A Terrence Malick se le ha ido de las manos. La supuesta pretenciosidad que demostró en El árbol de la vida (lea la crítica en este enlace) le ha llevado a mal acostumbrarse a sí mismo y a crear una obra tan compleja como indiferente que resulta desagradable de ver e incluso de reflexionar.
Se oían voces que afirmaban que To The Wonder era la evolución espiritual de su película anterior. Sin embargo, lejos queda el querer abarcar toda la historia del universo y del ser humano de la manera tan sublime que fue El árbol de la vida. Acompañado de un reparto de excepción sacrificado vilmente en la sala de montaje, Terrence Malick se ha creído a sí mismo como el sabedor de una nueva técnica cinematográfica que consiste en trabajar sin guión y abarcando tanto que al final no demuestra nada.
Malick estaba mucho mejor posicionado cuando rodaba una película cada década. Cuando esperábamos con ganas su siguiente proyecto y estudiábamos sus modos de rodaje como si fueran algo novedoso. Sin embargo, su ambicioso, su ansia y su pretenciosidad ambulante le han llevado a ganarse más detractores aún de los que obtuvo con su anterior, y por otro lado, excelente trabajo.
Rachel Weisz, Jessica Chastain y Michael Sheen han sido víctimas de la tijera de su director como en su día lo fueron George Clooney y Sean Penn en sus respectivos proyectos con Malick. La diferencia es que el realizador ya no se anda con chiquitas. Clooney y Penn aparecían escasos minutos en sus cintas. Los tres primeros, ya ni eso. Si nos remitimos al trabajo interpretativo, Olga Kurylenko se lleva el papel protagonista junto con un Ben Affleck en su estilo, un papel donde no tiene que interpretar sino colocarse delante de la cámara y esperar a que el director mueva o no la nerviosa steadycam. Pero, aunque por ahí aparece Rachel McAdams, lo mejor de To The Wonder es un Javier Bardem en un papel nunca visto en él. Interpretando a un sacerdote en plena crisis de fe, sobrecogido por un destino al que no sabe cómo llegar. Buscando las respuestas que un día encontró y de las que ha huido.
La fotografía de Emmanuel Lubezki siempre es un placer para la vista y es aquí donde radica el mayor éxito de la película, uno de los escasos aspectos técnicos que se salvan de una quema más que merecida. El uso de la cámara, introduciéndose de lleno en los planos, es maravilloso y uno de los terrenos a los que Malick se mantiene fiel. La cámara nos introduce en la situación y en eso hay que ser agradecido con el director.
Sin embargo, hay muchos defectos en la película. Es imposible no caer en el sueño, en el aburrimiento y en el sopor mientras miramos agradecidos la duración de la película. Afortunadamente, Malick no nos tiene dos horas y media mirando la pantalla practicando una inmerecida pérdida de tiempo.
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