Hay dos tipologías de espectador. Una es el “espectador férreo” y la otra “espectador lacrimógeno”. Yo me creía en el primero de ellos hasta que una serie de circunstancias me hicieron ver la luz y pasarme al lado de la lágrima fácil. No es que confiese ser del segundo grupo al ver Alabama Monroe sino que la propensión al llanto, quieras o no, se hace mucho más plausible con este tipo de historias, por otro lado, ya manidas.
No es la primera vez que nos cuentan la tragedia de una pareja abocada a terminar como el rosario de la aurora. Sin embargo, la novedad que nos presenta su director, Felix Van Groeningen, es la de un montaje que pretende narrar una historia partiendo de hechos aislados inherentes a la propia trama. Hay saltos cronológicos que hacen perder la atención más que retenerla y confunden en algunos momentos. La utilización de la tijera en la sala de montaje es un elemento indispensable a la hora de realizar una película y, por tanto, importante en su valoración final.
Sin embargo, el uso de una acertada banda sonora que bebe directamente del country y el bluegrass, movimiento musical norteamericano heredero del folclore tradicional y que se popularizó en los 40, es un notable punto a favor a la hora de enfrentarse a las tristezas que emanan de la película. Con esta base, los dos protagonistas (excelsos en la construcción de sus respectivos) se embarcan en una lucha a favor de la vida en la que atacarán a todo aquel que intente atentar contra sus ideales. No se ve un descarado culto a Estados Unidos aunque sí un gusto del protagonista por la respetable cultura popular americana que sirve como eje central de su propia psicología.
La narración fragmentada nunca ha sido del gusto de este cronista. En este sentido, se debería poner más atención a aspectos narrativos mucho más evidentes que comienzan a fallar cuando no hay unos buenos cimientos en el guión. Solventar los fallos con la posproducción no es una buena idea. Pese a todo, la película es candidata al Oscar a la Mejor Película Extranjera por Bélgica y ya fue premiada en Sevilla con el Gran Premio del Público. Su capacidad para crear un universo lacrimógeno, nudos irreversibles en el estómago y un trágico melodrama hacen de Alabama Monroe un experimento muy vistoso pero tremendamente tramposo.
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