En el mundo cinematográfico actual, el debut de un joven director (directora en este caso) debería ser apreciado como un acontecimiento de gran importancia para el devenir de un arte que transcurre por una época de crisis (y perdonen por la manida expresión que ya comienza a ser enervante), máxime si hablamos de nuestro maltrecho cine español, que se debate entre el plagio de los valores y formatos hollywoodienses y la defensa de un cine de menor presupuesto, aunque más arriesgado, personal e independiente. El presente año ha sido visto por muchos como uno de los mejores de los últimos tiempos, gracias en parte a las recaudaciones estratosféricas de filmes como Ágora, Planet 51 o Celda 211, y en detrimento de otras cintas de calidad comparable o superior que han permanecido en círculos limitados de difusión.
El debate del cine español se encuentra ahí, imperturbable; ¿concentración o disgregación? Los recursos son limitados y muchos son los que abogan por su inversión en grandes proyectos de alcance internacional que se disputen la hegemonía de la cartelera con cintas extranjeras, no obstante; ¿qué ocurrirá con las ideas de estos jóvenes directores que prometen erigirse como el futuro de nuestro cine? Probablemente, si no cuentan con un padrinazgo de gran calado quedarán en la sombra y sus proyectos en el limbo de la creación cinematográfica.
Afortunadamente, el maravilloso guión de Mar Coll no ha sido desterrado a ese limbo y hemos podido disfrutar, aunque muy pocos de nosotros, de una historia cotidiana, pequeña aunque compleja; la de una chica que regresa a su hogar para asistir al entierro de su abuelo con el resto de la familia. Las tensiones y rencores guardados, la hipocresía de la clase media barcelonesa o las relaciones paterno filiares erosionadas por el tiempo, la distancia y el silencio conforman un retrato melancólico, de gran realismo y con diálogos primorosamente trabajados. La interpretación de la debutante Nausicaa Bonnín completa este cuadro adaptando sus miradas y movimientos al tono pausado de la película, y encarnando a la chica desorientada que ve cómo la relación con su novio se extingue, su futuro profesional es incierto y la relación con sus padres separados es, cuanto menos, distante. Por su parte, Eduard Fernández da entereza a la película dando vida al padre de la chica, un hombre de mediana edad que se siente aún más solo con la muerte del padre, al que paradójicamente nunca visitaba.
Tres días con la familia es una película pequeña de una directora que apunta buenas maneras, con un depurado estilo realista y un magnífico control de los diálogos. Aclamada por la crítica, la película de Mar Coll ha cosechado un gran éxito en diferentes festivales, como el de Málaga, donde se hizo con los premios a ambos intérpretes y a dirección; mientras que hace tan sólo unas semanas Mar Coll recibió el premio Goya a
El cine español está vivo; hay mucho más allá de Almodóvar o Amenábar. La nueva generación de realizadores es consciente de las dificultades del mercado, y por ello se forman en todos los campos; ya no sólo manejan la cámara, sino que firman el guión y se involucran en todos los pasos de su película. Los clichés y prejuicios adheridos como una costra a nuestro cine deben ser erradicados de raíz y la única vía para lograrlo es consiguiendo que el público acuda a las salas con una nueva mentalidad, sabiendo separar el grano de la paja, que continua siendo abundante aunque localizada. Al fin y al cabo, el cine español habla de nosotros mismos, de nuestros problemas y alegrías, de aquello que presenciamos cada día.
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