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[Crítica] 12 años de esclavitud

10/10

McQueen lo ha vuelto a hacer. 12 años de esclavitud confirma que nos encontramos ante uno de los cineastas más importantes, relevantes y contundentes que ha dado el cine contemporáneo. Su maestría detrás de la cámara no es comparable con ningún fenómeno reciente. Nadie se introduce de manera tan determinante en el espectador dejando un poso de dolor, de crueldad, de reflexión. Nadie sabe innovar construyendo universos tan infernales como los del realizador británico.
Tres son los largometrajes que, hasta la fecha, ha dirigido Steve McQueen. Cada una de ellas contiene secuencias que no envidian a ninguno de los grandes maestros del Séptimo Arte. McQueen se corona con cada una de ellas y se va superando con cada uno de los retos que se va planteando. Hunger puso sobre la mesa las bases de su cine, fraguado con anterioridad en la fotografía y el videoarte, con una narración larga, fragmentada en algunos casos, interiorista, apartada de los códigos actuales del cine. McQueen rompe con todos los planteamientos estilísticos y, aunque en esta ocasión parece querer haber hecho una obra más universal dejando atrás sus atrevimientos técnicos, se ha lanzado a por una narración arriesgada y sin fisuras. 
El realizador británico nos avergüenza a los espectadores recordándonos que Washington, la ciudad donde se desarrolla parte de la trama, fue edificada sobre una ciénaga. El lugar donde se firmaron todos los derechos y libertades de los estadounidenses no es más que un lodazal que guarda lo peor del ser humano. Las atrocidades y calamidades que en esta película se narran deben ser vistas, contempladas largamente por todos aquellos con lengua viperina, xenófoba, racista. La secuencia de los azotes a una ejemplarmente estoica Lupita Nyong´o refleja la crueldad de una época que puede parecernos lejana pero tan actual como estar leyendo estas líneas en este preciso instante. Y por esos lares transita un Michael Fassbender condenado a ser el representante de toda aquella infamia en un papel con el que consigue que le odiemos y le encumbremos al mismo tiempo.
Ninguna película había hecho remover las conciencias sobre un tema tan controvertido. El cine se ha acercado a lo largo de su historia a los horrores de la esclavitud pero jamás con tanta crudeza como en esta ocasión. Han pasado 98 años desde que David W. Griffith hiciese su particular apología de los movimientos esclavistas y xenófobos de Estados Unidos en aquella, por otro lado, obra de arte titulada El nacimiento de una nación. En este siglo poco se ha aprendido puesto que los errores más graves se han vuelto a cometer una y otra vez. No nos cansamos de ver genocidios, trata de personas, esclavitud, hambre, cinismo e hipocresía. Y en este punto es cuando la gran pantalla a través de los ojos de Chiwetel Ejiofor en cierto plano secuencia nos interroga buscando una explicación que no nos atrevemos a dar. O porque no tenemos y no sabremos nunca qué decir ante tanta barbarie.
12 años de esclavitud es cruel, despiadada, vil, descarnada, valiente, desgarradora. Es, simplemente, la película del año.

[Crítica] Prisioneros

8/10

Prisioneros, la nueva película del realizador canadiense Denis Villeneuve, es todo un ejercicio de suspense, angustia e ira que nos sumerge en un peligroso infierno hasta desembocar en uno de los mejores thrillers de lo que va de año y, esperemos, cabeza de serie de cara a los próximos Oscars.
Ante la atenta mirada del paternal, e impresionante, Hugh Jackman, Villeneuve nos muestra el doloroso sufrimiento de dos familias que se ven azotadas por el secuestro de sus respectivas hijas. En Prisioneros nos encontraremos una muestra de lo que puede llegar a suceder cuando alguien, rabioso y lleno de ira, decide tomarse la justicia por su mano. Y precisamente ahí es donde se sitúa uno de los pilares de la película, la conjunción entre dos actores absolutamente impagables en sus papeles. De un lado, un Hugh Jackman avanzando en su status dentro del Hollywood moderno y optando de nuevo a ser considerado entre los grandes intérpretes del año. De otro, un Paul Dano ya consagrado gracias a sus papeles en Pequeña Miss Sunshine o Pozos de ambición, donde le valieron el favor y la consideración de crítica y público.
Una sorpresa nos llevamos al descubrir a Jake Gyllenhaal en el que posiblemente sea el papel de su carrera. Un policía, con un distintivo tic nervioso, culpable en todo momento de lo que está sucediendo sin poder hacer más de lo que la burocracia le permite. Su papel, discreto y en ocasiones ensombrecido por el colérico Hugh Jackman, es un punto fuerte a la hora de descubrir y disfrutar de Prisioneros.
El argumento puede resultar algo enrevesado y la duración es excesiva para una película de estas características. Sin embargo, al salir de la sala se siente que no sobra ninguna escena. Todo está calculado de manera sobresaliente para hacer caer al espectador en un submundo de miseria, maldad, fe y venganza. La religión está presente en la película de una manera latente y veremos cómo se oponen las cualidades más ruines del ser humano con las oraciones propias de la religión católica.
En la película, todos los personajes son prisioneros de sí mismos, de su pasado. Estamos ante un laberinto de culpabilidad, una espiral de violencia, sed de venganza. Hay giros argumentales que, aunque esperados, no dejan de sorprender. Prisioneros es un gran ejercicio cinematográfico, una de las películas más impactantes del año. El estilo visual de su director, cultivando una fotografía oscura, áspera, ayudándose en un montaje rápido, cortante, distante, sin tiempo para hacer una reflexión sobre lo que vemos en tiempo real.
Prisioneros es extremadamente cruel. Lo mejor que tiene la película es que podemos empatizar con todos y cada uno de los personajes, culpables o no. Prisioneros es un rompecabezas donde todas las piezas encajan a la perfección y poseedor de uno de los mejores finales que se hayan podido ver en mucho tiempo. ¿Debe perdérsela? No lo creo. Por nada del mundo.