El western siempre ha sido una buena muestra de que el cine clásico seguía vivo, al menos en la época dorada del cine. Sus mayores logros fueron en los años 50, 60 y 70. La década de los 80 fue poco productiva en este género y los 90 vieron como Clint Eastwood, uno de los máximos exponentes del género, le daba al cine del Oeste el final anunciado que merecía con una de las piezas maestras del director: Sin Perdón.
A partir de ahí, poco hemos vuelto a oír hablar de cine del Oeste salvo en contadas ocasiones y sin demasiada repercusión. Yo, aficionado al cine clásico, he tenido siempre la espinita del gusto por el buen western, un género que siempre he considerado como "la misma película", aquellas en las que tipos duros americanos se vestían de vaqueros y perseguían a los indios hasta matarlos mientras dejaban en casa a su amada, siempre una jovencita doncella ansiosa por ver a su esposo valiente.
Esa visión recortada del cine del Oeste me ha hecho no fijarme demasiado en las películas del género. Hasta que llegó la hora de ver una de las grandes producciones de la Historia. Una cinta dirigida por el maestro Sergio Leone titulada Hasta que Llegó Su Hora. Esta sección se denomina "Películas para Dos Vidas" y he querido terminar el año con uno de mis descubrimientos cinematográficos más notables, aquel que me ha hecho abrir los ojos ante las maravillas narrativas que se pueden encontrar omitiendo esa forma de ver el western y abriendo la mente ante películas que reposan en el imaginario colectivo.
Es el caso de esta obra de Leone que hoy expongo en este artículo. Hasta que Llegó Su Hora es un viaje interminable hacia la muerte, la creencia manifiesta de que todos los personajes de la película tienen que morir en algún momento. Sin embargo, en 165 minutos de duración, el espectador descubrirá cual de ellos merece con más ahínco ser el malo de la película. Nadie parece tener un papel definido puesto que todos tienen por donde callar. Es ahí donde cuatro grandes actores entran en juego para ofrecernos interpretaciones absolutamente magistrales.
Hablamos de Henry Fonda, uno de mis actores predilectos y siempre visto en cintas en las que representaba al americano honrado, valiente y con una cara amable con la que enfrentarse en los problemas. No obstante, su cambio de registro en la cinta de Leone es toda una lección de interpretación que todo aficionado al cine debería contemplar. Por otro lado, encontramos a Charles Bronson, ese actor con rostro inconfundible y tantas veces mencionado a lo largo de la historia del cine y la televisión, encuentra una vía de escape a su gran talento reprimido en películas bélicas donde no tenía ocasión de mostrar todo lo que su capacidad como actor nos tenía reservado.
Jamás hubo dos secundarios que redondearan su actuación de una manera tan brillante. Por un lado, Jason Robards, uno de los más desconocidos actores de la época pero a la vez uno de los mejores y más importantes de la última generación del cine dorado. Su contrapunto en esta película a los personajes de Fonda y Bronson parece complicado, pero lo saca con notables aptitudes. Y como me puedo olvidar de una de las más grandes bellezas que han pasado por la gran pantalla, Claudia Cardinale, gran actriz que le otorga el punto de sensualidad a la película demostrando nuevamente su talento interpretativo confirmado en El Gatopardo o Rocco y sus Hermanos.
Este es un spaguetti-western, de esos que les gustan a nuestros abuelos. Cualquiera que haya nacido después de 1980 se quedará dormido. Y razón no le falta. Su extensa duración hace que los minutos no corran con la rapidez que uno desea. Sin embargo, la película no defraudará al que se mantenga atento y expectante. Ennio Morricone se encarga de, con muy pocos acordes de harmónica, mantener una tensión que se puede cortar con una navaja. El guión, obra de tres grandes genios europeos como son Bernardo Bertolucci, Dario Argento y el propio Leone, es una maravilla del género del Oeste. Sus diálogos, escasos pero inimitables, son la prueba fehaciente de que el cine se escribe con mayúsculas.
Gracias a Hasta que Llegó Su Hora descubrí el western y lo hice por la puerta grande. Ahora te toca a ti, querido lector, sumergirte en el polvoriento ambiente del Oeste norteamericano y disfrutar con secuencias y secuencias, una detrás de otra, del mejor cine que se ha hecho jamás.
Jamás hubo dos secundarios que redondearan su actuación de una manera tan brillante. Por un lado, Jason Robards, uno de los más desconocidos actores de la época pero a la vez uno de los mejores y más importantes de la última generación del cine dorado. Su contrapunto en esta película a los personajes de Fonda y Bronson parece complicado, pero lo saca con notables aptitudes. Y como me puedo olvidar de una de las más grandes bellezas que han pasado por la gran pantalla, Claudia Cardinale, gran actriz que le otorga el punto de sensualidad a la película demostrando nuevamente su talento interpretativo confirmado en El Gatopardo o Rocco y sus Hermanos.
Este es un spaguetti-western, de esos que les gustan a nuestros abuelos. Cualquiera que haya nacido después de 1980 se quedará dormido. Y razón no le falta. Su extensa duración hace que los minutos no corran con la rapidez que uno desea. Sin embargo, la película no defraudará al que se mantenga atento y expectante. Ennio Morricone se encarga de, con muy pocos acordes de harmónica, mantener una tensión que se puede cortar con una navaja. El guión, obra de tres grandes genios europeos como son Bernardo Bertolucci, Dario Argento y el propio Leone, es una maravilla del género del Oeste. Sus diálogos, escasos pero inimitables, son la prueba fehaciente de que el cine se escribe con mayúsculas.
Gracias a Hasta que Llegó Su Hora descubrí el western y lo hice por la puerta grande. Ahora te toca a ti, querido lector, sumergirte en el polvoriento ambiente del Oeste norteamericano y disfrutar con secuencias y secuencias, una detrás de otra, del mejor cine que se ha hecho jamás.
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