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La naturaleza de los genios obedece a la construcción subjetiva de su público. Por ello, cada genio encierra en sí mismo una composición dual; de un lado la que los encumbra como modelos o patrones absolutos de un Arte personal y único; de otro, la percepción de ser auténticos fraudes, embaucadores sin escrúpulos, megalómanos con un nútrido coro de aduladores. Quizás sea este el verdadero precio de la fama, el riesgo de ser incomprendido al mismo tiempo que se es agasajado con entusiasmo; la doble cara de la moneda que con cada obra vuelve a ser lanzada al aire, esperando impacientemente quién se alineará en el bando de los detractores, quién en el de los seguidores.
Pedro Almodóvar es un paradigma de ese 'genio' contradictorio, aunque la confrontación de pareceres se manifieste casi exclusivamente en su propio país dada la fascinación que su cine suscita en el extranjero (el exotismo es un claro valor agregado aquí ya asimilado). Con el estreno de cada una de sus películas (salvo excepciones, como la fantástica 'Volver') se aviva un intenso debate nacional en torno a la genialidad de la obra o, por el contrario, el carácter pretencioso de la misma, sin prevalecer por lo general las medias tintas. No obstante, algunos críticos, conocedores de la importancia de la figura de Almodóvar dentro del cine español (no sólo como director, sino también como productor), han decidido permanecer en tierra de nadie (a mi parecer contagiados por cierta cobardía) y así evitar realizar juicios demoledores de lo que realmente sienten, jugando con la ambigüedad y faltando a la honestidad que les exige su oficio.
La última película de Almodóvar, La piel que habito, ha sido especialmente pródiga a la hora de fomentar la discusión. Y es que el relato demencial de un cirujano con una evidente psicopatología que se venga del supuesto violador de su hija al mismo tiempo que suple el espacio dejado años atrás por la trágica muerte de su mujer, ofrece suficientes puntos donde anclar argumentos a favor y en contra. No obstante, no pienso que el principal problema de esta fallida película obedezca al desarrollo de una trama que más bien pretende revisar el mito del Frankestein de Mary Shelley desde una óptica actual en la que la cirugía plástica esteriliza el aspecto terrorífico del entrañable monstruo. Al fin y al cabo, el personaje de Ledgard (re)construye a una persona a la que aspira dotar de una personalidad determinada acorde a sus necesidades, como es paliar su soledad.
La gran imprudencia, por el contrario, de Almodóvar en esta película ha sido sido la estética marcadamente teatral de la que se vale para narrar su historia, haciéndola caer en el más absoluto ridículo de forma redundante, lastrada por unos actores que resultan inverosímiles (y no debido precisamente a su falta de profesionalidad) y una atmósfera más parecida a una pesadilla hilarante que a una auténtica película. Al igual que le ocurrió con la también fallida 'Los Abrazos Rotos', la frialdad de la fotografía, de los escenarios, suscita una reacción de rechazo en el espectador (o en algunos), una desconexión con la trama que hace naufragar cualquier intento de parecer creíble.
Pedro Almodóvar es un paradigma de ese 'genio' contradictorio, aunque la confrontación de pareceres se manifieste casi exclusivamente en su propio país dada la fascinación que su cine suscita en el extranjero (el exotismo es un claro valor agregado aquí ya asimilado). Con el estreno de cada una de sus películas (salvo excepciones, como la fantástica 'Volver') se aviva un intenso debate nacional en torno a la genialidad de la obra o, por el contrario, el carácter pretencioso de la misma, sin prevalecer por lo general las medias tintas. No obstante, algunos críticos, conocedores de la importancia de la figura de Almodóvar dentro del cine español (no sólo como director, sino también como productor), han decidido permanecer en tierra de nadie (a mi parecer contagiados por cierta cobardía) y así evitar realizar juicios demoledores de lo que realmente sienten, jugando con la ambigüedad y faltando a la honestidad que les exige su oficio.
La última película de Almodóvar, La piel que habito, ha sido especialmente pródiga a la hora de fomentar la discusión. Y es que el relato demencial de un cirujano con una evidente psicopatología que se venga del supuesto violador de su hija al mismo tiempo que suple el espacio dejado años atrás por la trágica muerte de su mujer, ofrece suficientes puntos donde anclar argumentos a favor y en contra. No obstante, no pienso que el principal problema de esta fallida película obedezca al desarrollo de una trama que más bien pretende revisar el mito del Frankestein de Mary Shelley desde una óptica actual en la que la cirugía plástica esteriliza el aspecto terrorífico del entrañable monstruo. Al fin y al cabo, el personaje de Ledgard (re)construye a una persona a la que aspira dotar de una personalidad determinada acorde a sus necesidades, como es paliar su soledad.
La gran imprudencia, por el contrario, de Almodóvar en esta película ha sido sido la estética marcadamente teatral de la que se vale para narrar su historia, haciéndola caer en el más absoluto ridículo de forma redundante, lastrada por unos actores que resultan inverosímiles (y no debido precisamente a su falta de profesionalidad) y una atmósfera más parecida a una pesadilla hilarante que a una auténtica película. Al igual que le ocurrió con la también fallida 'Los Abrazos Rotos', la frialdad de la fotografía, de los escenarios, suscita una reacción de rechazo en el espectador (o en algunos), una desconexión con la trama que hace naufragar cualquier intento de parecer creíble.
De hecho, el primer tramo de la cinta, con la estrambótica aparición de Roberto Álamo incluída, es un despropósito de dimensiones inconmensurables del que apenas puede recuperarse en el tramo final, cuando comienza a avistarse cierta coherencia (dentro siempre de la pesadilla surrealista que es la obra). Por otro lado, los diálogos precisan de una consideración aparte, ya que el director ha sido incapaz de insuflar cierta naturalidad a los mismos para que sus actores puedan creer al menos algo de lo que están diciendo. Antonio Banderas se encuentra perdido en una de las peores interpretaciones de su carrera cinematográfica, Elena Anaya lo intenta con más éxito pero sin un verdadero fondo dramático, Marisa Paredes es sobrepasada por las circunstancias de su personaje, incluso la jóven Blanca Suárez, a pesar de trabajar con uno de los grandes, no debe estar especialmente contenta con su actuación.
En resumen, el Almodóvar-director ha conseguido dilapidar todo el trabajo 'rescatable' del Almodóvar-escritor. Hoy día pocos dudan de la calidad del director manchego, de su estilo personal y único muy necesario dentro de nuestra cinematografía y de cara a su promoción internacional, no obstante, en los últimos años parece estar enredándose en géneros y estilos que le vienen grande incluso a su poco disimulada megalomanía de genio absoluto del cine español. Además, nadie parece estar dispuesto a decírle con total franqueza (quizás el único que se ha expresado claramente ha sido, como no, Carlos Boyero) que su última película es dramáticamente ridícula; incluso recibirá no pocas nominaciones a los Goya para completar su ansiada reconcialiación del último año, en medio del entusiasmo de los medios de comunicación y sus amigos los críticos. España necesita un director del que sentirse auténticamente orgullosa, pero así no, con esta clase de película, no llegamos a ningún lado.
En resumen, el Almodóvar-director ha conseguido dilapidar todo el trabajo 'rescatable' del Almodóvar-escritor. Hoy día pocos dudan de la calidad del director manchego, de su estilo personal y único muy necesario dentro de nuestra cinematografía y de cara a su promoción internacional, no obstante, en los últimos años parece estar enredándose en géneros y estilos que le vienen grande incluso a su poco disimulada megalomanía de genio absoluto del cine español. Además, nadie parece estar dispuesto a decírle con total franqueza (quizás el único que se ha expresado claramente ha sido, como no, Carlos Boyero) que su última película es dramáticamente ridícula; incluso recibirá no pocas nominaciones a los Goya para completar su ansiada reconcialiación del último año, en medio del entusiasmo de los medios de comunicación y sus amigos los críticos. España necesita un director del que sentirse auténticamente orgullosa, pero así no, con esta clase de película, no llegamos a ningún lado.
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