6/10
Partiendo de la premisa que impone el carácter nihilista, perverso y decididamente histriónico del cine de Alex de la Iglesia, pocas objeciones se pueden argumentar contra esta nueva entrega de portentoso ritmo y estética apabullante que viene a acentuar el marcado estilo de su director. Balada triste de trompeta es una de esas extrañas obras cinematográficas que nos recuerdan las ilimitadas posibilidades de un arte tan dúctil como voluble en sus diferentes usos cuya única condición indispensable es la libérrima creatividad que lo inspira. En ese sentido, De la Iglesia es uno de los escasos autores que plasman en la pantalla un extenso y variopinto imaginario personal compuesto por rarezas, manías y caprichos de valor intrínseco para componer un producto final que, independientemente de su aceptación en el público, se caracteriza por una incontestable originalidad; algo que no es poco en los tiempos presentes de estandarización cultural y desidia creativa.
Y además lo hace con un descacharrante sentido del humor que impacta contra el abotargado espíritu del espectador que acude a la sala de cine 'para que le cuenten una historia'. Aquí no hay un convencional desarrollo de la trama que desemboque en un final más o menos previsible; todo está compuesto por hilarantes cuadros de acción bizarra enlazadas abruptamente por un ritmo endiablado y una potente banda sonora de ecos retumbantes. Como esa excepcional obertura de créditos que recoge el amplio catálogo de payasos que este país ha padecido en el último siglo, algunos más creíbles que otros aunque todos tristes y sin un ápice de gracia. O como ese comienzo memorable dominado por la figura de Fernando Guillén Cuervo, uno de esos actores tan prescindibles dentro del panorama español aunque aquí sorprendentemente creíble, arengando con 'cojones' a las filas republicanas compuestas incluso por un payaso de rizos de oro devenido en el fragor de la batalla en un sangriento guerrillero pertrechado con machete en mano (e interpretado por el excesivo Santiago Segura). Un baño de sangre sucio, hipnótico, visualmente poderoso, con una iluminación mágica, una dirección artística asombrosa y un baile perfecto de soldados milimétricamente sincronizados para dar verismo a una escena antológica de nuestro cine.
Y además lo hace con un descacharrante sentido del humor que impacta contra el abotargado espíritu del espectador que acude a la sala de cine 'para que le cuenten una historia'. Aquí no hay un convencional desarrollo de la trama que desemboque en un final más o menos previsible; todo está compuesto por hilarantes cuadros de acción bizarra enlazadas abruptamente por un ritmo endiablado y una potente banda sonora de ecos retumbantes. Como esa excepcional obertura de créditos que recoge el amplio catálogo de payasos que este país ha padecido en el último siglo, algunos más creíbles que otros aunque todos tristes y sin un ápice de gracia. O como ese comienzo memorable dominado por la figura de Fernando Guillén Cuervo, uno de esos actores tan prescindibles dentro del panorama español aunque aquí sorprendentemente creíble, arengando con 'cojones' a las filas republicanas compuestas incluso por un payaso de rizos de oro devenido en el fragor de la batalla en un sangriento guerrillero pertrechado con machete en mano (e interpretado por el excesivo Santiago Segura). Un baño de sangre sucio, hipnótico, visualmente poderoso, con una iluminación mágica, una dirección artística asombrosa y un baile perfecto de soldados milimétricamente sincronizados para dar verismo a una escena antológica de nuestro cine.
Es una verdadera lástima que a partir de este arranque demoledor, la película camine de forma dubitativa a lo largo del resto de la trama, con chispazos de verdadero ingenio aunque con una tónica general que se instala en un terreno cercano al tedio y la repetición. El esbozo apresurado de los personajes centrales, especialmente el payaso triste al que da vida Carlos Areces (Muchachada Nui, Spanish Movie), nos sitúa en un complejo triángulo amoroso que une a este último con la explosiva trapecista del circo en el que comienza a trabajar (interpretada por Carolina Bang, también vista en la aventura televisiva de De la Iglesia, Plutón BRB Nero) y con su novio, el violento payaso tonto que encandila a los niños y atemoriza con su cólera imprevisible a los adultos (genial una vez más Antonio de la Torre, reivindicándose como uno de los actores con más talento del panorama interpretativo español). Las tensiones desatadas entre este improbable trío de personajes rocambolescos precipitarán una serie de hechos trágicos auspiciados por la súbita mutación del payaso triste, antes apocado y ahora devenido en un ser sediento de venganza.
A partir de este punto, la acción se torna un tanto repetitiva, protagonizada por una persecución infinita que condena a los personajes a encontrarse una y otra vez, un aciago destino de amores imposibles y odios viscerales anidados durantes años. El guión adolece aquí del vigor suficiente para mantener la tensión dramática que la historia requiere. Alex de la Iglesia naufraga así entre momentos de inexcusable inspiración (esa mordedura al Generalísimo o la apelación a los etarras; "¿ustedes de qué circo sois?") y tramos anodinos de cuestionable valor, hasta alcanzar un clímax final apoteósico con el trío protagonista encaramado en la imagen icónica por excelencia de la dictadura de Franco. Un desenlace muy del gusto del realizador vasco que sorprende por la poderosa estética gótica que impregna la escena y el último giro de guión que vuelve a enfrentar, como una mueca grotesca del azar, a los dos payasos entre risas y lágrimas de desesperación.
Balada triste de trompeta es una muestra más de la imaginación desbordante de un autor que ahonda con cada obra en un mundo interior inabarcable. Como una suerte de parada de los monstruos, la película ofrece una visión valleinclanesca y desmadrada de una realidad enquistada en nuestro país. Pues, qué mejor forma que acercarse al drama de la guerra civil y sus terribles consecuencias que desde el mundo de la farándula y el esperpento, ese que deforma las apariencias hasta llegar al núcleo primigenio de su verdad. De la Iglesia compone aquí una payasada cinematográfica de altura, pero con garra y pasión insoslayables. Digna de nuestra admiración es su valentía, aunque el resultado final no sea completo. Sin duda, no se nos ocurre un presidente mejor para nuestro cine que este macabro, sensible y genial payaso con alma de artista.
Balada triste de trompeta es una muestra más de la imaginación desbordante de un autor que ahonda con cada obra en un mundo interior inabarcable. Como una suerte de parada de los monstruos, la película ofrece una visión valleinclanesca y desmadrada de una realidad enquistada en nuestro país. Pues, qué mejor forma que acercarse al drama de la guerra civil y sus terribles consecuencias que desde el mundo de la farándula y el esperpento, ese que deforma las apariencias hasta llegar al núcleo primigenio de su verdad. De la Iglesia compone aquí una payasada cinematográfica de altura, pero con garra y pasión insoslayables. Digna de nuestra admiración es su valentía, aunque el resultado final no sea completo. Sin duda, no se nos ocurre un presidente mejor para nuestro cine que este macabro, sensible y genial payaso con alma de artista.
Sólo diré una cosa:
ResponderEliminarTienes un acierto envidiable para escoger las fotos que utilizas. La de Carolina Bang es simplemente....
Completamente de acuerdo con tu crítica, salvo porque a mi me gustó un poquito más y conseguí salir con la boca abierta.