6,5/10
Juliette Binoche. Su solo nombre es atractivo primordial para la cinefilia de autor más exigente. La actriz francesa, siempre consciente de sus fortalezas y debilidades como intérprete, vuelve a darnos una lección silenciosa de ejemplaridad, riesgo y profesionalidad.
En esta ocasión es Bruno Dumont el realizador que la lleva a los más límitrofes rincones de la lógica interpretativa para ofrecernos, en Camille Claudel 1915, un dibujo aproximado de la realidad triste de la escultora y amante de Auguste Rodin. Dumont y Binoche forman un dúo apasionado, él tras la cámara plasmando cada rostro, cada línea, cada espacio de locura. Ella prestándose a ser observada, en medio de la nada, rodeada de aquellos con quien no le correspondía estar. Los caprichos de Paul Claudel, mantener a su hermana en aquel castillo de Montdevergues, constituyen el nexo de unión de la trama principal con la que es el origen de toda circunstancia fílmica en la película.
Decía Gilbert Chesterton, autor británico, que “loco no es el que ha perdido la razón, sino el que lo ha perdido todo menos la razón.” Camille Claudel, vista por Juliette Binoche es una solitaria isla en medio de un mar. Es perfectamente consciente de sus actos, por muy descabezados o ilógicos que parezcan. Es un alma recluida contra su propia voluntad. La crudeza de Claudel radica en su condición de mujer en un mundo controlado por su familia, especialmente un hermano que quiso alejarla de cualquier cosa que le supusiera un dolor de cabeza. Abandonada, sola, arruinada, Bruno Dumont nos dibuja a la Camille Claudel que otro Bruno, Nuytten, no pudo o no supo dibujar en la versión anterior con Isabelle Adjani y Gerard Depardieu.
Dumont, cabeza visible del cine de autor más exigente de la Francia contemporánea, pasea la cámara entre acantilados, caminos áridos y angostos, representando el futuro incierto de su protagonista. Siempre al límite, sin saber bien dónde pisa, encomendada a su propia suerte y defensa. A ello contribuye una Juliette Binoche en uno de sus más arriesgados trabajos, el de interactuar con enfermos reales durante el rodaje de la película. Camille Claudel 1915 es una representación poética, lírica, pictórica de una época. Los encuadres con los que Dumont representa el descenso personal de su protagonista recuerdan a todos aquellos intentos que los realizadores más cuidadosos con la fotografía han realizado en sus películas durante este medio siglo. Goya o Friedrich son referentes en esta obra del cineasta francés.
La primera impresión tras ver la película puede resultar negativa. No es una cinta para todos los públicos y es necesario enfrentarse al cine de Dumont, largo, complejo, paciente, antes de sentarse ante Camille Claudel 1915. Sin embargo, poder contemplar la secuencia del reencuentro, los dos monólogos de Camille, las lecciones pontificias de Paul Claudel a un sacerdote que encuentra por el camino a Montdevergues o la simple satisfacción de poder ver a una de las actrices más respetadas del cine actual es una experiencia altamente recomendable.
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