El joven director británico Joe Wright apareció en el panorama cinematográfico internacional con una interesante adaptación de Orgullo y Prejuicio protagonizada por Keira Knightley y con un reparto de excepción para una ópera prima (Judi Dench, Brenda Blethyn, Donald Sutherland, etc.). Tan sólo dos años más tarde, su nombre trascendía fronteras y su película Expiación se colocaba entre las favoritas a los Oscar con siete nominaciones, incluyendo la de mejor película. Una carrera que podríamos catalogar, cuanto menos, de aceleradamente exitosa.
En su tercera película, El Solista, Wright se encuentra respaldado por una producción estadounidense de cierta entidad, por una historia basada en hechos reales con gancho dramático y por actores de prestigio internacional, Jamie Foxx y Robert Downey Jr. Sin embargo, los errores que ya cometería en sus dos primeras películas, relativamente disimulados en un producto de una calidad aceptable, se ahondan de forma preocupante en una historia fallida que no funciona como drama a pesar del material concebido idóneamente para ello.
Los flancos débiles de Wright son evidentes; su incapacidad para transmitir emociones profundas, los agujeros redundantes en el guión, la nefasta utilización del tiempo fílmico… En sus anteriores películas, todo esto quedó maquillado por el perfeccionismo visual del que hace gala el director británico, la fuerza del guión o las interpretaciones de sus protagonistas, no obstante, en El Solista poco puede hacer para salvar un proyecto verdaderamente interesante; la historia de un periodista en busca de personajes en los que basar su exitosa columna de Los Angeles Times que se topa con un vagabundo con una excepcionales dotes musicales que se debate internamente con evidentes problemas psicológicos.
Aunque Downey Jr. (en verdadero estado de gracia con una carrera relanzada en la que conjuga éxitos comerciales como Sherlock Holmes y películas más personales como Zodiac) y Jamie Foxx elaboran unas interpretaciones más que correctas, la relación entre ambos personajes no termina de germinar emocionalmente causando incluso un efecto contrario por el que se adquiere un cierto desapego hacia un periodista que parece más bien un sabueso sin escrúpulos y hacia un esquizofrénico al que no se termina de comprender en su tragedia.
La historia no emociona en parte debido a una dirección disfuncional, con un mal uso del tiempo introduciendo flashbacks sin previo aviso, una voz en off inútil y una obsesión de Wright por el aspecto visual. Es evidente que éste elabora películas de una factura espléndida, con imágenes de enorme belleza, como las de la primera interpretación de Nathaniel con su nuevo cello en las que la cámara se eleva y vuela junto a las palomas; pero todo ello no termina de justificar todo aquello que desentona en El Solista.
Wright deberá mejorar mucho estos aspectos si realmente quiere colocarse entre los grandes. Es joven y su carrera promete ser larga. Esperamos sinceramente que El Solista sea únicamente un intento fallido en una filmografía fructífera.
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