7,5/10
Obra mayúscula dentro de la filmografía enmarcada en los años 90 de Woody Allen en la que nos encontramos una premisa básica y muy sencilla. Un matrimonio decide adoptar un niño que, con el paso de los años, irá demostrando sus dotes intelectuales sorprendiendo incluso a sus propios padres. Anonadado ante las capacidades de su hijo, el personaje de Woody Allen luchará por encontrar a su verdadera madre, con sorpresas incluidas.
La película podemos resumirla en una simple cuestión. Una actriz, coronada por un único papel, consigue embaucar a crítica y público con una interpretación formidable (castigada por el doblaje en español) que la llevó a conseguir el Oscar a la Mejor Actriz en 1994. Los múltiples nombres de Mira Sorvino en Poderosa Afrodita y los múltiples matices que dejaba el rastro de su personaje nos hacen fijarnos en ella antes de cualquier otra cosa a la hora de analizar tan mítica película.
Y es que la sola razón de intentar vislumbrar el trato que Woody Allen le otorga como director, guionista y protagonista de la película a su partenaire nos hace pensar en la delicadeza del personaje de Sorvino, una prostituta con aparente poca inteligencia, que sólo quiere seguir adelante y encontrar su sitio en el mundo. Quiere luchar por encontrar el amor y alguien que realmente sepa valorarla, y eso es lo que Allen nos hace sentir precisamente por ella como espectadores. Dejamos de verla como actriz de cine porno, nos olvidamos de sus nombres (a cual más explícito) y nos ponemos en su pellejo, sentimos como ella. Cualquier cosa que suceda fuera de la historia que nos propone Allen alrededor de Mira Sorvino no posee el mismo interés.
Es por eso que, desafortunadamente, se nota la dejadez del personaje de Helena Bonham Carter, quizás lo más desaprovechado de la película. Sin embargo, Allen es consciente de ello y nos ofrece uno de los personajes más poderosos, emocionalmente hablando, de toda su carrera cinematográfica. Y cual abeja, revoloteando alrededor de su nuevo descubrimiento, se encuentra precisamente el padre de la criatura. Un Woody Allen en estado de gracia a quien los acontecimientos nunca parecen superar. Alguien que, pese a su neurosis crónica, controla cada aspecto de su vida hasta tal punto de caer en lo que todos, de una forma u otra, hubiésemos hecho. Woody Allen protege a la más débil, tanto que incluso traspasa una cierta delgada línea roja. El encuentro final, maravillosamente narrado por F. Murray Abraham y su corte de actores griegos, es uno de los momentos más sublimes de toda la filmografía de Allen.
Que, por cierto, mención aparte merecen los insertos clásicos de teatro dentro del metraje de la película. Sin este homenaje al teatro clásico, Poderosa Afrodita no tendría ningún sentido. Y, por favor, no se pierdan el último número musical. El ánimo queda renovado al terminar la película. Ya nada volverá a ser lo mismo.
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