Laura Brown (a mi parecer, personaje central de la trama interpretado por Julianne Moore) llegó a la encrucijada de caminos tras años de una rutina asfixiante y abrumadora. Debía tomar una decisión crucial; apostar por la vida, mirarla a la cara siendo consciente de sus bondades y miserias; o bien optar por la muerte en vida, esa que ahonda con empecinada insistencia en la insatisfacción cotidiana, como una pesada losa alienante para el espíritu.
A lo largo de la historia, las mujeres no han gozado de muchas opciones a partir de las cuales cimentar una vida propia. La presión de la sociedad sobre sus destinos irrevocables ha sido una constante mantenida de forma independiente a las épocas o las coyunturas políticas. La naturaleza construida socialmente y adherida al género femenino en un proceso estático que comprende desde los inicios mismos de la civilización occidental hasta prácticamente nuestros días, ha funcionado como guía indisoluble de una existencia orientada casi exclusivamente a las tareas domésticas y la reproducción.
Laura Brown decidió elegir el camino de la vida, aunque ello significase abandonar a su marido, a sus dos hijos, y un hogar perfecto. Aunque ello conllevara adoptar el rol de mala madre, de persona egoísta, sin principios morales o escrúpulos. La deserción de una mujer, al fin y al cabo, ha sido tradicionalmente menos tolerada que la del hombre, por ser considerada como un acto antinatural, despreciable y traumático para los hijos. Un trauma desvelado en el desarrollo emocional de su propio hijo, tal y como podemos observar en la película en el personaje al que da vida un excelente Ed Harris.
La valentía de Laura, independientemente de la cuestionable idoneidad de sus actos, supone la reafirmación de una conciencia que rompe con siglos de esclavitud doméstica de la mujer a partir de un sentimiento que va más allá de una mera insatisfacción material, incluso de afecto. Aquí no se trata de que la mujer debe enfrentarse a un marido colérico, indiferente o infiel (pues de hecho es dibujado como un esposo perfecto; atento, cariñoso y, además, veterano de guerra) o a una compleja situación de precariedad (viven en un próspero barrio residencial), que de algún modo justifique moralmente su necesidad de escapar. Laura se encuentra atrapada en una vida que no ha elegido y que le impide desarrollarse como persona libre e independiente; y ahí es donde halla la fuerza para tomar las riendas a pesar de la inevitable incomprensión de la sociedad.
A lo largo de la historia, las mujeres no han gozado de muchas opciones a partir de las cuales cimentar una vida propia. La presión de la sociedad sobre sus destinos irrevocables ha sido una constante mantenida de forma independiente a las épocas o las coyunturas políticas. La naturaleza construida socialmente y adherida al género femenino en un proceso estático que comprende desde los inicios mismos de la civilización occidental hasta prácticamente nuestros días, ha funcionado como guía indisoluble de una existencia orientada casi exclusivamente a las tareas domésticas y la reproducción.
Laura Brown decidió elegir el camino de la vida, aunque ello significase abandonar a su marido, a sus dos hijos, y un hogar perfecto. Aunque ello conllevara adoptar el rol de mala madre, de persona egoísta, sin principios morales o escrúpulos. La deserción de una mujer, al fin y al cabo, ha sido tradicionalmente menos tolerada que la del hombre, por ser considerada como un acto antinatural, despreciable y traumático para los hijos. Un trauma desvelado en el desarrollo emocional de su propio hijo, tal y como podemos observar en la película en el personaje al que da vida un excelente Ed Harris.
La valentía de Laura, independientemente de la cuestionable idoneidad de sus actos, supone la reafirmación de una conciencia que rompe con siglos de esclavitud doméstica de la mujer a partir de un sentimiento que va más allá de una mera insatisfacción material, incluso de afecto. Aquí no se trata de que la mujer debe enfrentarse a un marido colérico, indiferente o infiel (pues de hecho es dibujado como un esposo perfecto; atento, cariñoso y, además, veterano de guerra) o a una compleja situación de precariedad (viven en un próspero barrio residencial), que de algún modo justifique moralmente su necesidad de escapar. Laura se encuentra atrapada en una vida que no ha elegido y que le impide desarrollarse como persona libre e independiente; y ahí es donde halla la fuerza para tomar las riendas a pesar de la inevitable incomprensión de la sociedad.
La Horas es una película sobre mujeres en esa encrucijada del destino en la que es indispensable decidir. Laura optó por huir, Virginia Wolff se sumergió en las oscuras aguas del río para sofocar la locura y la insatisfacción esencial que la atormentaba, esa moderna Mrs. Dalloway, Clarissa, se percató al fin de la insustancia de su propia existencia al enfrentarse a su propia antagonista, una anciana Laura. Las vidas de las tres mujeres protagonistas se entrelazan de forma magistral en virtud a un entramado argumental perfecto basado en la novela homónima de Michael Cunningham, trasladada a la pantalla gracias a la destreza narrativa del guionista David Hare y el buen oficio del joven director Stephen Daldry (quizás uno de las realizadores más interesantes de los últimos años con obras tan reseñables como Billy Elliot o El Lector).
Una puesta en escena sobria, con un ritmo pausado y una conseguida ambientación en las diferentes épocas donde se desarrolla la trama, sirven asimismo de escenario de excepción para un elenco interpretativo de una calidad extraordinaría y una poderosa presencia en pantalla, desde su trío protagonista al que da vida una irreconocible Nicole Kidman en la piel de Virginia Wolff (papel por el que consiguió el Oscar), Julianne Moore en la mejor interpretación de su carrera, y Meryl Streep con su habitual eficacia dramática ante las cámaras; hasta una pléyade de secundarios que dotan de hondura y verosimilitud a la historia, entre los que destacan Ed Harris, Stephen Dillane, John C. Reilly, Miranda Richardson o Allison Janney.
La profundidad emocional que desprende Las Horas es digna de disfrutarse en el sosiego de una comprensión pausada, atenta al universo de detalles que jalonan la trama, a las decisiones trascendentales que sus protagonistas toman hasta configurar sus propios destinos. Sin duda alguna, una de las grandes obras del nuevo siglo que bucea en el complejo e inexplorado mundo de sentimientos femeninos. En virtud a su rol de fiel reflejo de la realidad, el cine retrató durante décadas a la mujer como fiel amante, madre o ama de casa comedida y eficaz; con el nuevo siglo y la necesidad de arrojar luz a una parte de la realidad tradicionalmente oculta, son cada vez más las películas que posicionan a la mujer como protagonista independiente a partir de la cual abordar nuevas vías narrativas. Y Las horas lo hizo con una brillantez admirable; una pelicula para reflexionar y gozar a partes iguales.
Una puesta en escena sobria, con un ritmo pausado y una conseguida ambientación en las diferentes épocas donde se desarrolla la trama, sirven asimismo de escenario de excepción para un elenco interpretativo de una calidad extraordinaría y una poderosa presencia en pantalla, desde su trío protagonista al que da vida una irreconocible Nicole Kidman en la piel de Virginia Wolff (papel por el que consiguió el Oscar), Julianne Moore en la mejor interpretación de su carrera, y Meryl Streep con su habitual eficacia dramática ante las cámaras; hasta una pléyade de secundarios que dotan de hondura y verosimilitud a la historia, entre los que destacan Ed Harris, Stephen Dillane, John C. Reilly, Miranda Richardson o Allison Janney.
La profundidad emocional que desprende Las Horas es digna de disfrutarse en el sosiego de una comprensión pausada, atenta al universo de detalles que jalonan la trama, a las decisiones trascendentales que sus protagonistas toman hasta configurar sus propios destinos. Sin duda alguna, una de las grandes obras del nuevo siglo que bucea en el complejo e inexplorado mundo de sentimientos femeninos. En virtud a su rol de fiel reflejo de la realidad, el cine retrató durante décadas a la mujer como fiel amante, madre o ama de casa comedida y eficaz; con el nuevo siglo y la necesidad de arrojar luz a una parte de la realidad tradicionalmente oculta, son cada vez más las películas que posicionan a la mujer como protagonista independiente a partir de la cual abordar nuevas vías narrativas. Y Las horas lo hizo con una brillantez admirable; una pelicula para reflexionar y gozar a partes iguales.
Cuando vi la pelicula por primera vez me dejó pensando en un montón de cosas. El sacrificio femenino está bien argumentado en el film, y se lo puede analizar si concordamos en que las tres mujeres renunciaron a algo en específico. Virginia renunció a su vida, Laura renunció a su familia y Clarissa renunció a un sueño vivo, que estaba idealizado en su eterno amigo, y que tras la muerte de este desapareció. Las Horas es un film que indaga perfectamente en el destino y las decisiones que afectan nuestro futuro; en la amarga soledad que se siente aun cuando se está rodeado de personas, en la imposicion de ser feliz en medio de la desdicha, en guardarse los sentimientos para aparentar que todo está bien. Una pelicula lucida y que no se quebranta en ningún instante. Fascinante guión, solidas y espectaculares interpretaciones y una magnifica direccion (acompañado de una gran ambientacion y una sublime banda sonora); todo esto hace que nos comprometamos con el film y reflexionemos en su propuesta.
ResponderEliminarGran entrada. Saludos!