Crítica Lorax En Busca de la Trúfula Perdida; ¿Hasta dónde se puede llegar por amor?

Crítica realizada por Irene Cervera (@IreneCerveraHM)

7,5/10

El  cuidado del medio ambiente es la consigna que lleva por bandera la nueva película de Illumination Entertainment, Lorax: En busca de la trúfula perdida. Tras Gru, mi villano favorito, repite como director, Chris Renaud, quien a lo largo del film plantea una reflexión: ¿Depende nuestro bienestar de unos pocos?
Esta película de animación no sólo entretiene a los más pequeños de la casa por sus divertidos pasajes musicales, su variedad cromática o los adorables personajes, sino que también engancha al público adulto. Detrás de toda la parafernalia infantil, se esconde una feroz crítica social al mundo empresarial y publicitario. Problemas como la tala indiscriminada de arboles, la codicia desmesurada de las empresas y la ambición ilimitada son tratados en poco más de 90 minutos. 
De forma amena, los más pequeños se dejarán llevar por las aventuras del ingenuo Ted, el personaje principal. Un chico que por amor será capaz de desafiar al magnate, O’Hare, y devolverles la cordura a los habitantes "Thneed Ville”. Una ciudad totalmente artificial donde los arboles no tienen hojas sino bombillas y los arbustos son de plástico. Pero, ¿cómo se pudo llegar a tal situación? Once-Ler tiene la respuesta. Su apetito insaciable por hacerse famoso y rico le hizo caer en lo más oscuro, dejando atrás un mundo lleno de color, con árboles que parecían algodones de azúcar y simpáticas criaturas.
Además, la película ensalza el valor de las abuelas. Aquellas mujeres que tienen tantas historias y recuerdos que contar. Norma, la abuela del pequeño Ted, será quien lo guíe en el camino hasta conseguir su más ansiado objetivo: hacerse con el corazón de Audrey. 
Lorax: En busca de la trúfula perdida es una adaptación de la obra de Theodor Geisel, más conocido en Estados Unidos como Dr. Seuss. Este escritor de cuentos infantiles publicó El Lorax en el otoño de 1971. No obtuvo un gran impacto entre el público lector, ya que el planteamiento estaba un poco adelantado a ese momento. Sin embargo, una década después, cuando el movimiento ecologista ganó gran ímpetu, la popularidad del libro despegó con él. Los lectores jóvenes y adultos se identificaron con la historia de un niño que busca respuestas para saber lo que ha sucedido a los árboles.

Ciclo Billy Wilder; Testigo de Cargo

Excesivamente sobrevaloradísima intriga judicial que posee dos interpretaciones magníficas orquestadas por Charles Laughton y Tyrone Power. Pese a incluir los elementos más representativos del cine de Billy Wilder, la refinada redacción del guión no consigue cautivar al exigente escritor que compone estas líneas.
Testigo de Cargo es una adaptación de uno de los mejores libros escritos por la reina del suspense. Una Agatha Christie que vivió para ver como uno de los cineastas más destacados de Hollywood llevaba con gran maestría sus páginas a la gran pantalla. 
Pese a ser catalogada como una obra superior de Wilder y poseer una astronómica calificación en diversas páginas de Internet, Testigo de Cargo no pasa de ser una buena película de juicios sustentada por una serie de giros de guión tremendamente efectistas que hacen surgir en el espectador la sensación de estar en una gran trama con un supuesto sobresaliente gran final.
Pero el excesivo refinamiento con el que la película está rodada y lo pedante que llega a resultar en ocasiones el orondo Charles Laughton provocan a cierto sector del público una sensación de hastío y pesadez. El otro sector comprende la coyuntura en la que Wilder se movió a la hora de rodar la película. El cineasta quería rodar una película al más puro estilo Alfred Hitchcock y que le salió profundamente bien.
Este escritor, que intenta vislumbrar lo negativo y positivo de Testigo de Cargo, se halla en la circunstancia de no saber en que polo situarse. Por un lado, he de reconocer que disfruto con esta intriga “tribunalesca” pero por otro lado, llegar a ese final tan atropellado es cuanto menos chocante tras esperar pacientemente el desarrollo de la trama en base a unas líneas de diálogo sublimes así como el reconocimiento de elementos propios del cine de Wilder, véase el humor negro o el uso de la femme fatale. 
En Testigo de Cargo, se unen tres personalidades tumultuosas. Por un lado, un Charles Laughton calificado como uno de los mejores actores que han pasado por la gran pantalla en toda su Historia. De otro, un Tyrone Power que se enfrentaba al último de sus grandes papeles antes de fallecer repentinamente en Madrid mientras rodaba Salomón y la Reina de Saba. Por si fuera poco, nos encontramos con el intento de resurrección del mito que lleva a cabo Wilder con Marlene Dietrich, icono erótico de los años 20 y 30 que quisieron llevar como candidata a los Oscar aquel año por su interpretación en esta película.

Ciclo Billy Wilder; En Bandeja de Plata

Una de las obras menores de la filmografía de Billy Wilder junto a Bésame Tonto o ¿Qué Ocurrió Entre Mi Padre y Tu Madre?, posee un tono cómico inicial que va desapareciendo a medida que avanza la película tornándose en dos historias que cada vez se diferencian más conforme transcurren los minutos. En Bandeja de Plata es un divertimento, crítico como todos los proyectos de Wilder, aunque de carácter mucho más fallido.
Uno de los alicientes para ver la película, aparte de la original narración por capítulos planteada por guionistas y director, es la maravillosa presencia de Walter Matthau, uno de los intérpretes más destacados de la comedia clásica y cuya interpretación en esta película le valió el Oscar al mejor actor de reparto. Sus secuencias son verdaderas lecciones de comedia y consigue merendarse, cosa complicada, a su compañero Jack Lemmon quien parece perdido en una trama que no hace justicia a su aclamado talento.
Hablábamos días atrás de la versatilidad de Lemmon, la cual se ve reducida a su presencia en una incómoda silla de ruedas que le permite a Matthau moverse con el pez en el agua y aprovecharse de gran amigo para llevarse el liderazgo interpretativo de la película. Wilder intenta repartir los tempos entre los actores pero el nivel en la cinta es demasiado bajo para lo que el cineasta nos tiene acostumbrados.
Secuencias inolvidables son las que pueblan la primera parte de la película. Las malas artes de Walter Matthau, los escandalosos llantos de la madre del personaje de Lemmon al pie de su cama o los intentos del pobre discapacitado por continuar la farsa ideada por su cuñado. Sin embargo, a medida que pasan los minutos, la película se torna tediosa y la situación narrativa en el piso de Lemmon se hace más que interminable. Si a eso le sumamos la ausencia en los planos del inspirado Matthau, En Bandeja de Plata se vuelve un entretenimiento con contadas dosis de aburrimiento.
Un guión con frases que ahondan en la cínica condición del matrimonio o que osan burlarse de la mala fama de los abogados, retratados como representantes de sus propios intereses y de un dinero que pasa por sus manos esperando retenerlos. La diversión, como siempre en el cine de Wilder, radica en contemplar los guiones como meros análisis fotográficos de la sociedad en la que vivimos, de la hipocresía que reina en las relaciones entre los seres humanos vistos siempre en tono jocoso.
Sin embargo, a Wilder se le fue la mano en esta película. Todo lo que tienen de extraordinario cintas como El Apartamento o Con Faldas y a lo Loco quedó años atrás y ahora Wilder sobrevive con proyectos como este, sobrevalorado e injusto.

Ciclo Billy Wilder; El Crepúsculo de los Dioses

Billy Wilder ya ha sido suficientemente elevado en reseñas anteriores a la categoría de cineasta máximo, capaz de abordar todos los géneros con maestría y buen hacer dotando a sus películas de categorías de evaluación que difícilmente encontramos en la actualidad. En El Crepúsculo de los Dioses abandona el cine negro, el drama o la comedia para entrar en la industria donde trabaja y retratar a las “estatuas”, parafraseando el guión de la cinta, que representan las viejas glorias del ya extinto cine mudo.
El subgénero cine dentro de cine encuentra su máxima expresión en esta película, de la que beben posteriores producciones que han osado, de una manera u otra, intentar reflejar el falso hedonismo y la hipocresía con la que se nos vende el panorama hollywoodiense. Nos lanzamos en un viaje por el recuerdo con la gran Gloria Swanson en una película que bien podría servir como un biopic hecho a la medida de aquellos que triunfaron y que no supieron adaptarse a la llegada del revolucionario sistema sonoro, allá por 1928.
Swanson interpreta en la película a una estrella del cine mudo que conserva sus posesiones y riquezas, heredados de una época que le fue fructífera. Sin embargo, los nuevos aires de Hollywood la olvidaron y relegaron a planos inferiores en la escala interpretativa. Como ella, centenares de artistas quedaron en el recuerdo cuando, al articular una sola palabra, su talento se volvía incómodo. El homenaje a los viejos tiempos que realiza Billy Wilder en El Crepúsculo de los Dioses obliga a fijarse en la presencia de rostros como Buster Keaton, Erich Von Stroheim o H. B. Warner. Todos ellos son páginas de los libros de Historia del Cine, aunque de una época que destrozó vidas, carreras y emociones.
Considerada como una de las obras maestras del cine de Billy Wilder, incluye también la interpretación de un William Holden en su plenitud interpretativa. Sin embargo, reconociendo los pecados del que escribe, es un actor que permanece excesivamente impasible en sus escenas. Los golpes de guión en los que se olvida la desdichada figura de Norma Desmond resultan vacíos y casi fuera de contenido. La verdadera relación existe entre Holden y Swanson en cuanto a su condición de “necesitados del cine”. Ambos ansían poder trabajar en la industria, una interpretando y siendo dirigida por los más grandes (inolvidable el cameo de Cecil B. De Mille mientras rueda Sansón y Dalila) mientras que el otro espera que Paramount le ofrezca la oportunidad perfecta para poner en marcha sus magníficos guiones.
El análisis de la crueldad con la que Hollywood se olvidó de sus héroes es aterrador. La locura que imprime Gloria Swanson a su personaje obtiene la mayor prueba de entrega en ese momento final, cuando decide tomar una drástica decisión y, descendiendo la escalera, se da un baño de multitudes utilizando las mismas armas que la encumbraron en su mayor época. Un tiempo en el que las palabras se omitían y la fuerza del discurso gestual era lo más cardinal.
Billy Wilder supo llevar a un reparto plagado de los más enormes egos que han pasado por la gran pantalla. Y lo hizo en su plenitud como director, antes de que llegaran otras de sus obras maestras, ya había destacado en la tragedia de las adicciones, en la reinvención del cine negro y, en esta ocasión, en el cínico homenaje a la industria del cine. Porque el séptimo arte también tiene que recordar de vez en cuando sus orígenes para entender a donde va. Las revoluciones en las salas de cine acarrean consecuencias, muchas de ellas, imparables y extremadamente descontroladas. Vidas destrozadas, ilusiones rotas, tristezas infligidas. Un auténtico crepúsculo hallado en la avenida más tramoyista que existe en Los Ángeles.  

Ciclo Billy Wilder; El Apartamento

Nunca una película supo darnos tantas de cal y tantas de arena. Mi compañero en este blog, Jesús Benabat, ya analizó El Apartamento definiéndola como una de las películas de su vida. Y yo, en este ciclo Billy Wilder donde tantas alegrías estamos encontrando, voy a hacer lo propio.
El Apartamento es todo lo que el cine está llamado a ser. Combinando a la perfección la comedia, el drama, e incluso, la tragedia, Billy Wilder da una auténtica lección de maestría detrás de la cámara y se convierte en un cineasta universal gracias a la tierna y cruel historia de C.C. Baxter, un empleado de una compañía de seguros interpretado de manera sobresaliente por un Jack Lemmon en plenitud.
Un Jack Lemmon cuya mayor virtud fue siempre saber pasar de la comedia al drama sin mover un solo músculo de su cuerpo. La versatilidad de este intérprete sirvió para ilustrar los manuales de la época sobre interpretación. En El Apartamento, se sirve de su propio talento para reflejar en su rostro tanto las situaciones más irrisorias de la película como la ya conocida falta de dignidad de la que hace gala su personaje.
En la función, le acompañan la siempre maravillosa Shirley MacLaine en el papel que los cinéfilos consideramos como el mayor hito de su carrera en el cine y el notable Fred MacMurray, quien ya trabajó con Wilder en otra de sus masterpieces, Perdición. Éste último representa a todos los indeseables y cobardes ejecutivos que huían de su hogar para encontrar simples divertimentos en pobres muchachas rendidas a sus malditos pies. Todos ellos ponen sobre el tapete una de las mejores películas de la Historia del Cine, aquella donde todas las sensaciones que tienen cabida en el ser humano se muestran en su más fría y, a la par, cálida vertiente.
El Apartamento es romántica, cómica, triste, amable, cortante. Esta obra maestra de Billy Wilder nos ofrece la mejor versión sobre nosotros mismos aunque reneguemos de las acciones que lleva a cabo el pobre Baxter. Su dignidad queda por los suelos en cuanto los jefes quieren ir a su apartamento para utilizarlo como, permítame la licencia, “lugar de festejos”. El sacrificio indigno al que se ve esclavizado Lemmon le lleva a convertirse en un directivo de la empresa donde trabaja pero no a costa de su duro trabajo y de las horas extras no reconocidas, sino de los favores que le hace a sus poderosos jefes. Finalmente, en un acto que llevamos esperando todo el metraje, Baxter toma la firme decisión de abandonar el barco por la puerta grande.
El espectador, gracias a las mágicas líneas escritas por Billy Wilder y I.A.L. Diamond, posee una complicidad con Baxter e, incluso habrá quien se sienta identificado con su manera de actuar, bien por amor o bien buscando éxito. El personaje de Shirley MacLaine posee una dulzura pero, a la vez, una crueldad manifiesta. Nos compadecemos de su situación pero más de uno ha caído en las redes de quien no debía por la consabida ceguera que provoca el amor. Baxter y la ascensorista se encuentran al final de la película en uno de esos finales que los cinéfilos siempre tenemos en mente cuando recordamos cuáles son las mejores películas que han pasado por nuestras retinas.
Billy Wilder sabía tratar al espectador con una complicidad que rebasaba los límites de la gran pantalla. En El Apartamento encontramos un estudio fidedigno del comportamiento humano ante términos tan utilizados pero tan desconocidos como son los de dignidad, éxito, amor o fracaso. Nuestra condición de personas nos lleva a necesitar que nos muestren como actuamos en determinadas situaciones. Baxter es un manual en sí mismo, como son todos los personajes hallados en las películas de Billy Wilder. El Apartamento es una película sobresaliente, de aquellas que jamás debemos olvidar y que hoy, con los aires nuevos que sostiene el cine, sigue aleccionado a todo aquel que se acerca a ella sin previo conocimiento.
El uso de elementos narrativos como el del espejo roto simbolizan el pacto de complicidad que llevamos analizando en el cine de Wilder en toda esta semana. Por si fuera poco, el cineasta complementa sus guiones con interpretaciones poderosas de los mejores actores que existían en la época creando una atmósfera de sinceridad como pocas obras han analizado en la Historia del Cine.
El Apartamento es una obra maestra incontestable. La envidia que nace de nuestro fuero interno de haber disfrutado de una película semejante otorga una satisfacción nunca comparada por otra sensación dentro de un cinéfilo. Gracias a El Apartamento, podemos cambiar algunos de nuestros comportamientos y recordar que, pese a la mala uva que reina en nuestra sociedad, siempre podemos cortar la baraja y dejarnos llevar.

Ciclo Billy Wilder; La Vida Privada de Sherlock Holmes

Obra menor del cineasta al que rendimos pleitesía esta semana, esta La Vida Privada de Sherlock Holmes es un fallido acercamiento de Billy Wilder a la personalidad de uno de los héroes más respetados de la literatura universal.
Encontramos, entre las numerosas leyendas que circulan en torno al rodaje de esta película, una explicación a tan fallido experimento que en su día le trajo a Wilder un aluvión de críticas a cual peor que la anterior. El sonoro fracaso que fue esta cinta hizo que este Sherlock fuese considerada como una obra menor dentro de su filmografía, para unos, y la penúltima de sus obras maestras para otros.
Esa explicación a la que hacemos referencia es aquella por la que Wilder, en un ejercicio de confianza hacia el montador de la película y a los productores, sus amigos los hermanos Mirisch, les cedió el control del metraje de esta revisión del mito de Sherlock Holmes. La mutilación a la que se vio sometida esta cinta, inicialmente proyectada para ser vista en unas tres horas, se ha venido dando como explicación canónica al fracaso de esta película. Por si fuera poco, en un momento determinado del rodaje, su protagonista decidió probar que era aquello del suicido. Robert Stephens paralizó la producción durante algunos días debido a un intento de quitarse la vida del que aún hoy desconocemos los verdaderos motivos.
 La primera parte de la película resulta la más fresca, original y adictiva para los amantes del cine de Wilder así como para los cinéfilos iniciados. En ella se pronuncian frases que valen auténtico oro y se lleva al espectador a cuestionarse, casi sacrílegamente, la homosexualidad de Sherlock Holmes así como su condición de toxicómano, con datos precisos de consumo de cocaína “cuando siente avecinar el aburrimiento.” Sin duda, en Gran Bretaña, escuchar estas líneas de texto en la película fue cuanto menos un escándalo. Un director norteamericano se atrevía a profanar el mito de uno de los mitos literarios universales. Sherlock Holmes avanza a lo largo de la película mientras observamos que, detrás de su portentosa capacidad intelectual y deductiva, se esconde un ser humano más que comete el peor error de su vida. Sir Arthur Conan Doyle nos planteó a un personaje ampliamente olvidado de la sociedad, con su propia idiosincrasia y con una relación con un médico con el que incluso llegaba a vivir en el 221B de Baker Street. Jamás planteó lo que Billy Wilder llega a dejar entrever en esta cinta.
Pese a los esfuerzos de Robert Stephens por tejer a un gran Sherlock Holmes, el verdadero bufón de la función acaba por ser Colin Blakely y su insuficiente capacidad para reflejar los complejos del Dr. John Watson al complementarse con su compañero de piso. Billy Wilder escribe un guión que, de no haber sido mutilado en la sala de montaje, hubiese sido una revisión redonda a un mito indestructible como es el de Sherlock Holmes, retratado en la Historia del Cine por nombres como los de Peter Cushing o Christopher Lee, irónicamente retratado en esta película en la figura de Mycroft Holmes.
La Vida Privada de Sherlock Holmes podría haber sido una auténtica obra maestra del cine de intriga con un protagonista de altura sobre un gran mito creado por Conan Doyle. Sin embargo, se nos queda un regusto amargo al contemplar lo que una vez pudo ser y los productores no quisieron, algo que entristeció profundamente a Billy Wilder llegando a abandonar la película en sus últimos coletazos de producción. El surrealismo y la absurdez de su última media hora no deben cegar al espectador escéptico que encuentre en esta cinta una gran revisión del legendario detective que nunca jamás debería ser olvidado por las futuras generaciones de lectores.

Ciclo Billy Wilder; Días Sin Huella

Las películas que versan sobre adicciones siempre se han destacado por sobrellevar sobre sus nombres los sinónimos de polémica. Billy Wilder ganó su primer Oscar al mejor director con Días Sin Huella, una magnífica cinta sobre el sufrimiento que acarrea el alcoholismo en una persona con sus intrínsecas relaciones sociales y su trabajo.
Existen varias películas llamadas canónicas sobre las diferentes adicciones a las que el ser humano se enfrenta en sus momentos de debilidad. Los expertos suelen considerar Días Sin Huella y Días de Vino y Rosas como las dos películas que demuestran el sufrimiento, la ansiedad, la congoja y la preocupación que se derivan de la adicción al alcohol.
En este caso, y con una majestuosa interpretación de Ray Milland, la película ahonda de manera brutal y cortante en la vida de un escritor que esconde por todos los rincones de su casa botellas de whisky con los que saciar sus ansias de alcohol. Contemplamos la mano maestra detrás de la cámara de Wilder en una serie de secuencias brillantes que ilustran, en conjunción con el poderoso rostro de Milland, el estado nervioso de cualquier adicto.
Las adicciones afectan a las relaciones humanas, véase si no las escenas rodadas con Jane Wyman, en las que una entregada mujer intenta vislumbrar más allá de la botella que rodea a su amado mientras él desprecia una y otra vez su compañía. Por otro lado, su trabajo. Él es escritor y, cuando se sienta delante de la máquina de escribir, siente la imperiosa necesidad de coger un vaso y llenarlo antes de redactar cualquier línea de texto.
Los esfuerzos por rescatar del pozo en el que está el personaje de Ray Milland son inútiles. Billy Wilder realiza una de sus primeras obras maestras en consonancia con su colaborador habitual, un Charles Brackett en plenitud de escritura con el que Wilder ganó el Oscar al mejor guión adaptado. Alabada por el público y la crítica durante generaciones, Días Sin Huella debería ser uno de esos tratamientos de choque para aquellas personas que poseen la temible carga de las adicciones. Alabada y premiada por igual, supuso la segunda masterpiece de Wilder tras Perdición y daría el pistoletazo de salida a una época de respeto y adoración por uno de los cineastas más prolíficos que ha dado el Séptimo Arte.

Ciclo Billy Wilder; Bésame, Tonto

Billy Wilder, como ya analizamos en Con Faldas y a lo Loco, está considerado como uno de los maestros de la comedia del Hollywood clásico. Sin embargo, y pese a haber rodado todo tipo de secuencias mágicas para los amantes de su cine, encontramos algunas obras irregulares aunque disfrutables al máximo.
Es el caso de Bésame Tonto, una de esas películas que no han pasado a la Historia del Cine por ser una comedia endiablada pero sí por algunos aspectos que se han considerado como innovadores o, cuanto menos, revolucionarios. En esta ocasión, rodada en 1964, nos presenta una cinta con una sexualidad demasiado latente que, aunque no equiparable a la Lolita de Stanley Kubrick de 1962, conserva elementos que la hicieron ser criticada por sectores conservadores dentro del público y la prensa norteamericanos.
La presencia del conquistador Dean Martin sumado a las inmorales estrategias de Ray Walston para librarse de su mujer así como ese ombligo de Kim Novak que embaucó a miles de hombres hicieron que la película tuviese ciertos problemas en su exhibición y en la distribución incluso de su cartel original. Ahí se veía a Novak con el vestido demasiado levantado y sirviendo bebida en la copa de Dean Martin directamente desde su zapato, en un acto considerado como lujurioso y fetichista.
Pese a ser una comedia muy divertida en su comienzo, la película termina por hacerse algo larga en el tramo final antes de descubrirse todo el pastel en el que los unos terminan por acostarse por los que menos nos podíamos imaginar. Impagables son las secuencias en las que Ray Walston, quien realizó el papel en sustitución de Peter Sellers por su infarto, aparece con una sudadera con el rostro de Beethoven. Quizás, los menos iniciados, consideremos la presencia de Dean Martin como sobrante. Sus escenas son de todo menos destacadas y termina por convertirse en el típico rostro famoso que acompaña la función pese a sus esfuerzos por hacer chistes un tanto verdes.
La mirada hacia la consecución del sueño americano que realiza Billy Wilder en esta película resulta tan irónica, cínica y mordaz como lo son la mayor parte de las obras del director. Experto en reflejar la psicología humana y las relaciones, a veces malignas, entre los seres que pueblan las calles de todas las ciudades en las que se desarrollan sus tramas, Billy Wilder homenajea lo peor del ser humano por conseguir fama, dinero y fortuna a costa de todo aquel que pueda ayudarle y sin pensar en las posibles consecuencias.

Ciclo Billy Wilder; El Gran Carnaval

Alabada crítica contra el llamado “cuarto poder” en la que un omnipresente Kirk Douglas se encarga de que los periodistas quedemos como unos avariciosos y sin escrúpulos personajillos en busca de cualquier excusa para saciar nuestras ansias de poder.
Y no es ninguna mentira lo que cuenta Billy Wilder en esta cinta. Ese bordado que reza “Diga la Verdad” jamás estuvo tan bien ubicado en una escena en toda la Historia del Cine. Billy Wilder, en un ejercicio, quizás, de los menos publicitados de toda su filmografía, realiza un estudio del periodismo en la época que permanece inmutable al paso de los años. Incluso hay quien se atreve a decir que toda la profesión, encarnada en la figura de Douglas, ha empeorado considerablemente con el paso de los años.
El periodismo, o la información, es una ciencia implacable, llena de obsesiones, malas interpretaciones y manipulación. Por mucho que se quiera limpiar su imagen, todas y cada una de las líneas del guión de El Gran Carnaval resumen todo aquello que un periodista ansía para saciar sus ansias económicas y de fama. Del simple hecho de un hombre atrapado en una cueva, un periodista es capaz de sacar decenas de artículos que no tienen absolutamente nada que ver con lo que está sucediendo.
Billy Wilder sabía perfectamente lo que el Periodismo significaba en aquella época. En los años 50, los grandes magnates ya se habían relajado un poco pero en épocas anteriores eran ellos mismos los que, como dice Kirk Douglas en cierto momento del metraje, “si hace falta salgo a la calle y muerdo a un perro.” Todo vale con tal de sacar una noticia  y los profesionales de aquel entonces eran los que controlaban, no solo su poder en la opinión pública, sino todos los entresijos de los lugares en los que trabajan.
El Gran Carnaval es un baile de máscaras. Unas máscaras que alimentan las ansias de curiosidad de unos pocos y enriquecen a otros tantos. El Gran Carnaval es uno de esos bailes de género que tanto gustaban a Billy Wilder y en los que tan bien se defendía. Si ayer hablábamos de su reinvención del cine negro, no debemos olvidar que esta película sirvió de base para las futuras producciones sobre algo tan controvertido como es el uso que hacen los periodistas de las cosas que suceden a su alrededor. El propio Wilder realizó otra destacada película de esta misma temática algunos años después, en Primera Plana, poniendo en el paredón a los periodistas interpretados por Walter Matthau y Jack Lemmon.
Sin embargo, El Gran Carnaval ha aguantado el peso de los años en lo que a temática se refiere. Incluso sabemos que la realidad supera a la ficción. Sin embargo, la excesiva presencia, imponente por otro lado, de un Kirk Douglas demasiado sobrado en su caracterización convierten a la película en un entramado de complejas quejas, reclamaciones y sugerencias contra los medios de comunicación y su abuso de poder con respecto a los menos agraciados.
Una obra maestra del cine de periodistas, debería ser un manual de buenas prácticas para todo aquel estudiante de Periodismo que ansíe trabajar en un medio a las órdenes de algún, con toda probabilidad, tiránico jefe muy distinto al que aparece en la película, hecha por otro lado para el lucimiento del mítico mentón de un Kirk Douglas que nada como pez en el agua.

Ciclo Billy Wilder; Con Faldas y a lo Loco

Los cinéfilos solemos encumbrar como obras maestras diversidad de películas que satisfacen nuestras necesidades en cada género. En este caso, tendemos a considerar Con Faldas y a lo Loco como una de las imprescindibles de la comedia de todos los tiempos. Protagonizada por tres actores de una exquisitez considerable llamados Tony Curtis, Jack Lemmon y Marilyn Monroe, esta película ha pasado a la Historia del Cine como una lección magistral de cómo crear comedias legendarias.
Posiblemente en su mejor estado de forma, Marilyn Monroe triunfó gracias a interpretaciones como las que realizó en esta película donde sabía jugar sus portentosas armas sexuales junto con secuencias inolvidables que demuestran su mejor talento delante de la cámara. Sin embargo, en ocasiones, llegó a hartar a sus propios compañeros de reparto y al incansable director.
Rodada cuando Billy Wilder ya se había hecho uno de los nombres más importantes del Hollywood dorado gracias a sus trabajos en Días Sin Huella, Perdición, Berlín Occidente, El Crepúsculo de los Dioses, El Gran Carnaval o Testigo de Cargo. Había sino nominado cinco veces a los Oscars al mejor director y nueve veces al mejor guión, en ambas categorías. Con Faldas y a lo Loco supuso, no su consagración como director, sino su apoteosis como maestro de ceremonias de las comedias norteamericanas.
Sin duda, lo que todos los cinéfilos recordamos cuando vemos esta película es su impresionante final. Tres palabras que marcan el final de una película donde se refleja el mejor elemento definitorio del cine de Billy Wilder. Su complicidad con el espectador queda de manifiesto en este final en el que un Jack Lemmon travestido confiesa su fechoría ante un inocente anciano terriblemente rendido a sus pies. Uno de los mejores finales de la Historia del Cine para una de esas películas de las que uno se siente orgulloso de haber sido testigo.
Un guión, escrito a medias entre Wilder y uno de sus colaboradores habituales, I.A.L. Diamond, que sirve de bandeja de plata a tres intérpretes que realizan portentosas interpretaciones jamás igualadas. Un Tony Curtis absolutamente entregado a la causa que resulta mucho más atractivo vestido de mujer que en su faceta normal. Un Jack Lemmon cuyas secuencias parlamentando con voz femenina resultan de una comicidad extraordinaria. Y una Marilyn demostrando porqué aun es un mito sexual gracias a cintas como ésta.
Con Faldas y a lo Loco, por si no fuera poco, además de una comedia de enredos es una cinta que analiza los modos de actuar de la Mafia en el contexto de la Ley Seca. Además de hacernos reír, Wilder nos sobrecoge cuando vemos un asesinato brutal contra una pared de ocho personas sin piedad ninguna. El director, como siempre ha hecho, nos da una de cal y otra de arena. Nos ofrece un chiste y nos lo corta en seco para que lo asimilemos antes de ofrecernos algo totalmente nuevo en el mismo metraje. Rodada con un ritmo endiablado, Con Faldas y a lo Loco posee algunas de las secuencias más recordadas de la comedia clásica. Sin duda es una de esas cintas por las que Tony Curtis y Jack Lemmon consideraron su gran suerte por haber estado en el momento oportuno en el lugar adecuado.
Pese a ser considerada una obra maestra de la comedia y, por consiguiente, del cine sólo obtuvo el Oscar al Mejor Vestuario. La cinta cayó en la absurda “norma” de la Academia por la que las comedias pasan a un segundo plano a favor de superproducciones como Ben Hur, que aquel año se coronó con 11 Oscars, convirtiéndose en la película más premiada de la Historia hasta 1997.

Ciclo Billy Wilder; Berlín Occidente

Esta semana se cumplen los diez años de la muerte de uno de los genios más inmortales de la Historia del Cine. En nuestro reportaje especial analizamos su biofilmografía y, a través de una serie de críticas que iremos vertiendo en estos días, homenajearemos a todo un maestro como fue, es y será Billy Wilder.
Comenzamos por Berlín Occidente, película rodada en 1948 y que introduce el dedo en la llaga de aquellos que creyeron en la autenticidad de la misión rescatadora de los países occidentales en una Alemania destrozada por los estragos de la Segunda Guerra Mundial. Billy Wilder, tan solo tres años después de terminar oficialmente la contienda, se atrevió a realizar una película con unas malas pulgas ejemplarmente escrita y magistralmente dirigida.
Las líneas redactadas por Wilder, su colaborador habitual Charles Brackett y por Richard L. Breen poseen una colección de chistes tan sátiros como malvados que reflejan la situación europea y americana al finalizar el conflicto bélico. 

-    “Señores, este es el balcón desde el que Hitler profetizó que su Reich duraría mil años. Sin duda, ese fue su mejor chiste.

Este es uno de los ejemplos más claros de las hirientes líneas a las que Billy Wilder puso imágenes en esta inmortal película que resume a la perfección los mejores elementos del cine del director germano. Protagonizada por Marlene Dietrich, quien a gusto del que escribe realiza una de sus mejores interpretaciones, obtiene la réplica perfecta del inimitable John Lund y de una exquisita Jean Arthur.
La sátira, la ironía, el sarcasmo y la mala uva son elementos primordiales de las comedias de Billy Wilder, que aún siendo clásicas, parecen rodadas hoy en día y permanecen imperecederas al paso del tiempo. Nadie ha sido capaz de reírse de una delegación de congresistas americanos como lo hace el director en las secuencias iniciales de la película, mientras vemos el consistente engaño al que han sido sometidos para acudir a la Alemania post-conflicto.
Billy Wilder no ha sido jamás considerado como un director que brilló por su excelencia en la dirección sino por la capacidad que tuvo de redactar unos guiones mordaces que ironizaban cínicamente sobre cualquier ser humano en movimiento y sobre las situaciones que le rodeaban dotando a estas películas de un carácter natural y nada adulterado. Los personajes se ofrecen tal como son, sin virguerías narrativas que alejen al espectador de lo que está viendo en la gran pantalla.
Quizás la magia del cine de Wilder se base precisamente en lo que se saca en conclusión tras ver Berlín Occidente. La complicidad con la que siempre trató al espectador lo ha hecho un director que generaciones de cinéfilos han admirado a lo largo de las décadas. Cuando realizó esta sátira bélica ya había triunfado con dos obras de un carácter magistral como son Perdición y Días Sin Huella. Y es que, si algo ha caracterizado a Billy Wilder, ha sido su gran capacidad versátil y su profundo conocimiento de las virtudes y defectos de todos los géneros cinematográficos. Un año rodaba una magistral cinta de cine negro y al mes siguiente ya estaba preparando una comedia romántica con dos o tres actores de altura.

Películas Para Dos Vidas; Perdición

Billy Wilder, en una de sus muchas vertientes como director, nos mostró la genialidad de la simpleza con la que se puede reinventar un género. Nada de tramas enrevesadas ni exceso de personajes ni situaciones que rozan la falta de entendimiento. Perdición es el ejemplo perfecto de que un buen guión construye una obra maestra como pocas hemos vuelto a ver en la Historia del Cine.
No podemos comenzar esta reseña sin definir uno de esos elementos que caracterizaron al cine negro. La utilización de la llamada “mujer fatal”, representada y definida por la cinematografía gracias a la interpretación de Barbara Stanwyck en esta obra maestra de Wilder. Sin duda, es el emblema de todas aquellas féminas que llevaron a la perdición, nunca mejor dicho, al protagonista en esos ambientes oscuros, lúgubres e inhóspitos.
Gracias a Fred MacMurray y su impactante interpretación supimos que “el asesinato olía a madreselva.” Él es el que lleva todo el peso de una trama que termina por convencernos de que estamos asistiendo a una película de locos con un final de locos, parafraseando algunas de las líneas escritas a dúo entre el propio Wilder y el escritor Raymond Chandler, uno de los imprescindibles de la novela negra.
Perdición reúne a su vez los elementos que caracterizaron el cine de Billy Wilder. Observamos la utilización de la voz en off incluso en los momentos en que, al igual que el propio protagonista, escuchamos una explicación dada por el gran y eterno Edward G. Robinson. Por si fuera poco, en una costumbre que le granjeó algunas malas críticas por parte de los puristas, Billy Wilder decidió narrar la trama en forma de flashback, es decir, comenzando por el principio para ir desvelando minuto a minuto el porqué se llegó hasta el punto final del metraje, ahí donde el espectador cae absolutamente rendido ante la maestría de un cineasta irrepetible en la que es considerada su segunda gran película tras Días Sin Huella.
Normalmente, tendemos a valorar la calidad de las interpretaciones del o los protagonistas. Sin embargo, cuando tenemos la presencia de todo un gigante como Edward G. Robinson, hemos de hacer un paréntesis para referirnos a la calidad de la terna de intérpretes que le hacen la réplica a Wilder delante de la cámara. Rodada con brío y con un ritmo con el que escasas producciones de la época lo hicieron, Perdición es hoy una de las obras inmortales de los últimos años del cine negro y una de esas películas que todos los cinéfilos rescatan al oir hablar de Wilder.

Crítica Luces Rojas: Ser o Parecer

8/10
El cine es quizás la disciplina artística que más se asemeja al ilusionismo, a ese virtuoso juego de luces y sombras donde las apariencias y lo real se confunden en una amalgama inextricable, donde nuestros sentidos se conjuran para sembrar la confusión más absoluta. Cada película es, de este modo, un ejercicio de magia en las manos de un hábil malabarista de imágenes que se vale del engaño y la visión sesgada de la acción para fascinar a un público incitado a creer. El problema surge cuando ese espectador crédulo consigue vislumbrar los trucos del presdigitador desvelando la futilidad del espectáculo. En ese sentido, el thriller paranormal o 'psicológico' es un subgénero tendente a las trampas, a los giros de guión efectistas e inverosímiles, a resguardarse en la acción sin descanso y en un clima de suspense artificial.
Rodrigo Cortés parece haberse estudiado en profundidad todos estos errores consustanciales al género con el objeto de no reproducirlos en su esperado tercer largometraje. Y lo cierto es que lo ha conseguido. Luces Rojas utiliza parte de los recursos del thriller de suspense pero los somete a una reinterpretación crítica y eficaz para componer una obra seria, sólida y trepidante en la que juega precisamente con ese ilusionismo donde el deseo de creer en algo obnubila a la propia razón. Psíquicos, curanderos, predicadores o vendedores profesionales de humo que acrecientan su fama al calor de los focos de los teatros son los auténticos protagonistas tras los que acechan una particular pareja de 'cazamitos' amparados bajo la bandera irrenunciable de la incredulidad y el rigor científico, en una trama en la que se van desmontando uno a uno los grandilocuentes montajes de charlatanes sin escrúpulos e iluminados sin parangón. Todo ello hasta que entra en escena Simon Silver, un afamado psíquico ciego retirado desde hace treinta años que planea su fulgurante regreso entre una espesa nube de expectación y acontecimientos extraños.
La dicotomía entre el ser y el parecer es una presencia latente a lo largo de la película que suscita una sensación permanente de irrealidad, como si la posición inicial de escepticismo se fuese desvaneciendo progresivamente hasta sembrar la duda acerca del origen de una serie de hechos paranormales sin explicación aparente. La película camina con inusitada temeridad en el filo de la navaja, consciente de que el más mínimo paso en falso puede suponer todo un descalabro. Sin embargo, la mano firme de Rodrigo Cortes tras las cámaras (y de forma especial en la sala de montaje) mantiene el pulso hasta el final, con giro radical de guión incluido, desvelando las luces rojas que siempre estuvieron ahí, justo delante de nosotros, en un fascinante juego de percepciones desplegado por su director.
Catalogar Luces Rojas como un thriller psicológico más sería caer en un inmenso error. De hecho, podriamos concluir que se trata de una película a través de la cual se intentan desmontar buena parte de los trucos de los que se vale de forma habitual el género, especialmente en lo que a producción estadounidense se refiere, a partir de un inteligente guión en el que se describen y refutan cada uno de ellos, confeccionado por una mente de una lucidez admirable. Ya muchos hablan incluso del Christopher Nolan español, una comparación quizás demasiado apresurada, y no precisamente porque Cortés nos parezca de una calidad menor, sino más bien porque los estilos no son del todo asimilables. La clave está en que el realizador español posee el carácter suficiente para ser uno de los grandes del cine mundial, por lo que cada nuevo proyecto será esperado, al menos por mi parte,  con total expectación.
Con Luces Rojas sólo ha hecho confirmar un inicio brillante con Concursante y Buried. Y además lo ha hecho de la mano de un reparto internacional en el que sobresale de forma especial Sigourney Weaver, una actriz con una presencia abrumadora que se calza su papel de investigadora con una asombrosa soltura. A ella la acompañan el siempre perturbador Cillian Murphy, Robert De Niro, a quien el paso de los años no le resta ni un ápice de solvencia y vigor, Toby Jones, Elizabeth Olsen o Leonardo Sbaraglia en una pequeña pero memorable intervención.
Suspense, acción, golpes de efecto, una banda sonora inquietante, un montaje sencillamente perfecto, interpretaciones precisas, un final con sorpresa y ciertas dosis de hechos paranormales, son las credenciales de una excelente película de género bajo la batuta de un realizador excepcional. Luces Rojas es ya hoy una de las películas del 2012.

Crítica Mi Semana Con Marilyn; Monroe y Olivier

6/10

Los biopics son terrenos pantanosos donde muchos cineastas triunfan o son vilipendiados hasta extremos fuera de lo común. El debutante Simon Curtis realiza una briosa película sin aparente coherencia rítmica que resulta agradable al espectador por lo inocente y ligero de su propuesta.
Con la premisa del rodaje de El Príncipe y la Corista, protagonizada por Laurence Olivier y Marilyn Monroe, Curtis rescata a Kenneth Branagh para un formidable papel que bien le ha valido una nominación al mejor actor de reparto. Su recreación de la complicada personalidad del gran intérprete inglés resulta más que notable confeccionando uno de los mejores papeles del metraje. Sin embargo, y como contrapunto a priori perfecto, encontramos a una Michelle Williams que se deja la piel en el intento de emular a un mito sexual de los años 50. Pero he de reconocer que soy uno de esos escépticos que no consiguen creerse su recreación en la película.
Williams es una gran actriz, una de las jóvenes promesas de las que Hollywood debe tener presente en los próximos años de Historia del Cine. Sus interpretaciones en, por ejemplo, Brokeback Mountain o Blue Valentine la han catapultado a convertirse en una intérprete de una calidad y un potencial extraordinarios. Sin embargo, emular a Marilyn Monroe era una tarea compleja que nadie debería haber escogido jamás. Michelle Williams no guarda ningún parecido, ni tan siquiera lejano, a la diva aunque, para hacer la debida justicia, he de afirmar que el intento de Williams es ampliamente destacable tanto en el aspecto físico como, sobre todo, en el psicológico. Con este papel, la actriz amplia su registro interpretativo y se catapulta a un puesto en el estrellato de la industria cinematográfica estadounidense.
Lo que sí queda de manifiesto es aquello de lo que numerosos actores y directores se quejaron cuando trabajaban con Marilyn. Su inutilidad para memorizar los guiones y sus continuas poses perfectas hartaron a cineastas como Billy Wilder y enfurecieron a intérpretes como Tony Curtis o el propio Laurence Olivier. La importante presencia que tenía Marilyn Monroe en la gran pantalla, las fotografías o las premieres se quedaba vacía cuando pisaba un plató y debía memorizar las líneas de sus papales, casi siempre protagonistas.
Simon Curtis utiliza el viejo recurso del “cine dentro de cine” para contar una trama que se centra en un joven asistente de dirección que es testigo de aquello de lo que todos los aficionados al cine queremos ver alguna vez en nuestras vidas. Las tensiones en un rodaje, las lecturas de guión, la intrahistoria del cine es casi más importante que la propia película y ahí es donde radica la magia de Mi Semana Con Marilyn. Un guión, basado en el libro escrito por el propio protagonista de la película, Colin Clark, rescata una época del cine en la que las estrellas del celuloide brillaban con luz propia indiferentemente de los problemas internos detrás de las cámaras, algo de lo que en la actualidad estamos harto enterados.
Mi Semana Con Marilyn es una interesante película, poco apasionante si se contempla desde el punto de vista de la acción y el ritmo pero un buen documento para conocer algo más a dos auténticas estrellas de la época dorada del cine. Olivier y Monroe. Monroe y Olivier. Dos personalidades con trayectorias diferentes que juntaron sus destinos tal y como refleja esta interesante película.