Crítica Perdona pero quiero casarme contigo; Moccia se reinventa en su culto al pseudorromanticismo

 2/10
Cuando el cine no te dota de argumentos suficientes por esgrimir aunque tu intención no sea otra que dilapidar malévolamente el producto en cuestión, es mejor despojarse de la pedantería consustancial del cinéfilo exigente y entregarse, en un ejercicio francamente reparador, a la crítica más feroz que tu mente vapuleada por la película te permita expresar. El antecedente mas cercano lo encontramos en esa revisitación patria de la obra literaria de Federico Moccia, 3 metros sobre el cielo, la cual desempeñó a la perfección su papel de salvavidas de las maltrechas arcas comerciales del cine español a la vez que provocaba la náusea entre los espectadores que no tenían los ojos empañados en lágrimas ante tamaño caudal de emociones desatadas por el suspense de una historia de amor tan honda y veraz.
Curiosamente, cuando el trágico recuerdo de la película se iba difuminando en la memoria, el bueno de Federico Moccia regresa de nuevo a las pantallas, esta vez dirigiendo la adaptación de su propia novela, con la intención de convertirse en el héroe indiscutible de toda una generación de jovencitas entregadas a ese compendio de clichés, comicidad forzada y pseudorromanticismo que compone el universo creativo y sentimental del escritor-director italiano. Es una lástima que sus películas no sean aptas para un sector del público al que las dosis ingentes de edulcorante rosa pueden causar efectos irreversibles en su salud mental, más aún si los conceptos que manejan en torno al amor o el compromiso van más allá de una sucesión de vaivenes absurdos en la historia de una pareja cuyo fin último y previsible es la sílaba afirmativa en el día más importante de la vida de cualquier persona; la boda (léase en clave irónica).
Lo cierto es que en la primera entrega de lo que promete ser una saga primordial en la historia del cine (B, de bodrio), Perdona si te llamo amor, Moccia conseguía alcanzar ciertas cotas de comicidad gracias a la herencia residual del ritmo apresurado e hilarante del género cómico italiano de los 70, todo ello al servicio de una historia convencional aunque hasta cierto punto tolerable sostenida por el atractivo de sus dos actores protagonistas. En esta secuela, Perdona pero quiero casarme contigo, el terreno avanzado a medias por su director es desandado de forma fulminante gracias a una peligrosa carencia de ideas con un mínimo de originalidad y a un evidente desconocimiento del medio cinematográfico en el que se mueve. Y es que, a pesar del éxito cosechado en el terreno literario con novelas a las que me abstengo de enjuiciar, Moccia debería haber sido apercibido de que la traslación literal de diálogos y soliloquios narrativos del papel a la pantalla, sencillamente no funcionan, de hecho, lastran una película que en la mayor parte del metraje se asemeja más a un anuncio de bombones o de perfume para jóvenes que a un verdadero producto fílmico. 
 La estética y la puesta en escena tampoco socorren la linealidad del tejido argumental. Moccia recurre redundantemente a los primeros planos, a los travellings eternos para imprimir cierto ritmo, a la música para silenciar la simplicidad de los diálogos, al mismo tiempo que realiza digresiones fantásticas (cuando los personajes hablan para sí mismos) con recursos más propios de una sitcom televisiva de bajo presupuesto o incluso de una obra de teatro de instituto. Y todo ello no es debido precisamente a una financiación limitada, si se tiene en cuenta que la productora que respalda al proyecto es nada menos que Medusa Films, división cinematográfica del gigante mediático de Silvio Berlusconi, Mediaset. Nos resulta fácil imaginar a 'Il Cavaliere' gozando en su mansión una lluviosa tarde de domingo de la película de su amigo Moccia, identificándose con el atractivo del maduro Raoul Bova, encantador de 'velinas' veinte años (o cincuenta en el caso del primer ministro italiano) más jóvenes aunque entregadas a las bondades de su atractivo físico (o económico). Ese, al fin y al cabo, es el verdadero espíritu de macho italiano que ha defendido a lo largo de su vida y que puede anticipar su esperada jubilación, para el alborozo de su pueblo y del mundo.
Perdona pero quiero casarme contigo es una muestra más de los niveles subterráneos a los que está descendiendo la comedia romántica en su particular proceso de mimetización con los subproductos norteamericanos. No hay sorpresas, ni giros inesperados, ni imaginación, ni siquiera romanticismo verdadero, tan sólo una ridícula simulación de lo que realmente es una relación de pareja. La película de Moccia repasa todos los lugares comunes del proceso de madurez del noviazgo (comenzar a vivir juntos, conocer a los suegros, fraternizar con las cuñadas, la pedida de mano y, al fin, la boda) aunque comprimiendo los tiempos a apenas unas semanas y exagerando hasta lo grotesco cada una de las etapas, incluida la de las dudas prematrimoniales. El resultado es una comedia sin gracia, previsible y con momentos que se internan en el bochorno más absoluto.
A tenor de las consecuencias en las que han derivado sus ambiciones artísticas, cada vez resulta más necesario que alguien le diga al bueno de Federico Moccia; "Perdona, pero no quiero volver a saber de tí".

1 comentario:

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