George Clooney regresa a la dirección con una película que bebe del mejor espíritu del cine bélico de mediados de siglo XX, en su faceta de productor, guionista, realizador y protagonista. Sin embargo, no se nota un esfuerzo por adaptar las líneas del libro que trajo esta historia a la actualidad y que fue escrito, de manera sobresaliente, por Robert M. Edsel.
Solamente hay unas pocas escenas realmente brillantes a lo largo de la, por cierto alargada, trama. Una de ellas es precisamente la que utiliza como arranque a la película y que Clooney utiliza como inteligente gancho para salvar su trabajo en los primeros minutos. Alexandre Desplat sirve una banda sonora al compás de este tipo de producciones, cintas bélicas en las que se entremezclan un buen número de chascarrillos y la historiografía pasa a un segundo o tercer plano narrativo.
A medida que avanza la película, contemplamos como George Clooney va destilando tanto carisma y está tan encantado de conocerse que resulta algo sobreactuado. Hay personajes desdibujados que solamente sobreviven a la criba cuando actúan por separado al grupo. Es el caso de Bill Murray y Bob Balaban, quienes nos dejan sólo un par de secuencias para el recuerdo. John Goodman y Jean Dujardin se complementan a la perfección y, aisladamente, son de lo más apetecible de la película. Sin embargo, el mayor error de la producción radica en no haber escogido a Matt Damon como protagonista absoluto. Sin embargo, su labor compartida con Clooney le hace un flaco favor y lo coloca como el personaje más interesante la trama pese a su escaso desarrollo narrativo.
George Clooney, sabedor de sus capacidades y talento detrás de la cámara, realiza un encomiable trabajo de dirección. Pese a su duración, hay un gran trabajo de montaje y una cuidadísima fotografía. También es evidente que su director reinventa el concepto de “peli de amigos” para pasar olímpicamente del libro en el que se basa la traa e intentar dibujar a un grupo de colegas en busca de las obra de arte que Adolf Hitler pretendió convertir en su colección particular en el Führermuseum de Linz. No hay contextualización, sabemos poco de las maravillas que buscaron aquellos expertos. Si la intención del director era obviar aspectos historicistas para hacernos bucear en la obra de Robert Edsel, entonces hace un trabajo excepcional. Si no, la película se queda a medias, apagada.
Sin duda, Monuments Men es un divertimento exquisito, cuidado como entretenimiento pero no como obra que pretenda recordar a los héroes de Monumentos. Si nos dejamos de teoría y vamos a la práctica, es evidente que pasar un buen rato con un reparto de excepción y una trama más que interesante será la mejor opción para disfrutar del buen cine cómo se debe.
Solamente hay unas pocas escenas realmente brillantes a lo largo de la, por cierto alargada, trama. Una de ellas es precisamente la que utiliza como arranque a la película y que Clooney utiliza como inteligente gancho para salvar su trabajo en los primeros minutos. Alexandre Desplat sirve una banda sonora al compás de este tipo de producciones, cintas bélicas en las que se entremezclan un buen número de chascarrillos y la historiografía pasa a un segundo o tercer plano narrativo.
A medida que avanza la película, contemplamos como George Clooney va destilando tanto carisma y está tan encantado de conocerse que resulta algo sobreactuado. Hay personajes desdibujados que solamente sobreviven a la criba cuando actúan por separado al grupo. Es el caso de Bill Murray y Bob Balaban, quienes nos dejan sólo un par de secuencias para el recuerdo. John Goodman y Jean Dujardin se complementan a la perfección y, aisladamente, son de lo más apetecible de la película. Sin embargo, el mayor error de la producción radica en no haber escogido a Matt Damon como protagonista absoluto. Sin embargo, su labor compartida con Clooney le hace un flaco favor y lo coloca como el personaje más interesante la trama pese a su escaso desarrollo narrativo.
George Clooney, sabedor de sus capacidades y talento detrás de la cámara, realiza un encomiable trabajo de dirección. Pese a su duración, hay un gran trabajo de montaje y una cuidadísima fotografía. También es evidente que su director reinventa el concepto de “peli de amigos” para pasar olímpicamente del libro en el que se basa la traa e intentar dibujar a un grupo de colegas en busca de las obra de arte que Adolf Hitler pretendió convertir en su colección particular en el Führermuseum de Linz. No hay contextualización, sabemos poco de las maravillas que buscaron aquellos expertos. Si la intención del director era obviar aspectos historicistas para hacernos bucear en la obra de Robert Edsel, entonces hace un trabajo excepcional. Si no, la película se queda a medias, apagada.
Sin duda, Monuments Men es un divertimento exquisito, cuidado como entretenimiento pero no como obra que pretenda recordar a los héroes de Monumentos. Si nos dejamos de teoría y vamos a la práctica, es evidente que pasar un buen rato con un reparto de excepción y una trama más que interesante será la mejor opción para disfrutar del buen cine cómo se debe.
Basada en hechos reales, Monuments men es una narración fílmica que trata sobre el expolio de arte que hacen los nazis en los territorios ocupados, ofreciendo una visión diferente de la guerra menos dura y cruel de las que estamos acostumbrados cuando se trata del conflicto bélico.
ResponderEliminarhttp://www.quepodemosver.com/2014/03/monuments-men-critica.html