[Crítica] Nueva vida en Nueva York

Tercera entrega de la trilogía dirigida por Cédric Klapisch y protagonizada por tres de los actores más respetados  del cine francés actual. Romain Duris, Audrey Tatou, Cécile De France culminan con un notable éxito unas aventuras y desventuras basadas, ante todo, en ese casi perdido sentido de la amistad. En esta ocasión, Xavier viaja hasta Nueva York para iniciar una nueva vida tras su separación y compaginar un nuevo trabajo, que no llega, con unos hijos que viven en la paradójica nueva vida de su madre. 
Una efectista banda sonora, orquestada por Christophe Minck, ayuda a romper cada una de las secuencias que abren los diferentes actos de una película perfectamente construida, aliviada en su tramo final y muy destacable en su función de pura comedia. Nueva vida en Nueva York juega con sus personajes, los que ya nos sorprendieron en las anteriores películas de esta saga, al más puro estilo Woody Allen. Hay trazos incluso de Manhattan, salvando las distancias, en esta cinta convirtiendo incluso a la propia ciudad en uno de los personajes clave donde se desarrollan los miedos, inseguridades y problemática de cuanto aquel salga en la gran pantalla.
Nueva vida en Nueva York consigue salvar los muebles con ligereza, apuntándose tantos críticos a la situación de la inmigración, al grave problema de los matrimonios de conveniencia o incluso a la durísima situación que vive la infancia cuando los progenitores deciden poner fin a su matrimonio. Klapisch lleva con maestría a sus personajes y nos deja en manos de un solventísimo Romain Duris el peso más consistente de una trama con mucho fondo pero con una forma sencilla y sin pretensiones.

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