7,5/10
Pocas veces una secuela resulta más estimulante y sofisticada que su predecesora. Los juegos del hambre: En llamas es una de esas películas a las que, con letras mayúsculas, podemos añadir a la lista de secuelas con mayor capacidad de seducción que la progenitora.
Esta segunda parte de la trilogía llevada al cine por Lionsgate sobre las exitosas novelas de Suzanne Collins tiene todo lo que un espectador exigente con la saga podría desear. El error sería prejuiciar a esta saga comparándola con otras de menor calado cultural teniendo unos referentes literarios, políticos y económicos más que latentes.
El concepto de espectacularidad toma su verdadera forma de la mano de un director, Francis Lawrence, que ha sabido reponer los males que Gary Ross dejó en la primera entrega. Un ritmo lento, pausado, excesivamente tedioso hicieron que el aburrimiento cundiera en la mayor parte de su predecesora. Sin embargo, todo ello ha desaparecido. Ahora estamos ante un Battle Royale cruzado con el mejor espíritu de 1984 y las aventuras de Jumanji. A priori parece una mezcla extraña y poco sofisticada. Sin embargo, al final del visionado lo que queda es una sensación agradable de haber descubierto que más allá del marketing y los target adolescentes se encuentran obras dignas de mención.
En Los juegos del hambre: En llamas, la idea del fascismo como arma peligrosa de todo gobierno queda de manifiesto. Un personaje tan inquietante como es el de Donald Sutherland cobra especial relevancia cuando tiene que volver a enfrentarse a la rebelión iniciada en los distritos y que cuenta con el rostro de Jennifer Lawrence como principal esperanza para su triunfo. La propaganda, la represión, la censura, los ataques indiscriminados a la población son conceptos tristemente de moda en nuestros días.
Todos y cada uno de los personajes están perfectamente equilibrados. Desde Liam Hemsworth, cuyo papel queda bien definido, hasta los realizados por un enorme Stanley Tucci, Elizabeth Banks o el recién incorporado Philip Seymour Hoffman. Precisamente Tucci, mucho más presente en la primera entrega, vuelve a conservar de manera sobresaliente el rostro más rastrero, inhumano, ruin e indigno de la televisión algo que se le agradece sobremanera.
Una cuidada fotografía, en tonos muy cálidos que se contraponen con la frialdad con la que los protagonistas deben enfrentarse a su incierto futuro en la hora final de metraje. La espectacular banda sonora de alguien que estuvo siempre ahí y ha vuelto a lo grande, un James Newton Howard al que esperamos ver en los grandes premios del año.
Es de agradecer que los adolescentes se enganchen a este tipo de sagas que les proporcionan, además de una historia de amor arquetípica, una conciencia de supervivencia, de poder, de gobierno, de compañerismo y de lucha. Pese a su fachada de película comercial, Los juegos del hambre contiene secuencias realmente inquietantes en lo que a comparación con la realidad se refiere. Y para ello echa mano de unos efectos especiales justos y necesarios que no desentonan en ningún momento.
Los prejuicios con la saga, y tristemente lo digo por experiencia, están infundados. Ver Los juegos del hambre es una de las experiencias más satisfactorias que podremos vivir en el cine de entretenimiento y blockbuster de este fructífero año de cine.
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