Dulce Cine de Juventud; Dentro del laberinto

 8/10
Cómo puede concebirse la infancia de cualquier persona sin unas dosis ingentes de fantasía aderezadas con criaturas mitológicas, situaciones estrambóticas y tramas vertrebadas en torno a aventuras muy alejadas de la vida cotidiana. Cuando tienes nueve o diez años tu mente demanda historias tan inverosímiles como absolutamente trepidantes; se trata de ese espíritu ingenuo que nos ha movido a todos alguna vez y nos ha hecho soñar con mundos paralelos, tierras lejanas y territorios ignotos aún por descubrir. La generación de niños de los 80, coartados por las escasas aventuras que se podían emprender en los anodinos barrios de las capitales (ahora es aún peor), encontraron un aliado perfecto para su desbocada imaginación en libros y películas con la clara vocación de sugestionar el hemisferio cerebral derecho, o lo que es lo mismo, el mecanismo del que emerge la inventiva, el pensamiento creativo y la imaginación constructiva. Cualquier premisa de ficción servía para crear una historia con un inestimable poder de evocación que nos trasladaba a una realidad insólita y, por supuesto, más admirable que la rutinaria tarea de acudir al colegio cada mañana. Es una lástima que, cuando crecemos y las obligaciones aumentan acordes a los años discurridos, esa fantasía que algún día nos hizo libres y felices desaparezca para dar paso a la implacable instantaneidad de las cosas.
Reconozco sin pudor alguno que soy un gran admirador del cine fantástico de los 80's. En esta maravillosa sección he venido dando cuenta de algunas de esas películas, ya inmortales, que suscitaron en este humilde servidor una mezcla de curiosidad indómita y puro goce para los sentidos en la más tierna infancia. Sin duda alguna, fue una década prodigiosa para el género fantástico familiar, apto para todos los públicos y algo ingenuo en su planteamiento y en sus formas de llevarlo a cabo. Títulos como Legend, La princesa prometida, E.T, Excalibur, Lady Halcón o Cristal Oscuro sólo son algunos ejemplos de un cine concebido para entrentener a jóvenes y adultos a través de un uso desaforado de la fantasía. Dentro del laberinto (Labyrinth, 1986) es, en este sentido, un paradigma del género que no podía excluir de esta sección-homenaje al cine que contribuyó a que mi imaginación brotase espontáneamente en los años de mi primera juventud.
Concebida como un cuento surrealista en un mundo oscuro y enigmático, Dentro del laberinto enlaza con muchas de las tradiciones mitológicas enraizadas en la cultura occidental a través de la introducción de diferentes figuras fantásticas que jalonan una trama laberíntica en sí misma. La película nos cuenta la historia de una adolescente algo ensoñadora que debe cuidar contra su voluntad de su hermano pequeño en una lluviosa noche cuando sus padres acuden a una cena. La chica recita unas palabras para asustar al pequeño, pero, para su sorpresa, invoca a los goblins, unos pequeños monstruos que llevan a su hermano ante el rey de su mundo. Para recuperarlo, Sarah deberá recorrer un impenetrable laberinto donde se enfrentará a temibles peligros (y acertijos con los que ejercitar su mente) y se aliará con improbables compañeros de ruta antes que transcurran trece horas y su hermano se convierta para siempre en un globlin.
Producida por George Lucas, Dentro del Laberinto reunió tras las cámaras a algunas de las figuras más interesantes de la década; Terry Jones, uno de los fundadores de los Monty Phyton, firmó el guión, Trevor Jones, conocido por sus emblemáticos trabajos en El último mohicano o En el nombre del padre, compuso una banda sonora en la que se incluían temas inéditos de David Bowie (también intérprete), el director y actor Frank Oz desempeñó un breve papel en la cinta y colaboró en la concepción de la misma; y, por supuesto, Jim Henson, realizador de la película. Henson, un nombre poco conocido para el gran público, fue responsable de dos de los espectáculos televisivos más importantes de la historia; Barrio Sésamo y El Show de los Teleñecos. De hecho, los goblins de Dentro del laberinto bien podrían ser el reverso oscuro de las simpáticas marionetas de la serie de televisión con la que todos hemos crecido.
Con este plantel de figuras, a las que se une Bowie como rey de los goblins (y sus mallas que no dejaban mucho lugar a la imaginación) y una jovencísima Jennifer Connelly como la heroína de la cinta, no es de extrañar que Dentro del laberinto sea ya una película de culto que encandiló a legiones de espectadores de todo el mundo. Esto es fantasía pura, personajes tan extraños como encantadores, una trama trepidante con multitud de sorpresas (ese pantano del hedor eterno) y un espíritu muy ochentero en todos los ámbitos, desde la música hasta el desarrollo de la cinta (una carrera de obstáculos hasta llegar al enfrentamiento con el némesis). Cómo olvidar ese número musical con David Bowie cantando su Dance Magic Dance rodeado de goblins saltarines (véan este video, imprescindible), los cuales fueron confeccionados con un primor que deja muy atrás la supuesta perfección digital de la actualidad (sus caras con personalidad propia son realmente divertidas). O esos compañeros de viaje de la protagonista; Hoogle, el narizotas desconfiado y usurero con buen corazón, Ludo, el manso y cariñoso monstruo peludo, y Didimus, el perrito caballeresco y su nombre corcel Ambrosius; todos ellos esbozados con acierto y fomentando el espíritu de amistad y buenos valores que inundan la película.
Dentro del laberinto es una referencia ineludible del cine fantástico que debe traspasarse a las nuevas generaciones de niños y jóvenes que deseen ser llevados a esos mundos lejanos donde flota el ensueño y la inventiva. Nos hizo soñar a nosotros, adultos ahora con demasiadas obligaciones para gozar de nuestra mente, y la herencia debe continuar. Qué nos queda, al fin y al cabo, cuando la vida se vuelve gris: la imaginación. Ejercitémosla. Es una fuente infinita de sabiduría sobre la que se asienta buena parte de nuestra personalidad. Como diría el filósofo griego; somos huesos y sueños.

Crítica La Red Social; La definición del siglo XXI

7/10

Ni por asomo es la mejor película del año. Ni por asomo es la mejor película de David Fincher. Ni por asomo es la obra maestra de la década. Sin embargo, define nuestro tiempo (como dirían algunas vallas publicitarias a las cuales, a veces, hay que darles la razón), una época marcada por los ordenadores y nuestra vida, cada vez más anclada a ellos irremediablemente.
Pero antes de que empiece a pensar mal creyendo que voy a destrozar esta película, querido lector, le diré que no. Le diré que me ha gustado mucho. Le diré que es una de las grandes obras que este 2010 nos dejará cuando lleguemos a 31 de diciembre y echemos la vista atrás para comenzar a recopilar cuáles han sido las películas más destacadas del año.
Como diría Carlos Boyero, estos personajes me han parecido unos abortos a partir del primer minuto de película. Cara de alelados y despistados crónicos. Sin embargo, a medida que pasan los segundos, cuando llegas a los diez minutos de metraje, comienzas a cogerle el truco a esta más que interesante película sobre el, o quizá debería decir los, creadores de Facebook.
La Red Social no es un thriller, ni siquiera una película de suspense. Pero sólo David Fincher sabe como convertir en intriga cualquier secuencia que se le ponga por delante. Hasta una simple competición de remo está rodada con una maestría realmente impecable y digna de estudio.
Si he de comenzar por algún sitio, debo hacerlo por el apabullante guión de Aaron Sorkin, un hombre curtido en mil batallas (recordemos que fue el creador de Algunos Hombres Buenos y el artífice de una de las series de cabecera de la pasada década en Estados Unidos: El Ala Oeste de la Casa Blanca). Sus diálogos tejen una red enmarañada alrededor de todos los protagonistas. Si bien yo, en algunos momentos, desconectaba de la película cuando hablaban de todo eso de los bits, memorias RAM, procesadores, Linux y esa clase de historias que me vienen demasiado lejanas a mi conocimiento, no tengo ninguna queja con respecto a la ametralladora que usa Sorkin para poner  todo tipo de frases, ideas, tópicos, emociones y jerga informática en la boca de todos y cada uno de los personajes.
Unas bocas que merecen otra calificación aparte. Jesse Eisenberg (Bienvenidos a Zombieland) realiza una  excesivamente pánfila interpretación sobre la dificil biografía de Mark Zuckerberg, el creador de Facebook y cabeza pensante además de, según la revista Forbes, "persona multimillonaria más joven del mundo", con un patrimonio ascendente a los 7.000 millones de dólares. Por otro lado, el cantante Justin Timberlake se luce en su gran recreación de la vida de Sean Parker, un extraño ser que emergió al mundo informático a raiz de crear Napster, una distribuidora de música MP3 on line y de Plaxo, una agenda electrónica que se combinaba con el correo electrónico Outlook de Microsoft. Pero por último, hemos de hacer referencia a la que puede ser la consagración como actor del ya nuevo Spiderman: Andrew Garfield (Leones por Corderos). Su interpretación, poderosa y emocionante, de Eduardo Saverin (co-fundador de Facebook y causa de más de una demanda judicial con Zuckerberg) es realmente impecable. Yo, personalmente, apuesto por el futuro de este joven actor que, con 27 años, ha demostrado ser una buena perla de la cantera del Nuevo Hollywood.
La película, además de poseer el magnífico guión de Sorkin, está basada en la biografía no autorizada de esta red social. Titulada The Accidental Billionaires y escrita por Ben Mezrich, narra las relaciones que se establecieron en la Universidad de Harvard entre todos los personajes anteriormente mencionados a la hora de crear Facebook. El director nos sumerge en un viaje temporal en el que, de manera clara y sin rodeos, nos identificará las partes en las que asistimos al litigio de las secuencias en las que se nos avanza el metraje a través de esa compleja trama de relaciones entre seres humanos basadas en el dinero, la avaricia, la envidia, el marketing, la publicidad y la fama.
Rodada con elegancia y con las buenas maneras de uno de esos pocos directores a los que merece la pena seguir de cerca, La Red Social no constituye como dicen algunos, la mejor película de su carrera. Las comparaciones son odiosas y cada película es un mundo. Inviable es comparar El Club de la Lucha con Zodiac o The Game con El Curioso Caso de Benjamin Button. Tampoco es la película del año, si bien una de las mejores y de esas que hay que tener en cuenta a partir de enero, cuando lleguen las cada vez menos emocionantes carreras por los premios más importantes del cine: los Globos de Oro y los Oscars, aunque este año sigo preguntándome que será de mí cuando llegue febrero y sepa los nominados a todos estos galardones.
Veremos a ver que le depara el futuro a La Red Social. Mi particular punto de vista es el de ser una buena película, con una fuerte apuesta por el guión y unas interpretaciones realmente reseñables. Si tiene la oportunidad, desde luego, no se pierda una de las mejores películas que verá en este 2010.
O lo que queda de él.

Cuadernos de... Fernando León de Aranoa. La voz de los que no quieren ser escuchados

Existen pocos directores de cine en España que hayan hecho de su obra un vehículo para despertar conciencias y mostrar injusticias, aunque, paradójicamente, sea un género, el realista, bastante labrado en nuestro país. Como en todos los ámbitos, abundan los oportunistas, aquellos que se adhieren a la última corriente en boga, al sentimiento colectivo de angustia en torno a cualquier tipo de asunto, o al deliberado uso de ciertas técnicas para su propio lucimiento. El cine social no nace de la creación artística, del intelecto o de las musas, sino que vive arraigado a la contemplación activa de la cotidianeidad que nos rodea. Vivimos en sociedad, y como seres sociales experimentamos nuestras alegrías y quebrantos dentro de una comunidad que, en la mayor parte de las ocasiones, vive en la misma medida esas experiencias. El problema surge cuando esta comunidad se resquebraja y polariza, tal y como ha ocurrido en nuestro país, y los sentimientos permanecen ocultos en la intimidad del hogar; nos despreocupamos de lo que acontece a nuestro alrededor, perdemos nuestra perspectiva social. El director de cine debe suplir ese vacio, esa distancia creada absurdamente entro nosotros, mediante una cámara que funcionará como el ojo necesario que nos desvela el mundo dónde vivimos.
Desgraciadamente, esa coherencia en la mirada del realizador es un rara avis en nuestro cine que nos permite enfocar nuestra atención a los que sí vertebran su obra en torno a un ideal, a una denuncia, a un retrato descarnado. Fernando León de Aranoa es uno de esos directores cuya maestría tras las cámaras nos ha mostrado realidades tan demoledores como absolutamente actuales.
Lo realmente alentador de Aranoa es su juventud, 42 años para ser exactos, que nos certifica dosis de buen cine de forma indefinida. Y es que debutó muy joven, en 1994 con tan solo 26 años y recién licenciado en Ciencias de la Imagen por la Complutense, con su alabado cortometraje Sirenas, augurando un tema en el que el realizador madrileño reincide a lo largo de toda su carrera (en concreto en la reciente Amador), el de la figura mitológica de la sirena y su traslado al presente de los suburbios. 
 Sin embargo, el verdadero punto de arranque de su carrera cinematográfica lo marca Familia, su primer largometraje fechado en 1996 con el que cosechó un enorme éxito de crítica y que le valió el Goya al Mejor Director Novel (también fue nominado al mejor Guión), así como el Premio del Público y Fripesci de la Seminci de Valladolid. Esta supone una radical apuesta, algo alejada aún del cine social que desarrollará años más tarde, que engarza con cierto surrealismo subterráneo como herramienta para tratar el tema de la familia. Aranoa centra su mirada en un plantel de actores que interpretan el papel de miembros de una familia presidida por Juan Luis Galiardo, quien los contrata y simula no estar al corriente; una farsa que nos induce a reflexionar acerca de las relaciones de parentesco, en muchas ocasiones orquestadas como una representación perpetua de roles inamovibles.
Dos años más tarde llegó Barrio y Aranoa se destapó como la voz más aventajada del cine social español. En esta plástica aproximación a los suburbios madrileños, concretamente el barrio de San Blas, Aranoa nos relata al vida diaria de tres adolescentes cualquiera en el soporífero verano madrileño, en el que toda actividad que se salga de la norma sirve para escapar del opresivo ambiente que viven en sus hogares. Se trata de un verismo sin concesiones, duro, seco y muy cercano al docudrama que le valió a Aranoa una merecida consagración como director, alzándose con el Goya al Mejor Director y Mejor Guión, así como con la Concha de Plata de San Sebastián. Con tan sólo dos filmes como bagaje profesional, el realizador madrileño había conseguido tantos premios como otros a lo largo de una carrera de décadas. Su fórmula era de una simpleza pasmosa; únicamente filmaba lo que veía, con ese detallismo que lo caracteriza, incitando a que el espectador tomara sus propias conclusiones. Pocos son los discursos que se esfuerza en sermonear.
Como si cogiese aliento ante tal abrumador reconocimiento, Aranoa pensó detenidamente la aventura fílmica en la que se embarcaría. A modo de interludio, en 2001 realizó un interesante documental, Caminantes, en el que sigue los pasos de la marcha zapatista que recorrió buena parte de México hasta llegar a su capital, México D.F., para protestar contra la opresión hacía la población indígena en las zonas rurales del país. Sin embargo, el gran proyecto de Aranoa, esa obra ya inmortal en la historia de nuestro cine, no llegaría hasta 2002.
Los lunes al sol es la cima creativa (hasta ahora) de un realizador que encontró en la historia de unos desempleados de una ciudad costera del norte del país la excusa necesaria para componer toda una sinfonia de detalles cotidianos, imágenes tan bellas como reales, gestos que lo significan todo, ese humor negro tan característico en su obra. Se rodeó, por si fuera poco, de uno de los repartos más atractivos de la última década, encabezado por un inconmensurable Javier Bardem, y seguido por Luis Tosar, Celso Bugallo, Nieve de Medina, Enrique Villén y un gran José Ángel Egido. Y es que sería absurdo aglutinar en apenas unas líneas todas las sensaciones y emociones encontradas que es capaz de desatar en el espectador una cinta como esta. El consejo más sensato es, sin duda, correr a verla si aún no se ha disfrutado de esa oportunidad. Los premios, por otro lado, volvieron a llover sobre Aranoa; cinco Goyas, incluyendo el de Mejor Película y Director (así como un gran reconocimiento a sus actores), y la Concha de Oro de San Sebastián, un festival que se ha rendido una y otra vez ante el genio incontestable del joven madrileño.
En su posterior proyecto, Aranoa no escatimó en valentía. Princesas (2005) es un drama social que gira en torno al mundo de la prostitución y las dinámicas que mueven a las mujeres sin piedad, como la inmigración y la lucha por el mercado. El tema nunca ha sido tratado en España de una forma tan frontal y realista como lo llevó a la pantalla Aranoa. El compromiso que demostraron Candela Peña y Micaela Nevárez (ambas galardonadas con sendos Goya) en sus respectivos roles de princesas de la calle únicamente puede ser entendido desde la más absoluta disposición al talento del director, muy alejado de los tradicionales clichés que gravitan en torno al asunto y sin remilgos a la hora de filmar la pura realidad de estas mujeres. Algo que le valió, por otro lado, la censura de muchos. No obstante, la película volvió a entrar en el reparto de premios; compitió en Sundance y fue nominada a mejor Película y Guión Original, además de los galardones a sus protagonistas y a la Mejor Canción, compuesta por Manu Chao. Un retrato, de este modo, necesario en estos tiempos de mirar hacia otro lado cuando la realidad se afea a nuestro alrededor.  
Y ahora, tras cinco años de silencio, sólo interrumpido la filmación de uno de los cortometrajes que compusieron Invisibles, un documental para Médicos sin Fronteras que daba voz a aquellos desheredados, seres invisibles para el resto; Aranoa regresa con un título, Amador, que recupera de nuevo esa vertiente social que lo ha encumbrado como la voz más versada del cine social español. Recientemente la hemos reseñado y remitimos directamente a la misma.
Fernando León de Aranoa es una de esas figuras que hace reconciliarnos con un cine español acostumbrado a darnos demasiados disgustos. Su cine es concebido sin complejos, sin más trabas que la propia contemplación de una realidad palpable a la que no siempre prestamos atención. Un cine social que conecta, desde una perspectiva actualizada, con el movimiento neorrealista italiano, con ese Vittorio De Sica que ponía la cámara ante personas de la calle que narraban sus experiencias con la credibilidad con la que eran dotados inherentemente. Aranoa es ya, hoy por hoy, la voz de aquellos que no quieren ser escuchados.

Crítica Los Seductores; la entretenida versión francesa de la comedia romántica made in USA

6/10
Afortunadamente, el cine francés guarda tan celosamente sus señas de identidad heredadas de aquellos años 60 de éxito y fascinación internacional como su pueblo reivindica los sentimientos y símbolos que los configura como nación. El chovinismo penitente de los franceses es un hecho incontestable que parece extenderse a otros terrenos artísticos;el cine es tan sólo un ejemplo. De hecho, no podría entenderse las mayoritarias cuotas de mercado del cine patrio en sus carteleras como contrapunto a la globalización hollywoodiense de las salas de medio mundo (y España no es una excepción), sin una evidente y consciente defensa de Cultura por parte de cada uno de sus ciudadanos. Ante tal panorama, sorprende que la película más taquillera del año en el país galo, con más de 4 millones de espectadores, haya sido una comedia romántica aparentemente acorde con los gustos estadounidenses. Los Seductores (L'arnacoeur) no elude la tradicional estructura rígida y previsible del género acuñado por Hollywood, sin embargo la desarrolla con una frescura y ciertas dosis de ingenio que difícilmente podría hallarse entre tanto producto romántico serializado proveniente de América.
Para ello, su responsable, el debutante Pascal Chaumeil, se rodea de dos intérpretes cuya carisma completa cualquier laguna en el guión; Romain Duris, probablemente uno de los actores más en boga de su país (Las muñecas rusas, Moliere, Arsene Lupin) y Vanessa Paradis, la esposa del mediático Johnny Depp y actriz ocasional vista en algunas cintas de Patrice Leconte (La chica del puente). Ambos intérpretes se las ingenian para construir unos personajes tan antitéticos como francamente atractivos; por un lado, el galán estafador irresistible y en el fondo sincero, por otro, la clásica mujer altiva inalcanzable e indiferente hacia todo lo que le rodea. Juntos, proveen a Los Seductores de una chispa milagrosa producto de su química en pantalla.
Pero antes de llegar al falso romance y el final largamente esperado, la película de Chaumeil nos pone en situación y nos descubre la poca ortodoxa profesión que hace de Duris un tipo del que desconfiar. Este, junto a su hermana y su cuñado, forman un equipo de expertos en romper relaciones amorosas a demanda, aunque existan algunas reglas que normalicen su actividad y eviten excesos pocos justos con el amor. Desde el propio inicio asistimos a una clase magistral de cómo arruinar una romántica luna de miel en Marruecos con tan sólo una vaga apariencia de médico comprometido y amante de los niños; la escenografía corre a cuenta del resto del equipo. Una forma de ganarse la vida cuanto menos particular pero con grandes oportunidades de enriquecerse a tenor de los buenos resultados cosechados. Lo único que debe hacer es descubrir a las mujeres infelices que no lo admiten la razón de su inconformismo.
Sin embargo, una piedra dura de roer se interpone ante Álex (Duris) y sus compinches cuando un padre preocupado por su consentida hija le demanda que esta no se case con su rico y entregado novio, cuya boda se celebrará en tan sólo 10 días. Álex deberá pues conquistar a contrarreloj a la fría y distante Juliette haciéndose pasar por su abnegado guardaespaldas. ¿Podrá ella resistirse a los encantos y artimañas del galán disfrazado?...
Evidentemente, así es; esto no era más que una pausa retórica. No podemos perder de vista que Los seductores no deja de ser una comedia romántica con final feliz. Ahora bien, Chaumeil administra bien los tiempos, suscita algunas situaciones realmente cómicas (como esa amiga ninfómana a la que golpear para desembarazarse de ella) y encomienda el resto a sus actores principales. Lo cierto es que la película funciona bien y hace pasar un agradable rato, especialmente por el siempre alocad e histriónico Romain Duris, cuan Ocean devenido en ladrón de corazones. No es pues de extrañar el éxito rotundo consechado en su país de origen y la consecuente compra de derechos por parte de la estadounidense Working Title para su remake al otro lado del atlántico, siguiendo la estela de otros éxitos galos como La cena de los idiota o Bienvenidos al norte.
Ya saben, entretenimiento sin pretensiones que puede gustar tanto a chicas en busca de romances y a novios ansiosos de acción. Y es que la película, por momentos, parece más una tensa muestra de cine de robos y estafas que una comedia romántica en sí misma. Cosas de los franceses.

Crítica Amador; el viaje introspectivo de Aranoa al mundo de la inmigración

 7/10
Las dicotomías morales que se nos presentan a lo largo de nuestras vidas suponen una carga muy pesada que son aliviadas cuando la necesidad aprieta. El universo en sí mismo se encierra en un angosto túnel en que no tiene cabida más de una salida; todo se antoja complejo, extraño, dañino. Parece que cualquier movimiento en falso puede provocar la caída más estrepitosa; mejor esperar, permanecer pasivo. El miedo es la sensación más paralizante a la que el ser humano se puede enfrentar, ya que no sólo domina nuestros actos, sino también los pensamientos, las inquietudes, las necesidades que rigen nuestras vidas. Esperar, al fin, que todo haya sido un mal sueño, un estado onírico de pesar y sufrimiento del que despertar y sentir algo que no sea ese temor incisivo y seco que nos atormenta.
Hace algunos días comentábamos en este blog la traumática herencia heredada por Fausta de su doliente madre en La teta asustada, un miedo arraigado en las entrañas del ser, enraizado en el alma penitente de una muchacha que no se atrevía a vivir. Hoy, a través de ese nexo de unión que es Magaly Solier, abordaremos otra clase de miedo, el que hace de Amador una crónica descarnada de la rutinaria batalla de una inmigrante cualquiera en un territorio hostil y con un abanico de posibilidades francamente limitado.
Las leyes de nuestro país plenamente democrático no cesan de repetir esa máxima liberal de la igualdad de oportunidades de todos sus ciudadanos. No obstante, debemos suponer que esos ciudadanos no pueden estar a un mismo nivel para acceder a ese derecho; es decir, el dinero, la posición social o las influencias ayudan y mucho para que el resto te pueda considerar merecedor de un derecho a todas luces restringido. Imaginemos por un momento la escabrosa situación de una mujer inmigrante, embarazada, sin dinero ni trabajo y ligada a un hombre que la ignora. La llamaremos Marcela. Su instinto la invita a escapar, a huir de una vida que ya no es más que una excusa para seguir respirando y sufriendo a partes iguales; pero, adónde ir cuando no te queda nadie, cuando tu hogar está más allá del océano, cuando tu razón te impele a sobrevivir de la única manera que has conocido. Entonces Marcela se queda, espera una nueva oportunidad entre los bloques de hormigón del extrarradio de una ciudad cualquiera, pacientemente, sufriendo, y en silencio. Tan sólo late un segundo corazón en su interior. Dónde queda, pues, la igualdad para elegir una vida digna.
Amador, la nueva película de Fernando León de Aranoa, bien podría haberse titulado Marcela, pues es ella, con el rostro ensimismado y enigmáticamente bello de Magaly Solier, quien aparece en cada plano, quien centra las miradas del espectador-cómplice como un poderoso vórtice de realismo sin concesiones, crudo y pausado, como la vida misma. Aranoa nos habla de la mujer como un sujeto pasivo en el padecimiento de las miserias que depara la vida, reivindicando asimismo su rol activo en la búsqueda de soluciones para ponerles fin. De hecho, es la mujer, en este caso Marcela, quien encuentra un trabajo con el que sustentar el negocio de florista precario de su marido, aunque sea para poder pagar la entrada de un frigorífico para conservar las flores que roban en almacenes.
Marcela trabaja en la casa de un anciano (interpretado por Celso Bugallo) que ya no puede valerse por sí mismo. Su hija (Sonia Almarcha) se está construyendo una casa a las afueras de la ciudad, por lo que no tiene tiempo suficiente para cuidar de su propio padre, por ello recurre a una desconocida a la que pagar míseramente sin que esta pueda ni siquiera reparar en la injusticia que está sufriendo; ella únicamente quiere el dinero, aunque sea poco. Así, comienza a entablar una curiosa relación con Amador, el anciano, hasta que ocurre un hecho inesperado que haga mutar radicalmente la situación y ponga a Marcela en una dicotomía moral que sólo puede resolver una cosa, la necesidad que la incita a vivir de forma instintiva.
Aranoa imprime un ritmo lento y pausado al desarrollo de una trama en la que, en ocasiones, parece no acontecer absolutamente nada. Se deja incluso adivinar una fascinación poco disimulada por la figura de Solier, a la que se rinde un tributo visual en forma de planos cortos e introspectivos que buscan desvelar los sentimientos de Marcela más allá de su sosegada apariencia de indiferencia. Amador es una de esas películas que suponen toda una experiencia si se tiene la paciencia suficiente para presenciar cómo aflora lentamente la historia, para percatarse de los detalles nimios que enriquecen cada plano, para sentir, en fin, el intenso debate ético-espiritual que se libra en el interior de la protagonista.
El resultado es demoledor; sales del cine con una extraña sensación de pesadumbre, la mente abrumada por la historia que permanece, que se instala en tu consciencia de forma irremisible; reflexionando acerca de un final sorpresivo, genial y desalentador que termina por golpear por última vez tu maltrecha sensibilidad. Entonces te rebelas ante la hipocresía de una sociedad que se atreve a culpar de la situación actual a personas que acuden a nuestro país con el único objetivo de sobrevivir, en lugar de reconocer la desidia y la manifiesta falta de principios que hemos demostrado como pueblo, impasible ante todas las tropelías cometidas por gobierno, sindicatos, bancos o empresas sin escrúpulos. Y encima clamamos que nos invaden, nos sentimos amenazados, al mismo tiempo que cuidan de nuestros padres y abuelos, barren nuestras calles, cuidan nuestros campos y realizan todas las tareas que los "nuevos ricos" autóctonos no se dignan a acometer.
Desgraciadamente, en España son pocos los que se atreven a retratar una situación tan penosa como la de los inmigrantes. Parece no interesar mirar justo al lado y percatarse de la miseria que nos rodea. Es una verdadera suerte que un realizador de la maestría de Fernando León de Aranoa haga honor a su compromiso social y nos regale visiones tan fundadas como esta. Amador, probablemente, no sea su mejor película, y ni siquiera se acerque a la brillantez de Los lunes al sol, pero sin duda, es una apuesta necesaria en estos tiempos de crisis en los que es muy fácil culpar al más débil y eludir cualquier tipo de responsabilidad.

Modern Family, la familia americana se torna disfuncional


A tenor de los índices de audiencia y los premios cosechados en los diferentes premios anuales de televisión, la familia vuelve a estar de moda como excusa cómica para la ficción de la pequeña pantalla. Y lo hace con el descaro y la mordacidad que únicamente puede suscitar la disfuncionalidad. Se trata de voltear los consabidos clichés y las rancias formas de lo comunmente aceptado, y presentar un producto final excéntrico y a la vez cotidiano para el gran público. En cada familia, al fin y al cabo, existen particularidades que difícilmente mostraríamos a personas del exterior.
Son muchos los ejemplos de este nuevo movimiento de ficción cómico que utilizan los patrones de la sitcom como vía predilecta para llegar a los salones de los espectadores y que de modo muy interesante apareció en un reportaje de Rocío Ayuso para El País Semanal recientemente. Las desventuras de Charlie Sheen y su alter ego en Dos hombres y Medio han alcanzado ya la séptima temporada y su éxito de público promete un largo recorrido aún por llegar, mientras que la familia polígama de Big Love, protagonizada por Bill Paxton y Chloe Sevigny, ya cuenta con cinco años en antena a pesar de lo arriesgado de la propuesta en un país de un conservadurismo militante como Estados Unidos. También podríamos incluir en este grupo a la transgresora y algo bizarra serie de animación Padre de Familia, cuyo responsable, Seth McFarlane, se encuentra en la cresta de ola gracias a las también exitosas  American Dad y El show de Cleveland, ambas cimentadas bajo la apuesta sincera de retratar a la familia del modo más heterodoxo posible como máxima ineludible. Incluso el mundo reducido de Wisteria Lane, con sus Mujeres Desesperadas como representantes del feminismo más militante, puede suponer una manifestación más de una tendencia actual evidente. 
No obstante, si en este curso ha sorprendido una serie por la frescura exhibida en su planteamiento y su clara apuesta por la familia como objeto del análisis cómico más divertido, esa ha sido Modern Family. Con tan sólo un año en antena, esta sería concebida por Steve Leviatan y Christopher Lloyd (hermano del responsable de otra delicia cómica, Cómo conocí a vuestra madre), se erigió como la triunfadora absoluta en la pasada edición de los Emmys con seis premios entre los que se incluían el de Mejor serie de Comedia, el mejor guión y el de Mejor actor de reparto para Eric Stonestreet. 



La premisa sobre la que se asienta es bien sencilla; tres familias de muy diversa naturaleza conectadas por parentesco a través de Claire (Julie Bowen). Esta forma junto a Phil (Ty Burrell) lo que podría catalogarse como una familia convencional compuesta por tres hijos, aunque la realidad que acontece cada día en la casa pudiera sugerir todo lo contrario. Por otro lado, el hermano de Claire, Mitchell (Jesse Tyler Ferguson), acaba de formar otra familia con Cameron (Eric Stonestreet), su pareja  y un bebé al que acaban de adoptar en Vietnam. Y al fin, Jay, el padre de Claire y Mitchell, viudo y ahora casado con una explosiva colombiana (Sofía Vergara) mucho más joven que él y con un hijo de diez años de una relación anterior. 
Como es constatable, el juego que da una serie con este mosaico de situaciones familiares estrambóticas (es la primera vez que una cadena de televisión en abierto coloca a una pareja de homosexuales como protafonistas)  es incalculable, y sus creadores no han perdido la oportunidad de suscitar tanto el conflicto como el sentimiento aglutinador propio de las familias. Modern Family encuentra su principal virtud en la liviandad de sus episodios, de apenas 20 minutos de duración, en los que se plantea una o varias tramas que tiende a conectar los mundos distantes y a la vez tan cercanos de los tres núcleos familiares. De igual modo, la estética ideada con la que se narra las desventuras cotidianas, supone una ingeniosa vuelta de tuerca a los patrones tradicionales televisivos, ya que se utiliza una técnica muy cercana al mockumentary. Para ello, la cámara en mano y las declaraciones de los personajes insertadas a modo de confesor estilo Gran Hermano se erigen como herramientas indispensables de enorme valor y eficacia discursiva. La excentricidad, por otro lado,  de cada capítulo brota de modo espontáneo y con un nivel por lo general bastante elevado, aunque téngase en cuenta que no se eluden los lugares comunes o las evidentes fricciones utilizadas en otras comedias familiares. 
Modern Family ha alcanzado la gloria de modo tan fulminante que algunos ya han llamado la atención acerca de la posible sobrevaloración a la que ha sido sometida. De gran interés es el artículo escrito por teuve, comunidad de televisión alojada en El País, en el que cuestiona la genialidad de la serie norteamericana y los perjuicios de la instantaneidad del consumo por internet del público. 
Sea como fuere, Modern Family ha supuesto un agradable presente para la ficción cómica estadounidense que rompe con la hegemonía de otras apuestas muy alejadas de la familia como The Office o Rockefeller Plaza. Y es que es un hecho, lo raro triunfa; la familia no podía ser menos. 

Retrospectiva Woody Allen; ¿Qué tal Gatita?

INCLASIFICABLE

Sin duda una de las películas más inexplicables de Woody Allen. No hace falta ser un cerebrito para identificar que esta es su primera película y la que sentaría las bases de todas las inquietudes, fobias y delitos que el director neoyorquino vería a lo largo de su vida. ¿Qué tal, Gatita? (pulse para ver el trailer original) ni siquiera la dirigió él, sino que el encargado de poner este galimatías en orden fue Clive Donner, un director que alcanzó una pseudo-gloria al año siguiente con Alfredo, el Grande, una película histórica de una factura impecable pero que adolecía de demasiados convencionalismos.
Woody Allen se sentó delante de su máquina de escribir y concibió una de las historias más surrealistas sobre el amor y las mujeres, hombres y viceversa. Si a esto le ponemos la música del siempre grande Burt Bacharach, tenemos un cóctel explosivo. Lo mismo ocurrió con Casino Royale, aquel spin-off de la saga de James Bond, aunque en aquella Allen no metió la mano en el guión. 
Inclasificable donde las haya, ¿Qué tal, Gatita? contó con un reparto de excepción en una película que está hecha simplemente para reírse de una serie de tópicos absurdos sobre el amor. Peter O´Toole, Peter Sellers, Romy Schneider, Ursula Andress o Capucine son los rostros conocidos que pueblan los caracteres fílmicos de la película.
La historia es delirante y narra la vida de un playboy director de una de las más importantes revistas de moda de París (O´Toole). Él está casado pero siempre siente la necesidad de serle infiel a su esposa debido a que todas las mujeres sienten una profunda atracción por él. Para contrarrestar este efecto e intentar salvar su matrimonio, acude a un psiquiatra para que le asista. Lo que él no sabe es que el psiquiatra tiene una obsesión todavía mayor por el sexo que su paciente dando origen a todo tipo de situaciones absurdas y tremendamente delirantes.
¿Qué tal, Gatita? no pasará a la Historia del Cine como una de las mejores películas de Woody Allen sino como una de las grandes e inclasificables películas escritas por el director al que dedicamos este ciclo en el blog. Una cinta divertida para pasar un rato de risas dentro de una inmejorable retrospectiva a Woody Allen.
Animado por la canción, legendaria ya, de Tom Jones y nominada al Oscar, decidí sumergirme en este mundo de "gatitas". Aguanté veinte minutos de sobreexceso la primera vez. La segunda, liberé mi mente y ha sido una experiencia absolutamente grata y profundamente divertida que recomiendo hasta a los más escépticos.

Cine en la Otra Orilla; María, Llena Eres de Gracia

7/10

A tenor de uno de los problemás más terroríficos que sacuden el mundo, el narcotráfico, he considerado que la película escogida para este mes en esta sección será una cinta colombiana dirigida por el norteamericano Joshua Marston. 
María Llena Eres de Gracia (haga click para ver el trailer) cuenta la historia de María, una joven menor de edad que reside en un barrio no demasiado amable de Bogotá. Una serie de inconvenientes en su vida harán que escuche las palabras de un hombre que le propone ganar dinero de una manera "fácil" y "sencilla". El encargo consiste en pasar droga a Estados Unidos. Por el viaje que haga, ganará 5000 dólares. María se siente atraída por el empleo y, ante su mala situación económica, decide aceptar el encargo. A partir de ese momento, tendrá que entrenar su cuerpo para el encargo que consistirá en tragarse pequeñas bolitas de goma donde va envuelta la cocaína. Cualquier mal movimiento haría que una bolsita estallase y María perdiese la vida en el acto.
Aunque parezca mentira, la película no trata sólo del inquietante tema de la droga sino que versa sobre la pobreza y los medios que tiene una familia de clase baja colombiana para poder subsistir y acercarse siquiera al término "dignidad". María trabaja en un almacén de flores y rosas, quitando las espinas para poder venderlas después.
La gran profundidad escénica de la que Marston dota a la cinta permite al espectador sentirse agobiado ante tamaña obra del cine colombiano, del cual pocas noticias tenemos en favor del cine argentino o el brasileño, mucho más publicitados a nivel internacional. Pero es que pocas veces tenemos la ocasión de sensibilizarnos ante una obra cinematográfica de este calibre.
Otro de los puntos a favor de la cinta es la tremendísima interpretación de Catalina Sandino Moreno, una joven actriz que también ha aparecido en Che: El Argentino, dirigida por Steven Soderbergh hace dos años. Por María Llena Eres de Gracia fue ampliamente premiada y reconocida a nivel internacional incluyendo una nominación a los Oscar a la mejor actriz que terminó por reconocerla en su país y en el mercado americano, aunque pocos proyectos conocemos de esta intérprete como por ejemplo El Amor en los Tiempos del Cólera o la última entrega de la saga Crepúsculo, Eclipse
Joshua Marston también fue ampliamente elogiado por retratar de manera angustiosa el viaje que María realizará desde su país natal hasta los Estados Unidos. Toronto, Sundance o Nueva York se rindieron a la realización del director en esta, su primera película.
Si se acerca a María Llena Eres de Gracia debe saber que es una historia tremendamente humana, como pocas ya que el cine sudamericano siempre va a tener una marcada vocación social y va a reflejar en sus películas las vicisitudes que viven millones de personas en todo el continente para poder sobrevivir y distinguir la "alta sociedad", regida por los designios de los narcotraficantes y una mafia que daña gravemente la vida cotidiana de los más pobres.
Sufra, sienta y viva la situación como su protagonista. Sólo así logrará alcanzar el clímax de la película e identificarse con una historia de la cual tenemos una muestra en el cine pero, ¿quién sabe cuantas historias similares ocurren todos los días y nadie hace nada por evitarlo?

Dulce Cine de Juventud; Mission: Impossible

A diferencia de mi amigo y compañero Jesús Benabat, confesado ochentero en lo que a su juventud cinéfila se refiere, me he venido dando cuenta que los mayores ratos de divertimento los pase junto al reproductor de VHS de mi casa con películas producidas en los años 90. Y es que nuestra década precedente ha sido algo extraña en lo que a cine "joven" se refiere, quizás más enfocado en las producciones eternas de Walt Disney, de las que haremos un ciclo que bien merecerá la pena.
En esta década, concretamente en 1996, se produjo una de las películas que con más cariño recuerdo. Tenía 8 años cuando fui al cine a ver a Tom Cruise en uno de sus papeles más famosos y omnipresentes. Aún recuerdo cuando vino a Sevilla a presentar su infructuosa Noche y Día, que decenas de fans portaban, junto a sus móviles y cámaras, un boligrafo y la carátula de la película que hoy nos ocupa. 
Y es que Mission: Impossible (pinche en el enlace para ver el tráiler) supuso un auténtico rato de diversión, frenetismo y espias para una tarde lluviosa, soleada o nevada. Un Tom Cruise joven, ágil y sin especialistas, realizó una de las películas más destacadas de su filmografía interpretando a Ethan Hunt, el espía que yo quería ser de pequeño. Un papel que repitió sin éxito en Mission: Impossible II (2002, John Woo) y la algo más decente Mission: Impossible III (J.J. Abrams, 2006), dos secuelas bastante alejadas de la calidad que le imprimió aquel director tan brillante surgido de la Nueva Generación de los 70, Brian De Palma.
Una de las bazas es el guión, que aunque no excelente resulta entretenido, de uno de los más reputados escritores fílmicos de Estados Unidos. Un David Koepp que ya trabajó con Steven Spielberg en Parque Jurásico; con De Palma en Atrapado por su Pasado y más recientemente, en la cuarta entrega de Indiana Jones así como en la primigenia película de Sam Raimi Spiderman. El trabajo de Koepp, acompañado de Steven Zaillian, se basó en adaptar la conocida serie de los años 60 protagonizada por Martin Landau en la que un grupo de espías cumplía sus complicadas misiones con todo tipo de artilugios fantásticos. Los guionistas tejieron una trama de intriga frenética en la que nadie parece ser quien dice ser, excepto nuestro protagonista, que entre tiros, explosiones y persecuciones tendrá que distinguir entre amigos y enemigos.
En esta ocasión, la tecnología se pone al servicio de un reparto de altura donde incluímos al propio Cruise y a Kristin Scott-Thomas, Emmanuelle Béart, Jon Voigh, Jean Reno, Ving Rhames, Vanessa Redgrave o Henry Czerny. Un gran número de actores que tejieron una trama más que notable que debemos revisitar cada vez que queramos recordar nuestros años de infancia o cuando tengamos ganas de ver cine y pasarlo bien.
Mission: Impossible posee alguna de las escenas más conocidas de la Historia del Cine. Por citar alguna, aquella en la que Tom Cruise salta a través de un cristal para salvarse de ser engullido por una masa ingente de agua procedente de una explosión en un acuario. Y que me dice de la gran escena del túnel, el tren y el helicóptero. Es una auténtica barbaridad, no es real. Pero, por tutatis, que permanecí anclado al asiento sufriendo pr Ethan Hunt. Y no me puedo olvidar de la escena más referenciada de la película: aquella en la que un sudoroso Cruise desciende desde el techo a través de un cable por una sala completamente protegida por sensores láser. Sus gafas y una gota de sudor harán que usted no mueva ni un sólo músculo ante una de las escenas más famosas de toda la Historia.
Tampoco podemos pasar por alto la magnífica banda sonora, creada por el sin igual Danny Elfman, que basó su composición en el uso de sonidos de todo tipo. Desde despertadores y relojes hasta una amplia gama de instrumentos de percusión, amén de reinventar el conocido tema de Lalo Schifrin que daba comienzo a aquella mítica serie.
Escenas grabadas a píxeles en mi retina. Escenas impuestas a golpe de tubo de imagen por una Thompson de 20 pulgadas. Una de las grandes películas de mi infancia que jamás, jamás me cansaré de ver y contemplar una y otra y otra vez.
Nuestro compañero de fátigas en otro terreno espinoso como son los videojuegos, Rubén Polo, trazó una crítica del nefasto videojuego que salió de esta gran película. Pulse en el siguiente enlace para visitar la crítica.

El "efecto Mad Men" sigue conquistando público


En un mundo donde los sentimientos no importan tanto como el saber venderlos, el cinismo más recalcitrante y la doble moral descarada de aquellos encargados de forjar sueños, se constituyen como rutinas profesionales que inevitablemente terminan por ser llevadas al hogar. Quizás por ello, por esa mezcolanza de elegancia aparente, mentiras y luchas intestinas, una serie de televisión ambientada en los años 60 en torno al mundo de la publicidad como Mad Men haya cosechado un éxito tan apuballante que traspasa las fronteras de lo estrictamente artístico y se interna en otras esferas como la moda o la prensa popular. Ayer jueves, Canal+  dedicó toda la programación de la jornada a rememorar la tercera temporada de la serie estadounidense como preludio necesario al estreno en España de la esperada cuarta temporada, desde hace algunas semanas emitiéndose en Estados Unidos. El efecto Mad Men se expande.
La sección de televisión de la agencia Europa Press, Chance Tv, informaba el pasado lunes en un artículo titulado "Todo vale para ser un Mad Men", del maratón que la cadena de pago española estaba preparando para la premiere de la cuarta temporada de Mad Men, emitido ayer, en el que se incluían diferentes documentales de producción propia así como una recopilación de los momentos más emblemáticos de la serie, entre ellos su aparición (concretamente la cabecera) en Los Simpsons o en la versión norteamericana del Saturday Night Live. 
La llegada a España de una nueva entrega de la serie confirma la enorme expectación que se ha creado en torno a las desventuras de Don Draper y sus colegas de oficina de la avenida Madison de Nueva York. La serie de la cadena privada AMC (responsable de otro título tan interesante como Breaking Bad) nos traslada a los inicios de la era de la publicidad, una época en la que las restricciones que conllevaron la postguerra han desaparecido en favor de un consumismo feroz que inculcar en la mente de los nuevos compradores. Más allá de la mera crónica financiera-creativa que se presupone en este tipo de empresa, Mad Men indaga en las relaciones interpersonales de sus trabajadores y desvela los tratos manifiestamente vejatorios a los que se sometía a las mujeres, vistas como meros objeto de deseo en el lugar de trabajo y recluídas a puestos sin responsabilidad alguna. La situación de la mujer en el hogar tampoco era mucho mejor, condenada a cuidar a una familia sin más aliciente que permanecer incorruptibe al paso del tiempo.
 
 Matthew Weiner, su creador, ha sabido imprimir a la serie una estética tan personal y poderosa, que cada temporada ha supuesto un nuevo impulso a su progresiva conversión a una obra de culto que traspasa fronteras. Si hace algunos meses teníamos noticia por The New York Times (enlace) de que los personajes principales servirían de modelo para una nueva gama de muñecas Barbie (incluido Ken), en las últimas semanas han aparecido diferentes portadas de revistas con parte del elenco de la serie. Así, la versión estadounidense de Rolling Stone abría en septiembre con una maravillosa fotografía de Jon Hamm junto a las bellas January Jones, Christina Hendricks y Elizabeth Moss, mientras que la versión británica de la revista GQ lo hacía con la exhuberante Hendricks en solitario, dando paso a una extensa entrevista con la actriz.
Como se preguntaba Jon Hamm en una entrevista concedida a la agencia Efe en la feria audiovisual Mipcom de Cannes a comienzos de Octubre (artículo aquí), "¿Qué le pasa al mundo, que ha convertido a estos maestros del engaño y la infidelidad en sus nuevos héroes?". Es indudable que lo polémico o todo aquello que está prohibido atrae y mucho al público. La conducta de los personajes de Mad Men no es ni mucho menos modélica, sin embargo fascina a una legión de incondicionales. El pasado miércoles el diario El País publicaba un reportaje, "El día en el que Mad Men cambió sus vidas", en el que se afirmaba que la serie se "había convertido en un icono de estilo y de un modo de hacer televisión", oponiéndose a la hegemonía de ficción que detentaban las cadenas públicas ABC, NBC o Fox. ¿La razón? Se ofrece un producto de calidad que rompe con las dinámicas tradicionales de las series televisivas y que concibe al espectador como un sujeto activo y exigente.
El efecto Mad Men es hoy día un hecho incontestable. Ahora llega la cuarta temporada y aún queda mucho camino por recorrer. Como decía ayer Hamm en una entrevista a Clarín, "podríamos llegar a la decada de los 70".

Cine en la Otra Orilla; La teta asustada (Perú)

 7/10
Una pantalla en negro, un quejumbroso canto, una historia de sufrimiento y odio. Todos los males del mundo se transmiten de forma oral.
Claudia Llosa nos traslada al remoto desierto peruano para narrarnos las consecuencias, aún candentes, del conflicto que desoló el país en las últimas décadas del siglo XX. El grupo terrorista Sendero Luminoso, de ideología maoísta, llevó a cabo su particular guerra contra el gobierno sembrando el terror entre los campesinos y la población civil de un país sumido en la depresión y condenado al más aciago destino. En la actualidad, el sonido de las balas y crujir de las botas militares sobre la grava han cesado, pero las heridas continúan abiertas, silenciosas, recluidas en la íntima protección del hogar.
La madre de Fausta rememora el terror a través de un leve canto en una lengua arraigada a la tierra, el Quechua. Lo hace con lágrimas en los ojos y crudeza en las palabras, sin apenas contener el rencor hacia aquellos que ni siquiera se atreve a nombrar. Fausta la contempla con la mirada perdida, contaminada por esa enfermedad que la embarga desde el preciso momento de su concepción. La teta asustada, la denominan los campesinos. Un mal que se transmite por la leche materna de las mujeres que fueron violadas y quedaron embarazadas tras ese cruel acto de dominación. Los hijos de esas mujeres crecen sin alma, como espectros de un mundo en el que jamás deberían haber estado.
Fausta padece esa enfermedad, y por ello permanece al lado de su madre, velándola con suaves cantos, hasta que esta muere entregada a la tristeza. Ahora Fausta debe vivir sola, con los temores arraigados en lo más hondo de su alma. Debe trabajar en casa de una mujer rica para conseguir dinero y así poder pagar el funeral de su madre, que permanece amortajada debajo de su cama. Pero su incapacidad para confiar en nadie supone un importante escollo que salvar si realmente desea continuar viviendo. La historia de su madre, su propia historia, permanece enraizada en su interior, como un tubérculo que amenaza con crecer y poseer lo que le resta de vida.
Claudia Llosa cuenta para esta difícil empresa con un actriz que ya descubrió en su anterior trabajo, Madeinusa. Magaly Solier interpreta a Fausta como un animal circunspecto, cauteloso y siempre alerta. Su mirada tiene algo de felino, sus movimientos instintivos, un aire de criatura lastimaba, acobardada. Ella llena la pantalla, dota de coherencia a la película, sostiene el ritmo pausado y contemplativo de la historia. Solier confiere de un verismo a su personaje abrumador, desarmante y doloroso. Todo un hallazgo que ha servido para que el gran Fernando León de Aranoa la haya convertido en la figura central de su nueva película, Amador.
La teta asustada es una película para ver con el sosiego que una obra de arte exige. Es una lástima que aún con la más absoluta atención, aparezca cierto tedio en su desarrollo por la acentuación lírica que imprime Llosa en cada plano, por otro parte de gran belleza cotidiana. No obstante, la trama se abre ante el espectador como una flor de patata (apunte para los que la hayan visto), inaudita y hermosa a la vez; un profundo relato de las traumáticas consecuencias del horror de la guerra y la desprotección de los más débiles, al fin y al cabo, los que siempre sufren.
Claudia Llosa (recordemos, sobrina del flamante nuevo premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, consiguió un éxito absoluto con esta película, alzándose con el Oso de Oro de Berlín y siendo nominada a la Mejor Película de Habla no Inglesa en los Oscar 2009. Y es que más que una película brillante, La teta asustada es un complejo retrato psicológico sobre el pesar que acarrea la memoria y la cultura del entorno campesino más remoto. Una forma diferente de hacer cine que merece nuestro más sincero apoyo. Buen cine sudamericano para continuar con esta sección reivindicativa de nuestros vecinos de la otra orilla.

Crítica Gru, mi villano favorito; una agradable vuelta de tuerca a la figura del malo de la película

6/10
El negocio manda y los productores de Hollywood han encontrado su particular filón que explotar hasta el hartazgo, el cine de animación. La fórmula es bien sencilla; diríjase a un público infantil a través de atractivos anuncios publicitarios y promociones de juguetes, cromos, figuritas entre la comida y toda clase de merchandising más o menos reprobable; y el virus contagioso incubado en las mentes sugestionables de los más pequeños horadará automáticamente el camino para que los padres acudan en masa a los cines cada fin de semana.
 El gran truco del cine de animación es sugerir que la película objeto de la más agresiva promoción es igualmente disfrutable para los adultos. E, indudablemente, en muchos casos lo es. Píxar/Disney se ha encargado de alcanzar unos niveles de calidad cinematográfica sorprendentemente elevados para lo que podría parecer propuestas intrascendentes, incluso la factoría Dreamworks ha cautivado a legiones de adultos gracias a la saga del cáustico ogro verde. Otras productoras como Sony (Lluvia de Albóndigas entre sus últimas creaciones) y Fox también se han sumado a un fenómeno universal que reporta cifras astronómicas en taquilla y merchandising.
Y ahora le toca el turno a Universal, que, a través de Ilumination Entertainment, lanza una nueva apuesta de animación contra la hegemonía Pixar que promete devenir en exitosa saga. Gru, mi villano favorito (Despicable me) ya arrasó en su estreno norteamericano con algo más de 60 millones de dólares en su primer fin de semana (en el mes de Julio) y ahora promete hacer lo propio en la taquilla española, en la que las primeras cifras arrojan un montante en torno a los 2,5 de euros; por lo que no es de extrañar que la maquinaria interna de la productora haya comenzado a funcionar para una secuela inmediata (a todo ello también ayuda el formato en 3D).
Lo cierto es que se agradece un producto algo diferente, muchos más fresco, a lo que se viene realizando últimamente en el mundo de la animación (dejando a un lado a los artistas de Pixar). Gru, mi villano favorito funciona como una entretenida vuelta de tuerca al dibujo esquemático de los personajes más malvados del imaginario social  colocando como protagonista a un bellaco de profesión que ansía ante todo ser reconocido como tal. Su aspecto es aborrecible; nariz ganchuda, ojeras profundas, figura encorvada, vestimentas oscuras (recuerda un poco al exigente crítico gastronómico de Ratatouille, aunque en una versión más hinchada) y un sentido del humor algo macabro.
Y sus planes no son mucho mejores. Ante el robo de la pirámide egipcia de Giza, Gru se obsesiona con la malévola misión de hurtar la luna, para lo que necesita un poderoso reductor que guarda celosamente otro villano en su morada, a la que sólo pueden acceder tres niñas huérfanas que venden galletas a domicilio. Gru no duda en adoptarlas para llevar a cabo su plan, sin embargo el cariño y la dulzura de las niñas terminarán por poner en jaque la ruindad del rufián.
La película funciona bien; es entretenida, su sentido del humor inofensivo termina por ser complaciente y su estética visual es francamente divertida, especialmente en el dibujo de los personajes. El propio Gru (en español con la voz de Florentino Fernández, en USA con la de Steve Carrell) o esa legión de pequeños obreros a los que tiene a su servicio (una mezcla entre gusanitos de maíz y los extraterrestes de Toy Story) ofrecen la comicidad necesaria para distraer a los más pequeños, mientras que los mayores pasarán un rato agradable lejos de las preocupaciones cotidianas.
También conviene reseñar la banda sonora del genial Hans Zimmer y el buen trabajo del trío de realizadores debutantes en el largometraje de animación, Pierre Coffin, Chris Renaud y Sergio Pablos. La acción se desarrolla con fluidez, ayudada por la corta duración de la película (algo menos de hora y media), entre gags más o menos explotados aunque con un espíritu de conjunto agradable y benévolo. Desgraciadamente, ni se acerca al nivel de las producciones Pixar, pero al menos supera el estancamiento de otras propuestas de animación sin chispa alguna. Gru, mi villano favorito es entretenimiento infantil relativamente disfrutable para el público adulto. A falta de otra oferta para los más pequeños, no duden en acudir al cine y sean, por algunas horas, niños impresionables.

Películas Para Dos Vidas; Frenético

Una de las películas de mi vida sin ninguna duda. Hay obras maestras dentro de las cintas que he visto a lo largo de mi larga carrera cinéfila. Frenético desde luego no lo es. Soy consciente de que se han hecho películas mucho mejores. Pero no puedo evitar pasar por esta sección sin recordar una película muy desconocida, poco exhibida en televisión y con una de las mejores interpretaciones de uno de mis actores favoritos: Harrison Ford.
Merece la pena echar la vista atrás y remontarnos hasta 1987, cuando un consagrado Roman Polanski decide llevar a la pantalla un guión suyo co-escrito con Gerard Brach donde un doctor en medicina llega a París a un congreso en compañía de su esposa. A partir de ese momento, todo parecerá una laberíntica historia de suspense e intriga al más alto nivel ya que su esposa será secuestrada.
Durante las dos horas de la cinta, Harrison Ford buscará frenéticamente a su mujer por toda la ciudad viéndose las caras con lo más granado de la sociedad parisina: prostitutas, traficantes de droga y sin mejores cosas a las que dedicarse. Frenético es un thriller auténtico, de los que ya pocos se hacen. Además, recuerdo con cariño esta película puesto que fue la primera película que compré en DVD con mis ahorros en aquellas obsoletas y poco prácticas ediciones con  tapa de cartón y un cierre de plástico.
Técnicamente, nada que objetar al fascinante trabajo de Roman Polanski, el director polaco autor de El Baile de los Vampiros, Tess, La Semilla del Diablo y más recientemente El Pianista, la cual le valió el Oscar al mejor director en una gala en la que fue Harrison Ford, precisamente, el que le entregó y recogió el galardón en su nombre.
Rodada íntegramente en París, Polanski demuestra su maestría detrás de la cámara en una historia que no quiero desvelar ya que una sola palabra de más corre el riesgo de destriparle esta notable película que no dejará indiferente a nadie. La credibilidad la aporta Harrison Ford, la sensualidad la da Emmanuelle Seigner (una actriz poco convincente pero que realiza un decente trabajo en esta película) y la nota de suspense la pone Betty Buckley, en el papel de la infortunada esposa de nuestro protagonista.
Si cuando escribí una crítica de la última cinta de Polanski, El Escritor, hice mención al cine de Alfred Hitchcock, me veo obligado de nuevo a rendirle pleitesía al director polaco y su manera de captar el espíritu del director británico así como de homenajearle en una cinta en la que se marca un ritmo que resulta inherente a cualquiera de las mejores obras del inmortal "maestro del suspense".
Todo ello aderezado por una banda sonora del genial compositor Ennio Morricone, el “rey de las tres notas”, apodo que yo mismo le puse al descubrir que sus míticas melodías no son más que una serie de acordes cortos repetidos. La Trilogía del Dólar, Cinema Paradiso, Queimada o Novecento así lo atestigüan. A medida que avance la película descubrirá temas musicales ya olvidados como el sensual y precioso Strange de la estrambótica Grace Jones con el que Harrison Ford y Emmanuelle Seigner protagonizarán uno de los bailes más singulares de la Historia del Cine.
Frenético no es una película para disfrutar en una tarde lluviosa, ni es una película para paliar una tarde de aburrimiento. Frenético es toda una obra a descubrir y no esperar a que la emitan de nuevo en la, cada vez, más aborrecible televisión. Frenético es una cinta de obligado visionado para todos los amantes del thriller y el cine de suspense. Acompañarán a Harrison Ford en un viaje por el centro y los bajos fondos de la capital francesa y no pararán quietos en su asiento ante cada movimiento en falso que haga nuestro protagonista.
El metraje nos viene lejano, pero quien sabe lo que puede pasar. Polanski no nos cuenta una historia extraña. Y es que la realidad, muchas veces, supera a la ficción.

Películas para Dos Vidas; Moulin Rouge

 
Es indudable que en la filmoteca personal de cualquier cinéfilo deben ser halladas algunas de esas obras inmortales enraizadas en la cultura patrimonial del séptimo arte; películas de grandes autores, manuales visuales de la elegancia y la clase más universal, cintas, en fin, canonizadas como joyas necesarias para cualquier individuo con la más mínima inquietud intelectual. Sin embargo, sería ingenuo e incluso absurdamente elitista desnudar al cine de una de las virtudes que, por otro lado, configuran su esencia más primigenia; el entretenimiento.
El cine, además de una vía privilegiada hacía la reflexión, se erige como una de las creaciones humanas más ingeniosas de nuestra historia por el mero hecho de utilizar una materia prima tan común como la vida misma y retorcerla hasta los límites creíbles del puro disfrute contemplativo. Se trata de imaginar, soñar, ir más allá del estatismo de la vida humana para congraciarnos con las maravillas de una realidad paralela y lejana.
Toda esta reflexión acerca de la dualidad del cine como arte del entretenimiento y la reflexión carecería  absolutamente de sentido si no me dispusiese a hablar de una de esas películas que han llenado de color mi febril imaginación de joven enamoradizo tantas veces que mi memoria es incapaz de recordar el número exacto. Y es que Moulin Rouge, ese musical hiperromántico, vanguardista, acelerado e inifinitamente deleitable, se constituye como un ejemplo manifiesto de cómo una película puede ingresar en el selecto grupo de las grandes obras maestras de nuestra filmoteca por el simple método de la diversión más desaforada; ni siquiera importa la calidad formal de la propuesta, únicamente es necesario abrir bien los ojos y sentir cómo penetran en tu mente una sucesión de imágenes tan trepidante como absolutamente original.
El verbo me puede cuando hablo de Moulin Rouge. Es una dolencia tan alucinógena que ya no sé si estoy ante una magna obra del cine moderno o ante un mero engaño con suntuosos decorados y un argumento de cartón-piedra. En realidad sí lo sé, y compadezco a todos aquellos que han desarrollado un juicio crítico tan espeso y refinado que son incapaces de disfrutar de un espectáculo clásico con estética posmoderna inigualable en nuestros tiempos. Cuestión de amor y corazones rotos.
"Fuera las cosas serán trágicas, pero aquí todo es magia" es lo que entona con inverosímil intuición ese bufón pasado de rosca y de ingeniosa verborrea llamado Harold Zidler. El Moulin Rouge es eso, un sugerente decorado para pasar una noche inolvidable; volantes agitados con fruición por damiselas empolvadas, señores respetables con caras sonrojadas, el color en movimiento al son del vertiginoso ritmo del Can Can, música, baile, lujuria, nihilismo desbocado, el movimiento bohemio en todo su esplendor, una función inmortal acerca de la libertad, la belleza, la verdad y el amor. Una explosión para los sentidos.
Sí, el amor como vértice primordial de la obra en medio del vórtice estético-musical. Una clásica historia de amor que no deja de ser conmovedora por su evidente desenlace y sus poca disimuladas conexiones con la novela de Alejandro Dumas, La dama de las camelias (una lectura muy recomendable, asimismo). El chico ingenuo y enamoradizo que aterriza en el París bohemio y desenfrenado de 1900, su accidentada entrada en el mundo del espectáculo, el fulminante flechazo con la cortesana-estrella del burdel con más encanto de la ciudad y el inexorable camino romántico hacia la desgracia. Para darles forma, ahí están Ewan McGregor, genial en su doble papel de actor y cantante, y una Nicole Kidman pícara y divertida a veces, y dramática y convincente en otros.
Moulin Rouge supura en cada plano un romanticismo llevado al exceso por el hipnótico poder de la música y la coreografía espectacular de legiones de extras concebidos como perfecta maquinaria rítmica. Nos encontramos ante el discurso más radical y atrevido del cine-espectáculo de nuestra época por una sencilla razón; Baz Luhrmann concibe cada minuto de metraje como una oportunidad idónea para abrumar al espectador con un poderío visual inaudito y golpearlo en la fibra sensible con una historia de amor inmortal. Y todo ello a través de la acción frenética, sin ofrecer respiro alguno, entre números musicales tan brillantes como fastuosos.
Cómo olvidar ese arranque a ritmo de popurrí entre el Can Can y Nirvana, o el pasaje en el nuestro protagonista encandila a la bella Satine con el Your Song de Elton John, incluso el Like a Virgin surrealista de Jim Broadbent (una interpretación para el recuerdo, especialmente cuando emula a Freddy Mercury) y Richard Roxburgh. Mención aparte precisa el tango de Roxanne, con un montaje y un intercalado de canciones que quita la respiración, o ese epílogo majestuoso de mutantes texturas y cadencias absolutamente genial en el que los amantes se reencuentran antes de la tragedia romántica deudora de su época.
Moulin Rouge es un verdadero goce para los sentidos. Las palabras apenas fluyen para retratar lo que es en sí misma una maravillosa función de teatro inmortal para románticos empedernidos y soñadores incorregibles. Véanla, disfruten y ¡que viva el amor!

Crítica Wall Street 2; Muerte programada

5/10

Así es como define Gordon Gekko el momento económico  que vivimos, nuestra era de la especulación. Las ideas de Gekko han cambiado en el tiempo en que ha estado entre rejas. La economía de los años 80 parecía honesta, honrada y sincera comparada con las mismas "cabezas pensantes" que gobiernan nuestras cuentas corrientes hoy en día.
Si nos paramos a pensar en esta secuela del clásico Wall Street de 1987, es inevitable pensar en la resurreción del personaje que le valió el reconocimiento de por vida a Michael Douglas. Gordon Gekko vuelve, pero no por sus fueros. Conserva sus ideas pero los tiempos han cambiado. También la gente que le rodeaba ha desaparecido y debe preocuparse por salvar lo que queda de su familia, su airada hija prometida con Jake, el personaje que recrea Shia LaBeouf con decencia pero sin llegar a tener la garra y la fuerza que transmitió Charlie Sheen en la precuela.
Si en aquella época eran los tabloides y la televisión los encargados de mantener al tanto a los economistas de la Bolsa, ahora entramos en el avanzado y complejo mundo de Internet mientras Gekko da una conferencia y se vende a sí mismo y sus ideas en un libro de esos que están tan de moda ahora, donde un "hombre de su tiempo" tiene la potestad para expresar lo que desee sobre cualquier tema sin que nadie ose llevarle la contraria.
Si Oliver Stone centró su guión magistralmente en 1987 en una trama explosiva acerca de la economía sin necesidad de tener ni idea de ese mundo para seguir el metraje, ahora sacrifica la historia en favor del personaje de LaBeouf, omnipresente en toda la película. Gekko ya no es el que era y, cuando llevas 40 minutos de película, te comienzas a preguntar si se trata de una secuela innecesaria. Ya teníamos todo lo que queríamos saber desde 1987 y esta película sólo ha servido para recordarnos que Michael Douglas sigue en la cresta de la ola, a pesar de estar pasándolo mal debido a su cáncer de garganta y que cada aparición suya constituye un tesoro escénico para la trama, o que hay vida tras la hecatombe de Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal para Shia LaBeouf.
Buenas apariciones secundarias como la de la Susan Sarandon, la cual parece haber hecho un pacto con el diablo ya que a sus 64 años luce una apariencia realmente envidiable;  Carey Mulligan, en el papel de abnegada hija de Gekko que resuelve de manera elegante, la aparición de Oliver Stone en un cameo; un Frank Langella que se limita a hacer su trabajo; Josh Brolin, en el papel que parece heredero directo del malvado Gekko de hace 23 años e incluso la sorpresa del metraje, un Charlie Sheen que emociona ya que, por un momento, crees que la trama volverá por los derroteros de la original. Pura ilusión óptica.
Lo realmente chocante es el uso de la edición que hace Stone, un gran narrador del cine actual, todo hay que reconocerlo. Para su envidiable carrera, es impensable que pueda utilizar recursos que se usan en las facultades de audiovisuales para enseñar a los alumnos (pantallas partidas, fundidos sobrepuestos y demás efectos que restan algo de calidad técnica a la película).
Me piden una opinión que resuma la película. Les diré simplemente que resulta interesante. No se engañe por el cartel que nos han preparado desde la productora. El apadrinamiento sugerido en el poster no tiene nada que ver con el contenido de la trama. Se insinúa, pero pocas veces llega a ser palpable. No alcanza el nivel de su predecesora, pero su título no miente. Es cierto que en Wall Street 2 el dinero nunca duerme. Lo comprobará desde el primer minuto. Si el título es sincero, la película no va a ser menos. No es una película apasionante, pero si busca una historia de "tiburones de las finanzas", esta es su película.
Eso si, le advierto que aquellos tiburones se han convertido en boquerones.

Series de Televisión de Siempre (I)

A lo largo de los próximos tres meses, vamos a ir trazando un homenaje a las series de nuestra vida. Aquellas intrigas que mantuvieron pegados al asiento a generaciones de personas en todo el mundo. Este mes de octubre es más que apropiado para recuperar todas aquellas series que nuestros padres y abuelos, e incluso algunos de nosotros, tuvimos la oportunidad de disfrutar. Este mes va dedicado enteramente a nuestros mayores. Nosotros, los más jóvenes, apenas hemos oído hablar de algunas de estas series que hicieron las delicias durante años de millones de personas en todo el mundo. En una época en la que volvemos a tener fe en la televisión y en sus maravillas, es bueno recordar que en alguna ocasión, la televisión llegó a tener la sartén por el mango en los hogares de medio planeta. En España, tuvieron la oportunidad de seguir todas las series por Televisión Española hasta que aparecieron las privadas y la diversificación se hizo efectiva.
Que comience nuestro viaje.

1. Dinastía (1981-1989): Nueve temporadas tuvieron que pasar para que John Forsythe, Linda Evans y Joan Collins resolvieran sus problemas en uno de los dos grandes culebrones norteamericanos de la época. Millones de personas siguieron una serie que marcó una época y que, vista hoy en día, resulta una obra muy predecible y poco atractiva por su densidad. Sin embargo, nuestros mayores la recuerdan con mucha nostalgia ya que, semanalmente, era una cita obligada.  Vea la secuencia de títulos de crédito aquí.
2. Falcon Crest (1981-1990): Esta serie terminó un año después que la anterior. Sin embargo, Angela Channing (Jane Wyman) enfadó a todos los seguidores de la serie por sus maldades al mismo tiempo que disfrutaban de un más que atractivo Lorenzo Lamas. David Selby, Susan Sullivan y Robert Foxworth eran algunos de los secundarios con los que contó este auténtico culebrón. Recuerde la secuencia de apertura en este enlace.
3. Dallas (1978-1991): Ampliamos el número de temporadas hasta catorce para hacer referencia a otra serie que forjó una leyenda en televisión. La muerte de J.R., todavía sin aclarar, es un gran misterio que la gente que vio la serie todavía recuerda. Patrick Duffy, Larry Hagman y Barbara Bel Geddes fueron algunos de los protagonistas de una de las series más longevas de la época. Vea la secuencia de títulos de crédito en el siguiente link.
4. Mission Impossible (1966-1973): Siete temporadas bastaron para que Martin Landau y compañía hicieran las delicias de todos los espectadores con una serie de espionaje fresca y muy adictiva incluso viéndola hoy en día, época en la que estamos acostumbrados a la alta tecnología. De esta serie salió en 1996 una película protagonizada por Tom Cruise con resultados más que dignos. Recuerde el comienzo de esta legendaria serie en el siguiente enlace.
5. Ironside (1967-1975): Seguimos en nuestro viaje en el tiempo para detenernos en una serie con leyenda. Un detective retirado por un retiro forzoso al quedar parapléjico, se convierte en asesor de la Policía en numerosos casos. El gran, en todos los sentidos, Raymond Burr se encargó de dar vida a este mítico personaje acompañado siempre por su silla de ruedas. Su banda sonora quizás le resulte conocida, puesto que Tarantino utilizó los primeros compases en Kill Bill Vol.1. Véalo aquí.
6. El Santo (1962-1969): Un jovencísimo y muy atractivo Roger Moore deleitó a las damas de medio mundo en una decente serie que recordaba en su argumento a las historias de Robin Hood. El hombre rico se convierte en pobre para calmar las ansias de los más desfavorecidos. Todo un éxito en la época. Recuerde a Roger Moore en su época más dorada en el siguiente enlace.
7. El Virginiano (1962-1971): El primer western televisivo donde cada capítulo llegaba a durar una hora y media. El disfrute estaba garantizado todas las tardes a la hora de comer. La familia no se sentaba después de comer sin poner la televisión y ver a Lee J. Cobb, Doug McClure y James Drury en sus andanzas por el desierto del Oeste americano. Vea la secuencia de apertura y un extracto de un capítulo en el siguiente enlace.
8. La Casa de la Pradera (1973-1983): Diez temporadas para una serie que ha quedado en la retina de millones de personas. Michael Landon, Melissa Gilbert o Melissa Sue Anderson eran algunos de los protagonistas de este drama sureño sin excesivos alicientes. Recuerdela en este enlace.
9. Los Ángeles de Charlie (1976-1981): Una serie que duró poco en comparación con las que hemos comentado anteriormente pero que sirvió para que toda una generación de mujeres disfrutaran con heroinas dentro de la polícia de Los Ángeles. A Charlie no lo conocimos nunca, pero a Farrah Fawcett, Cheryl Ladd y Kate Jackson entraran en un duro mundo dirigido íntegramente por hombres. Recuerde esta mítica serie en el siguiente link.
10. Bonanza (1959-1973): Inolvidable serie y aún más inolvidable su tema musical, recordado por generaciones y generaciones de personas que tararean aún hoy en día los acordes de la secuencia de apertura. Un rancho, La Ponderosa, dirigido por un patriarca que tenía que luchar contras las iras de sus enemigos y hasta de su propia familia. Michael Landon, Lorne Greene y Dan Blocker fueron algunos de sus protagonistas. Recuerde esta mítica serie en el siguiente enlace.
11. Starsky y Hutch (1975-1979): Antes de que Ben Stiller y Owen Wilson dejaran por los suelos el nombre de estos dos polícias, hubo una gran serie que entretuvo a millones de personas. Un Ford Gran Torino rojo y un estilismo perfecto además de unos villanos malísimos eran los alicientes para disfrutar de una serie que comenzó a decaer cuando los productores decidieron girar el guión desde la violencia hasta el romance. Vea la secuencia de apertura de la serie en este link.
12. Los Vengadores (1961-1969): Serie de culto en Gran Bretaña donde Patrick McNee y Diana Rigg combinaban espionaje, suspense y psicodelia. Para la época y el país, de tradición conservadora, este cóctel fue totalmente exitoso, transmitiendo las dosis de humor y elegancia necesaria para el triunfo de la serie. Recuerdela en el siguiente enlace.
13. Se Ha Escrito un Crimen (1984-1996): 264 capítulos y otras tantas víctimas en una serie que apunto estuvo de dejar Estados Unidos sin ni un sólo habitante ya que pueblo que visitaba Angela Lansbury, pueblo en el que sucedía un asesinato. No obstante, recordamos a Jessica Fletcher y su máquina de escribir con mucho cariño y nostalgia. Y si no, pulse en el siguiente link.
14. Perry Mason (1973-1974): Sólo dos temporadas le bastaron a Raymond Burr para ponerse en la piel de este abogado creado originalmente para ser novelizado por Erle Stanley Gardner. Una adaptación de aquellos libros con un resultado excelente que gustó tanto a crítica como al exigente público. Recuerde el comienzo en este enlace.
15. El Fugitivo (1963-1967): "Tienes más kilómetros que la maleta del Fugitivo" dice un conocido refrán popular. Y si no, que se lo digan al gran David Janssen, el doctor Richard Kimble, acusado del brutal asesinato de su mujer. Una serie que tuvo una excelente secuela en 1993, que aún no teniendo el espíritu intrigante de la original, fue protagonizada por Harrison Ford y el oscarizado Tommy Lee Jones con casi la misma intensidad. Recuerde a Richard Kimble en el siguiente enlace.

Muchas son las series y me sabe a poco el homenaje. Pero valga este pequeño espacio en Internet para el recuerdo y la emoción de una televisión que sí merecía la pena ver. 

Crítica L.A. Confidential; Los Ángeles, Un Mundo Implacable

9/10

Una de las últimas obras maestras del cine negro que tuvo la malísima suerte de verse las caras con Titanic  en la gala de los Oscar de 1997. Curtis Hanson dirige con maestría una película que nada tiene que envidiar a los grandes clásicos del film-noir.
Desde los manuales de Historia del Cine se nos define el cine negro como "aquellas películas originadas en Estados Unidos entre los años 40 y 50 [...] que poseen como características principales el uso de las sombras, los claroscuros para acentuar el suspense, las escenas nocturnas con humo en el ambiente y la presencia acentuada de una femme-fatale, la mujer, sin ninguna motivación aparente, que consigue llevar al protagonista a la vida o a la muerte."
En base a esta definición, establecemos de facto que L.A. Confidential pertenece a esa corriente de género que quedó inaugurada por El Halcón Maltés, dirigida por John Huston en 1941. A partir de los 60, este tipo de cine se vió oculto tras superproducciones, películas del Oeste y el cine de catástrofes que demandaba el consumo popular.
Pocos directores recuperaron esta corriente y pocos lo hicieron de manera tan magistral como Curtis Hanson, un director curtido en películas de baja categoría (Río Salvaje, La Mano que Mece la Cuna) y que dio una sonora campanada con esta obra maestra de los años 90.
L.A. Confidential posee todos los elementos anteriormente descritos del cine de la época, todo ello aderezado por un completísimo guión de Brian Helgeland basado en una espectacular novela del brillante James Ellroy. Un guión denso, plagado de personajes a cual más culpable que el anterior, se pone al servicio de su director y de todo el reparto para tejer una de las grandes historias de la pasada década. Este libreto ganó, merecidamente, el Oscar al mejor guión adaptado en una categoría en la que tuvo el galardón cantado.
Con interpretaciones muy exigentes tanto de Russell Crowe como de Guy Pearce, son los dos actores que sobresalen por encima de todo un reparto lleno de grandes intérpretes como Kevin Spacey, James Cromwell, Danny DeVito o Kim Basinger, la cual llegó a ser la gran triunfadora de la noche al recibir su Oscar a la mejor actriz de reparto por su fantástica recreación de la femme-fatale de la película, la fémina que lleva al delirio a ambos protagonistas.
Jerry Goldsmith, legendario y veterano compositor, le pone las notas a una banda sonora espectacular que acompaña las acciones de la trama y los movimientos inciertos que desembocan en el final del metraje.
L.A. Confidential tuvo mala suerte a la hora de competir por los grandes premios. Se enfrentaba al caballo de batalla de James Cameron, una película colosal acerca del hundimiento en 1912 del trasatlántico más grande del mundo: Titanic. Alzándose con 11 Oscars, dejó a sus demás competidoras sin la mitad de sus posibles galardones. La que nos ocupa en esta crítica acumuló nueve nominaciones de las cuales consiguió sólo dos.
Una interesantísima trama en la que dos policias tendrán que vencer sus rencillas personales y profesionales para intentar atajar la corriente de corrupción dentro del cuerpo de policía de Los Ángeles. Sin embargo, nadie parece ser quien realmente dice y la trama terminará siendo un auténtico deleite para todo aquel que permanezca atento a las dos horas de la película.
Si se acerca a esta magistral obra, ha de saber que no verá una pelicula ligera sino toda una adaptación de una novela de Ellroy. Eso ya es un antecedente para tener un par de horas libres de todo pensamiento y la mente en blanco para concentrarse íntegramente en toda la información que el espectador recibe.
Créame, L.A. Confidential merece mucho la pena en estos tiempos de incertidumbre cinematográfica.