Clásicos de Autor; Sueños de Akira Kurosawa

La devenir vital del ser humano en ocho cuadros
 
El sol brilla a través de la lluvia
A pesar de la luz irradiada por el sol, magnífico y ubicuo a lo largo de la narración, las primeras gotas de una lluvia neblinosa comienzan a repiquetear contra el frío suelo de la escena. Un niño contempla la imagen bajo la protección de un tejado, al tiempo que una mujer lo advierte apresuradamente de las consecuencias que aquella tormenta puede hacer derivar. Los zorros saldrían en procesión por el bosque. El niño no debe ir. El niño, inmune a las advertencias de la mujer, se dirige al bosque. Camina entre árboles de robustos y majestuosos troncos, cuya altura se pierde en el borde superior del marco de la imagen. El niño, amparado por el espesor de uno de los troncos, asiste, excitado y curioso, a la procesión que los zorros, tras su aparición desde la niebla, están llevando a cabo. Avanzan silenciosos, sigilosos, al son de la música. Sin previo aviso, el chico es sorprendido e inicia su huida. Se ha percatado de un hecho capital, él no debería de estar allí, por ello se apresura a volver a su hogar, sin embargo, en el dintel de la puerta donde anteriormente el mismo niño se había resguardado de la lluvia, espera pacientemente la mujer. Le recrimina su osadía y le comunica su castigo: no volverá a la casa hasta que no sea perdonado por los zorros. El niño inicia su destierro, su camino hacia la redención, más concretamente hacia la casa de los zorros, oculta bajo el arco iris y flanqueada por altas montañas
La huerta de los melocotoneros
Todo nace de una ilusión, de una creencia, de una fantasía quizás. Un niño (de nuevo la figura de una persona en el inicio de su vida) cree que en la habitación se encuentran seis niña cuando en realidad sólo hay cinco. A partir de este momento comienza la persecución del sueño, de la niña que se escapa irremediablemente ante su atónita mirada, de la mujer quimérica. El amor puede erigirse como el más egregio componente de nuestro camino. El niño apresura su paso a través de la niebla hasta toparse con unos extraños personajes, espíritus encolerizados de los melocotoneros talados por la mismísima familia del niño. Sólo queda una nimia esperanza, apenas una pequeñísima rama de un melocotonero caído, símbolo de su anhelo. La devastación aun dispone de una salida hacia un mundo mejor.
La ventisca
El camino es difícil. Muchos se han atrevido a aventurar que en el camino se encuentra la verdadera felicidad pues en muchas ocasiones el camino no posee un final bien definido. En este caso, los montañeros persiguen un fin, un lugar que les reportará la calma y la protección necesaria para continuar viviendo. La relación que mantienen con el entorno es beligerante, como si de una encarnizada batalla se tratase. La niebla, la nieve, el viento, la oscuridad, todos los elementos se combinan para dificultar la ascensión de los intrépidos viajeros que, sin discernir si quiera la delimitación del camino, son conscientes de que deben continuar luchando contra las adversidades.
El túnel
Un viajero  camina por un camino ascendente a cuyas espaldas se abre un paisaje de montañas en pleno proceso de deshielo. Ante sí nace la boca de un oscuro túnel. Cierto sobrecogimiento perturba al hombre, sentimiento acentuado por el sonido de unos ladridos procedentes de la penumbra. Un perro con ciertas tonalidades rojas hace su aparición entre fieros gruñidos. El guardián inspecciona y acecha. Finalmente, el viajero es expulsado de las fauces del orificio perforado en la roca. Sin embargo, algo le hace detenerse, el sonido de unos pasos constantes y regulares, se diría que militares. Al instante emerge de la oscuridad un soldado con gafas oscuras, tan oscuras que podían llegar a ser opacas. Sus disciplinadas piernas se detienen ante su antiguo comandante, perplejo por la visión de su antiguo soldado. Posteriormente, llega el regimiento al completo, aquel regimiento que murió a sus órdenes mientras él era comandante, aquel mismo que había sido aniquilado al completo. El comandante, una vez más los envía, a sus soldados, a la oscuridad, al interior del túnel. Continuará su marcha, pero con el túnel persiguiendo sus talones, con el fiero guardián resoplando sobre su cuello.
Cuervos
Un museo. Cuadros de Vincent Van Gogh. Un observador. El sol.
La contemplación del sol, del arte puede llegar a iluminarnos. Nuestro viajero se detiene en Los Girasoles, en La Noche Estrellada, en Los Cuervos y en el Hombre, en el artista. Necesita conocerlo.
Monte Fuji en rojo
La oscuridad se extiende desde la parte superior de la montaña Fuji, donde las explosiones de fuego y gas se confunden con el rojo carmesí de un cielo embravecido. Las personas huyen despavoridas sin dirección establecida, movidas simplemente por el sentimiento de terror.
El enorme avance de la sociedad humana, postrada en la confortabilidad de una nueva vida de lujo y facilidad, se quiebra ante el desastre nuclear. Un error humano, o quizás una sobrecarga del sistema. El resultado, al fin y al cabo es el mismo, un particular descenso hacia el infierno.
La tierra de los demonios
La tierra luce devastada. Parece desierta, carente de vida. Únicamente una persona, un viajero, queda con vida para ser testigo del fin de la madre natura. Todo ha sido dominado por la oscuridad. El infierno ha vencido. El viajero asiste despavorido a una escena tormentosa, una imagen que revela la perversión absoluta de una especie caída en desgracia, incapaz de morir, condenada a la mísera vida del infierno.
El viajero corre, huye raudo colina abajo, en su descenso infinito, hasta la consecuencia última de nuestra ineptitud... ¿Hay lugar para la esperanza?
El pueblo  de los molinos de agua
Un viajero llega a un lugar idílico a través de un puente que cruza las aguas mansas y cristalinas de un río infinito, suspendido en el tiempo. En los márgenes, se inscriben molinos de viento que retoman una y otra vez el agua que fluye por el cauce. Todo parece un devenir constante.
El viajero pronto encuentra compañía; un venerable anciano que trabaja laboriosamente sentado en el verde suelo. Una lección magistral acerca de la vida comienza: el ser humano y la naturaleza, realidades creadas a la par aunque distanciadas con el paso de los siglos, luchan dialécticamente por la emancipación; la madre natura, vilipendiada por la especie humana, agoniza en sus últimos estertores; el ser humano, se desliga irremisiblemente de todo aquello que en un día fue su origen en pos de una realidad difusa y virtual que desprende del hombre todo resquicio de su misma naturaleza (pues en ni siquiera el nombre se diferencian).

Series de Televisión; Spartacus: Sangre y Arena

3/10

Se que muchos me echarán a los leones por lo que se dispone a leer en esta crítica a continuación. Lo se porque ya me ha pasado y tengo asumido que forma parte del espectro de opiniones que existe alrededor de una serie o película, algunas buenas, otras no tan buenas y algunas pésimas.
La mía sobre esta serie, Spartacus: Sangre y Arena, es de las pésimas. Me bastó el primer capítulo de la primera temporada para darme cuenta de que esta serie no es lo que yo esperaba. Me la anunciaron casi como una continuación de aquella maravillosa serie titulada Roma entremezclada con el montaje sensacional que Zack Snyder tejió para 300. Todos los adjetivos gloriosos se quedaban cortos.
La diferencia es que Snyder, además de sorprendernos con unos efectos especiales realmente novedosos y brillantes, supo captar el espíritu de la época y plasmar a nuestra tecnología y realidad una apasionante historia acerca de trescientos espartanos y su lucha contra el poderoso imperio persa. Si a eso unimos a un Gerald Butler en estado de gracia, tenemos un buen y delicioso cóctel. 
En Spartacus: Sangre y Arena el guión, además de ser uno de los peor construidos de la historia reciente de la televisión, sacrifica la historia en favor de continuas escenas de violencia sin sentido y de sexo explícito que no vienen a cuento. Lo que de verdad resulta sangrante son los saltos temporales donde un soldado aparece, de buenas a primeras, en casa con su amada esposa y en la escena inmediatamente anterior, está con el resto de su guarnición repeliendo un ataque romano en la otra punta de la Europa imperial. Aquí, uno comienza a darse cuenta de que la historia no tiene ni pies ni cabeza y la construcción del metraje parece hecha por algún primo del creador, un adolescente sediento de sangre y sexo.
El montaje es fastidioso. Molesta mucho ver cortes y fundidos sin ton ni son en una serie supuestamente histórica, que debe cuidar un poco el tratamiento del montaje. No es que sea un puritano, pero es lo menos que se debe hacer. Espartaco es una serie informatizada donde los croma-key (pantallas verdes, para los no-iniciados) son la nota dominante. Una serie a la que se le ve el truco desde el primer capítulo y que no aporta nada a la ya consagrada calidad que tiene la televisión norteamericana en materia de series.
Diálogos impropios de una época con palabras como bastard, bitches y lo peor, una frase harto repetida en la serie (con perdón): "por la polla de Júpiter". Escenas de sexo, mujeres desnudas, un asombroso despliegue de pechos, penes, vaginas y toda suerte de aparatos reproductores masculinos y femeninos. Litros y litros de sangre que se derrochan al cortar un cuello. La sangre ni siquiera salpica a la pantalla, se queda lejana. 
Ya lo advierto. Las comparaciones son odiosas. Gladiator, 300 y Roma son tres obras fílmicas independientes de las que esta serie coge ideas. El nivel es bajo y cualquier parecido con la realidad es pura ficción. Lo peor no es eso. Lo peor es que haya habido gente que ha hecho circular el rumor de que esta serie la ha producido HBO, el palacio de la calidad televisiva, cuando es algo totalmente falso y hasta doloroso para los amantes de la buena televisión.
También nos venden la serie como la historia de aquel famoso esclavo que fue apresado y pasó a convertirse en un guerrero que luchó contra la tiranía del Imperio Romano. Si de verdad, quiere conocer la historia le recomiendo que no pierda el tiempo viendo esta serie y se acerque a la obra que hizo Stanley Kubrick en 1963 llamada Espartaco, donde Kirk Douglas, Laurence Olivier, Tony Curtis, Peter Ustinov y Jean Simmons sí hacen las delicias de cualquier aficionado al cine de verdad.
Como siempre, estaré encantado de que me hagan cualquier tipo de comentario a esta crítica. Pero, por favor, absténgase de insultarme. He tenido bastante con los improperios de la serie. Y recuerde que mi opinión es tan respetable como la suya. 
Muchas gracias.

Fallece Elizabeth Taylor, los ojos más apasionados de la Historia del Cine

Ha muerto una de las grandes damas del cine. Ha fallecido una de las mejores actrices que vio nacer la época dorada del cine. Ha fallecido Elizabeth Taylor. Es de obligado cumplimiento el hacerle un homenaje a tantos años de carrera y excelsas interpretaciones de una actriz inimitable.
Parece que cuando muere alguien todo el mundo está obligado moralmente a hablar bien de aquel que ha sucumbido ante el inesquivo letargo eterno. Sin embargo, cuando fallece un intérprete con una vida y una carrera profesional tan agitada como la de Elizabeth Taylor merece la pena detenerse ante muchos aspectos de su trayectoria para poder rendirle un sentido y respetuoso homenaje.
Taylor consiguió entrar en el Olimpo de Hollywood al ganar dos Oscar, el primero de ellos en 1960 por Una Mujer Marcada y en segunda ocasión en 1966 por la fantástica ¿Quién Teme a Virginia Woolf? Por si fuera poco, estuvo nominada en otras tres ocasiones por interpretaciones tan sublimes como las que nos regaló en El Árbol de la Vida, junto al eterno Montgomery Clift; La Gata Sobre el Tejado de Zinc, en la que compuso una de las más inmortales parejas del cine junto al gran Paul Newman y por De Repente El Último Verano, donde trabajó nada menos que con Katharine Hepburn y repitió con Clift.
En su adolescencia ya daba muestras de que estábamos ante todo un descubrimiento. Sus interpretaciones en El Padre de la Novia o Ivanhoe le abrieron las puertas al estrellato y comenzó a recibir guiones y libretos donde tuvo para elegir. Elizabeth Taylor fue una mujer con una belleza extraña, felina, con una mirada violeta que enamoraba a compañeros de escena, técnicos y espectadores de todas las clases sociales y condiciones.
Nació el 27 de febrero de 1932 y durante toda su vida se caracterizó por, a pesar de su belleza, tener una salud muy deficitaria. Fue intervenida quirúrgicamente en una veintena de ocasiones incluyendo un tumor al que consiguió derrotar tras una dura lucha que la obligó a retirarse durante algunos años de cualquier atisbo de vida pública.
En todas sus películas demostró una gran profesionalidad hasta que fue haciéndose un hueco entre las estrellas más rutilantes de Hollywood y comenzó a perder ese aura en perjuicio suyo ocasionando incluso los miedos de quiebra de productoras tan importantes como 20th Century Fox y la locura de un realizador tan equilibrado como Joseph L. Mankiewicz en una mítica producción titulada Cleopatra que tantos dolores de cabeza trajo y la cual el tiempo ha situado en su justo lugar en la Historia del Cine.
Uno de los aspectos más conocidos de la vida de Elizabeth Taylor es su propensión a los matrimonios. Siete maridos para ocho matrimonios en toda su dilatada vida amorosa. Pero sin dura, el amor tan sobrenaturalmente pasional que vivió por uno de mis más admirados actores, Richard Burton, la llevó a la más absoluta locura. Fiestas, borracheras, palizas, besos, caricias, películas y sobre todo, la Perla Peregrina, una de las historias más apasionantes que pueden llegar a nuestros oídos.
La Perla Peregrina es una perla considerada una de las joyas más valiosas de la trayectoria histórica de Europa. Estuvo en manos del rey Felipe II y fue parte de la amplia colección de joyas formantes de la Corona de España. Sufrió pérdidas e incluso un robo por parte del depuesto rey José Bonaparte, hermanísimo del emperador francés. Sin embargo, con el paso de los años, esa misma joya acabó en una casa de subastas donde fue tasada y puesta a la venta en 1969.
La Casa Real Española intentó por todos los medios torpedear esta salida a subasta alegando que la Perla Peregrina era falsa. Cantidades de dinero ingentes fueron ofrecidas por esta joya. La mayor cantidad ofertada fue de 20.000 dólares por Alfonso de Borbón Dampierre. Hasta que llegó el actor galés Richard Burton y la adquirió por 37.000 dólares regalándosela a su entonces esposa construyendo toda una legendaria historia que engrandecería aún más la vida de Elizabeth Taylor.

Gigante, Mujercitas, El Padre es Abuelo, La Última Vez que Ví París y Hotel Internacional son algunas de las películas en las que participó esta ya inmortal actriz que ha fallecido esta misma mañana en el mismo hospital donde llevaba internada dos meses por complicaciones con su osteoporosis y donde vio su última gala de los Oscar.
Durante toda su vida fue amiga de sus amigos y casi siempre unas amistades con muchos problemas de todo tipo. La muerte de Montgomery Clift fue un duro varapalo para ella puesto que la fragilidad psicológica del que fue su compañero de reparto en varias películas fue motivo de muchas preocupaciones. El fallecimiento de su gran amigo Rock Hudson a causa del SIDA la mantuvo al frente de numerosas campañas sociales en la lucha contra esta terrible enfermedad.
Gracias a su compromiso con la sociedad fue nombrada Dama del Imperio Británico por la reina Isabel II de Inglaterra y galardonada con el Príncipe de Asturias de la Concordia en 1992. Su última aparición pública fue en el funeral de otro de sus grandes amigos, el cantante Michael Jackson, el cual falleció hace ya dos años, en julio de 2009.
Ha muerto Elizabeth Taylor. Se ha cerrado una época en la Historia del Cine. La muerte de Paul Newman, Tony Curtis y la propia Taylor nos han afectado sobremanera a todos los amantes del cine clásico. Ha fallecido una de las grandes damas y actrices que jamás tendremos ocasión de ver en la gran pantalla. La muerte nos ha arrebatado esa mirada violeta que tanto nos ha enamorado durante setenta años de carrera.
Descanse en paz, Elizabeth Taylor.

Crítica Nunca me abandones; Un ejercicio de estilo sin vida

 5/10
Antes de comenzar a ver la nueva película de Marek Romanek, quien ya dirigió la apreciable Retratos de una obsesión con un Robin Williams perverso y perturbador, el ingenuo espectador debe percatarse de una serie de cuestiones previas cuanto menos singulares; nos enfrentamos a una adaptación cinematográfica de la novela del escritor japonés Kazuo Ishiguro (también inspirador de la cinta de James Ivory Lo que queda del día) ambientada en los años 60 y con un insólito triángulo amoroso como eje central en el que se infiltran tintes de ciencia ficción ciertamente desconcertantes relacionados con la ingeniería genética y un hipotético 'cultivo' de personas concebidas y educadas con el único objeto de ser donantes hasta que su cuerpo resista.
Nunca me abandones nos traslada a un internado en el que conviven cientos de niños a los que se les niega el conocimiento de todo aquello que se encuentra al otro lado de la valla en la que están confinados. Se trata de un universo finito, con unas fronteras claramente delimitadas y vertebrado en torno a la implacable disciplina de su directora. Un campo de reclutamiento, al fin, del que progresivamente vamos descubriendo su verdad oculta y el auténtico sentido de su existencia. Todos esos niños no son más que máquinas humanas, clones desgajados de sus originales para servir a una sociedad de la que jamás se sentirán parte, condenados a un destino cruel e inaplazable que conducirán sus pasos hasta ese preciso instante en el que, tras tres o cuatro donaciones, sus cuerpos dejen de ser útiles para el cometido por el cual fueron creados.
No obstante, el amor es un sentimiento que puede brotar incluso entre los parajes más áridos e inclementes. Y así les ocurrió a Kathy, Tommy y Ruth, tres chicos que crecieron juntos en un ambiente opresivo, carente de cualquier tipo de aliciente, condenados a un trabajo rutinario en granjas apartadas de la civilización, para que, una vez franqueada la mayoría de edad, sus cuerpos fueran utilizados para un mayor fin. Pero sus corazones se aferraban a una fingida realidad con la misma temeridad que un amante prendido de un amor imposible. El tiempo transcurre de forma inexorable, sus caminos se bifurcan para unirse de nuevo en una desgarrada oda a la vida, al anhelo de vivir a pesar de aquello inculcado desde la infancia.
Es una lástima que la película, más allá de lo misterioso de su trama argumental, esta filmada con excesiva frialdad, conformando una atmósfera cargante, anodina y exenta de todo artificio que mantenga el interés del espectador. Todo aquí adquiere una tonalidad gris macilenta, sin vida, como una flor que se marchita paso a paso. De poco valen las rotundas interpretaciones de sus protagonistas, especialmente la de la talentosa Carey Mulligan que, si bien ya despuntó el pasado año con An Education, aquí se reafirma como una actriz a seguir con una portentosa capacidad para el drama. Por otro lado el joven Andrew Garfield, en un registro antitético del desarrollado en La red social, también aporta cierta verosimilitud a su personaje, aunque este en sí esté totalmente desquiciado; mientras que la ya consolidada Keira Knightley queda en un evidente segundo plano dando vida a Ruth, una protagonista de perfil bajo y sin demasiado peso.
Marek Romanek pretende con Nunca me abandones componer una película de culto de evidentes ínfulas autores en la que juega con la originalidad de su referente literario, pero fracasa estrepitosamente al ser incapaz de aportar el más mínimo ápice de ritmo o propiciar cierta empatía con el público. La película aburre y se olvida rápidamente. Una lástima que historias tan interesantes como esta se vean abocadas a una muerte prematura, como la de sus desgraciados personajes.

Series de Televisión; Downton Abbey, la joya de la corona británica

                      8/10                 
Es curiosa la fascinación que causa la pompa y el boato de los dramas conspiratorios de la aristocracia decimonónica entre un público que guarda ya escasas similitudes con la mentalidad y el entorno de estos curiosos personajes arraigados a su tiempo histórico. Probablemente sea el decadente mundo subyacente hibernado entre el oropel y el deslumbrante poder de las apariencias; o la vacilante linde que rige los inciertos terrenos de la grave rectitud y el transgresor nihilismo más insospechado; o quizás el acérrimo inmovilismo de una clase social abocada al precipicio como una crónica anunciada de su propio cataclismo, los que hacen de la amanerada conducta de la nobleza un producto de consumo digno de aprecio y seguimiento entre las nuevas generaciones.
En este sentido, nadie como los británicos han sabido ensalzar las miserias y bondades de la aristocracia conjugando su poder de seducción con el implacable retrato de su fingido pundonor. No en vano, ha sido su propio devenir histórico el encargado de modelar una suerte de icono basado en la dignidad y caballerosidad de su clase, que tradicionalmente se ha opuesto a los excesos grandilocuentes y extravagantes de sus vecinos franceses y españoles o la ruda austeridad de los centroeuropeos. Hablamos de esa característica flema británica, esa distante traza de superioridad que abarca desde el terreno político hasta la herencia cultural heredada a través de los siglos con la asumida certeza de ser los pioneros en crear conceptos tan abstractos como el liberalismo o el teatro. Más allá de ser todas ellas cuestiones al menos objetables, no vamos aquí a negar que se trata de una cultura admirable, repleta de matices, tan profusa en atributos como en lacras; un submundo, en fin, de códigos y lealtades apasionantes que es un verdadero placer ver desgranado en sucesivos episodios en la pequeña pantalla.
Downton Abbey es una obra maestra que corrobora lo que podríamos catalogar como la edad dorada de la televisión. Si bien es cierto que la producción de ficción televisiva estadounidense ha centrado buena parte de la atención de la crítica y el público internacional con series de inestimable valor artístico, no se debe obviar los exigentes patrones cualitativos autoimpuestos por los creadores británicos, especialmente por los responsables de la cadena pública BBC, con trabajos como Sherlock, Luther, Being Human, Doctor Who o Gavin & Stacey. La competencia no ha tardado, pues, en comprender la necesidad de, en lugar de descender al fango del sensacionalismo, apostar por una televisión de calidad; el Canal 4 sorprendió hace dos años con Misfits e ITV arriesgó esta pasada temporada con Downton Abbey, una seria con un coste neto de un millón de euros por episodio, que ha sido recompensada con el favor de crítica y público, hecho que le ha valido la renovación para la esperada segunda temporada, actualmente en proceso de producción.
Es una obviedad que de méritos no adolece. La serie creada por Julian Fellowes cuenta con la clara referencia televisiva de Arriba y Abajo (1971-1975) y evidentes similitudes con la fantástica película de Robert Altman (y escrita por el propio Fellowes) Gosford Park; con las que, además, comparte el minucioso retrato de las relaciones humanas entabladas en un entorno cerrado y estratificado, en este caso la la mansión señorial de los Grantham. Es precisamente esa atmósfera de cierta clausura donde la comunicación exterior es muy limitada la que propicia que los sentimientos recíprocos se intensifiquen, cobren una especial dimensión en cuanto determinan directamente las relaciones entre los personajes. Envidias, ambiciones, amores soterrados, conspiraciones, el honor como máxima indiscutible y lealtades insobornables se dan cita en un microcosmos sobre el comportamiento humano en una época ya superada de la que, sin embargo, perviven muchos de sus equívocos.
Todo se nos antoja como una función de teatro en la que representar mediante máscaras unos roles adquiridos por la tradición y la coyuntura concreta de los acontecimientos. Este espectáculo dramático de tintes rocambolescos se inicia con la contrariedad de una muerte inesperada que puede desencadenar una crisis sucesoria en todo regla, además de introducir un elemento extraño y exótico dentro de la rutina ambiental de Downton Abbey. Desde el conflicto, el cual coincide con el hundimiento del Titanic,  la trama se desarrolla con un ritmo sosegado, desplegando sus claves en un primer acto brillante en el que seguimos por los vericuetos de la abadía a los personajes en sus quehaceres diarios, ya sean estos limpiar una chimenea, preparar el desayuno, planchar las hojas del periódico o dedicarse a la extenuante vida contemplativa de una joven aristócrata. Cada uno de ellos cuenta con su particular libreto que respetar tal y como lo requiere su interpretación; desde el mayordomo severo y algo cotilla, hasta la joven casadera a la que hallar prontamente un pretendiente, pasando por la oronda cocinera gritona, la estricta ama de llaves, la hermana envidiosa, el lacayo malévolo, el padre de familia solemne y consciente de su crucial importancia, o la abuela que da sentido a la expresión rancio abolengo.
El mayor interés de la obra reside, no obstante y paradójicamente, en el cambio. Ese dinamismo temido por una clase social afincada en un tiempo inmemorial que debe adaptarse a una época de efervescencia política, tecnológica y cultural. El cambio de siglo no llegó hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, y los Grantham debe presenciar cómo el orden conocido y heredado de siglos atrás se desintegra en un corto periodo de tiempo; la electricidad revoluciona los hábitos del hogar, el teléfono las comunicaciones, el socialismo amenaza con arrumbar con el orden político, el feminismo y su reivindicación del voto se enfrenta al anacronismo de la tradición machista, la modernidad de pensamiento hace surgir el concepto mismo de 'fin de semana' y un nuevo modo de organización del trabajo... La realidad muta, y los individuos, aunque siempre reticentes a la transformación, deben adaptarse a ella, y así lo presenciamos en una temporada de siete capítulos vertebrados por un rigor histórico envidiable y una capacidad pasmosa para cautivar al espectador mediante historias de evidente atractivo.
En ese sentido, es digno de mención el trabajo excelente del reparto coral que compone la producción, deudores del mítico buen hacer de la escuela interpretativa británica, en el que destaca una Maggie Grace que parece haber nacido bajo la piel de la viuda de lengua afilada Lady Grantham, el inconfundible rostro y la portentosa voz de Jim Carter como el mayordomo omnisciente, o la sugerente Michelle Dockery como Lady Mary. La ambientación, el gusto por el detalle, la fotografía y la banda sonora de John Lunn son otras de las credenciales para poder aseverar sin temor a equivocarnos que Downton Abbey es, a día de hoy,  la serie del año. Juzguen por ustedes mismos. Eso si, no pierdan la oportunidad de gozarla en versión original para apreciar los matices y el acento británico más aristocrático. Una verdadera joya.

Crítica Héroes; La generación de los 80 comienza a dar sus frutos

 7/10
La generación que creció con los compases trepidantes de la década de los 80, incluso aquellos que llegaron un poco más tarde pero con un espíritu de aventura muy similar, ha desarrollado una particular capacidad para sentir nostalgia de todo aquello que marcó su infancia y juventud; se ha divinizado de algún modo unos años en los que nada parecía imposible, el mundo se abría ante nuestros ojos ingenuos como un infinito baúl de historias fantásticas que compartir con los amigos de toda la vida, aquellos con los que el tiempo carecía de límites o preocupaciones. El cine, en este sentido, fue el aliado perfecto para anclar el imaginario popular de esta generación a una época de tintes épicos y esencia inmortal a través de películas que hicieron de la amistad y la inocencia pre-adolescente sus máximas indiscutibles.
Esos jóvenes que pasaron las largas tardes de verano bajo un sol de justicia en la plaza jugando al fútbol, a las chapas o al trompo, inspirados por las imágenes icónicas del cine hollywoodiense, han madurado y, en cierto modo, han olvidado los preciosos momentos que atesoraron en su tierna juventud. Aunque no todos ellos. Algunos quedaron tan prendidos de esas historias heroicas de piratas, extraterrestres y tesoros que dedicaron sus vidas al noble arte del cine para recrear humildemente las leyendas con las que forjaron su imaginación. Pau Freixas y Albert Espinosa son el ejemplo español idóneo de esta estirpe de treinteañeros nostálgicos y mitómanos que no han podido desprenderse de su bagaje emocional juvenil y que han utilizado la creación cinematográfica como válvula a través de la que exorcizar la melancolía y ternura suscitadas por el recuerdo de una etapa de sus vidas que añoran desde su incipiente madurez.
En ese sentido, Héroes es una oda sincera y emotiva a un cine que marcó a toda una generación de jóvenes; un tributo ingenuo y franco a las aventuras y pesares de unos niños que comienzan a caminar dubitativamente hacia la incierta e inminente adolescencia. Su director, Pau Freixas, no se ha esforzado lo más mínimo en ocultar sus referencias; ese retrato descarnado y emotivo que compuso de forma genial Rob Reiner en Cuenta Conmigo (la recordamos hace apenas unos días en este blog), las fantásticas andanzas de Los Goonies (en el film podemos ver un póster colgado en el dormitorio de uno de los protagonistas), la mítica serie española Verano Azul, el tierno canto nostálgico de Spielberg en E.T el extraterrestre; y un largo etcétera de películas de la época. De hecho, hasta uno de los miembros de Héroes, el inadaptado Colo, ostenta una apariencia sorprendentemente similar a la de Corey Feldman en un alarde selectivo del director de casting, al igual que el jefe de la pandilla de los mayores es idéntico al joven Kiefer Sutherland de Cuenta Conmigo.
Héroes teje su hilo argumental en dos tiempos bien marcados; por un lado seguimos el accidentado camino de un exitoso aunque algo amargado publicista (interpretado por Álex Brendemühl) hacia una importante reunión tras toparse con una perspicaz mochilera llena de sorpresas (en la piel de una renacida Eva Santolaria); mientras que por otro regresamos a ese luminoso verano de los 80 del interior rural catalán repleto de bicicletas, pandillas, aventuras y emociones a flor de piel. A pesar de ese innegable espíritu intrépido deudor de la época (no en vano la obsesión de estos improbables 'héroes' es conseguir la mágica cabaña del árbol de la pradera), la película de Freixas no elude derivas dramáticas que tiñen la historia de claroscuros, cuya pertinencia puede estar sujeta a debate (estos episodios han sido extraídos de la propia experiencia del realizador a modo de terapia), pero que de cualquier forma conducen al ensalzamiento de la amistad por encima de todo.
Héroes está concebida con ternura, con una inocencia a la que no estamos acostumbrado en el cine contemporáneo pero que entronca a la perfección con la esencia de épocas pasadas. Aquí no hay lugar para el cinismo, las dobles morales o la envidia; tan sólo asistimos a un espléndido viaje retrospectivo hacia aquellos momentos inolvidables de los primeros amores, los largos días junto a los amigos, la ilusión sin límites de unas mentes estimuladas por la fantasía y el anhelo de aventuras. Para ello, Freixas recurre a un plantel de actores jóvenes cuya espontaneidad es su mayor virtud, sin despreciar la colaboración de intérpretes veteranos como Lluís Homar, Enma Suárez o los antes citados Brendemühl y Santolaria. La música de Arnau Bataller y la fotografía cálida de Julián Elizalde hacen el resto subrayando la carga emocional del guión escrito por Albert Espinosa (también guionista de Planta Cuarta y Tu vida en 65').
El público del festival de Málaga agradeció con entusiasmo este melancólico regreso al pasado concediéndole su premio y nosotros no podíamos más que recomendar una cinta hermosa, agridulce en su desarrollo pero profundamente evocadora en nuestra memoria, tanto en la cinéfila como en la más personal. Volvamos pues a soñar, a creer en las hazañas, a recobrar ese espíritu de inocencia perdido en los años de nuestra madurez. La generación de los 80 comienza a dar sus frutos. .

Torrente 4 y el apocalipsis del mal gusto

Si algo hemos aprendido a lo largo de nuestros siglos de historia es que las grandes tragedias que han asolado la humanidad tienden a repetirse para nuestra propia desgracia; las guerras mundiales, el festival de Eurovisión, las catástrofes naturales, el discurso navideño del rey, los brotes xenófobos, la enésima reedición de Gran Hermano... En el mundo del cine no escapamos de esta cruel realidad y los espectadores de medio planeta han tenido que sufrir siete entregas de American Pie, otras tantas de Saw, innumerables remakes de terror adolescente, y parodias absurdas de grandes éxitos comerciales como Epic Movie, Scary Movie, Date Movie y una larga retahila de títulos sin sentido.
El cine español, como no podía ser de otra forma, no ha dejado pasar la oportunidad de instaurar su propia saga bizarra aunque enormemente lucrativa desde un enfoque castizo de lo que podríamos catalogar como el James Bond patrio (da risa de sólo pensarlo) con el genio y figura de Santiago Segura. Si ya padecimos a lo largo de tres entregas el machismo militante, las coletillas enervantes, el sentido del humor basado en el cacaculopedopis más propio del género infantil, o los particulares gustos musicales de este inefable personaje autodenominado como Torrente y bajo el muy acertado subtítulo de el brazo tonto de la ley; ahora renace en su cuarta aventura cinematográfica con nuevos mimbres tridimensionales y una sincera apuesta por protagonizar la versión definitiva del apocalipsis del mal gusto.
Para ello, Santiago Segura, todo un visionario en el negocio de canjear liquidez por humor zafio y cutre, se ha rodeado, una vez más, de los personajes más casposos del panorama televisivo-social español, (sólo así se entiende la participación de Belén Esteban, Kiko Matamoros, Carmen de Mairena o María Patiño entre muchos otros) y alguna que otra estrella del mundo del fútbol (el 'Kun' Agüero, Sergio Ramos) de la música (David Bisbal sigue inmerso en su trepidante campaña por ser el hazmerreir de este país después de su escándalo twittero) o de la comunicación (Pablo Motos, Risto Mejide, Andreu Buenfuente); sin olvidar a ese alter ego impagable por su fidelidad original con el ficticio engendro (Paquirrín, lanzado a la interpretación y deseando trabajar con realizadores más personales como Isabel Coixet; de risa); para componer una trama de chistes fáciles, escenas de acción desmesuradas (y por otro lado bien confeccionadas) y toneladas de freakismo concentradas en 90 minutos de metraje que pasarán volando para los acérrimos seguidores del humor más castizo e hilarantemente poco ingenioso.
Ante este panorama es curioso, no obstante, observar la conducta adoptada por la 'gran familia' del cine español, compuesta por pretendidos intelectuales, creadores, videoartistas y académicos muy comprometidos con su profesión, que se rinden sin ningún disimulo a las bondades de una película a priori poco acorde con sus gustos cinéfilos. Para ellos, Santiago Segura no deja de ser el bufón al que soportar (incluso en la gala de los Goya) para que salve los muebles de una industria nacional inmersa en una brutal crisis de cifras y legitimidad en la que ya ni siquiera Almodóvar parece ser el ídolo al que adorar para inflar los números de recaudación. Torrente 4 arranca su particular idilio en la cartelera con 657 copias, de las cuales unas 300 serán en salas 3D, lo que supone todo un récord histórico que promete reventar la taquilla como nunca antes lo había hecho ninguna película española. Un salvavidas, pues, que ha propiciado la promoción unánime de todos los medios de comunicación. 
Y es que no vamos a quitar mérito a Santiago Segura en su habilidad para hacer dinero. Sólo pondremos en duda la idoneidad de que sus películas sean el mayor referente de nuestro cine ante el público, el cual tendrá muy fácil identificar el resto de propuestas cinematográficas nacionales con esta burda muestra de sinsentido argumentativo, chascarrillos de mal gusto y caspa en cantidades industriales.  Esperemos que con esta estúpida y hasta inmoral forma se hacer dinero se llegue a financiar propuestas verdaderamente interesantes de jóvenes directores con cosas que contar. La ley del mercado es, al fin, la que manda.

Crítica Rango; El Oeste jamás volverá a ser el mismo

6,5/10

El realizador de la exitosa saga de Piratas del Caribe, Gore Verbinski, nos trae una película de animación que responde a más de uno de los ingredientes y características que hicieron inmortal al género donde pretende enmarcarse: el western. Con toda una carisima labor producción detrás en la que la cabeza pensante resulta ser George Lucas, el creador de la saga de La Guerra de las Galaxias, que con su Industrial Light & Magic hace que Rango sea un excelente divertimento para una tarde de buen cine. La película, producida por la multinacional norteamericana Nickelodeon, roza la perfección técnica en muchas de sus escenas recreando escenarios con una fidelidad y realidad que nada tienen que envidiar a las producciones de Pixar, la empresa que más alto ha puesto el guión. Cada animal que rodea las andanzas de Rango, la arena del desierto, las líneas de la carretera, el asfalto y el más mínimo detalle está recreado con un cuidado y afán digno de las mejores películas de animación que hayamos podido ver.
Se agradece por otro lado que Lucas no haya querido comercializar esta película en formato 3D ya que, de lo contrario, la pérdida de calidad hubiese sido increíble y el espectador tendría que estar más pendiente de recolocarse las gafas que de escuchar los incisivos diálogos y disfrutar con las mejores secuencias que veremos en los últimos años en el cine de animación. 
Rango es considerablemente superior que otras apuestas animadas recientes pero adolece en su nudo. Con un arranque tremendamente prometedor, con unos búhos que recuerdan con sus narraciones musicales a los dos inocentones que nos animaban el desarrollo de la trama de Algo Pasa con Mary, la película va buceando en una gran aventura animada que desemboca en un desenlace un tanto dudoso con una paranoica secuencia en la que nuestro protagonista se enfrenta a su propia identidad. Imperdibles son esos cuatro búhos ataviados de mariachis que aparecen en los lugares más insospechados poniéndonos en contexto para que no perdamos el hilo de una narración ampliamente surrealista y llena de momentos que homenajean al mejor cine jamás realizado. La Trilogía del Dólar, con ese llanero solitario, su poncho y su asombroso parecido con Clint Eastwood o la excesiva referencia a Apocalypse Now, la cual nos encontramos en una de las más espectaculares secuencias de la trama dónde decenas de murciélagos vuelan a plena luz del día persiguiendo a nuestros protagonistas en su lucha por recuperar el tesoro perdido.
El metraje, entre demostración de lo absurdo y apología del surrealismo, navega por un tema bastante recurrente: la lucha por el agua. Incluso nos recuerda a estas épocas convulsas en las que los mandatarios corruptos se dedican a jugar sus cartas frente a un pueblo hambriento, pobre y en este caso, sediento. Sin embargo, y como en toda película de aventuras que se precie, hay un héroe que debe encargarse de devolverle lo que le corresponde a todo un pueblo.
Johnny Depp le presta su voz al camaleón protagonista, un actor tremendamente fullero que termina contando una milonga alrededor de su vida para hacerse el importante. Con más parecido con cualquier ser humano que camina por la calle que a un auténtico camaleón, Rango deberá cuestionarse su identidad y enfrentarse a sí mismo para lograr vencer a las fuerzas del mal que intentan acabar con la vida de todo aquel que reside en el desierto de Mojave. Pero no podemos quedarnos solo con las impresiones que nos produce el simpático de Rango sino con toda la red de personajes secundarios, únicos e inclasificables, que harán las delicias de todo aquel que se decida ir a ver Rango.
Hay lugares donde se especifica o se sugiere que es una película infantil. Viendo atentamente algunas secuencias considero que la calificación de No Recomendada Para Menores de 13 Años es más que acertada. No desvelaré ningún detalle del metraje pero puedo asegurar que más de un infante saldrá algo asustado después de contemplar ciertos avatares de la película. Alguien que conozca y sepa relacionar el libreto con la realidad disfrutará ampliamente del conjunto de la cinta, un producto interesante y técnicamente excelente.
Si se decide ir a ver Rango, deberá olvidarse de todo lo que le ha sucedido en el día. Liberar la mente y no juzgar nada en función de lo real o no que parezcan las escenas que está viendo. Nada es lo que parece. Y para empezar, jamás volveremos a ver un western protagonizado por un camaleón, zarigüeyas, avestruces, pavos, búhos y todo tipo de insectos. 
Rango nada tiene que envidiar a las mejores películas del cine del Oeste y tenemos la certeza de ir a ver una interesante película donde la carcajada y la diversión están más que aseguradas.

Dulce Cine de Juventud; Cuenta Conmigo

 8/10
"Nunca he vuelto a tener amigos como los que tuve con 12 años. Dios mio, ¿quién los tiene?". Esa es la conclusión que extrae un maduro Gordie Lachance (con el rostro de Richard Dreyfuss) tras una dolorosa y a su vez inspiradora retrospección de aquel tórrido verano en el que compartió momentos inolvidables con Chris Chambers, Teddy Duchamp y Vern Tessio, amigos de la infancia ahora olvidados, extraños en la remota memoria atesorada en sedimentos imperturbables al paso del tiempo; al fin y al cabo, las experiencias y aventuras vividas en la más tierna (y en ocasiones desgarrada) juventud se adhieren a la naturaleza misma de una personalidad en desarrollo, sensible a cada mutación en el entorno más próximo, como una impávida cáscara de recuerdos imborrables.
Probablemente sea así. Ninguno de nosotros podamos recobrar esa inocencia infantil y lealtal marcial que hacía de nuestros amigos extensiones vivas de nuestra existencia, de nuestro modo de ver el mundo. Entonces no había tiempo para disgustos ni envidias, tan sólo diversión, conversaciones absurdas, juegos inventados, bromas maledicientes. Naturalmente, todo pasado está sujeto al embellecimiento postrero, sin embargo, la infancia y esa etapa previa a la adolescencia permanece indeleble en su perfección, como un improbable edén al que todos anhelamos retornar aunque sólo fuese para unas horas de esparcimiento.
Gordie miraba al infinito en los compases finales de esta mítica película, los ojos vidriosos y el alma encogida, al tiempo que escribía melancólicamente lo que había sido de sus amigos; uno de ellos, Chris, había sido apuñalado en una pelea en la que se había inmiscuido para apaciguar los ánimos, Teddy había estado en varias ocasiones en la cárcel, Vern trabajaba en Castle Rock, en su pueblo de toda la vida. Ya guardaban escasos nexos de unión, llevaban décadas sin hablar, sin embargo todos ellos recordaban esa hermosa y brutal aventura que los llevó a recorrer decenas de millas para ver el primer cadáver de sus cortas vidas.
Cuenta conmigo (Stand by me) entronca desde un enfoque realista con ese cine nostálgico de los 80 en el que cineastas de diferente signo rememoraban su juventud con la amistad como valor sublime de la misma. Podríamos aseverar que esta película de Rob Reiner (La princesa prometida, Cuando Harry encontró a Sally, Misery) es el reverso emotivo y cabal de la trepidante Los Goonies; aquí no se dan cita malhechores perseguidos por la policía, ni tesoros de piratas, ni aventuras épicas, tan sólo el tedio inherente a la vida rural y la perserverancia de unos chicos movidos por la curiosidad. Todos ellos están marcados por una realidad inclemente, demasiado severa para la juventud que atesoran. A Chris le pegan en su casa y debe convivir con los prejuicios de una sociedad cerrada que le censura por aquello que ha hecho su familia, Teddy ha crecido sin padre, ya que este se encuentra ingresado en un sanatorio mental, Gordie ha perdido a su hermano mayor y sus padres le ignoran conmocionados por la pérdida. Pero a pesar del dolor, se apoyan, viven el día a día con el mismo espíritu irredento, ansían la libertad por encima de todas las cosas. Tal y como dice la canción inmortal de Ben E King incluída en la banda sonora; "Cuando cae la noche/ y la tierra está oscura/ y la luna es la única luz que vemos/ no tendré miedo/ no tendré miedo/ siempre y cuando cuentes conmigo".
Al igual que los personajes de la película, los jóvenes actores que les dieron vida han corrido suertes dispares. El malogrado River Phoenix pasó de estrella juvenil con un futuro prometedor a un cuerpo inerte en la acera del club Viper Room por una sobredosis; Corey Feldman trabajó en otros éxitos de la época como Los Goonies y Jóvenes Ocultos, pero terminó perdiéndose en los 90; Will Wheaton no se prodigó más en el cine, y tan sólo ha participado en algunas series norteamericanas; Jerry O'Connell ha encontrado su hueco en la televisión gracias a series como Crossing Jordan, Las Vegas o The Defenders. También aparecen rostros más conocidos, como John Cusack, dando vida, paradójicamente, al hermano fallecido de Gordie, y Kiefer Sutherland, casi debutante en el cine, como el líder de los matones; ambos también en horas bajas.
Cuenta conmigo es más que una referencia cinematográfica generacional. Ayudó a configurar un género ya muerto (a pesar de excepciones tan gratas como la reciente Héroes, de Pau Freixas), demasiado frágil, profundo y descarnado para subsistir entre realidades configuradas por efectos especiales y vertebradas por la violencia más gratuita. Al fin, nos percatamos de que, progresivamente, vamos perdiendo por el camino la capacidad de recordar lo que fuimos y, por ende, lo que somos; chiquillos curiosos en busca de tesoros ocultos y aventuras vibrantes que compartir con amigos. Dejémonos llevar, una vez más, por esa melancólica oda a la camaradería de nuestra dúlce época de juventud.

Crítica Pa Negre (Pan Negro); Herederos de una realidad insoportable

7/10

De vez en cuando llegan a nosotros verdaderas joyas que merece la pena ver. El cine es un placer para los sentidos. Y más cuando se tocan temas que se nos antojan cercanos. Alguien dijo en una ocasión que la Guerra Civil debería haberse considerado como un género propio dentro del cine español. Son centenares las cintas de directores de diversos estilos e índoles que han decidido mostrar sus propias, todas ellas respetables, visiones sobre un conflicto que ochenta años después sigue coleando en nuestra, supuestamente, madura sociedad.
Ni la llegada de la Democracia evitó el intento de olvido de tres años que marcaron a generaciones y generaciones de personas. Unas salieron del país obligadas, otras buscando una vida mejor lejos de un gobernante que no se prodigó en excesivas oportunidades. Otros ni siquiera tuvieron la oportunidad de hacerse oír y perecieron, víctimas de las iras de unos y otros. 
En medio de ese conflicto, donde dos bandos diferenciados ideológicamente se enfrentaron luchando en una cruenta guerra que trajo consigo miseria, pobreza, hambre, enfermedades y todo tipo de penurias, había hombres, mujeres, niños y ancianos obligados a luchar unos contra otros. La España rural sufrió especialmente los cambios políticos, económicos y sociales que acaecieron en aquella época. Y ese es el trasfondo de una película bella, que deja sensación de desazón recordando una guerra que jamás debió tener lugar. Pan Negro representa todo lo malo que legó aquel conflicto civil especialmente en la figura de los inocentes niños, pequeños que tuvieron que sacrificar su futuro y su educación en favor de un sistema político que pocas oportunidades les daba. Unos niños que perdieron su niñez, su infancia y algunos incluso su vida buscando a sus seres queridos, desaparecidos en combate o pereciendo a través del cañón de una pistola de algún innombrable alcalde o comandante de la "autoridad competente".
Pan Negro muestra la historia de unos niños que deben enfrentarse a su nueva realidad. No vemos el conflicto llamado Guerra Civil en toda la película. No vemos pistolas, cañones ni militares en tropa al estilo Ay Carmela. No vemos asaltos espectaculares al estilo del comienzo de Balada Triste de Trompeta, la contrincante técnica y psicológicamente de Pan Negro en la gala de los Goya del último año. En esta cinta vemos sufrimiento, vemos desaire, vemos rabia, ira. Unas sensaciones que se nos contagian a medida que va pasando el metraje. Observamos la realidad de las cárceles franquistas, de lo difícil que resultaba poder ir a visitar a alguno de tus seres amados. 
La banda sonora de José Manuel Pagán es simplemente maravillosa. Sus melodías acompañan a la perfección cada una de las sobrecogedoras secuencias que conforman la película. Y todo ello por no hablar de un guión basado en la novela de Emili Teixidor adaptada por el propio director, haciendo que su mano haya unido el libreto con la cámara. 
No podemos pasar por alto las interpretaciones de todos y cada uno de los actores que participan en el reparto. Desde Francesc Colomer, el niño protagonista y eje de la trama; la sufrida esposa y madre tutelada en la figura de Nora Navas; un ejemplar Roger Casamajor interpretando al cabeza de familia, sufridor de esas iras y tormentas procedentes de un Franquismo encarnado en el alcalde del pueblo maravillosamente interpretado por uno de nuestros más reputados actores, el catalán Sergi López, un auténtico valor a la hora de calificar la película. Sus escasas apariciones otorgan la elegancia y sobriedad necesaria a su complicado papel. Laia Marull o Eduard Fernández también contribuyen con sus interpretaciones a la confección de una película marcada por ese alimento destinado a los menos afortunados, ese pan negro con el que millones de personas en nuestro país tuvieron que sobrevivir hasta aguardar un futuro mejor que no terminaba de llegar.
En Pan Negro el director, Agustí Villaronga, demuestra su gusto por su trabajo y la elegancia a la hora de mostrar una realidad azarosa y con un número de espinas tan enorme que nos pincharíamos en cuanto tocásemos alguna. Son muchas las ramas que se han tocado en el cine relacionadas con el conflicto que asoló España desde 1936 y 1939. Muchos directores han tenido suerte y salieron airosos. Otros no tuvieron tanta suerte y le han llovido palos desde todos los lugares.
Villaronga ha triunfado con nueve premios Goya, muy por encima de mi apuesta personal del año, Balada Triste de Trompeta y otras cintas más que interesantes como Biutiful, Enterrado o También la Lluvia. Con 14 nominaciones, Villaronga resultó ser el triunfador de una gala marcada por los acontecimientos que llevaron a la renuncia de Álex de la Iglesia a la Academia de Cine y la Ley Sinde contra las descargas. 
Sin embargo, no puedo finalizar esta reseña sin hacer referencia a la ignorancia imperante en nuestra sociedad. Igualmente respetables son todas las opiniones. Pero hay gente que no argumenta más que con la intención de sangrar más las heridas y de abrir los resquicios sociales que parecían cerrados. No puedo poner punto y final sin hacer mención a esa monstruosidad de artículo que Intereconomía redactó despachándose a gusto y que lleva por título "Catalanismo y `lobby gay´: claves del triunfo de Pan Negro en los Goya." Aquí, un tal Santiago Mata argumenta que Pan Negro ha vencido en los Goya gracias a que España paga y Cataluña triunfa o que, directamente, se promociona la homosexualidad en la figura del director de la película, Agustí Villaronga. 
Todos sabemos como se las gasta Intereconomía y esa legión de viejos añorantes de una época que estamos intentando superar. No seré yo el que apoye a los catalanes ni a los homosexuales. Que cada cual haga lo que crea que debe hacer. Por lo que no voy a pasar es por el desprestigio ni por el insulto gratuito que esos carcamales de Intereconomía utilizan para dividir a un país con grietas ampliamente abiertas y que ellos serán los últimos en contribuir a cerrar.
Si todos nos unimos en favor del buen cine y argumentamos nuestras posiciones, a favor o en contra, les daremos una lección a los indeseables nostálgicos de esa cadena que viola cualquier derecho a la libertad tal y como la estamos deseando con tanta ansia. 

Películas para Dos Vidas; Cinema Paradiso

El cine es un arte incierto. Presumiblemente inicuo, súbitamente inflamable. El fotograma, esa insólita pieza anacrónica que aúna la química con la magia, recorre como una fina lámina el mecanismo interior de una máquina de luz y sueños, armoniosamente, con hipnótica perfección, al igual que ese mundo onírico en blanco y negro de galanes sempiternos, musas divinas y pasiones soterradas. Sin embargo, en tan sólo unos instantes, todo puede mutar de forma imprevisible en un bucle de fuego y destrucción, en una paradigmática ilustración de la volatilidad humana, esa naturaleza inestable de alegrías y pesares, nostalgias y memorias, ira y amor; existencia, al fin, en constante devenir. El cine no es más que su fiel reflejo, una escenficación de la vida, un complejo retrato de lo que existe más allá de aquel chirriante cinematógrafo y aquella fascinante sábana blanca de imágenes en movimiento.
Quizás por todo ello el cine suscite un amor tan ingenuo como desenfrenado entre aquellos cautivos de su magia. El perspicaz Totó quedó muy joven prendado de su olor a grasa y química Un poder de atracción que dio sentido a toda una vida dedicada a la captura de historias, detalles, retazos de una realidad esquiva. Y eso que todo comenzó como una muestra de intransigencia infantil, de pasión prematura; ya fuese desoyendo las reprimendas de su sufrida madre o conquistando, a pesar de su carácter reticente, el férreo y solitario espíritu de Alfredo, un veterano proletario del cine de un pueblo cualquiera de la Italia rural. Cómo se puede poner freno al destino cuando éste se despliega ante tus ojos jalonando oportunidades y tragedias al mismo tiempo, caprichosamente, como vertebradas por una incierta hoja de ruta preestablecida; el cine, al fin y al cabo.
El fuego se desató y la carrera profesional de Totó dio inicio bajo los auspicios de un sabio cotidiano de tintes homéricos. Una odisea sin regreso a Ítaca, o al menos hasta que la historia, su historia, tornase a un final de episodio marcado por la muerte. Sólo en ese preciso instante, cuando el recuerdo y la melancolía hubiesen sido oxidados por el tiempo, el improbable Ulises podría volver a su origen, ese punto de partida de sesiones furtivas, censura y películas clásicas, para descubrir aquello que siempre habría buscado; el amor. Un amor concentrado en piezas guardadas en una vieja lata, el tesoro, con los besos robados de Irene Dunn y Charles Chaplin, Greta Garbo y John Gilbert, Clark Gable y Vivien Leigh...
Cinema Paradiso es ese tesoro, esa lata con películas enrolladas, testamento de un arte popular que vertebra nuestra historia, una forma de ver el mundo entre el movimiento mágico de las imágenes en la sábana y la confortabilidad del sillón de una sala oscura. Los modos de vivir el cine han cambiado; las algaradas de un público entusiasta y socarrón han dado paso al sepulcral silencio de un espectador más grave y considerado, el carácter único y anhelado de las míticas sesiones dobles como experiencia ociosa exclusiva ya es sólo un complemente a un infinito abanico de posibilidades de entretenimiento, esa inocencia primitiva ante un arte nuevo y asombroso no es más que un recuerdo sustituido por el rigor intelectual y el escepticismo de la actualidad; sin embargo, el cine continúa cautivando, sembrando sueños, desatando pasiones, suscitando penas, dando sentido a las vidas de aquellos que no saben existir sin él.
Giuseppe Tornatore le rinde un sincero homenaje en esta inmortal película autobiográfica. Su historia no es más que una excusa para hablar de él, adularlo como algo tangible, rememorarlo como un viejo amigo enraizado en el corazón. Ennio Morricone le pone la banda sonora; lacerante, emotiva hasta la conmoción, nostálgica, de una hermosura inolvidable. Todo en esta joya patrimonial del cine huele a viejo, está cubierta por esa melosa y desgarrada pátina de melancolía, como un recuerdo demasiado bello para ser olvidado. Risas y lágrimas en un fascinante teatro de emociones y sentimientos a flor de piel; el ardor por el descubrimiento, la pasión del primer amor, los estragos del recuerdo, el encuentro con la infancia. Demasiada intensidad para aquellos que saben lo que van perdiendo, poco a poco, con el devenir de los años. Y ese final. Pura genialidad concebida para rendir homenaje a una forma de sentir el cine. Imposible contener las lágrimas.
Cinema Paradiso no es sólo una película, es la sublimación de un arte centenario.