7,5/10
Un impagable Arno Frisch se eleva entre el reparto de esta, una de las películas más conocidas de Michael Haneke y su segunda como realizador tras El séptimo continente. En El vídeo de Benny, el director austriaco navega por la mente de un niño sin aparente control paterno y seducido por su nueva cámara de vídeo con la que pretenderá inmortalizar momentos no demasiado amables.
La cinta comienza de la peor manera posible. Somos testigos impasibles de la matanza de un cerdo, algo típico en las zonas rurales y que se practica desde hace siglos como un ritual anual al que nunca hay que faltar. Por si fuera poco, Haneke nos regala la secuencia del asesinato una segunda vez y en esta ocasión lo hace a cámara lenta, para recordarnos que el pobre animal sufre un disparo mortal que acaba con su vida.
Nuestro protagonista acude casi diariamente a un videoclub, donde alquilará muestras de una violencia a la que parece acostumbrarse a cada minuto que transcurre del metraje. Su obsesión ira in crescendo mientras somos testigos, como siempre pasa con la narrativa del director, del paso del tiempo hacia un final que intuimos sobrecogedor.
El vídeo de Benny parece en ocasiones el telón de fondo, el backstage de otra de las obras cumbre de Haneke: Caché. Las autorreferencias son algo de lo que Haneke suele beneficiarse a la hora de realizar sus películas. Y aquel cinéfilo o espectador que lo siga atentamente, comprenderá la dimensión que adquiere la narración de esta cinta con la posterior. Y es que lo que no se vio en Caché parece mostrarse ante nuestros ojos en esta película de una manera fría, cortante y muy violenta. Al igual que su anterior película, y futuras producciones, Michael Haneke explora el concepto de voyeur y lo sirve al espectador poniéndolo en el lugar de aquel que sólo puede mirar atónito ante lo que sucede pero se siente impotente por su imposibilidad de hacer absolutamente nada. Y ese es el juego que define el cine de Haneke.
Muchos son los elementos que comparte El video de Benny con El séptimo continente. De nuevo volvemos a explorar a la clase media, a una familia que lo tiene todo. Una vida que parece más que solucionada hasta que un suceso implacable azota la trayectoria humana de sus respectivas existencias. Es curioso comprobar como ese joven protagonista que decide hacer de la violencia su peor arma, es el psicópata que atormenta a la familia de Funny Games, donde el hombre de la casa (y también curiosamente) es interpretado por el malogrado Ulrich Mühe, padre de Frisch en El vídeo de Benny.
Haneke sorprende con cada producción que realiza. Y lo hace siempre en base a su propio estilo. Sin florituras ni adornos de ningún tipo. La realidad es la que vemos y es tan cruel como nos la podemos imaginar. Siempre que queramos observar y sufrir con los retazos de nuestra propia existencia debemos acudir al genio cinematográfico de uno de los autores europeos más importantes de nuestra Historia.
La cinta comienza de la peor manera posible. Somos testigos impasibles de la matanza de un cerdo, algo típico en las zonas rurales y que se practica desde hace siglos como un ritual anual al que nunca hay que faltar. Por si fuera poco, Haneke nos regala la secuencia del asesinato una segunda vez y en esta ocasión lo hace a cámara lenta, para recordarnos que el pobre animal sufre un disparo mortal que acaba con su vida.
Nuestro protagonista acude casi diariamente a un videoclub, donde alquilará muestras de una violencia a la que parece acostumbrarse a cada minuto que transcurre del metraje. Su obsesión ira in crescendo mientras somos testigos, como siempre pasa con la narrativa del director, del paso del tiempo hacia un final que intuimos sobrecogedor.
El vídeo de Benny parece en ocasiones el telón de fondo, el backstage de otra de las obras cumbre de Haneke: Caché. Las autorreferencias son algo de lo que Haneke suele beneficiarse a la hora de realizar sus películas. Y aquel cinéfilo o espectador que lo siga atentamente, comprenderá la dimensión que adquiere la narración de esta cinta con la posterior. Y es que lo que no se vio en Caché parece mostrarse ante nuestros ojos en esta película de una manera fría, cortante y muy violenta. Al igual que su anterior película, y futuras producciones, Michael Haneke explora el concepto de voyeur y lo sirve al espectador poniéndolo en el lugar de aquel que sólo puede mirar atónito ante lo que sucede pero se siente impotente por su imposibilidad de hacer absolutamente nada. Y ese es el juego que define el cine de Haneke.
Muchos son los elementos que comparte El video de Benny con El séptimo continente. De nuevo volvemos a explorar a la clase media, a una familia que lo tiene todo. Una vida que parece más que solucionada hasta que un suceso implacable azota la trayectoria humana de sus respectivas existencias. Es curioso comprobar como ese joven protagonista que decide hacer de la violencia su peor arma, es el psicópata que atormenta a la familia de Funny Games, donde el hombre de la casa (y también curiosamente) es interpretado por el malogrado Ulrich Mühe, padre de Frisch en El vídeo de Benny.
Haneke sorprende con cada producción que realiza. Y lo hace siempre en base a su propio estilo. Sin florituras ni adornos de ningún tipo. La realidad es la que vemos y es tan cruel como nos la podemos imaginar. Siempre que queramos observar y sufrir con los retazos de nuestra propia existencia debemos acudir al genio cinematográfico de uno de los autores europeos más importantes de nuestra Historia.
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