Películas para dos vidas; Ladrón de Bicicletas

10/10

Es una realidad irrefutable que el cine no puede ni debe caminar independientemente de los compases de la historia del momento. El discurso cinematográfico se impregna de los valores detentados por la sociedad y los cambios que en ella se producen, para mostrarlos en la pantalla bajo el irrenunciable compromiso con una coyuntura determinada. Y no sólo hablamos del realismo fiel y austero con el que solemos identificar a ese cine de denuncia o simple ilustración de la miseria y la desesperanza que tan magistralmente desarrollaron los italianos, sino también a la mera ficción, la fantasía o la ingente emergencia de nuevos géneros destinados a públicos cada vez más homogéneos.
El actual cine de entretenimiento no obedece únicamente a una lógica empresarial del beneficio fácil, sino que se erige como reflejo de la apatía y abulia general que asola nuestra sociedad. Tampoco fue una casualidad el cine de evasión que se produjo masivamente tras la II Guerra Mundial en Europa y en España en la larga dictadura franquista. Los espectadores fueron instados a olvidar, a mirar a otro lado cuando la realidad se presentase con toda su dureza ante sus ojos, a entretener a los pensamientos y al estómago con historias patrias o importadas de irritable bondad y falsa felicidad burguesa, a convertir, en fin, el cine en una vía de escape de un entorno inclemente y desolador.
No obstante, el movimiento de respuesta ante este cine burgués y descerebrado finalmente llegó de la mano de los italianos, dominados durante años por el fascismo ramplón e irracional de Mussolini y ahora, tras el desenlace de la guerra, desamparados por un gobierno inexistente que había dejado las arcas vacías con la consecuente miseria a la que se vieron abocados sus ciudadanos. Esta nueva corriente era toda una reacción social y artística contra los patrones comerciales y evasivos desarrollados en las décadas precedentes, para lo que forjaron un nuevo lenguaje con unos valores claramente delimitados que favorecieron la renovación expresiva radical que tanto ansiaron sus creadores. Entre ellos, Rossellini con Roma, ciudad abierta (1945) y Paisá (1946), Luchino Visconti con La tierra tiembla (1948), Luigi Zampa con Noble gesta (1947), y el propio Vittorio De Sica con El limpiabotas (1946) y la película que hoy reseñamos Ladrón de bicicletas (1948), cumbre absoluta del movimiento.
El neorrealismo italiano apostó por un cine sin artificios, con medios escasos y actores no profesionales, subordinando los elementos puramente técnicos al desarrollo de una historia, a veces nimia, que mostrada la realidad sin concesiones nacida de la contemplación y la denuncia del creador, erigido, esta vez sí, en vértice de la obra y responsable absoluto de su calidad. No en vano, el propio director era el encargado de reunir el dinero necesario para la película, aventura no exenta de complicaciones dado el escaso predicamento de este cine dentro de los círculos burgueses. De Sica se vio obligado a batallar con productores de diferentes países para sacar adelante Ladrón de bicicletas, aparentemente poco atractiva por lo anecdótico de su trama, estando incluso muy cerca de firmar con el todopoderoso productor estadounidense David O’Selznick (probablemente impresionado por El limpiabotas, que estuvo nominada al Oscar al mejor Guión), quien le exigió a De Sica que la película estuviera protagonizada por Cary Grant, algo que el realizador italiano no estaba dispuesto a admitir.
El argumento de Ladrón de bicicletas se distingue por la sencillez y humildad con la que De Sica arranca para configurar un relato mucho más hondo y dramático de lo que inicialmente aparenta, enmarcado en un contexto de posguerra y depresión económica. La película se centra en el personaje de Antonio, un obrero en paro que tiene a su cargo a dos hijos y a su esposa, y para cuyo mantenimiento precisa empeñar lo poco de valor que aún posee. Incluso su bicicleta, que recupera (no sin antes empeñar todas sus sábanas) para desempeñar el trabajo de cartelista que ha conseguido en la oficina de empleo. La esperanza de una vida sin estrecheces en la que podrá contar con un salario mensual fijo que le permitirá alimentar a su familia convenientemente, embarga a Antonio de una sencilla felicidad, un impulso de vida que aflora en la pantalla con orgullo de hombre y humilde confianza. Sin embargo, mientras ejerce su primer día de trabajo, un muchacho le roba su bicicleta y la arquetípica vida que ha construido Antonio en su mente se desmorona estrepitosamente. Inicia entonces una desesperada búsqueda por Roma de la bicicleta robada, sin la cual perderá el empleo, acompañado de su hijo de 12 años, quien se deberá enfrentar a las sucesivas humillaciones a las que se verá sometido injustamente su idolatrado padre.
La atmósfera que crea De Sica en esta obra maestra del cine puede llegar a ser asfixiante. El blanco y negro de la imagen, la miseria que circunda todos los escenarios, la desesperanza que tiñe en algunas escenas la mirada de Antonio, el espacio finito y el tiempo que se detiene ante el robo de la bicicleta ante el cual parece no existir salida alguna. La odisea del personaje que interpreta Lamberto Maggioranni, un verdadero obrero italiano que confiere de un verismo demoledor a cada una de las miradas y gestos que dedica a la pantalla, se nos antoja de un dramatismo desprovisto de artilugios y dobles intenciones prácticamente inédito en la historia del cine. El espectador siente la angustia que embarga a Antonio y llega a entender su decisión final en un desesperado intento por recuperar su vida, incapaz de adoptar la actitud nihilista que lo domina cuando acude al restaurante y decide emborracharse para olvidar sus problemas. De igual modo, empatiza con el chico que se debate entre la admiración a su padre y el desprecio con el que lo tratan el resto de personas y se emociona con sus lágrimas ante el respeto perdido. Todo ello para desembocar en un final antológico, conmovedor, duro y descarnado como pocos.
Tras el oprobio público, a Antonio ya sólo le queda la mano de su hijo, quien permanece a su lado, como conectado por un vínculo íntimo e incorruptible, en su larga marcha hacia la incertidumbre, llevados por la marea de personas de una ciudad doliente llena de rostros graves roídos por la preocupación y el hambre, congestionados por los sollozos que, como Antonio, tiñen la realidad de penumbra y desesperanza.
Este crítico no puede más que instar vivamente a que se recupera esta obra inmortal, invulnerable, como decía Gabriel García Márquez en una crítica realizada en 1950 sobre la misma, impertérrita ante el paso del tiempo y los cambios que evolucionan en la sociedad. El cine con mayúsculas sobrevive; la mirada de la desesperanza permanece en lo más hondo de nuestros corazones.

Retrospectiva Woody Allen

Al igual que hemos venido haciendo con directores de la talla de Martin Scorsese, Quentin Tarantino o Stanley Kubrick, a partir de este mes de julio, Jesús Benabat y Antonio Sánchez se ponen en las manos, los ojos y la mente de uno de los cineastas más importantes de la última mitad del pasado siglo XX. Aún hoy, en 2010, sabemos que tiene pendiente dos estrenos que, alejados de sus más exitosas producciones, no dejarán de sorprender a ningún espectador.
Woody Allen es el cine. Woody Allen son las historias dramáticas, los giros inesperados, las grandes comedias, las películas originales que a nadie como a él se le habrían ocurrido hacer. Las adaptaciones libres de grandes obras de la literatura.
Woody Allen es un universo en sí mismo escondido detrás de unas gafas de pasta negra y una apocada y neurótica personalidad.
En El Cine que Vivimos Peligrosamente inauguramos este verano un ciclo dedicado a él. Intentaremos ofrecer una visión personal de las todas las películas del genio neoyorquino. Nos acercaremos a sus filias, a sus neuras, a los actores que trabajaron y que han trabajado con él. Sus guiones, grandes proezas de la Historia del Cine, nos han inspirado en las mejores y peores situaciones de nuestra vida.
Por un director, guionista y actor eterno que tantos buenos y malos ratos así como la mejor de las diversiones o aquel que ha sacado de nuestro interior nuestros más profundos miedos. Woody Allen, paradojicamente, ha sido nuestro mejor psicoanalista.
Mr. Allen, usted es de lo mejor que ha dado el cine en toda su Historia. Esto va por usted.

Películas para dos vidas; Amadeus

9/10


Deliciosa adaptación de la vida de Mozart narrada con maestría por un director con sello propio visto en cintas como Alguien Voló Sobre el Nido del Cuco, Hair, El Escándalo de Larry Flint o Man on the Moon. En esta ocasión, y avalada por la nada desdeñable cifra de 8 Oscars, este apasionado cinéfilo os presenta Amadeus, una auténtica obra maestra sobre la vida del genial músico austriaco narrada a través de los ojos del que se consideró durante muchos años la causa de su muerte: Antonio Salieri.
Interpretada por F. Murray Abraham, ganador del Oscar y un veterano intérprete procedente de las filas del Actor´s Studio, la construcción de Salieri que hace el actor resulta tremendamente apetecible. Comienza la película en un asilo y, ya anciano, asistimos al comienzo de la trama de su mano. Él es nuestro guía en una serie de acontecimientos que harán que el final de uno de los músicos más grandes de la Europa del siglo XVII sea inevitablemente culpa suya. Y es que durante muchos años circularon miles de leyendas acerca de la muerte de Mozart. La más aceptada fue aquella que el director nos retrata en la película. Salieri, entregado a Dios, al emperador José II y a la música de la corte, es el artífice del decaimiento que sufre el joven músico de Salzburgo a los 36 años. Los celos le llevan a intentar acabar con su vida sin dejar huella. Salieri, cuenta la leyenda, se disfrazó de un conde viudo y se presentó en casa de Mozart. Allí, le encargó que escribiera una misa de réquiem para su esposa fallecida. El músico, disfrazado, le exhortaba a que terminase la pieza cuanto antes y Mozart acabó sucumbiendo ante el cansancio, las fiebres y las pesadillas que hicieron que su vida llegase al final prematuramente. Durante años, la leyenda siguió siendo cierta. La espectacular misa de Réquiem no logró ser atribuida a Salieri, para su colmo. El resultado final fue que el músico acabó encerrado en un asilo más cercano a un manicomio por haber sido la causa de la muerte de tan inimitable músico.
Con esta apasionante historia, Milos Forman traza una película en la cual nos adentramos en la mente perversa de Antonio Salieri y en la juventud de un Mozart al que muchos críticos de la época tacharon de sobreactuado. Y es que Tom Hulce, actor encargado de dar vida al genio de Salzburgo, le da un toque demasiado infantil a su oficio en esta cinta. No obstante, algunos expertos han avalado su interpretación justificándose en que los escritos de gente que conoció a Mozart afirman que tenía una risa muy característica (que Hulce se encarga de reproducir a la perfección) y que detrás de sus composiciones musicales se escondía un niño que jamás pudo tener infancia por culpa de sus padres, quienes lo llevaban a presencia de los emperadores y le hacían componer desde bien pequeño.
Toda esta es la historia que traza Milos Forman en una película de más de dos horas y media pero de una belleza incomparable. Un guión formidable fruto de la irrepetible mente de Peter Shaffer (autor, entre otras, de la maravillosa obra Equus llevada al cine por Richard Burton en 1977), autor de la obra teatral exhibida previamente en Broadway, antes de que le llegara a Milos Forman la idea de plasmar en la gran pantalla la vida de Mozart. La recreación de la sociedad y la realeza de la época, la reconstrucción de la Viena imperial y las portentosas interpretaciones de Murray Abraham y Hulce, nominados ambos al Oscar y victorioso el primero por su Antonio Salieri son razones más que suficientes para acercarse a ver una película con un cartel promocional que da cierto miedo. Cinco palabras le bastaron a Warner Bros. para vendernos la película:
"El hombre, la música, la locura, el asesinato, la película...."
Pero hay una razón que no puedo pasar por alto. La excelente banda sonora con temas de ambos compositores. Forman rescata las mejores piezas de Salieri y las universales obras de Wolfgang Amadeus Mozart. El clímax de la película llega en la muerte de Mozart, mientras asistimos a su entierro en una fosa común con los acordes del Réquiem de fondo. Al que escribe es inevitable que se le pongan los pelos de los brazos erizados.
Fantástica recreación, no de la vida de Mozart, sino de la leyenda acerca de la vida del músico austriaco. Nadie debería perderse esta película que ganó en 1984 8 Oscars, entre ellos a la mejor película, director, actor y guión. Imperdible es decir poco, imprescindible es quedarse corto. Pocas películas existen acerca de esta temática y hay una sola que sobresale por encima de todas.
Esa es Amadeus.

Fallece la conciencia del pueblo, el escritor de la vida, José Saramago


José Saramago significa, y lo digo en presente pues aún permanece en este mundo que difícilmente le olvidará, mucho más que lo que los reconocimientos internacionales pretenden establecer como cánones de nuestra época. El primer premio Nobel de Literatura recibido por un portugués no hace justicia, ni siquiera mínimamente, a la talla moral e intelectual de un hombre que vivió para el ser humano, para analizarlo, reflexionar acerca de su compleja naturaleza, dialogar con él, comprenderlo en su más íntima esencia. Su vida y su obra, imbricadas la una y la otra, permanecerán indelebles en el transcurso de la historia como testimonio de un tiempo convulso al que Saramago siempre aplicó una mirada serena, reflexiva y profunda.

Hoy ha muerto a los 87 años. Pero creemos firmemente que sólo lo ha hecho físicamente. Su espíritu irredento, su pensamiento comprometido y su conciencia social lírica e igualitaria continuarán discurriendo en lo más hondo de todos a los que marcó en sus vidas, como un viejo profesor enseña a su discípulo. Me cuesta imaginar un mundo de estanterías huérfanas de sus obras, las que nos regalaba cada año aun soportando el dolor de la enfermedad, empecinado en su responsabilidad como referente intelectual de una sociedad desorientada y apática. Afortunadamente, son muchos los escritos que ha dejado como herencia; un patrimonio para la humanidad que deberá ser conservado como un sutil tesoro legado a la sabiduría.

Así, acudiremos de nuevo a este retrato filosófico que realizó de Jesús de Nazaret en su controvertido Evangelio según Jesucristo, piedra de toque de su pensamiento religioso, profundamente desarraigado de la jerarquía y los rituales creados en torno al cristianismo al que volvería a referirse, en un claro desafío a la muerte y los preceptos religiosos a ella asociados, en su última novela, Caín; o a su poderosa capacidad fabuladora que desplegó en Ensayo sobre la ceguera, Las intermitencias de la muerte y El hombre duplicado, como punto de partida para la crítica social y la reflexión acerca de nuestro entorno. En La caverna se sumergió en las alienantes dinámicas de la sociedad de consumo que arrastra a todo aquello que se interpone en su imparable expansión, hasta al humilde alfarero de la novela; mientras que en El viaje del elefante se dedicó a guiarnos en una deliciosa aventura a través de Europa en compañía de Salomón. También se prodigó en la poesía, el relato, el teatro, aunque su medio siempre fue, de forma primordial, la novela.

José Saramago ha muerto tras una ardua y larga leucemia crónica. Y lo ha hecho junto a su mujer, Pilar del Río (traductora al español de buena parte de sus obras), sosegadamente, con la serena sencillez que lo caracterizó en su vida. Una vida que prometía ser muy diferente a lo que finalmente fue, a tenor de la procedencia humilde de su familia, campesinos sin tierras de Azinhaga con recursos apenas suficientes para subsistir. Saramago, a falta de una educación superior, se formó leyendo al completo la biblioteca pública de su barrio, comenzó a trabajar y publicó sus primeras obras con escaso éxito. Tras ello, abandonó la literatura durante 20 años, según él, porque no tenía nada que decir, ante lo que era mejor callar. Su oposición a la dictadura de Salazar también dificultó las aspiraciones del escritor, quien apostó por una militancia férrea en el Partido Comunista portugués, al que nunca dejó de estar afiliado. Su compromiso político fue una de las constantes de su vida; jamás dejó de defender los derechos de los trabajadores, denunciar los excesos de la clase política o reivindicar la movilización de la ciudadanía contra las injusticias del capital. De hecho, en sus últimos años, su figura sobresalió como una imponente voz crítica contra la globalización, los desmanes de los bancos y el progresivo autoritarismo de nuestros líderes, componiendo artículos de inestimable valor periodístico en el blog Cuadernos de Saramago.

Hoy es un día triste para la literatura y para todos los ciudadanos que sueñan con ser libres. Una sensación de desasosiego inunda el espíritu, cala en el alma. Como si el guía espiritual que era Saramago hubiese impartido su última lección cuando el aprendiz aún no estaba preparado para echar a volar. Él no tenía miedo a la muerte, pero nosotros sí que tememos el vacío que deja. El dolor de la pérdida es sólo proporcional a la profunda admiración y respeto que sentimos por él. Ahora, la memoria.

Crítica The Blind Side; La mentirosa y edulcorada razón por la que el Oscar se hace el haraquiri

3/10

Los dramas basados en hechos reales parecen contar, de forma apriorística, con una veracidad inherente a lo que se cree es un simple reflejo de la verdad ‘objetiva’. O al menos esa es la creencia común. La manipulación de los hechos a través de un discurso de cualquier tipo, ya sea cinematográfico o literario, excluye la posibilidad de que estos puedan ser considerados como ‘reales’, aunque sí que exista un poso de objetividad en ellos. Es decir, que por el hecho de que una película como The Blind Side intente legitimar su propuesta escudándose en una historia real con la que engarza al final de forma claramente intencionada, su credibilidad no se va a ver reforzada de ninguna manera por ello. Es más, en este caso concreto la estrategia corre en contra de los propios intereses de la cinta al desvelar la farisaica intención de su narración irritantemente edulcorada o de su poco disimulado paternalismo burgués hacia el pobre chico de color marginado.

Y es que parece que un cierto sentimiento de culpa y necesidad de redención se están extendiendo entre los círculos acomodados de nuestra sociedad que, ya sea congraciándose con esos pobres y tristes personajes o bien defendiendo sus intereses hasta que colisionen con los suyos propios, propician estos pseudoproductos de bondad y caridad de dudosa credibilidad. No es, por otro lado, de extrañar teniendo presente la división de las ciudades en zonas de ricos y pobres, distinción ilustrada asimismo en la calidad de las escuelas, la idoneidad de los servicios, la falsa igualdad de oportunidades o incluso su propia participación en el juego democrático (el voto no es por sí mismo un acto de libertad, pues esto excluye la ignorancia). Así, de vez en cuando y siempre desde la barrera, la burguesía profesional parece echar un rápido vistazo a los bajos fondos y se lamenta de la miseria que ellos mismos contribuyen a construir.

En The Blind Side, sin embargo, esa bondad espontánea es aún más profunda. Un chico de color y de imponente tamaño entra en una escuela de blancos a instancias de un entrenador de fútbol que queda prendado de su potencial, pero su capacidad de integración es nula, no tiene familia y vive prácticamente en la calle. Entonces aparece la dama de hierro aunque con buen corazón (Sandra Bullock) que decide acogerlo en su mansión no sin las reticencias propias del buen propietario que teme ser saqueado por aquel al que ayuda. A partir de ahí, el chico progresa, se socializa, comienza a jugar brillantemente y la plenitud se alza en su vida.

Aquí no vamos a poner en duda la historia, pues si según dicen es real, la argumentación en contra es prescindible. Ahora bien, un cierto tufo a banalidad, a convencionalismos dramáticos propios de películas de sobremesa y a condescendencia barata se extiende como una plaga en el desarrollo de la película. El personaje de Bullock tampoco ayuda demasiado a combatir esa sensación. La supuesta fortaleza de la que hace gala conjugada con un histrionismo protector francamente desesperante resta cualquier indicio de credibilidad en él. El hecho de que Bullock recibiera un Oscar por esta película, además del unánime aplauso de la crítica estadounidense, sólo puede relacionarse con un decadente gusto por la interpretación sin profundidad ni matices, tan inane como espectacular. Y es que Bullock se nos presenta como un vestigio de mujer con inyecciones de bótox al por mayor que parece emular a la poderosa Carmela Soprano pero que finalmente se queda en una especie de Belén Esteban de clase alta.

Aún así, la película gustó y mucho en Estados Unidos, donde recaudó más de 200 millones de dólares, convirtiéndose en una de las grandes sorpresas de la temporada. Su director, John Lee Hancock, debe estar especialmente agradecido, ya que su anterior película, El Álamo, fue uno de los más grandes fiascos comerciales de las últimas décadas, con lo que ahora coge un poco de aire con una historia en la que recupera el fútbol americano como eje de la trama, como ya hiciera en The Rookie.

El veredicto del público español está aún por llegar aunque la crítica del país no ha sido tan benevolente como la americana. No es para menos. La película se desarrolla con ese ritmo estándar, melodramático, que el cine estadounidense parece repetir incansablemente con una precisión en la copia que ni la fotografía. El problema es que ya empieza a cansar, resulta poco creíble, incluso irritante. Probablemente a muchos les parezca una bonita historia, pero a mí me aburre. Quizás este servidor únicamente necesite dosis ingentes de Saramago para calmar la tristeza por la perdida de alguien irremplazable.


Crítica de La última estación; Tolstói y la religión del pueblo


5/10

Una de las nociones que más fulminantemente podemos extraer de esta película alemana con evidentes tintes americanos es la temeraria apuesta que el director Michael Hoffman plantea a la hora de concebir su obra, centrándola en los últimos días de un personaje histórico de indiscutible complejidad como es León Tolstoi.

Su pensamiento, imbricado en el portentoso desarrollo de sus magnas obras Guerra y Paz y Anna Karenina, evoluciona desde unos planteamientos puramente aristocráticos propiciados por el seno de la familia nobiliaria en el que nace, hasta unas ideas catalogadas como anarcopacifistas que sirvieron de inspiración para grandes líderes posteriores como el príncipe Piotr Kropotkin. La inutilidad de la guerra (participó en la guerra contra Turquía sirviendo en el Cáucaso, experiencia de la que extrajo su novela Los Cosacos) y el vacío que deja en el corazón de los hombres supusieron hechos suficientemente traumáticos para la adopción de un nuevo rumbo que le llevarían a criticar las instituciones eclesiásticas, renunciar a sus posesiones materiales, apostar por la no violencia activa e incluso convertirse en vegetariano. Todo ello forjó algo muy parecido a una religión tolstoiana con un buen número de seguidores que debieron de resignarse a la clandestinidad.

En La última estación la acción se centra en los últimos meses de vida del anciano escritor, así como en las tensas relaciones que se desatan entre él y su esposa, la condesa Sofía Andreevna, a tenor de la disposición del primero a renunciar a sus derechos de autor, donándolos al pueblo ruso tal y como le insta a hacer su consejero personal (Paul Giamatti). Como testigo de excepción, el joven Valentín Bulgakov se infiltrará en la vida de la finca Yásnaya Poliana, enfrentándose a la dicotómica situación a la que lo someterán las diferentes partes en disputa.

La película se abre con sentido del ritmo, una música omnipresente y una cierta tendencia a la contemplación de los paisajes. La historia que narra es, por otro lado, de gran interés por la ilustración del conflicto de intereses que se debate en un primer momento de forma velada hasta, finalmente, explotar en medio de la tranquilidad de la vida familiar. No obstante, a lo largo de la cinta, la impresión de que la historia le viene grande a Hoffman se intensifica de forma preocupante. La aparición de subtramas que no aportan nada al argumento principal, como el enamoramiento del joven Bulgakov (James McAvoy) con una de las trabajadoras del lugar (Anne Marie Duff); la comicidad intrascendente y sumamente irritante que resta credibilidad y seriedad al conjunto; o el escaso oficio para la recreación de diálogos; someten a la película a una tediosa dinámica de enfrentamientos verbales y luchas soterradas que terminan por suscitar la desvinculación del espectador.

Suerte que Hoffman cuenta con un plantel de actores que le salva la película. Principalmente con una dupla de veteranos en estado de gracia y reconocidos con sendas nominaciones en la pasada edición de los Oscar; Helen Mirren y Christopher Plummer. Ambos intérpretes, en el rol de Sofía y Tolstoi respectivamente, realizan un notable trabajo únicamente estropeado por las situaciones grotescas o mal medidas a las que los somete el director. Es posiblemente Mirren la que en mayor medida sufre las inclemencias de un personaje desquiciado y detestable al que, no obstante, la veterana actriz dota de credibilidad y portento. Y es los temores de Sofía bien podrían extrapolarse a la actualidad, asemejándose preocupantemente a la inefable ministra de Cultura Ángeles González Sinde y su consciente persecución hacia aquellos que no respeten los derechos de autor. Desgraciadamente, hoy día no contamos con personalidades de la talla de Tolstoi, que aun siendo uno de los escritores más grandes de la época, decide donar su pensamiento al pueblo para el disfrute y educación de este. Naturalmente, planteamientos tan escasamente materialistas no han subsistido en la sociedad contemporánea, donde autores y no autores parecen crear para ellos mismos en una actitud endogámica francamente detestable.

Más allá de críticas apegadas a la más ferviente actualidad, La última estación supone un interesante acercamiento a la figura de Tólstoi por los propios hechos que narra, pero que adolece de ritmo y profundidad en lo que transmite. La formación clásica de Hoffman (Restauración, El sueño de una noche de verano) parece no servir a los propósitos de una trama compleja a la que no sabe dar salida al abrir diversos frentes que no conducen a nada. Lo más remarcable de la película es, sin duda, las interpretaciones del dúo protagonista, dos actores veteranos de una talla inconmensurable que merecen seguir recibiendo papeles a través de los que demostrar toda la experiencia recabada a lo largo de una vida ante las cámaras.

Crítica León, el Profesional; Puro odio a la raza humana

8/10

Es lo que parece sentir el personaje protagonista de esta fantástica película de Luc Besson. Odio a todo lo que parezca humano. Su única amiga es una planta que se lleva allí donde va. Una cinta que la crítica se encargó de tirar por los suelos pero que constituye todo un ejercicio de continuación de un estilo, el del director Luc Besson, de lo mejorcito de la actualidad del cine francés de acción. Películas como Nikita o El Quinto Elemento marcaron un antes y un después en la carrera de este director. León el Profesional no va a ser una excepción.
Protagonizada de manera más que decente por el gran actor Jean Reno, las poderosas interpretaciones de una primeriza Natalie Portman y Gary Oldman realzan el pobre guión del propio director que sacrificó los diálogos en favor de una puesta en escena demasiado efectista. Y la jugada parece que no le salió del todo mal. Una banda sonora realmente aceptable de Eric Serra y una fotografía del veterano y gran Thierry Arbogast son argumentos a sumar para detenerse a ver esta cinta.
Hay que mencionar también, y no de pasada, a una joven Natalie Portman que, con sólo 12 años, se puso delante de una cámara y dejó boquiabierto a medio mundo con una interpretación fuerte, poderosa y realmente destacable para una niña de su edad y que tumbó a los "critiquillos listillos" de todo el planeta.. Aquí, Portman nos acerca el personaje de Matilda, una niña criada en una familia complicada y que se intoducen entre la mafia de la droga. La niña va a ser testigo de un acontecimiento que la marcará para siempre y decide unirse a su vecino León para acabar con aquellos que destrozaron su vida.
Por otro lado está Gary Oldman. Alguien dijo una vez que Oldman sobreactuaba en esta película de una manera excesivamente flagrante. En mi humilde opinión, creo que Oldman construye un fantástico villano y que la sobreactuación no fue entendida correctamente. Desgraciadamente es una palabra que ha entrado mucho en el vocabulario de muchos críticos y llega a confundirse con el término "histrionismo", que es otra forma de actuación mucho menos natural y no exenta de movimientos y gestos grandilocuentes. Oldman no sobreactúa. Nunca veremos a este gran actor saliéndose de sus obligaciones como actor. En León nos trae a un policía al cual ya no le cabe más droga en el cuerpo. De hecho son imperdibles las escenas en las que se "mete" su dosis correspondiente. Besson nos pasa de un primer plano a un plano cenital donde observamos una transformación física irrepetible.
Pero León, el protagonista, es el eje de la historia. Un hombre solitario que siempre viste la misma ropa. Tímido, sólo pide un vaso de leche cuando entra en algún local y no habla con absolutamente nadie. Pero eso sí. Si se te cruza en el camino, déjale seguir. Su puntería y sus ganas de trabajar son suficientes para haberse convertido en el asesino a sueldo más importante de Nueva York.
León el Profesional cumple las expectativas notablemente. Luc Besson nos construye una historia con drama, comedia y acción en un cóctel efectivo y digno de un visionado detenido de todo amante del cine. Porque desde Francia no sólo nos han llegado dignas historias de amor ni psicologías complicadas sino buenas comedias y sobre todo, buen cine de acción con sello propio.

Crítica La Cena de los Idiotas; Crueldad Intolerable

9/10

A la vista está el estreno de la revisión norteamericana de una de las mejores películas europeas de la pasada década. Es triste saber que ninguno de los actores ni el guión así como la dirección del bueno de Jay Roach, autor de las fantásticas comedias Los Padres de Él y Los Padres de Ella, van a estar a la altura de la gran comedia que supuso La Cena de los Idiotas.
Posiblemente la planteo como una de las películas más crueles que yo he visto en mi vida. Para colmo, se trata de una comedia. Pero esto es un arma de doble filo. Es inevitable reírse de las patochadas de François Pignon, interpretado por el tristemente fallecido Jacques Villeret, o de los intentos del personaje de Thierry Lhermitte por librarse de su incómodo compañero del que acabamos riéndonos al final sintiendo mucha más lástima por él que por el pobre Pignon. La historia es toda una crítica feroz a la hipocresía y la falsedad del ser humano. De cómo ponemos una cara delante de una persona y por detrás la vamos criticando como vulgares hienas, soltando las mismas carcajadas que esos indeseables animales.
La trama gira en torno a Pierre Brochant, un alto ejecutivo de una gran empresa, que un día decide organizar una serie de cenas en las que se invitan a auténticas calamidades con el simple fin de reírse de ellos descaradamente. Para la cena de esta semana invitan a François Pignon, un hombre menudo al que Brochant (genialmente interpretado por Lhermitte) conoce en el TGV. Es un personaje peculiar puesto que se dedica a la contabilidad y en su tiempo libre construye maquetas con cerillas. Durante todo el viaje obsequia a Brochant con fotos de sus maquetas. Este pobre hombre será la próxima víctima de una serie de pijos snobs con demasiado tiempo para jugar al golf y hacer vida social con gente similar y con muy poca clase.
Pero la historia terminará siendo totalmente la contraria. El burlado tendrá su venganza de la manera más ingeniosa que a su director, Francis Veber, se le podía ocurrir. Un dolor de espalda cambiará la relación entre estos dos personajes para el resto de la noche y de sus vidas. Ambos aprenderán una valiosa lección. Brochant aprenderá que reírse del prójimo no es saludable sobre todo si el que te ayuda en tus momentos de debilidad resulta ser el mismo al que estás humillando. Pignon aprenderá a no fiarse absolutamente de nadie por muy simpático que parezca y tanta atención ponga a su, por otro lado, loable hobby.
Quizás La Cena de los Idiotas sufra la devaluación del tiempo fruto de un final que no está a la altura del resto de metraje. Y es que desde los títulos de crédito, donde una pegadiza melodía nos va acompañando mientras conocemos al reparto y a los técnicos, la cinta resulta de lo más apetecible y fresca dentro del variado cine francés. Una cinematografía, la gala, que cada año nos regala las mejores obras del cine europeo. Con actores internacionales como Juliette Binoche, Gerard Depardieu, Isabelle Huppert, Jean Reno o la reciente estrella Melanie Laurent, una de las actrices galas con más proyección del panorama internacional.
La Cena de los Idiotas no dejó indiferente a nadie. El público se la tomó como un mero entretenimiento que cumplía notablemente las expectativas y la crítica la ensalzó en el apartado de guión e interpretaciones. Y es que todos debemos ver esta película para aprender cómo no debemos ir por la vida ni tratar a las personas. Se demuestra que nadie es inferior a nadie. Sólo hay diferentes capacidades que cada uno desarrolla mejor o peor.
Esa es la riqueza del ser humano.

Dulce Cine de Juventud; Jumanji

7/10

Disfruté como un niño la primera vez que la vi una noche de sábado en Telemadrid en un espacio de cine que se llamaba Max Cine. Allí vi las grandes películas de mi infancia y entre ellas, estaba esta, una de las cintas que más me gustan y con la que más disfruto a pesar de haber entrado en la veintena y todavía tener Jumanji en cinta VHS.
Realizada por Joe Johnston (autor también de la tercera y más triste entrega de Jurassic Park) y con los fantásticos efectos especiales de Stephen Price, creador de parte de los efectos de la saga de Indiana Jones. Johnston, gran amigo de Spielberg, recibió la ayuda del Rey Midas y le transfirió a parte de su equipo técnico para que creara una de las películas infantiles más destacables de los años 90 sin ser de la factoría Disney. Con un presupuesto alto para la época, 65 millones de dólares, se costeó todo el despliegue de efectos especiales y a los actores que participaron. Por un lado, el protagonista Robin Williams, el cual hace gala de su tradicional forma de actuar haciéndonos reír cada vez que sale en pantalla ya sea vestido de pseudo Tarzán o ya enfundado en su traje de persona "normal". Después de Williams, la estupenda secundaria Bonnie Hunt y los niños David Alan Grier y la posterior estrella Kirsten Dunst.
Y es que no hay nada normal en esta película. Un misterioso tablero sirve para iniciar una trama entretenida en la que nuestros personajes se enfrentarán a una serie de casillas en las que cada una lleva consigo una consecuencia fatal para la persona que tiene el turno. Animales, estampidas y un cazador con muy malas pulgas se cruzan en el camino de nuestros personajes llevando al más absoluto caos la ciudad donde residen.
No voy a analizar la película porque tenga un significado concreto sino porque me sirvió para tardes y tardes de entretenimiento que nunca olvidaré. Espero que si algún día soy padre de familia, pueda disfrutar también de una película que como los críticos afirman es "para toda la familia". Una de esas cintas con las que uno se sienta en el sillón y no se levanta hasta no ver la solución a toda la cantidad de inconvenientes que se presentan tanto en la ciudad como en la mansión que compran.
Un guión base muy simple de Jonathan Hensleigh basado en una novela homónima de Chris Van Allsburg y una partitura de James Horner sirven como alicientes perfectos para visionar la película, una obra mediocre para la mayoría pero de especial recuerdo para el que escribe.
Jumanji tuvo una secuela con una temática parecida dirigida por Jon Favreau, Zathura, protagonizada por Kirsten Stewart y que no tuvo excesivo éxito.
Hay que rescatar Jumanji para disfrutar como se merece de una de las mejores películas de cualquier infancia, un entretenimiento para toda la familia y para todo aquel que aunque tenga 20, 30 o 40 años quiera no despegar su espalda del respaldo de su sillón.

Las 20 mejores escenas de la historia del cine, según Jesús Benabat (I)

Tras el acertado arranque de mi compañero Antonio Sánchez en esta nueva sección, que auguro nos traerá multitud de recuerdos a nuestra mentes cinéfilas, llega mi turno y con él la difícil tarea de seleccionar apenas un puñado de momentos inolvidables, escenas que nos emocionaron hasta la lágrima viva o hiceron reir sin remisión, sabiendo de antemano la imposibilidad de hacer justicia a cada una de las películas con las que hemos disfrutado. No obstante, el intento es encomiable y con tal disposición me uno a nuestro catálogo particular de momentos cinéfilos, sin órdenes de preferencia o alusión a obras canónicas, con esta primera entrega. ¡Que vuestra memoria disfrute!

1. Lost in Traslation (2003). Cómo olvidar esa última escena de la película de Sofia Coppola en la que esos dos improbables amantes, un cínico y hastiado Bill Murray y una Scarlett Johansson desorientada en la megalópolis japonesa, ponen fin a su peculiar historia de amor, perdiéndose en la multitud con un beso sincero y pasional. Y por fin, un susurro al oído imperceptible para el espectador, un gesto tierno, un adiós para siempre... ¿o no? Para ver la escena pulse aquí.





2.Ladrón de Bicicletas
(1948). Una de las obras magnas del neorrealismo italiano y dirigida por el maestro Vittorio De Sica, esta película narra sin concesiones la trágica historia de un hombre que, desprovisto de bicicleta, no puede encontrar trabajo para sacar adelante a su familia. En un intento desesperado decide robar una, pero es descubierto y sometido al escarnio público delante de su hijo, que se debate entre la gente asustado y confuso por la acción de su padre. La firme decisión de De Sica de contar con actores amateurs dota a la película de una veracidad que pocos han coseguido en la historia del cine. Esa mirada sobrecogida y culpable del padre debería ser declarada patrimonio fílmico mundial. Descúbrela aquí.



3. Eduardo Manostijeras (1990).
Probablemente la mejor película de Tim Burton. Son muchas las escenas que componen una historia tierna acerca del hecho de ser diferente y sentirse excluido por ello. Personalmente, elijo dos; la primera de ellas corresponde al abrazo entre Winona Rider y Eduardo (pulse aquí), y la segunda a ese hermoso baile de la joven bajo la improbable nieve que cae de las figuras de hielo que modela Eduardo (Johnny Depp) y acompañada por la onírica banda sonora del gran Danny Elfman. Para disfrutar de él pinche aquí.





4. Moulin Rou
ge (2001). Para un servidor, el colorista y desenfrenado proyecto de Baz Luhrmann se erige como el mejor musical de todos los tiempos. Para este catálogo de escenas inolvidables voy a seleccionar el número del tango de Roxanne, interpretado por el argentino narcoléptico, que se solapa con el desgarrado canto de desesperanza del enamoradizo Ewan McGregor. Música potente, coreografías de infarto y una impronta romántica de las de antes. No se lo pierdan, pinche aquí.



5. Con faldas
y a lo loco (1959). Libro de estilo de la comedia bien hecha por antonomasia de uno de los grandes directores de la historia del cine, Billy Wilder. Jamás podremos olvidar a esa dupla mutante de actores, Tony Curtis y Jack Lemmon, en su cortejo a la exhuberante Marilyn Monroe. Y es que esa mujer bien justificaba el travestismo. En mi selección, incluyo la escena final, una de las más apreciadas, en la un zalamero anciano le tiraba los tejos a Lemmon vestido de mujer. Al fin y al cabo, nadie es perfecto. Véala aquí.





6. Million Dollar Baby (2004).
En esta lista no podía faltar uno de mis directores de cabecera, ese hombre duro que se desnuda y saber desnudar emocionalmente delante de la cámara, Clint Eastwood. En esta película, una más en la serie de grandes obras con las que cada año nos hace disfrutar, nos cuenta la historia de una boxeadora que queda parapléjica tras un combate, para la desesperación de su malhumorado aunque tierno entrenador. Jamás podré olvidar la charla a oscuras que este mantiene con Morgan Freeman, un boxeador fracasado, en las dependencias del gimnasio. Filosofía de vida. Pulse aquí.



7. Magnolia (1999). El comienzo de esta película demasiado larga de Paul Thomas Anderson, es para enmarcar. Unos diez minutos de historias increíbles con un único hilo conductor; el azar. Para ello, todos los recursos están permitidos; marcas sobreimpresas, blanco y nego, cámara lenta o congelación de la imágen. Frenetismo e inventiva en estado puro. Pulsi aquí.





8. Pulp Fiction (1994). Que los algunos diálogos de Tarantino rozan la genialidad no es una novedad, fíjense sino en el comienzo de Malditos Bastardos, sin embargo la apertura de este clásico es una maravilla. Tim Roth y Rosanna Arquette discutiendo hasta que, finalmente, sellan con un beso lo que sería el comienzo de un atraco en un restaurante de carretera, en el que más "tarde" se encontrarían a una pareja difícil de amedrentar. Compruebe de lo que hablo en el siguiente enlace.





9. Love Actually (2003). Nos ponemos románticos, efectivamente, pero es que no puedo evitar sentir cómo mi ánimo crece de forma exponencial cuando veo esta película de historias de amor cruzadas y aderezadas por un humor delicioso, como del que hace gala un inefable Primer Ministro Hugh Grant en su baile de la victoria. O esa carrera hacia el primer beso del joven bateria. O la pasión refrenada de un buen amigo. O el rockero más políticamente incorrecto de la década. No obstante, me quedo con esa historia de amor que rompe las barreras idiomáticas protagonizada por Colin Firth, quien finalmente consigue a la chica en un final apoteósico. La banda sonora, excepcional. Véa la escena final aqui.



10. Mad Men (2007). Mi compañero Antonio Sánchez introdujo inteligentemente una serie de televisión en este catálogo y no puedo más que secundar la idea con otra muestra del buen nivel de la HBO. La secuencia que he seleccionado corresponde al final de la primera temporada, en el que Don Draper escenifica la nostalgia que lo atormenta con un carusél de fotografía íntimas que llega tanto al corazón de los presentes en la reunión como al nuestro. Qué calidad, estilo y profundidad en la televisión. Pulse aquí.

Crítica The Cove; La redención de un activista empecinado

7/10

El género documental está viviendo en los últimos años una época dorada. Esta certeza, apoyada por el éxito de público y por la adopción de nuevos patrones a la hora de concebirlo, se materializa en el estreno en nuestras pantallas de un buen número de obras de no ficción, algo francamente impensable hace tan sólo una década. Al tan venerado como vilipendiado Michael Moore, bandera visible de un género documental combativo, directo y espectacular, se le debe mucho. Sus documentales sobre el negocio armamentístico norteamericano en Bowling for Columbine o su mordaz e implacable crítica del ex presidente Bush en Fahrenheit 9/11 centraron las miradas de buena parte de la comunidad cinéfila internacional, cosechando incluso premios de gran importancia como el Oscar al Mejor Documental para la primera y la Palma de Oro en Cannes por la segunda.
Al margen de esta tendencia de crítica social a la que se le ha achacado ciertos tintes demagógicos, ha resurgido con enorme fuerza el género documental de naturaleza, apoyado por los enormes avances del audiovisual y de una inversión importante en material y marketing. El viaje del Emperador, La pesadilla de Darwin, la majestuosa serie televisiva Tierra o incluso el alegato por la conciencia verde de Al Gore en Una verdad incómoda son sólo algunos de los ejemplos que ilustran la buena salud del género.
Aunando estas dos tendencias y situándose, por ende, a medio camino entre la crítica rotunda y la responsabilidad medioambiental como eje de su propuesta, nos llega ahora a nuestras pantallas The Cove, un maravilloso documental que nos sitúa en la trágicamente conocida cala de Taiji, una pequeña población pesquera del sur de Japón, donde cada año se liquidan 23000 delfines para el consumo de su carne. Los más “afortunados”, son reclutados para hacer las delicias de los espectadores que acuden a los zoo acuáticos de todo el mundo para presenciar las acrobacias de estos pequeños cetáceos.
Presentado como una arriesgada misión de un grupo de defensores de los delfines en la captación de imágenes de la cala, fuertemente vigilada por los pescadores que hostigan a todos aquellos que se acercan a la zona, The Cove es un apasionante relato que mezcla crítica política focalizada contra Japón, acción trepidante e imágenes de alto impacto.
El eje central del documental es Rick O’Barry, un veterano activista por la libertad de los delfines que fue en su juventud, curiosamente, el artífice de la famosa serie televisiva Flipper, centrada en las andazas de un delfín cautivo y amaestrado por el propio O’Barry. Según cuenta ante cámara, su mentalidad mudó radicalmente cuando una de las hembras que interpretaba a Flipper se “suicidó” en sus brazos producto del estrés que sufría. A partir de ese momento, su vida se encaminó al objetivo de liberar a todos los delfines en cautividad que pudiese, lo que le costó multitud de arrestos, estancias en prisión y la condena de multitud de países y organización a favor de la caza de cetáceos. Su indisoluble determinación fue el punto de arranque de este documental y su razón de ser, como si buscase la redención justificada por un pasado que ahora rechaza.
El documental, ganador del Oscar al Mejor Documental en la pasada edición y Premio del Público en Sundance, ha sido vedado en Japón, blanco de las críticas del mismo y acusado de permitir una matanza que atenta contra la sostenibilidad del medio marino e incluso contra la salud pública. Y es que al parecer la política de comunicación excesivamente restrictiva de Japón acerca del asunto, ha ocultado a la población que la carne de delfín de Taiji contiene volúmenes de mercurio intolerables para la salud humana. Toda esta información es francamente bien transmitida por el documental, que lega a su punto culmen con la operación, dificultada por las autoridades locales, de instalar cámaras ocultas en la bahía para la grabación de la rutina de los pescadores, responsables de un sanguinario exterminio en el que se acaba con la vida de cientos de delfines al día.
En contra de lo que inicialmente puede parecer una obra de interés limitado, The Cove encuentra la complicidad del espectador, ecologista o no, gracias a un discurso arriesgado, entusiasta y pasional que lo conduce a la firme disposición de no acudir jamás a un Zoo Marine.

Crítica Batman (1966); Bat-zofia

INCLASIFICABLE

En los 60 esta película sirvió para que multitud de personas se divirtieran y disfrutaran de las andanzas de dos superhéroes con trajes de tela y con decenas de artilugios desternillantes. Riánse ustedes del Batpod de El Caballero Oscuro y gocen de la lancha motora y del descapotable de Batman.
Con un guión malísimo y una puesta en escena extremadamente colorista donde encontramos a los más conocidos villanos de la saga. En primer lugar, Joker (Arlequín llamado en el doblaje al español), intepretado por Cesar Romero, es la primera versión y bastante parecida al que construyó alrededor de sí Jack Nicholson en 1989. La palidez de su rostro y la sonrisa, a la que se le une un extraño bigote que le da un toque de distinción. No falta ni su extravagante traje ni su molesta risa. Por otro lado, Enigma (aquí llamado "Acertijos") es el que más se parece al que realizó Jim Carrey en Batman Forever. Casi podríamos decir que es el mismo traje y casi el mismo actor. Pero yo sigo prefiriendo el histrionismo de Carrey. A continuación, Pingüino, un elegante villano con clase y estilo, muy alejado del Danny De Vito de Batman Vuelve y al que sólo le vemos una nariz excesivamente grande como rasgo distintivo. La nota positiva la da Catwoman, interpretada por una belleza de la época llamada Lee Meriwether y que me gusta casi más que la inolvidable Michelle Pfeiffer.
Con una banda sonora que ha pasado a la Historia y ha sido fruto de las parodias más absurdas de la televisión como la que le hicieron Los Simpsons, tanto la serie como la película han sido declaradas como obras de culto de la diversión sesentera donde Adam West, un guapo actor de aquellos años que hizo famoso al superhéroe de Bob Kane, parece recordar al peor Roger Moore de las películas de 007 (doblado también por el gran Constantino Romero). Como olvidar a Alfred, un mayordomo con gafas de culo de vaso con pinta de todo menos de gentlemen inglés.
Échele un vistazo a esta película. Merece la pena reírse y soltar una carcajada con una película que dio comienzo a toda una serie de representaciones cinematográficas del Caballero Oscuro. No es buena, ni tan siquiera llega a ser mala.
Hasta Batman y Robin es una obra maestra al lado de esta cinta. Batman tiene diálogos realmente imperdibles con las que es imposible no soltar una carcajada. Nuestro héroe tiene artilugios que ni el Inspector Gadget en sus peores días (la Bat Escalera, el repelente para tiburones,, la Bat Lancha o la Bat Cueva, monumentos al horterismo exacerbado). Tampoco hemos de perdernos la forma en la que Robin resuelve los enigmas que Acertijos le envía a Batman, simplemente desternillante.
Y luego nos quejamos de Mr. Frío...

Dulce Cine de Juventud; Los Goonies nunca dicen muerto

8/10

Los Goonies cumplen 25 años y con ellos una generación de jóvenes que ya caminan hacia la madurez sin apenas poder evitar la nostalgia de una infancia llena de historias de piratas, arqueólogos intrépidos y criaturas fantásticas. Un mundo de VHS; de domingos por la tarde sin mayor preocupación que mirar una pantalla algo más pequeña, algo más oscura y algo menos definida de las que ¿disfrutamos? ahora, pero que, al fin y al cabo, nos servía idóneamente para la ensoñación, la fantasía y la vivencia de aventuras inocentes y apasionantes. Con el cine actual los modelos de entretenimiento han cambiado y una tendencia hegemónica ha impuesto una diversión basada en la violencia, el cinismo y la espectacularidad visual, acabando, por ende, con las entrañables historias con las que crecimos. No obstante, ese espíritu aventurero no ha desaparecido, pues, según el código interno de Los Goonies, nunca digas muerto.

Aprovechando la efeméride, cientos de fans de la película se han acercado a la pequeña población de Astoria (Oregón) con la ilusión irredenta de recrear, aunque sea imaginariamente, las escenas que les hizo soñar con tesoros y piratas recónditos. En un excepcional reportaje del Washington Post, Monica Hesse da cuenta del carácter generacional de una cinta que aunaba a los grandes hombres de la renovación del cine familiar de los 80; Richard Donner como director (Superman, Lady Halcón, Arma Letal), Chris Columbus como guionista (Solo en casa) y Steven Spielberg como responsable de la historia y la producción (de hecho no faltan constantes guiños hacía sus propias películas, como la inclusión en el reparto del japonés Jonathan Ke Quan, el vivaz niño de Indiana Jones y el Templo Maldito). Un trío creativo que provee a la película de un ritmo endiablado, ingentes dosis de fantasía y un deje nostálgico hacia su propia niñez, sembrada por las historias de Stevenson o Salgari.

La propuesta de Los Goonies es sencilla, aunque no por ello menos apasionante. Acuciados por la necesidad de dinero para salvar el barrio en el que viven y donde agentes inmobiliarios pretenden levantar nuevas y lujosas construcciones, Mickey, Gordi, Bocazas y Data, autodenominados como Los Goonies, se reúnen cada día en la casa del primero para intentar buscar una solución al problema. Un día cualquiera, suben al desván de la casa para curiosear entre los objetos antiguos del padre de Mickey y, accidentalmente, encuentran lo que parece ser un mapa del tesoro perteneciente a Willy el Tuerto, un afamado pirata que desarrolló su actividad en la zona. Espoleados por el entusiasmo del soñador Mickey, los Goonies iniciarán una aventura en la que deberán enfrentarse a los Fratelli, una familia de mafiosos que los seguirán en su búsqueda del tesoro, así como a las pruebas, trampas y acertijos que Willy el Tuerto interpuso en el arduo camino hacia el mismo.

Los Goonies es, pues, una historia sobre la amistad, sobre la conservación de los tradicionales vínculos que se daban en el barrio, aquellos por los que tus amigos conformaban una verdadera comunidad de entendimiento y entretenimiento mutuos, muy lejos del autismo social que progresivamente se fue extendiendo en los entornos urbanos producto del miedo y la desconfianza. Además, Los Goonies se erige como un canto al espíritu aventurero propio de la más tierna juventud, a ese mundo tan improbable y a la vez cercano en el imaginario del adolescente, en una mente en ebullición con una capacidad infinita de creación de situaciones y escenarios fantásticos.

Probablemente, todos aquellos que hemos visto en nuestra juventud Los Goonies hemos sentido ese deseo irrefrenable de embarcarnos en una trepidante aventura de piratas y mafiosos, compartiendo experiencias tan extremas como las que viven la inefable pandilla de la película. Incluso llegamos a adorar a ese carismático Gordi, con su famoso “supermeneo” o su extraña amistad con Sloth, posiblemente uno de los personajes más emblemáticos de la década de los 80. O cómo olvidar a esa madre posesiva y poderosa con sus dos torpes y malvados hijos interpretada por Anne Ramsey, o a esa ayudante italiana de la madre de Mickey que Bocazas se encarga de traducir malévolamente todas las comandas, o esa banda sonora que incluía la pegadiza canción de Cindy Lauper creada para tal fin. Y es que son tantos los momentos y escenas para recordar que este joven cronista no puede más que instar a verla una vez más.

Ante la mitología fílmica creada en torno a Los Goonies, no es de extrañar que se haya rumoreado redundantemente una posible secuela que volvería a reunir a la mayor parte del cast, que incluye a Sean Astin (Sam Gamyi en El Señor de los Anillos), Josh Brolin (actualmente un actor en alza gracias a su trabajo con los hermanos Coen), Corey Friedman (devenido en actor de culto) o el mencionado anteriormente Jonathan Ke Quan.

Para todos aquellos que aún no ha disfrutado de esta obra de culto del género de aventuras, su 25 aniversario puede ser una buena oportunidad para descubrir su sincero y sano entretenimiento y su profundo afán por contagiar ese espíritu que nunca muere. Los Goonies nunca dicen muerto.

Crítica Kill Bill Vol.1; Imposible...

8/10

... no haber visto esta película o no tenerla en casa para disfrutarla en cualquier momento. Imposible no detenerse ante el fantástico papel de Uma Thurman en la piel de una novia que decide vengarse de todos los que intentaron matarla el día de su boda. Su pertenencia a un escuadrón asesino asegura las dosis de acción y artes marciales necesarios para disfrutar con una de las sensaciones de esta última década. Una cinta apabullantemente desprestigiada por los "críticos de folletín" que no aprecian ni valoran un buen producto. Se ha dicho de todo acerca de Kill Bill. Desde que es un producto vacío o hueco hasta que "posee todo lo peor de Tarantino". Uno de ellos es Carlos Boyero, ese crítico que pone de vuelta y media cintas realmente ensalzables así como a directores que hacen su trabajo y nos regalan películas con sello propio, que últimamente echamos mucho de menos en favor de tonterías comerciales con párrafos y párrafos de estupideces o con excesivo abuso del ordenador, él último "gran amigo del hombre". Ciertamente, el tratamiento que Quentin Tarantino le da a los personajes no es el mejor. No conocemos a "La Novia Ensangrentada" a fondo, ni tan siquiera sabemos su historia completa. Para eso, ya me supongo yo, que está la segunda parte así como la tercera (prometida por Tarantino para el 2014). Si quisiéramos saber algo más de la psique de todos los personajes, Miramax hubiera llamado a Julio Médem.
A pesar de todas estas críticas de supuestos "expertos" que parece que sólo han visto una sola película del bueno de Quentin, Pulp Fiction, les guste o no Kill Bill es una maravilla visual así como una muestra del buen hacer y del estilo de un director único. Ensimismado se queda el espectador en la secuencia que nos cuenta la historia de O-Ren, creada con dibujos animados basados enteramente en el estilo japonés llamado Anime. Sobrecogedora escena que nos cuenta con una crudeza inimaginable pero a la par real (la Yakuza actúa de una manera similar) la infancia de una niña marcada para siempre. También tenemos referencias a uno de los grandes maestros de este tipo de cine japonés y todo un referente cultural, filosófico y cinematográfico: Bruce Lee. El mono amarillo de Thurman es una copia exacta del que Lee luce en Juego con la Muerte. Durante toda la película, las referencias a Lee son constantes.
Cierto es que la cantidad de sangre utilizada por Tarantino sobrepasa lo imaginable y que, científicamente, es imposible que un cuerpo sea cercenado por una katana. Pero la imaginación del director puede más que todo eso. Kill Bill no pretende ser una historia real ni un documental sobre medicina y glóbulos rojos. Pretende ser la historia de una venganza sirviéndose de un homenaje a ciertos rasgos de la cultura japonesa. La incursión en la trama de Hattori Hanzo, personaje basado en un ninja de una gran historia épica japonesa es uno de los aciertos de Tarantino al plasmar etiquetas en la película.
Otra gran apuesta es la banda sonora. Con temas realmente inolvidables y que ya están en nuestra vida cotidiana. El silbido, la ocarina, el tema Bang Bang de Nancy Sinatra o la musiquilla de la serie Ironside, realizada en 1967 sobre un detective en silla de ruedas. Temas fantásticos que acompañan a la perfección a una gran película.
Como no todo van a ser elogios, he de decir que me sobró cierta "ida de olla" en la escena de la batalla de los 88 maníacos, donde el director hace luchar a Uma Thurman contra 88 tíos con demasiadas ganas de sangre en una escena lejana a cualquier intento de Tarantino de permanecer con los pies en la Tierra.
Pero esto no afea una película que mantiene el estilo inimitable de un director, que al igual que Woody Allen, utiliza siempre la misma tipografía para todos sus títulos de crédito y la división de la película por capítulos, algo que a mi me encanta y me otorga un ritmo diferente a la hora de seguir el metraje.
No me puedo olvidar de las palabras del Señor Boyero:

"A mi me aburre un montón, me carga, me irrita. Creo que Tarantino no tiene nada que contar. Que mis colegas la califiquen de gran cine me parece un disparate. Acabo de katanas y de sangre hasta los huevos. Que los grandes amores de Tarantino sean el spaguetti-western y el cine de Kun-Fu es aclaratorio sobre el descerebramiento de este señor tan moderno y tan brillante"

Y se queda tan a gusto.

Crítica Jackie Brown; Nunca un centro comercial dio para tanto

7/10
Cuando ya sólo me queda por ver Kill Bill Vol. 2 para completar mi visionado de las películas de Tarantino (algunas ya las he visto más de tres o cuatro veces), me he puesto delante del DVD de Jackie Brown tentado ante los comentarios de muchas personas que han manifestado su poco gusto y su pesar ante esta cinta que los críticos han definido como "antitarantiniana". Realmente es así. Observando la arriesgada apuesta con la que el director de Knoxville nos obsequia con cada película que realiza, su tercer largometraje como director supuso una cierta decepción. No es fácil emular la violencia con la que se trató Reservoir Dogs, una obra imprescindible para entender la genial mente de Tarantino. Tampoco es sencillo mantener el listón alto después de esa obra maestra resucitadora que fue Pulp Fiction. No obstante, Jackie Brown es un buen trabajo de un director empeñado en hacer crecer su estrella a base de pocos títulos pero un impresionante estilo, marca de la casa.
Acompañado de un reparto más que excelente, el bueno de Quentin nos trae a colación la historia de una azafata de vuelo de una compañía bastante mediocre a la cual se le cruza en su camino un incansable agente de policía, el mafioso de las armas local, su novia y un fiador del que sentiremos una mezcla de odio y simpatía cuando finalice el metraje. Pam Grier, estrella de las películas del género Blaxploitation, una serie de cintas de principios de los 70 hechas por y para afroamericanos. Se trataba de explotar el entorno urbano de esta comunidad en Norteamérica. Fue un cine diferente que llegó a causar furor en aquella época. En la filmografía de Tarantino, Jackie Brown es el homenaje perfecto. Una fantástica banda sonora con los mejores temas de soul y blues utilizados en aquellas películas, sirve como homenaje a aquel género devaluado por la fuerte industria de Hollywood. Robert Forster, un exitoso actor de los años 70 también es "resucitado", al igual que Pam Grier (vista posteriormente en Mars Attacks de Tim Burton) en esta cinta y en un papel por el que fue nominado al Oscar al mejor actor de reparto. Interpreta a uno de los ejes centrales de la película, un fiador que ayuda a salir de la cárcel a Jackie y con la que planeará uno de los finales de la película. Mención aparte merece la casi desaparecida Bridget Fonda, hija de Peter y sobrina de Jane, que es una actriz con un registro limitado que apenas ha tenido suerte en el mundo del cine y a la que recordamos en El Padrino III. Aquí interpreta a la novia de Ordell y sus apariciones son más bien escasas, exceptuando su aventura final con Louis, el personaje de Robert De Niro.
Las grandes bazas de la película son De Niro y Samuel L. Jackson, un habitual en las cintas de este tipo de Tarantino y que recupera algunos trazos de su personaje en Pulp Fiction para ofrecernos aquí una excelente interpretación de Ordell, el traficante de armas buscado por la Policía. Dentro del cuerpo encontramos a un viejo amigo llamado Michael Keaton que cumple con su papel de una manera más que decente. Sin duda ninguna, Robert De Niro será recordado por esta interpretación debido a que no abre la boca prácticamente en ningún momento de la película. En la recta final es cuando podemos volver a escucharle hablar, casi siempre dedicando improperios de la única manera que De Niro sabe.
El aire de película de los años 70 no se pierde sobre todo gracias a una banda sonora con clásicos de Bobby Womack, Johnny Cash o Randy Crawford. Y es que cuando Tarantino echa mano de su discografía para acompañar sus películas, todo el mundo debe ir al cine acompañado de una libreta y un bolígrafo para apuntar las grandes canciones con las que nos obsequia. Si ponemos atención, el director hace que la mayoría de las canciones suenen porque hay un radiocassete encendido, ya sea de la "furgo" de De Niro, de la casa de Pam Grier o del coche de Robert Forster y deja de sonar cuando el personaje detiene su reproducción. Una forma poco utilizada de hacer interactuar la música dentro de la película con los propios actores y no sea mera música incidental, a la que estamos demasiado acostumbrados.
No obstante, Jackie Brown tiene un guión confuso. Es una película excesivamente larga, lo cual no quiere decir que se haga larga. Al contrario, se confunde al espectador pero Tarantino tiene la habilidad de volver a reubicarnos gracias al recurso de la "historia cruzada" con la que entendemos todo lo que está sucediendo con las bolsas del centro comercial en la que se ha definido como la mejor escena de la película. Todos los personajes confluyen, directa o indirectamente, en un probador de una tienda de ropa. Allí tiene lugar el comienzo del desenlace de una trama que nos ha tenido enganchados pero no apasionados.
No es Pulp Fiction. No tiene la originalidad de Reservoir Dogs. Sin embargo, es una cinta que se disfruta de principio a fin aunque no sea la mejor de las películas de un director ya eterno.

Las 20 mejores escenas de la Historia del Cine, según Antonio Sánchez (I)

Un día tuve una idea. Recoger las escenas que más nos han marcado a lo largo de nuestra vida cinematográfica. Algunas son escenas canónicas y de manual. Otras son pequeños detalles por los que siempre recordaremos muchas películas. No es una competición por cual es la mejor así que por eso no están numeradas siguiendo un orden.
Esta es la primera entrega de las mejores escenas según Antonio Sánchez:

- Sobrecogedor, estremecedor, magnífico (Philadelphia, Jonathan Demme, 1993): Impresionante escena en la que asistimos a uno de los momentos más memorables y emotivos de la Historia del Cine. Andrew Beckett, enfermo de SIDA, prepara su defensa ante el tribunal que juzgará su despido improcedente de un bufete de abogados. Mientras, su defensor (Denzel Washington) intenta concentrarse pero Hanks pone un vinilo donde sentimos en primera persona cada verso de un aria de Maria Callas mientras nos lo va traduciendo. Imposible no soltar una lágrima. Para disfrutarlo, click aquí.

- Agárrala como puedas (Match Point, Woody Allen, 2005): Un simple vestido blanco sirve para hacer las delicias de todo aficionado a las curvas de la sin igual Scarlett Johannsson. No hay desnudos. Tampoco sexo explícito. El erotismo es suficiente. Y sentir celos de las manos de Jonathan Rhys Meyers queda más que justificado. Pulse aquí.

- El plan es lo primero (Match Point, Woody Allen, 2005): Y si no, que se lo digan a Jonathan Rhys Meyers. Por meterse donde nadie le llamaba tuvo que verse obligado a tomar una drástica decisión para no renunciar a su idílica vida. Un anillo estará a punto de cambiar su destino.

- La venganza es un plato que se sirve frío (Closer, Mike Nichols, 2004): No es una escena que entre en la Historia del Cine, pero de eso se trata. Clive Owen se entera de que su esposa (Julia Roberts) le ha engañado vilmente con otro hombre y decide echarla de casa de la manera más elegante posible. Para verlo, siga este enlace.

- El amor, por encima de todo (Cinema Paradiso, Giusseppe Tornatore, 1985): En uno de los mejores finales del cine europeo en muchos años, Tornatore nos brinda una emotiva secuencia en la que descubrimos el contenido del cofre que Don Alfredo le deja como legado a su querido Totó. Llore de emoción pulsando aquí.

- El portador de la "verdad" (La Misión, Roland Joffé, 1986): Jeremy Irons porta el símbolo de la única verdad conocida en un mundo conquistado por y para la religión. Las luchas eran constantes. Y al final terminaron pagando los que menos culpa tenían de lo que sucedía. Un disparo acaba con su vida entre las llamas mientras porta aquello en lo que siempre ha creído. Pulse aquí para ver el vídeo.

- Un final digno (Los Soprano, David Chase, 1999-2005): Reivindico el final de la mejor serie que nos ha regalado la televisión con una escena final no apta para conformistas. Fácil, complicada, digna, odiosa. Lo que usted quiera.

- Yo con este no juego (Harry el Sucio, Don Siegel, 1974): Si eres un asesino y te persigue Harry Calahan con su Magnum del 44, sal corriendo. Sobre todo si tiene la cara de un Clint Eastwood cabreado. No dejes que te atrape. Corres el riesgo de que te pregunte si "¿crees que eres un hombre afortunado?". Siéntase afortunado aquí.

- Yo también quiero un baile así (Death Proof, Quentin Tarantino, 2007): Impresionante. Sin palabras. El baile que todo hombre quisiera tener al menos una vez en la vida. Todos somos Kurt Russell y su "expresiva" cara cuando esta actriz de impactantes curvas danza al son de Down in Mexico de The Coasters. Disfrutelo en este enlace.

- Muerte bajo la lluvia (Camino a la Perdición, Sam Mendes, 2002): Un brazo apoyado en la puerta de tu coche. Todos tus secuaces repartidos detrás de ti. Miras al suelo y esperas el momento en que tu adversario quiera dar por finalizada tu vida. La última interpretación de Paul Newman fue todo un epitafio cinematográfico. Emocionese aquí.

Crítica Batman y Robin; Ay, pena, penita, pena...


3/10


Una de las grandes estupideces que se han hecho nunca, Batman y Robin es el prototipo de película odiada por todo amante de las películas de Batman y del cine en general. También es el final de una saga de la que ya nunca volveremos a hablar hasta la reinvención proclamada por Christopher Nolan y Christian Bale.
La cinta comienza con un festival erótico-festivo de los trajes de Batman y de Robin tras ver lo más destacable de la película: el montaje realizado con los créditos iniciales. Parece de risa, pero es así. Aguardamos con impaciencia que el reparto nos ofrezca una aceptable película. El bueno de Arnold Schwarzenegger, el simpático George Clooney, nuestro amigo Chris O´Donnell y las, a mi gusto, desagradables Uma Thurman y Alicia Silverstone parecen intentar tejer una trama decente y aparente.
Nada más lejos de la realidad. Con diálogos como "Ahora entiendo porqué Superman trabaja solo" o "Hola Frío, soy Batman", el director Joel Schumacher y el guionista Akiva Goldsman hacen el rídiculo y nos hacen pasar un rato entretenido pero a costa de tomarnos el pelo. Si Batman Forever tenía tintes serios y se basaba más en el cómic de Bob Kane, Batman y Robin peca de querer parecerse a la charlotada que montó Adam West en los años 60 y que hoy día es toda una obra de culto freak.
Con un uso apabullante de efectos especiales, esta cinta no ha logrado el apoyo ni de crítica ni de público gracias a sus escalofriantes escenas que nos recuerdan que todavía hay gente capaz de hacer películas no malas, sino tétricas.
Ya lo dijo George Clooney en una reciente entrevista cuando le hicieron la siguiente pregunta y él respondió:
- "Mr. Clooney, ¿ha llorado con alguna película?"
- "Sí, con Batman y Robin."
En esta frase del protagonista de la cinta que nos toca en esta crítica se resume el pesar con el que Warner Bros. decidió dar por finalizada la producción de películas de Batman. Clooney, un actor por el que siento verdadera admiración, estuvo a punto de tirar por tierra su carrera de no ser por su carisma y sus buenas cualidades interpretativas, que supo ver Steven Soderbergh e iniciar con él una fructífera carrera con fantásticos títulos. A Chris O´Donnell no le volvimos a ver jamás hasta The Company, una serie sobre la CIA que casualmente coprotagonizó con un ex-Batman: Michael Keaton. De Schwarzenegger ya lo conocemos todo al igual que de Uma Thurman, musa de Quentin Tarantino y actriz de carrera irregular a la que no pasó factura su participación en esta cinta. De hecho, su personaje de Hiedra Venenosa pudo haber acabado con ella. Sin duda resulta más grotesco que el Enigma de Jim Carrey, bastante más aceptable y digno. Otra olvidada fue Alicia Silverstone, la Bat Girl, que sinceramente no se de dónde ha salido. De hecho, y como anécdota, llegaron a apodarla Fat Girl, puesto que su traje se le quedó estrecho debido a las tremendas ingestas de comida a las que se sometió durante el rodaje.
No merece mucho la pena seguir hablando de esta película puesto que daríamos vueltas sobre la misma bazofia y eso no puede ser bueno. Yo, como buen consumidor de cine, busqué durante años esta película por las estanterías de los centros comerciales. Realmente todavía no llego a comprender porqué la compré.
Supongo que por darme el gusto de coleccionar todas las películas de Clooney.
Creo...