Crítica Immortals; Mitología del revés


5/10
 
Las carteleras se inundan en este periodo navideño de decenas de películas que muestran el lado más comercial del cine, aquel por el que familias enteras o jóvenes adolescentes con ganas de divertirse acuden y pagan masivamente las entradas a una sala de cine. Este tipo de público acude con la intención de desconectar, pasar un buen rato y no sacrificar su tiempo a dos horas de pensamiento filosófico o análisis profundo de una obra magna.
Una de esas películas que justifican el párrafo anterior es Immortals, la película que coge el mito de Teseo y se lo pasa por el forro de los pantalones para traernos una obra que plantea dos polos diametralmente opuestos del mismo metraje. Por un lado, unos efectos especiales, sonoros y visuales dignos de mención aunque no provocan masivas ilusiones como sí lo hicieran en su tiempo los de 300, por citar una cinta similar. De otro lado, la revisión de los mitos de los dioses olímpicos, Teseo, el Monte Tártaro  y ese rey cretense llamado Hiperión.
Si después de ver la película tenemos ganas de consultar un libro de Mitología helénica, el objetivo de los guionistas ha surtido efecto. El problema es que al solventar las dudas sobre el metraje nos encontramos con una sarta de errores, coincidencias falsas y transfusiones de mitos bastante sangrantes. Sería complicado enumerar todo aquello por lo que Immortals falla desde la primera escena puesto que ninguno de los personajes se enmarca en el lugar mitológico que los griegos otorgaron a sus dioses.
Es encomiable, no obstante, el intento de Tarsem Singh de ofrecer al espectador una cinta que transfiere buenas sensaciones. Su duración no se nota en exceso puesto que la continua sucesión de secuencias de acción lo suficientemente dramáticas dota al metraje de una espectacularidad muy digna. Por otro lado, tenemos unas interpretaciones destacables aunque no excelentes de los correctos Henry Cavill, John Hurt, Luke Evans, Freida Pinto o Stephen Dorff. Y eso por no hablar del `resurrecto´ Mickey Rourke, quien nos regala un personaje malvado en exceso que configura uno de los más imponentes del género. Sin embargo, son numerosas las voces que claman contra el aspecto de los dioses del Olimpo, antaño armarios de cuatro puertas que se ven limitados a hombrecillos cachas sin poco más que demostrar. Atrás queda el poderoso Zeus que vimos en la genial aventura de Disney Hércules o las forzudas recreaciones italianas de mediados del siglo XX.
Immortals no se acerca ni de lejos a obras maestras como Jasón y los Argonautas, 300, la excelsa Hércules o la irregular Troya. Sin embargo, ofrece un entretenimiento puro y duro en una época en la que tampoco conviene pensar mucho a la hora de ir al cine. El espectador se limita a disfrutar en las cenas navideñas y despejarse en una sala. Y si decide ir a pasarlo bien sin necesidad de quebrarse los sesos, Immortals es su película.
Pero no se crea nada de lo que le cuenten…

Crítica Noche de Fin de Año; Coral y desaprovechado

3/10

En Navidad suelen llegar a las carteleras una serie de películas que no aportan lo necesario para satisfacer las necesidades de cine de un público cada vez más acostumbrado a ver buen cine durante la última parte del año. En estas fechas es cuando aparecen esos estrenos interesantes de cara a la temporada interminable y agotadora de premios que pueblan a los medios de comunicación. Una de esas películas insulsas y faltas de contenido es Noche de Fin de Año, esa por la que las descargas en Internet casi se amortizan sobremanera.
Con un reparto que, a priori, parece de altura y cuyas cabezas de cartel son nombres como Robert De Niro, Hilary Swank, Michelle Pfeiffer o Ashton Kutcher, la película es una sucesión de escenas que carecen de sentido hasta pasada la hora y media de metraje cuando descubrimos que las historias cruzadas previamente planteadas eran más que obvias. No hay duda de las buenas intenciones del equipo técnico y artístico a la hora de reflejar en las últimas 24 horas de un año todas las sensaciones y emociones en torno a la noche de Fin de Año, mágica para algunos e indeseable para tantos otros.
Sin embargo, este resumen de impresiones no es más que un cúmulo de escenas que no aportan absolutamente nada al inocente espectador que pague su entrada por ver a muchos actores famosos haciendo su trabajo de la mejor forma posible. Ninguno desentona porque no hay opción a ello. El escaso interés que despierta la cinta provoca una sensación de tedio constante que se ha de paliar con conversaciones paralelas o con bostezos ininterrumpidos. No hay nadie en todo el metraje que aporte una interpretación sublime sino que el ritmo constante y el montaje farragoso marcan la tendencia de una película que se nos hace lejana. No existe implicación con ningún personaje y la ilusión de empatía que debe llevar el cine se queda en simple fantasía.
No hay duda de que todo aquel que desee encontrar una obra maestra de ese género todavía inexistente como es es el "cine navideño" debe ver Love Actually, una cinta protagonizada por grandiosos intérpretes como Alan Rickman, Colin Firth, Liam Neeson, Bill Nighy o Hugh Grant que resume todos los sentimientos encontrados que nacen en estas entrañables y familiares semanas navideñas.
Si, por el contrario, desea encontrar una respuesta o se encuentra haciendo una investigación sobre los repartos corales inútiles a lo largo de la Historia del Cine, debe ver Noche de Fin de Año y demostrar que la lista es extensa y muy aprovechable, todo lo contrario que esos actores que reciben el cheque correspondiente y se dejan llevar por un guión que no les hace justicia a ninguno de ellos.
Ni tan siquiera al bueno de Bon Jovi...

Crítica Drive; Estilo y recuerdos de una violencia generacional

7/10

La secuencia de créditos iniciales ya inspira una cierta confianza ante lo que vamos a ver. Recordando vagamente a Tarantino, Nicolas Winding Refn utiliza el gran tema Nightcall del músico francés Kavinsky para dibujarnos un panorama que redefine el género del cine de atracos. A través de una tipología muy particular, letras en color rosa, Refn nos trae un homenaje al cine ochentero con referencias a David Lynch, Brian De Palma, Michael Cimino o el uso de la cámara lenta para ilustrar una violencia de carácter brutal, en referencia a Sam Peckinpah.
Sin embargo, su director no copia plano tras plano sino que desarrolla sus ideas en base a estas referencias y combinándolas con su propio estilo narrativo. Nos sale así un ejercicio de autor que nada tiene que envidiar a las más representativas películas de los realizadores anteriormente nombrados. Winding Refn aparta los convencionalismos propios del cine independiente y realiza una obra que atrapa desde el primer minuto que incluso se divide en dos partes claramente diferenciadas, recordando a muchas obras del western y con reminiscencias al Death Proof de Tarantino.
En una de esas partes, se nos presenta a los personajes. Sin duda, el más característico es el encarnado por el cada vez más grande Ryan Gosling, un intérprete que está encontrando su sitio tras muchos años de trabajo en papeles como Titanes, El Diario de Noa o Fracture. Su personaje, sin nombre y con una seña de identidad como bandera recuerda al Stallone de Cobra. La inexpresividad mostrada por Gosling a lo largo del metraje no es sino una marca de héroe, de impasibilidad y de confianza en sí mismo. Por otro lado, encontramos a los exquisitos Bryan Cranston y Albert Brooks, este último favorito en las quinielas a los grandes premios por su interpretación del brutal villano de la trama. Lejos queda aquel periodista de Al Filo de la Noticia que le dio la fama internacional. Brooks le da una vuelta a su propio talento para presentarnos a un mafioso inquietante. Mientras, en la segunda parte se nos hace asistir al desenlace de una trama que posee secuencias de violenta extrema que asustarán a más de un espectador proclive a la grima.
Premiada con el galardón al Mejor Director en la pasada edición del Festival de Cannes, Drive posee una riqueza cinematográfica variada que sabe jugar con una banda sonora de corte electrónico homenajeando aquellas cintas que poblaron el género en los años 80. Sus piezas son para escuchar todas seguidas en un buen equipo de alta fidelidad en la oscuridad de nuestros hogares. Con un guión sólido, aunque en ocasiones algo perdido, Drive es toda una lección de estilo a partir de los elementos básicos de la construcción de un plano. El uso de los picados y los contrapicados para realzar o rebajar la condición de un personaje frente a otro o con respecto al espectador no quedan tan claros en otras cintas como lo hacen en Drive
Quizás Drive sea una película tachada de violenta o brutal y a alguien puede incluso sonarle a algo ya visto. Tampoco estamos ante una de las obras maestras del año pero sí ante un entretenimiento muy destacable en la amplia variedad de estrenos que se nos muestran de aquí a la fecha de entrega de los Oscar, momento en que dará su pistoletazo de salida la nueva  temporada de cine. Drive es una película para ir al cine ya que sus secuencias merecen ser vistas en una pantalla grande y ser disfrutadas a gran escala.

Películas para Dos Vidas; Trilogía El Señor de los Anillos

 El Retorno del Rey
El final del apasionante periplo por la Tierra Media se acerca, no obstante aún quedan grandes batallas por librar y retos difíciles que afrontar. La estoica victoria de Rohan en el Abismo de Helm frente a las hordas de Saruman tan sólo era un preludio de la guerra total que se avecina desde el Este sombrío, donde la oscuridad crece ante el pavor y el desánimo de los hombres. La unidad de estos frente al enemigo común se antoja como la única posibilidad de supervivencia, alimentada asimismo por el liderazgo del heredero de Isildur, el montaraz renegado que camina resoluto hacia el trono que le pertenece. Mientras tanto, el insensato cometido de Frodo y Sam les sumerge en las tierras estériles y ásperas de Mordor, sin más guía que una criatura traicionera que ansía por encima de todo recuperar el tesoro que le fue arrebatado en la oscuridad de su cueva.
Y qué mejor forma para iniciar la narración de esta tercera y última entrega que mostrando la historia de ese ser dual y atormentado, los orígenes de ese pesar, cuando no era más que un hobbit que pasaba una apacible tarde de pesca junto a su amigo y el anillo se cruzó en su destino para siempre, avivando una avaricia insana, propiciando un destierro del que jamás regresaría hacia las profundidades de la montaña, donde nada ni nadie perturbarían su abnegada entrega al tesoro. El prólogo que introduce Peter Jackson, además de pertinente en el proceso de comprensión del fascinante personaje, supone un sugestivo recurso narrativo a partir del cual hilvana la reanudación de la historia con fluidez y sin grandes fisuras en una trama concebida como un macrodiscurso fílmico para ser disfrutado sin pausa (para aquellos que lo logren). De hecho, esta suerte de prefacio cinematográfico enlaza con el Gollum actual que conduce a los imprudentes hobbits hacia el túnel de Ella, a partir de un soliloquio a dos voces sencillamente magistral en el que el reverso malévolo de Smeagol ha terminado por conquistar cualquier resquicio de dignidad en este último.
Paralelamente, el resto de la ya extinta compañía del anillo se reencuentra sobre los escombros de Isengard, devastada por la ira desatada de los a priori pacíficos ents. En este punto, el reto para el equipo de guionistas de la trilogía era prácticamente insalvable ya que debían decidir el destino de Saruman, quien en la novela desempeñaría un último papel trascendental eliminado de la versión cinematográfica por evidentes cuestiones prácticas de metraje. La solución narrativa aportada fue más bien torpe e incoherente, obviando la figura del mago en la versión en cines y planteando una disputa dialéctica de tintes surrealistas en su versión extendida. De hecho, parte de las críticas vertidas por los más acérrimos seguidores de la saga literaria se encuentran relacionadas con el abrupto y deshonroso final de Saruman.
A partir del desafortunado episodio de Isengard, la película retoma paulatinamente el pulso medido y ágil consustancial a la trilogía en una dinámica de tensión ascendente que nos conduce irremediablemente a la guerra escenificada en Minas Tirith. No obstante, antes se nos descubre en toda su majestuosidad la ciudad blanca, una fortaleza construida verticalmente en sucesivos anillos amurallados que constituye un auténtico y fascinante hallazgo visual del equipo técnico de la película, capaz de rebasar incluso la perfección ideada en la febril imaginación de los lectores asiduos de Tolkien. La entrada de Gandalf en la ciudad y el recorrido por sus calles a lomos de Sombragris son de una belleza real cargada de emoción y épica al son de los compases de la partitura de Howard Shore, sólo comparable con ese interludio lírico en el que se encienden las almenaras a través de imponentes montañas transitadas a vuelo de pájaro por una cámara inverosímil hasta alcanzar la vista de Aragorn en un soberbio recurso de transición espacial.
Es entonces cuando la película se interna en un bucle vibrante de acción en dos escenarios; por un lado, el tortuoso ascenso por la escalera sinuosa y la trampa que acecha a Frodo al final de la misma en forma de gigantesca criatura hambrienta (brillantemente recreada, al igual que su combate contra un Sam pletórico); y por otro, el asedio a Minas Tirith por una multitud inabarcable de orcos que augura la destrucción absoluta de la ciudad si nadie impide lo contrario. Suerte que los rohirrin, comandados por un rey Theoden envalentonado, acude al rescate de Góndor in extremis con una carga de caballería demoledora que hubiese sido suficiente sin la aparición sorpresiva de un ejército de aguerridos olifantes difíciles de derribar desde el terreno. La recreación cinematográfica de la guerra es realmente impresionante, no ya sólo por la espectacularidad del combate cuerpo a cuerpo o el inaudito despliegue de efectos especiales, sino también por la capacidad de Jackson para la creación de una atmósfera tensa y de tintes épicos desvelada en el miedo palpable de los hombres de Góndor ante la marea incontenible de oscuridad que los sitia; las arengas de Theoden ante un espléndido ejército de caballeros o el ataque suicida de los hombres de Faramir contra la destruida ciudad de Osgiliath con el canto triste de Pippin de fondo.
Es igualmente cierto que el baile de cifras de efectivos de uno y otro bando puede llegar a parecer caprichosa a tenor del uso masivo de la tecnología digital (¿de dónde salen tantos rohirrin tras la masacre del Abismo de Helm?, ¿por qué tiene unas defensas tan escuálidas el reino de Góndor?), y ofrecer instantes un tanto inverosímiles o carentes de sustancia (¿por qué no hay sangre en el campo de batalla?). No obstante, la adrenalina es segregada de forma arrolladora ante una sucesión de escenas grandiosas, como esa reivindicación heróica de Eowyn (el papel de la mujer en las novelas de Tolkien era muy secundario) al enfrentarse al señor de los Názgul con la inestimable ayuda de Merry; el momento de gloria de Legolas a lomos del olifante; el brutal asedio de la ciudad con cabeza de lobo incluida (cuando consiguen traspasar las puertas, la expresión de Gandalf lo dice todo); o la salvadora y aplastante llegada del ejército de muertos (un recurso fácil para acabar la guerra de forma rápida).
Y cuando parecía que ya todo estaba cercano a su fin y no cabía más destrucción, los restos de los ejércitos de los hombres toman la feliz idea de acudir a la misma Puerta Negra para desafiar a Sauron y, de paso, ofrecernos vibrantes instantes dramáticos de coraje y honor (la arenga del nuevo rey de Góndor entra en los anaqueles de grandes discursos bélicos del cine) aunque todo indicara que la única salida sería la muerte (Aragorn seguido por los hobbits hacia una inmensa marea enemiga; los pelos como escarpias). No obstante, a poca distancia de la Puerta se libraba la trascendental lucha por la destrucción del anillo, una confrontación de voluntades resuelta magistralmente por Peter Jackson a la altura de la novela y de la propia saga, con el feliz final para Gollum.
El Retorno del Rey, más allá de los numerosos galardones obtenidos, es la culminación de un magno poema épico de dimensiones inconmensurables; una obra capital en la historia del cine fantástico-literario que trasciende las fronteras del propio género a partir de una portentosa narrativa fílmica y del uso creativo de los medios digitales. Una amplia financiación no es sinónimo de una buena película; es necesario un trabajo minucioso y una originalidad visual sólo al alcance de algunos privilegiados. Peter Jackson y su equipo lo logran trasladando de forma impecable a imágenes un legado literario que ha espoleado la imaginación de varias generaciones de lectores, cumpliendo unas expectativas a priori inalcanzables. Un viaje de ida y vuelta ribeteado por un final emotivo que homenajea de forma justa a una personaje tan entrañable como Samsagaz Gamyi, y que cierra la historia inmortal de un mundo apasionante poblado por hombres, elfos, enanos, orcos, ents... y hobbits, en el que se escenifica la legendaria lucha entre el Bien y el Mal. Tolkien lo ideó en la cabeza de millones de personas, ahora Peter Jackson nos lo muestra, en todo su esplendor, a muchos más.

Películas para Dos Vidas; Trilogía El Señor de los Anillos

 Las Dos Torres
Los caminos se bifurcan. La Comunidad del Anillo se ha desintegrado y nuevos retos se abren para sus integrantes. Sin embargo, el objetivo continúa estando ligado inevitablemente a los fuegos del monte del destino; origen y final de la maldición que arrastra Frodo como si de una pesada losa para el espíritu se tratase, con la única compañía del fiel y tenaz Sam, aunque acechados por la vaga presencia de una criatura cuya trágica existencia depende de igual modo del caprichoso azar que rige los caminos del anillo. Mientras tanto, el resto de la compañía debe afrontar la irrefrenable oscuridad que anega la Tierra Media y cerca a los últimos pueblos libres de los hombres ante la inminente batalla final en la que se pondrán en liza las desiguales fuerzas del Bien y del Mal.
La mera estructura narrativa de Las Dos Torres suponía ya un complejo aunque apasionante reto para el equipo de guionistas liderado por Peter Jackson. La adaptación cinematográfica de las novelas en forma de trilogía dejaba entre el comienzo y el final un eslabón intermedio al que dotar de cierta coherencia respecto a los demás pero que al mismo tiempo fuese concebido como una película en sí mismo, es decir, que tuviese una dinámica de acción in cescendo, en cierto modo autoconclusiva, y no se convirtiera en una mera visagra de transición hacia el episodio final. El resultado fue inmejorable. El sincretismo que Jackson hilvana con maestría entre los distintos ejes argumentales supone todo un hito en la histórica relación entre cine y literatura, transgrediendo sus fronteras con la osadía de un genio al componer pura poesía visual entrelazada con el poema que es en sí misma la obra de Tolkien.
La sincronía de sus tramas se encuentra administrada por un ritmo ágil al que impone breves periodos de impasse en los que profundiza en los particulares ámbitos dramáticos de sus personajes. No obstante, la película logra mantener una vibrante cadencia en escalada ascendente basada en una necesaria artificialidad narrativa. En ciertos momentos, la rígida fidelidad al orginal literario pierde sentido en favor del propio dinamismo de la adaptación cinematográfica, aunque también en otros se enrede en cuestionables encrucijadas sin salida (como el cautiverio de Frodo y Sam hasta Osgiliath). Precisamente en este punto, en la valentía de recomponer la acción y desmarcarse mínimamente de su literalidad, es donde Las Dos Torres halla su principal virtud al erigirse como una película coherente y admirable en sí misma.
Así pues, observamos por un lado el arduo camino recorrido por Frodo, Sam y su nuevo e inesperado a guía a través de los peligrosos alrededores de Mordor, centrando de forma especial la atención al comienzo de la trama y difuminándose paulatínamente a medida que los otros escenarios ganaban peso; por otro seguimos las andanzas de los dos hobbits raptados por los Uruk-Hai de Saruman y su posterior encuentro con los ents, algo que se utiliza como una suerte de contrapunto o de pausa a la acción paralela, aunque finalmente estalle aquí de igual forma; y por último, vibramos con la épica misión de Aragorn y compañía de avivar los espíritus de resistencia del pueblo de Rohan ante la amenaza cierta de exterminio por parte de Isengard. 
 En Las Dos Torres podemos encontrar dos grandes atractivos que logran destacar entre el resto que de por sí abundan en la película. El primer de ello es la aparación, tras adivinar únicamente sus grandes ojos en las minas de Moira, de Gollum, todo un hallazgo técnico-expresivo que marca un antes y después en la historia del cine digital. La recreación de este correoso personaje es sencillamente portentosa, al igual que la elocuente interpretación de Andy Serkis bajo los sensores. Las escenas en las que Gollum-Smeagol desarrolla toda una lucha dialéctica interior en torno a la fidelidad hacia su amo (Frodo), logran trasmitir todo el dramatismo que desprende el torturado personaje, lo hace tangible, tan verosímil (incluso más) como cualquiera de carne y hueso, además de introducir ciertos apuntes cómicos en su tormentosa relación con Sam.
La segunda gran atracción es, sin duda alguna, la épica batalla del Abismo de Helm. En ocasiones, la pura acción no es suficiente; es preciso de crear un ambiente que inste a ella, que prepare al espectador a asistir a todo aquello que está a punto de desatarse. Peter Jackson conoce a la perfección la fórmula y la aplica aquí como nadie lo había hecho antes. Por ello, se detiene en las miradas de miedo de los pobres habitantes de Rohan a los que alistan apresuradamente en las filas de un frágil ejército condenado al exterminio, en los rostros ansiosos de sus mujeres e hijas, en ese silencio abrumador previo a la battalla. 
Es realmente sobrecogedor observar las murallas repletas de hombres en una quietud imposible mientras el enemigo avanza ocupando todo el horizonte. Entonces comienza súbitamente a llover. Se oyen los rugidos de los orcos, el temblor de la tierra bajo las pisadas de miles de ellos, la tensión palpable, el terror mezclado con el deber y la valentía de los hombres; la épica, al fin y al cabo. El combate se desencadena, la muerte anega el campo de batalla, la lucha cuerpo a cuerpo selecciona a los más fuertes; pura acción cinematográfica técnicamente impecable y acompañada por los compases de la música de Howard Shore que coloca al Abismo de Helm (incluso con sus licencias heróicas algo inverosímiles) entre las más apasionantes vistas en una gran pantalla. Imposible no permancer en tensión durante los más de cuarenta minutos (con algunos intermedios) en los que se despliega la batalla, hasta la llegada salvadora del mago blanco con los rohirrin a sus espaldas.
Las Dos Torres era quizás la película de la trilogía más complicada que debía afrontar Peter Jackson y su equipo, sin embargo, la simplicidad narrativa que utiliza para dar sentido y coherencia al eslabón intermedio, la convierte en el verdadero eje de la saga.

Películas para Dos Vidas; Trilogía El Señor de los Anillos

                       La Comunidad del Anillo
El mundo ha cambiado; lo siento en el agua, lo siento en la tierra, lo huelo en el aire...Las palabras de la dama Galadriel eran premonitorias. El extenso lapso de tiempo abierto tras la última gran batalla contra el mago oscuro Sauron en la que el anillo único de poder abandonó a su dueño original, se mantuvo en una quietud aparente, una paz ficticia. El Mal continuaba al acecho, reconstruyéndose tras las oscuras murallas de Mordor, alimentado por la debilidad de los hombres, esperando una nueva oportunidad para recuperar lo que un día fue suyo; el anillo. Demasiado tiempo fue objeto de la fascinación obsesiva de un ser corroido por la avaricia y recluído en lo más profundo de la montaña, en las sombras impenetrables, donde nada ni nadie osaría internarse. Salvo una pequeña criatura, un hobbit indiscreto y curioso embarcado en una aventura insólita junto a doce enanos. Los avatares del destino lo condujeron a la montaña y su audacia le proveyó el tesoro; acertijos en la oscuridad. Sus hazañas prosiguieron y el viaje emprendió su vuelta, y con él, el embaucador anillo. Mientras tanto, esa grimosa criatura que durante tanto tiempo lo poseyó, dio inicio a su trágico periplo por una tierra hostil que lo llevaría hacia las mismas fauces de la Torre Oscura, donde entre sollozos y confuso balbuceo reanudó el ciclo; el mundo se abocaba de nuevo al cambio, las sombras crecían, el anillo era el fin indisoluble de la eterna lucha entre el Bien y el Mal.
El extenso y evocador prólogo que J.R.R. Tolkien compuso a modo de poema en verso para introducir la épica historia que desarrollaría a lo largo de tres novelas y cientos de páginas, podría constituirse como una película en sí misma llena de matices y trepidantes aventuras, por lo que el reto para Peter Jackson, Frank Walsh y Philippa Boyens, equipo de guionistas de la ambiciosa trilogía cinematográfica, de sintetizar todo un universo fantástico en una trama limitada y con una coherencia suficiente para ser comprendido por los profanos en la novela, era de dimensiones colosales. 
 La base de esta magna obra cinematográfica se encontraba en ese prólogo, pues sin él todo el desarrollo posterior hubiese estado condenado al fracaso. El resultado fue una perfecta y sincrética maquinaria narrativa que resumía en apenas unos minutos la compleja telaraña argumental que Tolkien había tejido en docenas de páginas. La armónica conjunción entre la voz de la elfa Galadriel (Cate Blanchett) y la belleza de las imágenes, elegida cada una de ellas con un justificado sentido ilustrativo, sumerge desde el comienzo al espectador en un mundo fantástico narrado como si de un legendario cuento oral se tratase, un exquisito preámbulo para una historia grandiosa.
La Comunidad del Anillo posee un aroma especial. La placidez de La Comarca, la afabilidad de sus gentes, el verde de sus prados, el despreocupado disfrute de la fiesta de cumpleaños de Bilbo, la celebrada llegada del mago gris, se nos antoja como un remanso de paz ante todo lo que está a punto de acontecer, el contrapunto luminoso a la paulatina reconquista de la Tierra Media por la oscuridad. Es entonces cuando la acción se desata y la aventura se inicia con una espectacularidad insólita hasta este momento en la gran pantalla. El peregrinaje de Frodo, Sam, Merry y Pippin por los límites de la Comarca con los jinetes negros tras sus pasos hasta su abrupta llegada a la aldea de Bree sacrifica algunos pasajes del libro francamente encantadores (como su paso por el Bosque Viejo o el encuentro con el peculiar Tom Bombadil), no obstante con ello la película gana en agilidad y tensión en un primer acto que podríamos extender hasta el concilio de Rivendel y que logra su clímax en la Cima de los Vientos.
Una vez constituida la Compañía del Anillo, la trama termina de configurar el elenco de personajes principales, quienes inician una misión suicida en torno al sorprendente portador que los llevará, en esta primera entrega, hasta las impenetrables raices de la tierra. La entrada de la compañía en las minas de Moira es todo un fabuloso despliegue técnico en el que el tratamiento de la luz dota de total verosimilitud a la recreación digital del lugar, además de escenificar la primera escaramuza bélica de la saga en una escena brutal de lucha cuerpo a cuerpo. Aquí las criaturas son reales, su sangre salpica la pantalla, el temor se deja sentir en el ambiente, la épica comienza a aflorar en todas sus vertientes. Y entonces aparece el Balrok y corroboramos la magnitud del espectáculo al tiempo que vibramos con la férrea actitud de Gandalf (un magistral Ian McKellen) a no dejarlo pasar bajo ningún concepto en una escena memorable de una evidente carga dramática.
Tras ello, la incursión de la maltrecha compañía en el bosque de la dama Galadriel es un súbito impasse un tanto aburrido aunque justificado en su intento de ahondar en el alma de sus personajes, que da paso finalmente a la encrucijada de caminos en la que se ramifica la epopeya después de la honrosa muerte de Boromir.
La Comunidad del Anillo es la entrega de la trilogía con un menor peso de la acción, sin embargo la capacidad de sugestión de Peter Jackson en la recreación de los ambientes y en el retrato de las actitudes y actos de sus personajes hacen de ella, a mi parecer, la pieza más trepidante de la saga; aunque discernir entre la calidad de las tres películas sea de una complejidad evidente, pues es fácil concerbirla como un bloque homogéneo. Puede que cada espectador halle en cada una de ellas una razón personal para elegirla como predilecta, y si tuviese que dar una explicación coherente de la mía me faltarían las palabras. Probablemente sea debido a que La Comunidad del Anillo es el comienzo de la aventura, la primera pieza de una deslumbrante pieza visual, un inicio evocador de una historia arrebatadora, el contacto original con el universo, ahora cinematográfico, de Tolkien. A simple vista, la ambición de Peter Jackson y su equipo era suicida, sin embargo lograron cumplir las expectativas incluso de los más acérrimos seguidores de la saga. Los recursos técnicos, la banda sonora de Howard Shore, las interpretaciones de su elencto actoral, el escenario natural de Nueva Zelanda o el ingente despliegue de extras sometidos a un maquillaje inaudito; son sólo agunos de los ingredientes que contribuyeron a confeccionar una película perfecta; el fascinante inicio de la mejor saga cinematográfica de todos los tiempos.

Homenaje El Rey León; La inolvidable joya de Disney

Han transcurrido 17 años desde su flamante estreno internacional y parece que fue ayer cuando nuestros avezados ojos de niño anhelantes de fantasía quedaron por primera vez encandilados por la apasionante aventura de Simba, un pequeño león desterrado de su reino tras la trágica muerte de su padre y el malévolo plan urdido por su tío Scar (las resonancias de Hamlet son evidentes). Y es que El Rey León es probablemente la película de animación tradicional de Disney más universal de cuantas han salido de la legendaria factoría, en virtud a una larga serie de ingredientes que la hacen única y deleitable en todos los sentidos; una historia de fondo dramático aunque atravesada por una comicidad amable y ocurrente, una banda sonora sensacional compuesta por el que quizás sea el repertorio de canciones más completo de Disney; personajes inolvidables y entrañables; e incluso toda una filosofía vital elaborada en torno al mítico proverbio del Hakuna Matata.
Ante esta milagrosa conjunción de ritmo, color, drama, música y risas envuelta por la mágica belleza plástica de la sabana africana y sus particulares pobladores, la respuesta natural e inevitable es rendirse al espectáculo, sumergirse en un universo poblado por animales a los que se humaniza a partir de marcados estereotipos enraizados en nuestra propia cultura; previsibles y sin matices, es cierto, pero entrañables al fin y al cabo, profundamente evocadores de esa lucha entre el bien y el mal de la cual hacer derivar los valores de bondad, amistad, honor o responsabilidad que todos aprendimos (o deberíamos haber hecho) desde nuestra más tierna infancia.
La historia es narrada con agilidad y sencillez, sin permitir apenas un respiro entre los momentos dramáticos y los números musicales que se despliegan en la pantalla con total armonía. Y es que, a pesar de la honda carga dramática de la película evidenciada por la trágica muerte de Mufasa (tan sólo comparable a la traumática pérdida de Bambi), El Rey León posee la admirable capacidad de suscitar cierta sensación alegría, de hacer que el espectador se sienta bien, que pase un rato trepidante inmerso en ese viaje de ida y vuelta que acomete Simba desde que es desterrado de su propio reino. Ese valor añadido corresponde en parte a la aparación de la inefable pareja compuesta por Timón y Pumba, quizás unos de los personajes más divertidos de la tradición Disney que además nos ofrecen toda una visión hedonista de la vida que actualiza el mismísimo carpe diem romano. El Hakuna Matata es la realización absoluta de la alegría de vivir, un canto a la despreocupación, una auténtica oda al placer como principio rector de nuestra existencia.
De igual modo, no debemos olvidar el ritmo frenético al que nos someten los fantásticos números musicales que jalonan la trama; desde esa majestuosa obertura (y también epílogo) del ciclo de la vida, hasta la visualmente espectacular 'Yo Voy a ser el rey león', pasando por ese contrapunto oscuro protagonizado por Scar entre las legiones de hienas, o la emotiva Can you feel the love tonight? (ganadora del Oscar). Las canciones compuestas por Elton John y supervisada por el gran Hans Zimmer pertenencen ya a la herencia cultural de una generación que ha crecido con ellas, que las ha interiorizado como parte de su propia infancia y que es incapaz de escucharlas sin tararear de memoria sus estribillos.
El Rey León supuso en el momento de su estreno la prolongación del estado de gracia de Disney iniciado en 1989 (tras la aciaga década anterior) con La Sirenita y continuado por La Bella y la Bestia y Aladdin. No obstante, el éxito de la película (sobre la cual se primó, en un principio, Pocahontas) sobrepasó cualquier expectativa y legitimó la osadía de sus creadores al trasladar a la pantalla una historia original ambientada en el continente africano y protagonizada exclusivamente por animales (un aspecto poco explotado hasta entonces). La taquilla la auspició al parnaso de las más vistas de la historia y los premios se acumularon en las estanterías de Rob Minkoff y Roger Allers (incluido el Globo de Oro a la Mejor Película Musical). No obstante, más allá de triunfos coyunturales, el gran logro de El Rey León es el de permanecer en nuestros corazones con una huella imborrable, ajena al tiempo. Ahora cumple 17 años, y la necesidad de prolongar su magia en las nuevas generaciones es imprescindible con reestrenos en salas como este. Y es que números musicales como este, bien valen nuestro recuerdo y nuestra admiración.

Nominaciones 69º edición Globos de Oro

La temporada de premios ya comienza a vislumbrarse en el horizonte y con ella esa carrera a contrarreloj de todo cinéfilo que se precie por disfrutar de las películas elegidas del año, ya sea para corroborar la decisión de los expertos o bien para desmarcarse de la 'línea oficial' impuesta por la remilgada academia hollywoodiense. Por ello, aunque todos los premios se conciban como una carrera cuya meta indisoluble son los Oscar, debemos reivindicar la trascendencia de otra serie de galardones que en cierta forma se adecuan más a ciertos valores de calidad y coherencia. Los Globos de Oro, en cuanto a un reconocimiento dotado por la crítica extranjera, son un buen ejemplo de ello y ofrecen un panorama bastante fiel de lo que puede considerarse como "lo mejor del año", además de incluir una necesaria sección destinada exclusivamente al estimulando mundo de la ficción televisiva.
Con todas las nominaciones sobre la mesa, ya vamos conociendo algunas de las películas llamadas a liderar la temporada de premios. Entre ellas destacan dos proyectos de un George Clooney desdoblado en sus dos facetas profesionales; por un lado protagonizando el nuevo proyecto de Alexander Payne (quien ya deslumbrara con la inteligente Entre Copas) titulado Los descendientes, por el que además recibe nominación al mejor actor dramático; y por otro como director (nominado de igual forma al respecto) del film político Los Idus de Marzo, en el que también aparece delante de las cámaras junto a Ryan Gosling, quien acumula candidaturas en el apartado dramático por esta película y en el de comedia por su participación en Crazy, Stupid, Love; desvelando la inexplicable tendencia actual de repartir los reconocimientos entre un número reducido de artistas como si no hubiese más actores dignos de tamaña distinción.
Entre los proyectos del omnipresente Clooney se filtran La invención de Hugo, una cinta de animación realizada por Martin Scorsese en un sorprendente giro creativo en su carrera cinematográfica; The Help, una película pretendidamente indie que representa la sorpresa del año en Estados Unidos con unas cifras de recaudación admirables y cinco candidaturas entre las que destacan las de su excelente reparto femenino (tres, en concreto, para Viola Davis, Jessica Chastain y Ocativa Spencer; aunque con la notable ausencia de esa malvada genial Bryce Dallas Howard); el drama deportivo Moneyball, por el que Brad Pitt suena con fuerza para el Oscar (una vez descartada sorprendentemente El Árbol de la Vida) aunque la película sea esencialmente mediocre; y el Caballo de Batalla de Steven Spielberg, quien calienta motores para los que augura toda una lluvia de premios para su biopic de Lincoln.
Paralelamente, en ese ambiguo territorio de la comedia/musical destaca The Artist, la película francesa que provoca un furor entusiasta allí donde es proyectada y que alcanza la ilusionante cifra de seis nominaciones. No obstante, deberá combatir con la ingeniosa fábula parisina de un Woody Allen en estado de gracia; la biografía de una Marilyn Monroe a la que da vida Michelle Williams en una demostración más de un talento difícil de clasificar igualmente reconocido con nominación; con esa comedia atroz llamada La boda de mi mejor amiga (sin palabras); y con 50/50, un drama veraz y sensible (que no sensiblero) sobre un joven al que le detectan cáncer, recreado con una verosimilitud abrumadora por Joseph Gordon-Levitt en una de las interpretaciones del año.
Más allá de las categorías clave, debemos hablar de las nominaciones de Leonardo DiCaprio por J.Edgar, un nuevo proyecto de Clint Eastwood desestimado precipitadamente por los críticos; Michael Fassbender por Shame; Meryl Streep por su conversión en La Dama de Hierro, es decir, en Margaret Thatcher; o Kate Winslet y Jodie Foster por la injustamente olvidada Un Dios Salvaje.
La representación española irá de la mano de ese genio tan internacional como el toro de Osborne a quienes los estadounidenses ven con una fascinación cercana al delirio. Sí, hablamos de Pedro Almodóvar y de ese flamante ejercicio estético llamado La Piel que Habito (nótese el agrio sarcasmo), quien competirá (esperemos que sin posibilidades) con el excelente retrato realista de los Dardenne en El Niño de la Bicicleta, el drama iraní Nader y Simin, una separación; la primera incursión en la dirección de Angelina Jolie sobre la guerra de Bosnia; y una película china protagonizada por Christian Bale en un claro ejemplo de lo que significa la globalización.
En el mundo de la televisión, si bien precisa de un análisis más profundo teniendo en presente la calidad de todas sus propuestas, nos referiremos brevemente al estreno en la terna de candidatos de la nueva serie de FX American Horror Story (incluida la merecida nominación a una inquietante Jessica Lange), ideada por un Ryan Murphy casado con el éxito; la megaproducción de la HBO sobre el universo fantástico de George R.R.Martin Juego de Tronos; el thriller psicológico de Showtime Homeland; y el drama político Boss. Mientras tanto, en el terreno cómico se estrenan Episodes, con un renacido Matt Le Blanc, la serie de la pizpireta Zoey Deschanel, New Girl, e Iluminada, protagonizada por Laura Dern; en una competencia algo desigual con la muy consolidadas Modern Family y Glee.
El listado completo de nominados en el siguiente enlace.

Crítica Perros de Paja; Confusión de ideas

2,5/10

Ni Rod Lurie es Sam Peckinpah, ni Kate Bosworth es Susan George ni, por supuesto, James Marsden es Dustin Hoffman. Es imposible que vea esta película como algo diferente a la arriesgada y polémica apuesta que el legendario director norteamericano trajo en 1971. Aquellos pezones con los que Peckinpah desató la trama de la original Perros de Paja bajo el jersey de Susan George siguen estando duros en el cuerpo de Bosworth, pero cualquier parecido con lo que significaron en 1971 es pura casualidad. 
El guión de este remake pretende recuperar elementos de su predecesora. Pero ni estamos en la Inglaterra de finales de los 60 ni Dustin Hoffman trabajaba con un Sony VAIO. No estoy afirmando que esté mal hecha ni que no sea una digna película de suspense pero da la casualidad en que se han ido a fijar en una de las obras cinematográficas clave del pasado siglo XX y les ha salido el tiro por la culata con una americanada humillante para la Historia del Cine y sangrante con una de las obras maestras de la época dorada del Séptimo Arte.
El componente sexual de la original era un acontecimiento que desataba la furia, la ira y la violencia descontrolada que todo ser humano posee como instinto innato. Susan George andaba sin sujetador en 1971 y, algunos consideraron que la mítica escena de la violación rodada con maestría por Sam Peckinpah, era fruto del ansia por desatar los instintos más bajos y básicos de una sociedad inglesa rural anclada en viejas convenciones. Hubo quien interpretó en aquella violación el hecho de que la protagonista femenina iba provocando y la violación se la merecía, con todas sus consecuencias. En este remake, nos enfrentamos ante el mismo hecho pero ya algo ha cambiado. Y si comparamos ambas películas, el resultado es más que decepcionante. La sociedad ya no es la misma y, si vemos la original, se nos hace un nudo en el estómago poniéndonos en la situación espacio-temporal de 1971 y viviendo cada suceso con la garganta encogida.
Los protagonistas de aquella película no eran guapos y rudos actores. El cuerpo de Alexander Skaarsgard no es precisamente para sentir asco y repulsión, que es lo que el director intentó transmitir en la cinta original mediante el uso de gente de carácter pueblerino y sin demasiadas neuronas en el cerebro. No estamos ya ante la evolución del personaje de Dustin Hoffman, que pasa de ser un científico tontaina a un auténtico vengador, protector de su hogar y de aquello a lo que más ama. Lo siento, pero James Marsden no me parece ni de lejos un actor capacitado para realizar un trabajo de la altura que se le presupone a este remake. Comparar a ambos actores es, cuanto menos, un sacrilegio. Hay clásicos que deben ser inmutables. Cualquier intento por revisar las tramas ya consagradas no hace más que conseguir echar por tierra el resultado final y desprestigiar o ensalzar, depende el caso, a la obra original. ¿Qué pasaría si se hiciese ahora un remake de La Naranja Mecánica? ¿O de El Padrino? Las tomaduras de pelo procedentes de un Hollywood falto de ideas no las tenemos porque pagar los espectadores y a través de estas líneas, insto a todo aquel que me lea a no gastarse ni un euro en acudir a la sala de cine a ver semejante desfachatez y busque, disfrute y se sobrecoja con la obra original.
Perros de Paja siempre será una de las obras maestras de un director legendario fallecido hace casi treinta años al que se estudia en la mayoría de escuelas de cine por su excelente tratamiento de la violencia. Dura, seca, árida, brutal. Un compositor de planos y un maestro de la cámara que retrató las inclinaciones más primarias del ser humano sin complejos ni tabúes. Es por eso que esta Perros de Paja no es ni de lejos un homenaje a un gran cineasta, clave en la Historia del Cine. Es una chorrada de tamaño monumental que no merece ni una sola línea más.
Si el Psicosis de Gus Van Sant nos pareció una falta de respeto a los amantes del cine de Hitchcock. ¿Cómo llamaríamos a esto?

Crítica El niño de la bicicleta; O la imperiosa necesidad de correr

7,5/10
Las similitudes entre el Antoine Doinel que Truffaut erigió como su indiscutible alter ego en Los Cuatrocientos Golpes y el instintivo Cyril, eje dramático de la última película de los hermanos Dardenne, van más allá de su irresistible impulso hacia la huida sin un rumbo certero. La indiferencia hostil de la madre de Antoine así como la rectitud oportunista de su padrastro empujan al chico a una realidad exterior distorsionada en la que intenta hallar el sentido último a una vida emocionalmente vacía a partir del delito y de conductas antisociales. Como el personaje de Truffaut, Cyril se aferra en un principio al cariño de un padre ausente que lo rechaza como base de una nueva vida, para más tarde enrolarse en las filas de un persuasivo gángster de barrio con el peregrino fin de crear un cierto sentimiento de pertenencia en una dinámica de autodestrucción consciente.
Sendos muchachos persiguen el cariño que la vida les ha arrebatado en su ámbito familiar (en el caso de que existiese) de la única forma que han aprendido, a partir de gestos torpes y decisiones desafortunadas en base a una capacidad emocional inexistente. Por ello huyen, corren con furia contenida, pedalean como si la frenética actividad de sus músculos pudiese silenciar la agonía interior que los arroja a un precipicio predestinado. De hecho, en ambas películas las largas secuencias de marcha constante, como ese bello epílogo que Truffaut compuso en una simbólica playa en blanco y negro, pueblan una trama de imágenes crudas y un realismo sin concesiones; directo y despojado de discursos morales acerca de los perversos mecanismos de la sociedad burguesa. Simbolizan ese grito de desesperanza, ese aullido de auxilio que demanda un ápice de ese afecto usurpado de sus vidas.
En ese sentido, los hermanos Dardenne depuran un acertado estilo narrativo sin ambages que fluye de forma natural en una serena exposición de los hechos. Cyril es un chico que vive en un orfanato tras el abandono de su padre; incapaz de aceptar la abrumadora realidad, el chico inicia un angustioso periplo en busca de este con la única ayuda de una bicicleta, último vestigio de un amor al que se aferra de forma contumaz, y de una mujer que se entrega emocionalmente a la improbable tarea de aplacar el atormentado espíritu del muchacho. Una vez consciente del rechazo expreso del progenitor, Cyril se embarca en su personal travesía del desierto adoptando un rol de marginado que le impide ser rescatado por la bienintencionada Samantha (interpretada por Cecile de France);  al ser despreciado por su propio padre, el chico se siente incapaz de volver a confiar en alguien, se encierra en una opresiva atmósfera de pesadumbre que lo llevará a cometer un delito que lo reafirme en su papel de excluido social.
El niño de la bicicleta supone un retrato vívido y apasionante de la compleja realidad social de la que en ocasiones nos erigimos como implacables jueces sin un conocimiento cierto de la ambivalencia de los conflictos desatados en su seno. La desesperanza, la carencia de afecto o la desintegración de las estructuras familiares cultivan comportamientos antisociales en los que el resentimiento o el odio desempeñan roles trascendentales. Y todos nosotros, como ciudadanos interactuantes, portamos cierta responsabilidad en esa frágil balanza de justicia que siempre estará desequilibrada mientras pervivan las desigualdades. Lejos de legitimar conductas violentas o incluso de elaborar alegatos de civismo, la película de los Dardenne suscita la reflexión a partir de la narración sencilla de una historia que es trasladada a la gran pantalla con el comedimiento propio del cine social europeo menos doctrinario.
Sin lugar a dudas, El niño de la bicicleta supone un instrumento fundamental para alimentar el debate en una sociedad de complejidad creciente en la que es preciso afrontar la exclusión como una práctica perjudicial para la propia supervivencia de la misma. Como Antoine Doinel en la cinta de Truffaut, Cyril , al que el joven Thomas Doret dota de una verosimilitud pasmosa, huye por alguna razón; su desasosiego nace de la insatisfacción de una vida sin amor. E incluso al hallarlo, sus impulsos aprehendidos le impiden aceptarlo. Al menos, los Dardenne son benévolos con el muchacho y le ofrecen un final digno, esperanzador, cuando todo parecía indicar a un giro dramático conclusivo. Una película llena de matices y eficazmente resuelta que bien les ha valido el respaldo y admiración de la crítica europea en Cannes y los EFA. Esperemos que su recorrido se amplie internacionalmente en los próximos Oscar.

Grandes Clásicos; El Gran Gatsby

7/10

El cine suscita una profunda capacidad y necesidad de debate entre los profesionales de la industria, los periodistas y el gran público, fuente de éxito y receptor de las intenciones tanto de la industria como de los críticos, algunos de ellos con muy mala sangre. Fruto de la confrontación de ideas nace el necesario debate en torno a algo tan subjetivo como es la interpretación de cualquier obra fílmica.
Sin duda, El Gran Gatsby constituye uno de esos ejemplos de diversificación de opiniones entre los que encuentran en la obra de F. Scott Fitzgerald todo un hallazgo que fue mal llevado a la gran pantalla y otros que, sin haber leído la universal novela americana, se han dejado llevar por una gran historia en torno al misterioso personaje encarnado por el inimitable Robert Redford. El actor, uno de los galanes más atractivos de la época dorada del cine, convierte a su  protagonista en uno de los roles más perfectamente dibujados de las adaptaciones cinematográficas de aquella época tan convulsa como los años 20.
En medio de un contexto bélico en el que los soldados regresan del frente devastador que dejó tras de sí la Primera Guerra Mundial, nacen unos Estados Unidos que se asoman al mundo como cuna de la mediocridad social, inundada de falsas expectativas, hipocresía, clasismo y apariencias más que engañosas. En esta realidad se mueven los protagonistas de El Gran Gatsby, una sociedad en la que el charlestón, el jazz y las reuniones sociales son el día a día de los más ricos mientras que los pobres apenas sostienen sus negocios, abandonados en medio de la nada. Una película sobre amores imposibles, hipocresía, falsedad, dinero, mucho dinero, etiqueta y suntuosas mansiones.
Si el personaje de Robert Redford otorga al metraje de un aura misterioso, intrigante y excepcional no van a ser menos sus compañeros en el reparto de la película. De ese modo, destacamos sobremanera los roles de Sam Waterston y el gran Bruce Dern, un actor infravalorado cuyas interpretaciones han sido auténticas lecciones de cine. Ambos, confeccionan dos caras de la misma moneda. Dos hombres con buenas oportunidades de progreso que llevan una vida cómoda, uno en soledad y otro acompañado de su esposa, una de nuevo insoportable Mia Farrow a la que cada día duele más ver en una película.
El Gran Gatbsy es el resultado de la adaptación que Francis Ford Coppola redactó de la novela de F. Scott Fitzgerald, uno de los autores más importantes de la literatura norteamericana de principios de siglo. Aunque la última hora de metraje resulta de lo más apetecible y exquisita, hasta llegar a ese punto, hemos de pasar por unas tediosas fiestas que no hacen más que provocar el aburrimiento en el espectador. La situación espacio temporal de la película viene bien definida por la sinopsis y una primera media hora muy bien situada. Sin embargo, Coppola se recrea demasiado y es quizás el mayor fallo de una película, por otro lado, muy destacable en la que ciertos giros de guión sorprenderán al espectador más adormilado obligándolo a prestar toda su atención a la trama.
Dirigida por Jack Clayton, la película constituye un buen documento fílmico sobre una época controvertida, dirigida por unas clases sociales que abusaron de sus ganancias y que se vieron abocadas al fracaso una vez llegó la crisis de 1929. Una época en la que los contrabandistas se hicieron de oro gracias a la aprobación de la Ley Seca y la llegada de cientos de locales clandestinos donde el alcohol, las mujeres y el dinero corrían como la pólvora. 

Crítica Chico y Rita; Hermoso tributo animado a una época de Jazz

7/10
La osadía debería ser una característica consustancial al oficio de creador. Esa capacidad para transgredir, para hacer algo que nadie antes había hecho, para ofrecer al público obras arriesgadas e insólitas, es lo que le da sentido a esto que hemos convenido en denominar Arte. Sin la renovación permanente del tratamiento narrativo, los recursos técnicos o la recreación de los ambientes, el cine no dejaría de ser un deja vú continuo al que seguir sumando películas con más similitudes que diferencias. Fernando Trueba, uno de los realizadores más respetados del cine patrio, parece haberse negado a perpetuar la fórmula de viejas glorias (lo que sin duda, además de resultar más cómodo, hubiese repercutido en un mayor respaldo del público) y ha mostrado un inusitado interés por adherirse a esa corriente de recreación constante.
Con Chico y Rita se sumergue junto al diseñador Javier Mariscal y Tono Errando en ese extraño y hasta cierto punto incomprendido ámbito de animación para adultos para componer lo que supone toda una oda a un estilo musical tan apegado a una época como el Jazz. Para ello, teje una historia de amor que es en sí misma un tributo al romance entre Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en la mítica Casablanca, aunque ambientada a medias en la trepidante y colorida Cuba pre-revolucionaria y en el Nueva York de las grandes leyendas del jazz. Chico y Rita son dos músicos que entrelazan sus caminos en su lucha por alcanzar el éxito, sin apenas percatarse de que éste se erige como algo secundario cuando falta el amor. Por ello, Trueba desarrolla la narración en dos tiempos que remarcan la nostalgia hacia el pasado y las oportunidades perdidas, al mismo tiempo que posibilita el tan ansiado reencuentro entre los amantes.
Lo cierto es que el poder sugestivo de la historia es de tal calado que el espectador pronto olvidará que se trata de un largometraje de animación. La calidad del dibujo de Mariscal y el potencial expresivo de sus personajes, cuyos movimientos son debidos a actores de la escuela de cine de San Antonio de Los Baños (Cuba), contribuyen a la fascinante recreación de un mundo lleno de color y agitación acompasado por los elegantes ritmos del jazz. De hecho, la música constituye el pilar principal de la trama a partir su omnipresencia y la abundancia de tributos a viejos maestros que parten desde los propios títulos de créditos, donde descubriremos a Bebo Valdés como responsable de la banda sonora de la película, en la que también destaca la participación de Estrella Morente.
La película ha supuesto todo un arriesgado ejercicio de creación colectiva en diferentes paises desarrollado a lo largo de cinco años y con una importante financiación, que ha sido recompensado por numerosos premios (incluido el Goya), el último de ellos el galardón de la Academía Europea. No obstante, parece que el público, en concreto el español, no está aún preparado para una técnica cinematográfica ligada tradicionalmente al público infantil pero que ofrece multitud de posibilidades narrativas y creativas. A este respecto, es especialmente ilustrativa la escena onírica de Chico y Rita en la que el primero se sumergue en un sueño en la mítica escena del piano de Casablanca; todo un portento de imaginación y belleza plástica que dota de mayor valor a una historia de amor clásica.
La valentía de este trío de creadores es digna de admirar y supone todo un soplo de aire fresco a la cinematografía nacional, que a pesar de la creencia popular, continúa innovando y concibiendo piezas tan interesantes como esta hermosa película musical. Sin duda, una de las sorpresas del año, realizada para ser gozada tanto por los ojos como por los oidos.

Crítica Attack the Block; Éxito y poco presupuesto

8,5/10

Un escuadrón de la muerte que no tiene nada que envidiar a los Siete Magníficos, al Grupo Salvaje, a los 88 Maníacos o los Malditos Bastardos. Estos adolescentes son tan sangrientos y tienen tanta sed de venganza como en su día la tuvieron aquellas míticas cuadrillas del cine. Así es como puedo definir la genialidad que mis retinas han contemplado durante unos breves pero intensos 80 minutos de metraje. Attack The Block es lo que siempre he querido ver en el cine. Una película fresca, ágil, dinámica, original pero que respete las convenciones de los géneros de los que bebe. Attack The Block coge muchos elementos de la serie B y los lleva hasta la actualidad, proporcionándonos un disfrute como pocos hemos visto en este 2011. No tengo ninguna duda sobre la nacionalidad de su producción. Estoy seguro de que si la película hubiera sido realizada por norteamericanos, estaría ya crucificada. Sin embargo, los británicos han decidido dar una vuelta de tuerca a su cine y romper con sus propias herencias.
Hay quien ha comparado la cinta, premiada por el público del Festival de Sitges, con la reciente producción de Steven Spielberg y J.J. Abrams Super 8. Pese a estar ambientadas en épocas distintas, son más que parecidas. Sin embargo, la de Spielberg homenajea un tipo de cine muy específico que se dio en los años 80 respetando tanto a las producciones de la época como las aventuras y el tipo de protagonistas que las interpretaban. Pero en Attack The Block encontramos algo totalmente diferente. Nos situamos en la actualidad, en un lugar marginado de la ciudad. Donde se vende droga y los niños crecen al desamparo de los beneficios sociales de los que gozan en otros barrios. En esta película, el protagonista es un bloque de pisos bizarro en el que conviven este grupo de chavales. Llamativo es que, a lo largo del metraje, no aparezca ni un solo adulto. Ni un padre, ni una abuela. Los chavales están solos ante el peligro.
La película no contiene excesos, simplemente los que Joe Cornish se ha permitido con un guión iluminado sobre los barrios bajos de un Londres asaltado por unos extraterrestres a los que no estamos acostumbrados. Con un ritmo ágil y una banda sonora a la altura de la trama, Attack The Block se ha convertido en una película destinada al uso y disfrute de los más jóvenes, quienes se verán ampliamente representados en este grupo de amigos cuyas inquietudes son la Xbox, el FIFA, el número de caracteres para escribir un SMS y unas familias, en ocasiones, muy disfuncionales.Sin duda, estamos ante un homenaje contemporáneo a toda la generación de los 90, aquella que creció a caballo entre el paso de las nuevas convenciones sociales a las tecnologías de las que hoy dependemos de forma descabellada. En este sentido, encontramos protagonistas para todos los gustos en un reparto en el que no sobra absolutamente nadie. Todos los papeles están bien repartidos y las situaciones se complementan unas con otras. Quizás su éxito radique en la corta duración de un metraje que posee una frescura y originalidad como pocas producciones hemos visto en el año.
Es una película que, como todas las que pretenden dar un giro a lo establecido, hay que ver en versión original. La jerga hablada entre estos jóvenes londinenses hay que escucharla y comprenderla en su contexto específico. La película de Joe Cornish es una de esas por las que hay que reivindicar el uso de la versión original. El disfrute será máximo con cada palabra y situación que sucede a lo largo del libreto escrito por el propio director.
No hay que desdeñar a esta pequeña película británica que no tiene absolutamente nada que envidiar a ninguna película ni de ciencia ficción, ni de aventuras, ni de invasiones alienígenas anteriormente realizada con presupuestos desorbitados y ampara por un gran estudio norteamericano. Muchas veces, lo que se realiza con pocos medios económicos, tiene mucha más importancia y se valora mucho más.

Crítica La Conspiración; Reflexiones ausentes

6,5/10

Robert Redford nos presenta La Conspiración, su octava película como director adaptando la conjura que la Unión juzgó tras el magnicidio del presidente Abraham Lincoln. Una cinta que narra de manera sobria unos acontecimientos que marcaron la época final de la Guerra Civil norteamericana. Redford, sobre todo tras Leones por Corderos, dejó claras sus intenciones a la hora de ponerse detrás de las cámaras utilizando su ideología política, perteneciente a un liberalismo muy férreo. Ello le ha permitido tomarse la libertad de revisar la historia de los Estados Unidos y sacar a colación un juicio que condenó a Mary Surratt a ser ahorcada por albergar en su fonda a los conspiradores que orquestaron el asesinato de Lincoln a manos del actor John Wilkes Booth.
No hay duda de que estamos ante una película que recupera el espíritu del cine en el que Robert Redford vio nacer su carrera como actor. Una época en la que las películas de juicios, tribunales, defensas y acusaciones estaban a la orden del día. Y es ahí donde La Conspiración falla por los cuatro puntos cardinales. Estamos ante una revisión de la Historia del primer magnicidio de Estados Unidos en el que no hay lugar a la reflexión sino que se nos presentan los acontecimientos puros y simples, sin ocasión para que el espectador juzgue sobre la marcha si estamos ante una venganza criminal o ante la justicia que se imparte en periodo de guerra por los llamados “vencedores”, los cuales desoyen las leyes y actúan según los sentimientos de odio y repulsión.
Otro aspecto en el que Robert Redford ha fallado sin clemencia ha sido en la elección de los actores encargados de llevar a cabo la acción principal de la trama. Una película histórica sobre Estados Unidos que está interpretada por el actor escocés James McAvoy y el inglés Tom Wilkinson. Aunque ambos son excelentes actores, Redford debería haber tenido mucho más ojo y reflexionar sobre la historia norteamericana con actores propios del país. Y no me sirve la máxima de que todos los norteamericanos son hijos del Mayflower. Aquí no. Los británicos tienen una forma de actuar mucho más correcta, elegante, sobria frente a los norteamericanos, en ocasiones más viscerales y mucho más oportunos para una película de estas características tan revisionistas. Hay quien se ha acordado de James Stewart en Caballero Sin Espada, de Gregory Peck en Matar a un Ruiseñor o de las palabras de Henry Fonda en Doce Hombres Sin Piedad
Robert Redford se ha ganado muchas críticas en Estados Unidos por esta película y parece que el público no ha respondido positivamente a la proyección en los cines de una cinta que intenta ilustrar algo que podemos leer en cualquier libro de Historia y sacrifica gratuitamente la reflexión histórica. Sin duda, hay que destacar aspectos muy destacados de la película. Uno de ellos es la interpretación de una Robin Wright que, tras su enésima separación de Sean Penn, ha encontrado un papel a la medida de su talento dramático aunque no suficiente para cargar con todo el peso de la trama. También es impecable la secundaria aparición de un Kevin Kline que ya parecía olvidado y que resucita para interpretar al Secretario de Guerra Edwin Stanton.
Por otro lado, y en el aspecto técnico, tenemos una exquisita fotografía basada en el uso de las velas y el aprovechamiento hasta la máxima expresión de la luz natural creando un ambiente de luz en ocasiones ocre, en otras gris y siempre con una nebulosidad muy característica. Y, por si fuera poco, una dirección correcta y sin aspavientos de un Robert Redford al que se le va notando la edad.
No obstante, el actor y director nos brinda una clase de Historia en imágenes que, aunque no sea de carácter magistral, pretende ilustrar una época complicada de los Estados Unidos que servirá para que más de uno aprenda algo más sobre la Guerra Civil. Es necesario llevar un background a la hora de ver la película ya que, tanto al que no esté interesado en los últimos siglos en Norteamérica como al que le traigan al fresco las películas judiciales, La Conspiración le resultará ampliamente aburrida y tediosa.

Crítica El Gato Con Botas; Un spin-off nunca es suficiente

5,5/10

Tanto para bien como para mal, un spin-off siempre es motivo de debate entre el círculo de profesiones que se dedican a esto del cine. Puede salir bien y repetir o aumentar el éxito de su predecesora o, simplemente, quedarse en experimentos olvidables que elevan la categoría de las películas en las que se basan.
Indudablemente, y a pesar de mi relación de amor-odio con Shrek, tengo que confesar que aunque El Gato Con Botas es notablemente entretenida, no es más que una tentativa de recrear las aventuras del popular personaje que acompañó al indeseable y, a la par, simpático ogro verde en Shrek 2. Quizás algo sí han hecho bien los productores de DreamWorks y es esperar a que pasase la euforia por las cuatro películas de la saga y esperar un tiempo prudencial para realizar y estrenar este spin-off
Demasiadas referencias cinéfilas, quizá demasiadas para una película que debería haber profundizado de manera más original en la historia del famoso minino. El Club de la Lucha o las cintas de Quentin Tarantino son algunas de las menciones que, con demasiado descaro, aparecen a lo largo del metraje. Con unos efectos especiales a la medida de DreamWorks, se demuestra que se han mantenido a lo largo de estos años a bastantes fotogramas de distancia de Pixar con la que nunca ha podido competir de manera directa. 
Dirigida por Chris Miller, responsable de Shrek 3 o Lluvia de Albóndigas, la cinta mantiene un ritmo constante a lo largo de la película y un guión en el que el felino al que le pone voz nuestro andaluz más universal, Antonio Banderas, soporta todo el peso de una trama que le viene como anillo al dedo.Y quizás, ese es el mayor problema de la película. En cuanto desaparece el minino, la cinta deja de tener el más mínimo interés.
El espectador no debe sentirse estafado ni aletargado conforme van pasando los minutos. Si usted es de los que sufren en el cine por la duración de la película, sepa que los 90 minutos de metraje se le harán cortos si libera la mente y disfruta con las simpáticas andanzas del gatito y de su amigo, el huevo Humpty Dumpty en una surrealista historia de amistad y aventuras que harán seguramente las delicias de los más pequeños. Los mayores queremos otra cosa, saciar nuestras necesidades de buen cine y probar esas supuestas capacidades de DreamWorks, que con esta película, vuelven a quedar en evidencia dejando de nuevo a Disney Pixar como referencia única e insalvable en el terreno de la animación y abandonando a Shrek como único buque insignia de la productora fundada por Steven Spielberg, Jeffrey Katzenberg y David Geffen.
El acento andaluz que fuerza Antonio Banderas le otorga a los diálogos del gato de una simpatía, desparpajo y gracia que harán disfrutar a propios y extraños. Por el contrario, el resto del reparto lo confeccionan unas desagradables voces en castellano que convierten la función en una farragosa trampa de voces.

Crítica Jane Eyre; La inagotable inspiración de Charlotte Brönte

6,5/10
La fascinación suscitada por las novelas de Charlotte Bronte parece ser inagotable aún siglos después de su concepción. El retrato emotivo de los sentimientos femeninos en los espacios socialmente cerrados de la Inglaterra del siglo XIX, continúa enardeciendo los espíritus de lectores y lectoras de todo el mundo, herederos en cierta forma de ese arrebatado romanticismo que impregna sus páginas. De hecho, esta atracción al profundo universo literario de Brönte se ha extendido al ámbito cinematográfico, en el que tanto Cumbres Borrascosas (una nueva versión realizada por Andrea Arnold está a punto de ser estrenada) como Jane Eyre podrían encabezar una lista ficticia de novelas con mayor número de adaptaciones a la gran pantalla. Concretamente, son ya quince las versiones cinematográficas realizadas de la segunda, la última coprotagonizada por Charlotte Gainsbourg y William Hurt y dirigida por Franco Zeffirelli.
En esta ocasión, nos llega una película con la ineludible flema británica que exige la propia naturaleza de la novela pero con una heterogeneidad inédita hasta ahora. Y es que puede resultar un tanto extraño que el dúo protagonista esté compuesto por una australiana (Mia Waskowska) y un alemán (Michael Fassbender) dirigidos por un joven realizador norteamericano. Consecuencias de la globalización... No obstante, al contrario de lo que podría hacerse presagiar, ambos actores despliegan un poderoso duelo interpretativo en el que ni siquiera el peculiar acento británico resulta un obstáculo. Ahí precisamente es donde radica la fuerza y el valor de esta adaptación, en la construcción original de unos personajes recreados hasta la saciedad en anteriores películas y a los que se les confiere unos nuevos rasgos dramáticos que, de alguna forma, renuevan a los modelos literarios.
A este respecto, Mia Wasikowska logra sostener el peso dramático del film con apenas una mirada. La capacidad expresiva de esta joven actriz, auspiciada por su papel central en la Alicia en el País de las Maravillas de Tim Burton y formada en la excelente serie de televisión En Terapia bajo la protección de Rodrigo García, alcanza unos niveles de credibilidad pasmosos y nos hace presagiar uno de los futuros más prometedores dentro de la interpretación femenina en virtud a papeles como este, donde crea a una Jane Eyre humilde, maltratada por la vida aunque aferrada a unos ideales románticos que todas sus desgracias no han conseguido borrar. Su réplica en pantalla la tiene en la imponente figura de Michael Fassbender, probablemente uno de los actores de moda gracias a películas como Malditos Bastardos o la recientemente estrenada Un método peligroso, quien compone a un Edward Rochester consistente e impulsivo que obedece a los cánones supremos del caballero decimonónico.
Además de este interesante dúo de protagonistas, Cary Fukunaga cuenta con el inestimable privilegio de dirigir a un elenco de secundarios de considerable nivel encabezado por Judi Dench (una señora que puede hacer creíble a todo personaje al que de vida), Sally Hawkins (desde mi punto de vista, una actriz no valorada lo suficientemente) y Jamie Bell. Todos ellos se encuentran enmarcados en el ambiente gris y solitario de los vastos páramos del centro de Inglaterra, recreado, por otro lado, con una minuciosidad encomiable; que sirve de telón de fondo a la tormenta de emociones y tragedias desencadenadas a lo largo de la trama.
La nueva versión de Jane Eyre, si bien ofrece detalles dignos de elogios fundamentalmente relacionados con la osadía de Fukunaga en la elaboración de los planos y el tratamiento de las texturas, el color y la música, termina lastrada por el principal handicap de los dramas literarios de época; la dificultad de expresar en la pantalla una serie de profundas emociones que el espectador no logra captar en toda su complejidad sin la descripción detallada de los sentimientos de sus protagonistas, algo que únicamente puede proveer la novela. El resultado supone una interesante aunque incompleta aproximación al universo literario de Brönte que puede llegar a resultar un tanto aburrido, especialmente si no se está familiarizado con este tipo de obras.