunque no termina de apasionar, mantiene en un estado de inquietud realmente terrorífico. Por otro lado, ese reparto incluye unos formidables roles recreados por un reparto de altura que, sabiendo lo poco que paga Lars Von Trier, han decidido trabajar con él. Un gran Kiefer Sutherland, Charlotte Gainsbourg, Charlotte Rampling, John Hurt así como Alexander y Stellan Skarsgaard dibujan un lienzo en el que vemos una boda donde los entresijos familiares pueden más que las alegres sensaciones que pueda transmitir un acontecimiento de esa magnitud. Imperdible este primer acto mientras que el segundo va poco a poco decayendo en ritmo antes de llegar al momento final de la película, cuando los sentimientos tanto de actores como de espectadores se ponen a flor de piel en un fin del mundo nada deseable y recreado con unos efectos especiales sobresalientes que no reflejan en absoluto el bajo presupuesto de la película.
Lars Von Trier contaba que el personaje protagonista estaba pensado para Penélope Cruz. Sin embargo, la actriz española cambió el prestigio de trabajar con Von Trier por un suculento cheque para aparecer tristemente en la cuarta entrega de Piratas del Caribe.
Y es que el prestigio no se busca, se gana.

Crítica Habemus Papam; Ansiedades de un pontífice

4,5/10

El gran cineasta italiano Nanni Moretti nos presenta una película sobre un pontífice con crisis de ansiedad que le hacen no estar capacitado para asumir el cargo. Un acontecimiento, ficticio por supuesto, que jamás ha ocurrido en toda la historia de la Cristiandad.
Estamos en una época en la que las irregularidades mentales y psíquicas llevan a miles de personas a realizar actos que poco tienen que ver con su concepción de la vida, ya sea material como etérea. Moretti no retrata a la Italia castigada por la crisis económica, sino que postula los valores de la ansiedad y la autoincompetencia a uno de los terrenos más pedregosos de los que podemos hablar.
Desde que San Pedro tomara las riendas de la Iglesia Católica, nadie se había atrevido a hacer lo que el personaje de Michel Piccoli se atreve a llevar a cabo. Dejar plantados a millones de personas en todo el mundo y a miles de feligreses que, atónicos bajo el balcón principal de la Basílica de San Pedro, asisten a como su Sumo Pontífice se echa atrás como un principiante. Contrasta ver las imágenes del nombramiento del cardenal Ratzinger, tan efusivo él en su primera aparición como Papa, con el grito profundo que ahoga al Estado del Vaticano cuando el cardenal electo sufre una crisis de ansiedad que le aparta durante algunos días de sus funciones eclesiásticas.
Nanni Moretti es un director con demasiado estilo como para haber realizado esta historia. Sin embargo, lo que más destaca en ella es precisamente su interpretación. Sus líneas de guión son salvadoras en este mar de falso catolicismo y partidos de voleibol mientras lo contemplamos haciendo de psicoanalista, el cual no comparte ninguno de los preceptos que rigen la contemplativa vida de los cardenales llamados a ser sucesores de San Pedro. En cuanto Moretti y su recia voz, imperdible en versión original, desaparecen de la pantalla la película se desinfla de manera vertiginosa y ni la interpretación del gran Piccoli consigue salvarla de un desastre inevitable.
A pesar de que la historia parecía interesante, Habemus Papam se queda en la fumata que se expulsa a través de la chimenea de la Capilla Sixtina. Una humareda sin apenas sentido en la que se entrecruzan demasiados elementos poco llamativos para un espectador que quiera encontrar la diversión en una sala de cine. Habemus Papam no es un experimento sociológico de su director sino una crítica a todos los postulados de la Iglesia Católica y sus férreas costumbres que, a muchos, les parecerán incluso absurdas.
Retazos de un humor muy italiano pero sin los tópicos a los que nos tienen acostumbrados los transalpinos es lo que nos vamos a encontrar en una película que pasó apenas sin pena ni gloria por la pasada edición del Festival de Cannes. Si quiere usted mi opinión, querido lector, espere al DVD o a que la pasen por televisión, que seguro que se acuerda de estas palabras.