7/10
El director finlandés Aki Kaurismäki parece haberse quitado todos sus topicazos para regalarnos Le Havre, un fabuloso cuento sobre la solidaridad con el extraño, con el inmigrante, con un ser humano en base a nuestra propia naturaleza. Con 4 nominaciones a los premios de la Academia del Cine Europeo, Le Havre se constituye como una de las cintas mejor acogidas de lo que llevamos de Sevilla Festival de Cine Europeo. Hace algún tiempo, meses atrás, algún aficionado furibundo me insultó por una crítica que le había tocado la fibra y, consciente de aquella malintencionada grosería, el tal individuo me remitía a las películas de Kaurismäki porque yo no entendía de cine. Naturalmente, no pude hacer más que reírme y seguir trabajando. Mi gozo se vio completo cuando observé que, en el programa del Festival de Cine Europeo de Sevilla, venía la última película de uno de los narradores más destacados de toda la cinematografía europea.
Confieso no ser un experto en el cine del realizador finlandés pero, para el caso, lo importante es poner en común los elementos que hacen que Le Havre sea uno de los estrenos más calidos que se han celebrado en el marco de este festival sevillano. Los aplausos no se hicieron esperar al término de una fábula en la que se recurre continuamente a la emotividad y a los pensamientos más internos del espectador. La empatía con los personajes hace que Kaurismäki haya logrado contar una historia más allá del uso de las técnicas cinematográficas que, en ocasiones, han conseguido rozar el tedio más absoluto.
Encontramos que la película, algo raro en este tipo de cine europeo, está totalmente basada en el uso de continuos planos medios y primeros planos mientras que la cámara permanece absolutamente inmóvil y no hay juego de ejes proporcionando al metraje un aura de teatralidad que ayuda a comprender las intenciones de Kaurismäki. Le Havre es una película donde los silencios y lo que no se observa a simple vista cuenta mucho más que el propio guión, firmado por el realizador y de una factura intachable, con unos momentos para la risa más sonora y otros para la emoción y el sentimiento más profundo. Kaurismäki ha sabido conjugar los tiempos y no pasarse de listo en ninguno de los 93 minutos que dura la proyección.
Con una fotografía que recuerda a los años 60 (no olvidemos al comisario, homenaje manifiesto al cine de los 70 con ese vestuario), primeros coletazos del cine en color, donde los vestidos, los utensilios, el atrezzo y los decorados conjugaban el uso de los colores primarios, Le Havre nos trae una profunda reflexión sobre la complicada situación de los inmigrantes en tierra extraña y más aún cuando se trata de niños y jóvenes. A lo largo de la película, y gracias a la buena interpretación de André Wilms, descubriremos que el ser humano realmente puede ser bueno por naturaleza y sus actos, estar llenos de buenas intenciones pretendiendo cambiar los diferentes mundos a través de pequeñas cosas.
Le Havre es absolutamente recomendable para pasar una buena tarde de cine en el Sevilla Festival de Cine Europeo. Tal vez no sea la mejor película de Kaurismäki pero consigue que el espectador arranque una sonrisa y empatice con sus personajes mejor que muchos de los pretenciosos proyectos que se han presentado como panacea del cine europeo.
Confieso no ser un experto en el cine del realizador finlandés pero, para el caso, lo importante es poner en común los elementos que hacen que Le Havre sea uno de los estrenos más calidos que se han celebrado en el marco de este festival sevillano. Los aplausos no se hicieron esperar al término de una fábula en la que se recurre continuamente a la emotividad y a los pensamientos más internos del espectador. La empatía con los personajes hace que Kaurismäki haya logrado contar una historia más allá del uso de las técnicas cinematográficas que, en ocasiones, han conseguido rozar el tedio más absoluto.
Encontramos que la película, algo raro en este tipo de cine europeo, está totalmente basada en el uso de continuos planos medios y primeros planos mientras que la cámara permanece absolutamente inmóvil y no hay juego de ejes proporcionando al metraje un aura de teatralidad que ayuda a comprender las intenciones de Kaurismäki. Le Havre es una película donde los silencios y lo que no se observa a simple vista cuenta mucho más que el propio guión, firmado por el realizador y de una factura intachable, con unos momentos para la risa más sonora y otros para la emoción y el sentimiento más profundo. Kaurismäki ha sabido conjugar los tiempos y no pasarse de listo en ninguno de los 93 minutos que dura la proyección.
Con una fotografía que recuerda a los años 60 (no olvidemos al comisario, homenaje manifiesto al cine de los 70 con ese vestuario), primeros coletazos del cine en color, donde los vestidos, los utensilios, el atrezzo y los decorados conjugaban el uso de los colores primarios, Le Havre nos trae una profunda reflexión sobre la complicada situación de los inmigrantes en tierra extraña y más aún cuando se trata de niños y jóvenes. A lo largo de la película, y gracias a la buena interpretación de André Wilms, descubriremos que el ser humano realmente puede ser bueno por naturaleza y sus actos, estar llenos de buenas intenciones pretendiendo cambiar los diferentes mundos a través de pequeñas cosas.
Le Havre es absolutamente recomendable para pasar una buena tarde de cine en el Sevilla Festival de Cine Europeo. Tal vez no sea la mejor película de Kaurismäki pero consigue que el espectador arranque una sonrisa y empatice con sus personajes mejor que muchos de los pretenciosos proyectos que se han presentado como panacea del cine europeo.
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