Con un presupuesto de tan sólo 13 millones de dólares, el más bajo de su carrera junto con Entre copas, Alexander Payne arriesga ante el público con una historia narrada en blanco y negro y desarrollada de una manera magistral, propia del estilo de un director con sello propio. Nebraska, además, cuenta con la magnética presencia de un actor inmenso, Bruce Dern, al que su director recupera en un soberbio retrato de la vejez en una particularísima road movie con espíritu de viejos clásicos de la literatura universal.
La marca de la casa Payne está en cada fotograma que vemos. La soledad, la pérdida de la esencia de vivir, el viaje desde un punto A hacia un punto B con una marcada capacidad para el autorretrato psicológico y vital. Alexander Payne ya nos metió en carretera en Entre copas y nos retrató la soledad del hombre mayor en A propósito de Schmidt con un aplaudido Jack Nicholson.
Aquí, descubrimos la lucha de un hijo por contener a su padre en un viaje hasta Nebraska para cobrar un supuesto premio de un millón de dólares. Aquí no hay premio que valga, sólo hay una melancolía acentuada con una fotografía muy particular que aumenta la desazón que los personajes de Payne ya transmiten por sí mismos. Parte de esta melancolía la lleva en su interior un Bruce Dern con un discutible pasado de alcoholismo, pérdida de licencia de conducir y un irrefrenable vicio de no poder decir que no a nada.
Alexander Payne nunca ha sido amigo de las filigranas técnicas sino de la cotidianeidad más absoluta. Su cine se basa en la normalidad de las situaciones que recrea. No hay que hacer un esfuerzo por valorar si lo que está sucediendo en pantalla puede ser verosímil o no. Hay un poder de la imagen que sirve para narrar las historias más sencillas que podamos imaginarnos. Woody no es más que otro personaje Payne que ha fracasado en su vida en los aspectos en los que tenía que haber estado más acertado. Algo semejante a lo que le sucedió al Giamatti de Entre copas, al Nicholson de A propósito de Schmidt o al Clooney de Los descendientes. A su vejez, cree estar más cerca del éxito con un premio que no es más que una tapadera comercial que, como en el resto de su vida, se niega a creer y afrontar.
Pequeñas situaciones cómicas, la mayor parte protagonizadas por June Squibb (la adorable esposa de Nicholson en A propósito de Schmidt) aderezan una trama en la que más vale reír y no llorar. Tanta melancolía, demasiada tristeza y soledad en el ambiente no deben contagiar ni nublar la percepción de unos personajes irredentos buscando un destino incierto y nada complaciente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario