[Crítica] La cabaña en el bosque

6,5/10

La yuxtaposición de estereotipos suele darse fácilmente en las películas de terror o de suspense más que en cualquier otro tipo de cine. La cabaña en el bosque no es una excepción y, aunque pretenda engañar al espectador con sus artificios, no es más que una sucesión de secuencias tomadas de otras obras similares formando un crossover que enganchará y disgustará a partes iguales.
El índice de clichés vertidos por minuto es considerable y, aunque este experimento de Drew Goddard y Joss Whedon no es más que un conjunto de imitaciones de otras películas, la sensación de estar ante una original propuesta es latente. El fenómeno Whedon, guionista de la cinta, le ha llevado a ser considerado cineasta casi de culto por una generación de veneradores de sus trabajos en televisión (Buffy Cazavampiros, Ángel, Firefly o Agentes de S.H.I.E.L.D.) así como de sus escasos largometrajes, léase Los vengadores, Serenity o la esperada Mucho ruido y pocas nueces cuyo estreno en España será el próximo 20 de diciembre.
Este hype mediático alrededor de Whedon es comparable al que vivió hace algunos años otro cineasta encumbrado por la televisión y respetado en el cine: J. J. Abrams. Sin embargo, y pese a las taquillas de todo el mundo, Whedon parece ser más un autor que un director comercial. Y hay posos de cine de autor en La cabaña en el bosque. Whedon juega sus cartas como guionista rindiendo homenaje a las películas que llenaron el género de líneas teóricas (Scream, Posesión infernal o La matanza de Texas) y que hoy tienen un hueco en el imaginario colectivo.
La cabaña en el bosque propone un juego con el espectador en el que la narración se pone de parte del que está tras la pantalla. En todo momento, la sensación de miedo ha sido abandonada en detrimento del suspense. No estamos ante una película de terror al uso sino ante un experimento que bien podría beber incluso de las líneas de Los juegos del hambre (novela de 2008) ante los dos planos narrativos que propone.
El terror pasa a un segundo plano cuando este slasher se convierte en un placentero juego que va desgranando poco a poco los códigos del género y los reconvierte para su propio regocijo interno. Whedon y Goddard han sabido tejer una película desgastada por sus precedentes pero innovadora en su planteamiento. Y para ello han contado, por ejemplo, con la participación de un actor al que estamos poco acostumbrados en este género, un Richard Jenkins que consigue llevarse los aplausos de la función.
Y es que este teatro cinematográfico triunfó en todo festival al que acudió. No es de extrañar puesto que su puesta en escena es, cuanto menos, arriesgada. Hasta hacer un batiburrillo de secuencias clásicas del cine de terror te puede granjear enemigos o muy buenos amigos. Este tipo de ficción tan poco arquetípica, tan libre de convencionalismos es lo que hace falta en estos tiempos de crisis creativa en un Hollywood plegado a sus propias idiosincrasias y altamente autocomplaciente. Muy por encima de la calidad de las propuestas, muchas de ellas como La cabaña en el bosque, verdaderamente loables.

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