De vez en cuando, y sin esperarlo, aparecen en cartelera una serie de películas que echan para atrás en un primer momento pero que, al acercarse tímidamente a ellas con sensación de tibieza, nos acaban por dar la sorpresa. Es el caso de Grudge Match, o traducida en España, La gran revancha.
Hay dos formas de tomarse una película de estas dimensiones. Bien como un producto en el que los protagonistas escupen sobre su pasado violando el recuerdo de dos mitos del boxeo como Jake LaMotta y Rocky Balboa o bien entrando en el juego que proponen, un tira y afloja de la tercera edad que homenajea al género y dos de sus más grandes representantes cinematográficos.
Sylvester Stallone, ya con 67 años, y Robert De Niro, quien cuenta los 70, protagonizan esta cinta en la que la carcajada está servida. Normalmente, este tipo de películas me recuerdan que aquellos a los que estoy viendo luchan por pagarse la jubilación con papeles de tres al cuarto. Sin embargo, La gran revancha me ha cerrado la bocaza. Un humor inteligente, con guiños a las sagas clásicas y con dos actores sumamente entregados a sus papeles han servido para que disfrute de casi dos horas de leyenda cinematográfica orquestado por un guión que encumbra su primera parte. Tampoco es dato baladí recordar que en escena hay cinco Oscars entre los cuatro actores principales, algo que llama la atención teniendo en cuenta el planteamiento de la cinta.
Por si fuera poco el pastel, nos encontramos con el regreso de Kim Basinger en su más alta dosis de belleza y un Alan Arkin con el que no necesitaremos recordar a Burgess Meredith como el más fiel escudero del “potro italiano”. Stallone y De Niro, frente a frente en una batalla por la ancianidad en la que buscan venganza y terminarán por encontrarse a ellos mismos.
Habrá quien diga y reitere que el sacrilegio es la nota predominante en esta película. Y yo dudo mucho que Sylvester Stallone quiera violar a su creación más mítica, el Rocky Balboa que ganó al mismísimo Scorsese (y De Niro) en los Oscars de 1976. No viene mal quitarse el polvo de vez en cuando, dejar de ser un purista casposo y disfrutar de dos mitos, uno más que otro, del cine como nunca jamás volveremos a ver.
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