Bilbo Bolsón, los enanos, Gandalf y compañía vuelven a las andadas en esta segunda parte de la trilogía que Peter Jackson, ansioso por contar toda la obra de J. R. R. Tolkien en varias entregas, estrena esta semana. La desolación de Smaug mejora, y mucho, a su predecesora.
El tedio ya no nos invade en esta segunda entrega. Los equipos técnico y artístico reunieron fuerzas para encontrarse en la sala de montaje ante una secuela que debía superar las expectativas generadas por El Hobbit: Un viaje inesperado. Parecía tarea fácil puesto que aquella primera película rezumaba sopor, canciones y aburrimiento por doquier. Sin embargo, Jackson ha sabido sacar provecho de las circunstancias, las críticas y hasta del 3D.
Si disfrutamos hace ya más de diez años del comienzo de la trilogía de El Señor de los Anillos sin el formato tridimensional, la experiencia se nos quiere hacer mucho más enorme al traspasar la pantalla tras los muros de la Ciudad del Valle. Asistimos, como en la primera entrega, a una secuencia impagable entre Martin Freeman y un shakesperiano Smaug con la voz de Benedict Cumberbatch. En Un viaje inesperado, el mismo Freeman ya nos hizo deleitar con su capacidad para enfrentarse en soledad a su personaje con aquel mítico intercambio de lindezas con la criatura Gollum.
El actor británico, quien en un mes estrenará la tercera temporada de Sherlock, demuestra ser la voz maestra de una trilogía en la que Gandalf aparece en un discreto pero importante segundo plano y los enanos no tienen el carisma de la anterior Comunidad del Anillo. El personaje de Bilbo, por tanto, es el encargado de conducirnos por la senda de la destrucción de Smaug y el retorno de los reyes de aquellas tierras.
Peter Jackson, en un alarde técnico espectacular, traza una de las mejores películas de esta pentalogía cinematográfica de la obra de Tolkien a la espera de la tercera entrega, que si sigue el ritmo creciente, promete ser el cénit del espectáculo. La desolación de Smaug contentará a los amantes de este universo sobremanera. Hasta a aquellos que no tenemos implicación alguna con la obra original nos ha sorprendido y emocionado a partes iguales.
El Hobbit: La desolación de Smaug es una de las películas más esperadas del año. Y no decepciona en ningún momento. Su ritmo imparable, su banda sonora, su montaje calibrado, sus efectos especiales e incluso, y lo reconozco, buen uso del 3D la convierten en uno de los espectáculos más imperdibles de este 2013. Y es que Hollywood parece que está aprendiendo de sus errores y poniéndose las pilas con las secuelas. Rodar segundas partes ya no es algo gratuito con lo que seguir ganando dinero. Ahora el público exige. Y Jackson responde.
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