Había ganas de ver la nueva película de los hermanos Coen. Tras Valor de ley, Ethan & Joel preparaban con mimo su próximo proyecto, una cinta de corte musical que nos llevaba de vuelta a los orígenes de la revolución musical norteamericana que tuvo lugar cuando la canción popular se mezcló con la música folclórica, más íntima, personal, menos ruidosa y rimbombante que los estilos predominantes en la época.
A espaldas de la industria discográfica nacieron una serie de músicos que se encargaron de volver a dar vida a las canciones que habían recibido de sus antepasados. Con una guitarra y su voz, lugares como el Greenwich Village de Nueva York, fueron su plataforma de lanzamiento a un público minoritario que oyó, antes que nadie, como se gestaba el nacimiento de una revolución musical.
Los Coen nos llevan de vuelta a los años 60, cuando Bob Dylan apenas había comenzado a cantar en unos cuantos pequeños locales y dúos o cuartetos vocales querían impresionar a los pocos representantes de los medios especializados o discográficos que acudían a estos lugares. De la mano de Oscar Isaac, en la que posiblemente sea la interpretación de su carrera, nos sumergimos en la oscuridad, la soledad de un joven que desea triunfar y sólo mira por su propio beneficio. Su vida no es vida. Duerme en los sofás que le prestan sus, cada vez más hartos, amigos y recibe las palizas de la misma profesión que ha escogido. Es una época donde el triunfo se cree desmerecido y los fracasos se suman por decenas. Cajas y cajas de vinilos con grabaciones ya olvidadas en el tiempo que Llewyn Davis intenta ocultar como tantos otros.
Basada libremente en las vivencias de Dave Van Ronk, a la sombra de un Dylan que apareció en aquella época como el buque insignia del folk y a quien los Coen representan de manera mágica, Inside Llewyn Davis (casualmente el gran disco de Van Ronk lleva un título homónimo, Inside Dave Van Ronk) es una de las piezas más notables de los hermanos Coen. Su veracidad, su intimismo, el énfasis realizado en la emoción de los personajes y las secuencias musicales, rodadas en plano fijo, nos funden en una comunión con ellos y sus protagonistas. Ojo a la escena con F. Murray Abraham, donde las escarpias invaden cada vello capilar provocando una sensación parecida a querer llorar y no poder.
Los Coen saben plasmar como nadie el fracaso y sus consecuencias. Son treinta años de carrera representando a personajes miserables, fracasados, hundidos, desalentados. Todos ellos sin rumbo fijo pero con un propósito. Y Llewyn Davis, de nuevo, no es más que un Ulises intentando volver a su Ítaca.
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