La Academía de Hollywood, tan conservadora como monolítica en su composición, parece que no tiene más salida que adaptarse a los nuevos tiempos, aunque estos la apremien a rendirse a reminiscencias aduladoras del pasado. Hace apenas unos meses la posibilidad de que una película francesa sin grandes estrellas de relumbre internacional, filmada en blanco y negro y con la suicida determinación de no ofrecer más sonido que el de la maravillosa banda sonora de Ludovic Bource, se nos antojaba una idea cuanto menos descabellada. Sin embargo, las tendencias en este mundo globalizado son inescrutables y nuestra capacidad para adivinar la repercusión de determinados fenómenos cinematográficos muy limitada. The Artist, la película del desconocido Michel Hazanavicius, si bien ha permanecido alejada del gran público de masas para el deleite de los grandes 'entendidos' del séptimo arte, ha devenido en una arrollador prodigio fílmico que se ha abierto paso entre efectos especiales, éxitos de taquilla y grandes nombres del star system hollywoodiense sin más armas que el talento de sus actores, la sencillez de su historia y una nostalgia latente por un pasado que no sabemos si fue mejor pero al que, desde luego, se le echa de menos.
Y así hemos llegado a la 84º edición de los Premios Oscar, con la certeza o esperanza de que las desventuras de George Valentin consiguieran convencer a los exigentes miembros de la Academía, como efectivamente ha ocurrido; cinco estatuillas para Película, Director, Actor, BSO y Vestuario respectivamente que elevan la película a la categoría de clásico moderno sobre otras propuestas de indudable calidad. La invención de Hugo (también podríamos hablar de La reinvención de Martin Scorsese) se ha tenido que contentar con otros cinco galadornes de categorías técnicas y, por tanto, de menor consideración, a pesar del derroche de fantasía desplegado en cada una de las trepidantes escenas de una trama concebida como tributo a los orígenes del cine y, en concreto, a la figura del legendario realizador francés Georges Melies. Por su parte, la nueva película de Alexander Payne, Los Descendientes, fue únicamente reconocida en la categoría de Guión Adaptado, acabando así con las expectativas de George Clooney de ser el auténtico protagonista de la noche. Peor suerte tuvo El Árbol de la Vida, una película auspiciada por los festivales europeos y la crítica internacional pero refrenada por la incompresión del gran público (entre el que me incluyo) ante tamaña muestra de lirismo visual e introspección argumental (nótese el sarcasmo), la cual no tuvo más relumbre en la gala que el de Brad Pitt, su protagonista, quien ni siquiera fue nominado por la película de Malick, sino por ese mediocre drama deportivo con el sello de Aaron Sorkin llamado Moneyball.
Y así hemos llegado a la 84º edición de los Premios Oscar, con la certeza o esperanza de que las desventuras de George Valentin consiguieran convencer a los exigentes miembros de la Academía, como efectivamente ha ocurrido; cinco estatuillas para Película, Director, Actor, BSO y Vestuario respectivamente que elevan la película a la categoría de clásico moderno sobre otras propuestas de indudable calidad. La invención de Hugo (también podríamos hablar de La reinvención de Martin Scorsese) se ha tenido que contentar con otros cinco galadornes de categorías técnicas y, por tanto, de menor consideración, a pesar del derroche de fantasía desplegado en cada una de las trepidantes escenas de una trama concebida como tributo a los orígenes del cine y, en concreto, a la figura del legendario realizador francés Georges Melies. Por su parte, la nueva película de Alexander Payne, Los Descendientes, fue únicamente reconocida en la categoría de Guión Adaptado, acabando así con las expectativas de George Clooney de ser el auténtico protagonista de la noche. Peor suerte tuvo El Árbol de la Vida, una película auspiciada por los festivales europeos y la crítica internacional pero refrenada por la incompresión del gran público (entre el que me incluyo) ante tamaña muestra de lirismo visual e introspección argumental (nótese el sarcasmo), la cual no tuvo más relumbre en la gala que el de Brad Pitt, su protagonista, quien ni siquiera fue nominado por la película de Malick, sino por ese mediocre drama deportivo con el sello de Aaron Sorkin llamado Moneyball.
Meryl Streep se alzó con el tercer Oscar de su carrera (tras 17 nominaciones) por su mimética interpretación de Margaret Thatcher en La Dama de Hierro, desvelando el insólito gusto de los académicos norteamericanos por la recreación de personajes históricos de indudable importancia, aunque esta quede en ocasiones oculta bajo una gruesa capa de látex u horas de maquillaje que terminan por acartonar la expresividad de los actores. Por otro lado, Octavia Spencer recibió un justo reconocimiento por su entrañable papel en Criadas y Señoras, mientras que el veterano Christopher Plummer hizo valer su determinación en la interpretación de un personaje difícil como al que dio vida en la desvaída Beginners.
Más allá de las categorías interpretativas, lo más reseñable de la gala fue el Oscar al Mejor Guión Original para Woody Allen (el tercero de su carrera en este apartado), quien prefirió tocar su amado clarinete antes que confundirse entre la maraña de de rutilantes estrellas rebosantes de glamour del teatro Kodak y recoger así su merecida estatuilla por la brillante (amén de nostálgica, el sentimiento predominante de esta edición)Medianoche en París. La película iraní Nader y Simin cumplió las expectativas al vencer en la categoría de Película de Habla no Inglesa, y la cinta de animación de Gore Verbinski, Rango, que acabó con las esperanzas de Fernando Trueba de volver a la tribuna con la maravillosa Chico y Rita.
Un año de cine con una calidad notable que nos hace confiar en la supervivencia de un arte que se niega a perecer, que se adapta a los nuevos tiempos sin dejar de mirar atrás.
Más allá de las categorías interpretativas, lo más reseñable de la gala fue el Oscar al Mejor Guión Original para Woody Allen (el tercero de su carrera en este apartado), quien prefirió tocar su amado clarinete antes que confundirse entre la maraña de de rutilantes estrellas rebosantes de glamour del teatro Kodak y recoger así su merecida estatuilla por la brillante (amén de nostálgica, el sentimiento predominante de esta edición)Medianoche en París. La película iraní Nader y Simin cumplió las expectativas al vencer en la categoría de Película de Habla no Inglesa, y la cinta de animación de Gore Verbinski, Rango, que acabó con las esperanzas de Fernando Trueba de volver a la tribuna con la maravillosa Chico y Rita.
Un año de cine con una calidad notable que nos hace confiar en la supervivencia de un arte que se niega a perecer, que se adapta a los nuevos tiempos sin dejar de mirar atrás.
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