Series de Televisión; Treme... Welcome to New Orleans!

 9/10
Ya se siente; las trompetas cantan, el trombón gruñe y la trompa gime, el color y la música se mezclan en una vertiginosa espiral de ritmo y swing, estamos en Treme y lo vamos a pasar bien. Pues ni siquiera el más implacable de los huracanes o el más despiadado abandono del gobierno puede acallar el espíritu polifónico, multicultural y bullicioso de la legendaria Nueva Orleans, cuna irrenunciable del legado musical de los Estados Unidos; Jazz, Rithm' & Blues, Rock n´ Roll, Blues, Funk o Cajún combinados al son de los ritmos africanos, caribeños, indios, franceses y latinos para el más absoluto deleite de cualquier oído exigente o cuerpo atrevido. Ya se siente; hemos llegado, esto es el paraíso, Welcome to New Orleans!
El tiempo ha pasado pero los vestigios de la destrucción aún permanecen visibles. Lo que bien podría ser el paisaje decadente de una capital de país subdesarrollado si el skyline irregular de rascacielos no delatase su pertenencia al gran imperio económico mundial, corresponde a la ciudad sureña con más encanto de Estados Unidos y su denodada lucha por recobrar la normalidad tras el desastre desatado por el huracán Katrina en 2005, que sumergió el 85% de la urbe bajo el agua y provocó el éxodo apresurado de buena parte de su población.
Los ciudadanos de medio mundo asistieron atónitos al colapso televisado de una de las ciudades más emblemáticas de un país de apariencia omnipotente pero acuciado por las lacras consustanciales de la corrupción, la incompetencia política y la falta de solidaridad. Al fin y al cabo, la mayor parte de los residentes de Nueva Orleans eran afroamericanos caricaturizados por sus propios compatriotas como vagos y pendencieros que además votaban tradicionalmente a los demócratas. De ahí la parsimonia del señor Bush para paliar lo que era un tragedia previsible, así como para propiciar la rápida reconstrucción de la ciudad.
La nueva serie del laureado David Simon (The Wire, The Corner) nos traslada a ese lugar de reminiscencias funestas donde el olor a moho y humedad se mezcla con la putrefacción de los cuerpos aún no enterrados en una atmósfera inquietante de tintes postapocalípticos, cargada de una extraña energía decadente. La gente regresa paulatinamente a sus hogares (o lo que queda de ellos), recobra el ritmo de una cotidianeidad impostada, vuelve a la vida intentando obviar la herida supurante del pasado reciente; pero la mirada de cada uno de ellos apenas puede disfrazar el pesar arrastrado desde la tormenta, el dolor por la pérdida, el miedo que se apoderó de sus nervios ante la incertidumbre de su propia supervivencia, la indignación hacia aquellos que dicen ser sus representantes y que nada hicieron cuando la necesidad apremiaba. Nueva Orleans es una ciudad de espectros en vida a los que tan sólo la música puede amparar.
Los destinos de los personajes de este drama coral se entrecruzan en virtud a su relación con ella, un canal de conexión único e insólito a través del cual los sentimientos soterrados afloran con mayor facilidad, ya sea bajo la impetuosidad del trombón doliente de Antoine Batiste, las letras mordaces de Davis McAlary, el quejido delicado del violín de Annie, los cánticos espirituales de 'Big Chief' Lambreaux o la amalgama de trompas, saxos, guitarras, contrabajos y voces únicas que jalonan la trama de este tributo entregado a la música de New Orleans. Y es que en Treme, el mítico barrio negro de la ciudad, transitan de forma desordenada generaciones de prodigiosos solistas, cantantes legendarios y melómanos de todo el mundo atraídos por el ambiente excitante y espontáneo del lugar. Aquí todo emana ritmo y música en un ciclo sin fin cuyo momento cúlmen es el Mardi Gras (martes de carnaval), fecha trascendental para la vida de todos sus habitantes y auténtico punto de confluencia de los diferentes ejes argumentales de la serie.
El desfile de este año, sin embargo, se encuentra lastrado por la ausencia de muchos y el dolor de los que han regresado. El espíritu de fiesta y jolgorio rivaliza con el ánimo lúgubre que la destrucción ha sembrado en derredor. Un Mardi Gras extraño, desvaído, pero no por ello menos colorista y estimulante. La gente necesita del aire despreocupado de los desfiles, del sentimiento de comunidad en torno a las barbacoas, del goce de las bandas de la ciudad tocando y las tribus de indios marchando con su aire místico por las calle. Es imposible resistirse al magnetismo de este vórtice cultural cuando apenas puedes retener tus pies del ritmo eléctrico de los trombones.
Esto es Treme, la compleja crónica musical de una ciudad con luces y sombras, con dramas subyacentes y heridas abiertas, pero sobre las que emerge un espíritu irredento de pasárselo bien. La HBO lo ha vuelto a hacer; nos ha cautivado con este acertado retrato social de una época y un lugar determinados compuesto por retazos de vida interconectados a los que dan forma un extenso cúmulo de intérpretes brillantes encabezado por Khandi Alexander, Wendell Pierce y Rob Brown (todos ellos viejos conocidos de The Wire), así como otros nombres de referencia en Hollywood como Melissa Leo, John Goodman o Steve Zahn. Y por último, la música, la que mueve este mundo, la que expresa todo el amor, la incertidumbre, el gozo y el dolor del ser humano. Tan sólo disfruten de esta joya, véanla, escúchenla, siéntenla. 

Puedes escuchar toda la música de la serie en el siguiente podtcast de CadenaSer

El Cine Que Vivimos Peligrosamente se une a SFC Radio

En el mes de junio llegó a las ondas radiofónicas un programa muy especial llamado Generación Geek. Cine, series, videojuegos y actualidad se dan la mano todos los martes y jueves en SFC Radio (91.6 FM Sevilla y SFC Radio en internet), de 20:00 a 21:00.
Los redactores de este, vuestro blog de crítica cinematográfica, también participan y colaboran en este programa. Por un lado, Jesús Benabat nos trae actualidad de cine y series así como análisis de películas, series actuales o retos muy especiales para todos los oyentes.
De otro lado, Antonio Sánchez-Marrón le hace un repaso al cine clásico todos los martes mientras que los jueves, en compañía del equipo del programa, analiza la cartelera para el fin de semana.
Si no podéis escucharnos en directo, no os preocupéis. Os dejamos en esta entrada el link al podcast con los programas que se llevan realizados.
Y recordad, martes y jueves, de 20:00 a 21:00, en rigurosísimo directo y sin apenas guión, Generación Geek se convierte en vuestro programa de cine, series, videojuegos y actualidad de todo lo que más te interesa.

Películas para Dos Vidas; Un Tranvía Llamado Deseo

Hace ya muchos años que compré, motivado por la enorme pasión que siento por aquel ídolo de masas y pandas de motoristas llamado Marlon Brando, una película sobre el machismo, el maltrato, la locura y las camisetas de manga corta de color blanco.
Aquella cinta llevaba por título Un Tranvía Llamado Deseo y mostraba la crudeza de un país, Estados Unidos, tras el regreso de aquellos que fueron a luchar por los designios de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Algunos de ellos emigraron a América en busca de una vida mejor, de ahí que el protagonista de la película, aunque americano de tomo y lomo, tenga en su apellido reminiscencias polacas en forma de Stanley Kowalski.
Si analizamos la película fríamente, obtenemos una de las mejores adaptaciones al cine que se han hecho nunca, especialmente a tener en cuenta siendo de dificil transfiguración reescribir un libreto para el celuloide de una obra de teatro del inmortal Tennessee Williams, autor de legendarias páginas como La Gata Sobre el Tejado de Zinc, Piel de Serpiente o Dulce Pájaro de Juventud, todas ellas adaptadas con más o menos suerte.
En esta ocasión, el encargado de poner en escena Un Tranvía Llamado Deseo fue Elia Kazan, responsable confeso de diversos chivatazos durante la fatídica Caza de Brujas, orquestada por el senador Joseph McCarthy. Odiado durante toda su carrera, Kazan ha sido una de las referencias para la nueva generación de realizadores que surgieron durante los últimos años del cine clásico, allá por los 70 u 80. Precisamente, Brando, Kazan, Kim Hunter y Karl Malden participaron en la adaptación que, en 1947 y durante dos años, se representó de la obra de Williams en Broadway.
Un Tranvía Llamado Deseo representa todo lo peor de una sociedad asqueada consigo misma. En un núcleo familiar donde el hombre lleva todos los avances o retrocesos del hogar, una mujer queda totalmente anulada ante los designios, casi siempre impuestos, de un macho retrógrado y anacrónico. Una época en la que las féminas consiguieron hitos tan importantes como el derecho al voto y que veían que, de puertas para adentro, su vida seguía anclada en la más absoluta Edad Media. El matrimonio al que nos referimos, formado por un fabuloso Brando en su segunda película en Hollywood tras Hombres y Kim Hunter (ganadora del Oscar por su recreación de Stella Kowalski), forman una pareja brillante interpretativamente y simbólicamente hablando.
Sin embargo, y aunque con esta película naciese el mito Brando, sin duda el peso del metraje recae sobre la actriz Vivien Leigh, la cual con graves desórdenes psíquicos que desembocaron en una bipolaridad, su participación en esta cinta no hizo más que agravar su enfermedad y ocasionar tanto el ocaso de su carrera (que vivió su gloria con Lo Que El Viento Se Llevó) como el divorcio con su marido, el magnífico Laurence Olivier. Una actriz que dibujó la locura y el deseo de una manera fiel aunque un tanto sobreactuada.
Hablamos de machismo cuando nos referimos a un marido que agrede física y psicológicamente a su mujer sin motivo ni razón aparente. Y en esta época, se acentúa un factor que ha dado lugar a largos debates a lo largo de la Historia. ¿La mujer debe perdonar una agresión si siente un profundo amor por ese hombre con el que comparte su vida? Se escuchan muchas cosas andando por la calle, leyendo o incluso viendo la televisión, mientras personas ya ancianas cuentan sus vivencias. Es lo que, a lo largo de toda la película se plantea con diversas situaciones entre los dos protagonistas. Aunque será la escena final la que ponga sobre la mesa la intención del autor de darle esa voz perdida a una mujer que sufre en silencio el golpeo de la "mano de hierro". Y si a ello le sumamos un factor clave, un niño, el debate comienza a tomar forma.
Técnicamente, Un Tranvía Llamado Deseo resulta una obra más que apetecible para aquel cinéfilo empedernido que quiera ver en estado puro a cuatro de los grandes nombres del cine clásico: Elia Kazan, Marlon Brando, Vivien Leigh y Karl Malden, premiado con otro Oscar como actor de reparto en su papel del confuso enamorado de Blanche DeVois, encarnada por la también oscarizada Leigh.
Si a ello le sumamos una banda sonora fantástica, la primera de la Historia compuesta en el género jazz, y dirigida por Alex North, la sugerencia se hace imperdible.
Desde aquí recomendamos un vistazo intensivo a una lección de cine magistral sobre temas tan controvertidos que hicieron que la censura actuase en más de una y de dos escenas de la película para no dañar la intachable moral de los años 50, en tan reciente comienzo.
Una obra legendaria e imperdible que absolutamente ningún amante del cine debe perderse. La locura de Blanche, las luchas internas de Stella, la mítica escena de Brando al pie de la escalera llamando a gritos a su amor y la batuta del mejor Elia Kazan son motivos más que suficientes para situarnos delante de una de las obras maestras del cine clásico.

Crítica Amigos...; Todo por la pasta

5/10
El bochorno público al que se someten de forma cotidiana algunos personajes grotescos de nuestra televisión se ha convertido ya en una tendencia social ampliamente justificada por los propios espectadores. Al fin y al cabo, ¿quién no vendería su propia dignidad a cambio de una lucrativa exclusiva o de una actuación hilarante remunerada en un programa de ínfima calidad? El dinero parece ser hoy día (o quizás lo ha sido siempre pero de forma más disimulada) la razón última de los comportamientos más indecentes, que además son retransmitidos de forma masiva y rutinaria para un mayor impacto, así como el objetivo irrenunciable de un gran número de personas de diferente índole.
Lo que viene a ilustrar la película de Borja Manso y Marcos Cabotá es que nadie parece escapar de esta especie de clima inmoral que rige el funcionamiento de la sociedad actual; ni el humilde trabajador con familia, ni el eterno galán de escasa fortuna, ni siquiera el arquitecto remilgado con aires de intelectual. Y es que 17 millones de euros bien valen toda una vida de amistad y el mayor de los ridículos televisados. Esa es la recompensa para el ganador de una absurda apuesta a la que les reta su amigo Nacho, un obseso de los desafíos que incluso muerto no puede dejar de jugar con su abultada herencia; Santi, Diego y Víctor deberán acumular de forma individual el mayor índice de audiencia en televisión, por lo que iniciarán una alocada carrera por ser el personaje más mediático valiéndose de las estrategias más ruines y desesperadas.
Los ingredientes de esta comedia española se reducen a una premisa atractiva, un ritmo frenético que oculta las evidentes deficiencias del guión y un rendido tributo a la cultura pop emanada del universo catódico de los últimos años. Más allá de eso, el dibujo apresurado de sus personajes facilita la previsibilidad de una trama que, a pesar de ser digna para un mero entretenimiento veraniego, no guarda momentos verdaderamente desternillantes, adolece de chispa e ingenio, no provoca la carcajada. Y ello a pesar del esfuerzo de sus tres actores protagonistas; un inspirado Ernesto Alterio, el algo cargante Diego Martín y el bobalicón Alberto Lozano, a quienes acompañan una pérfida Goya Toledo y la siempre encantadora Manuela Velasco.
Desde luego, son malos tiempos para la amistad, sobre todo cuando una cifra de dinero de ese tamaño se cruza en tu destino. Si a ello unimos la televisión como instrumento a partir del cual conseguirlo, el resultado es un escandaloso viaje por los más bajos instintos humanos con el que muchos empatizarán; aunque ello signifique entrar en la casa de Gran Hermano para convivir con la fauna más heterogénea (geniales las escenas de Alterio como concursante del programa), crear una gran mentira sobre tus orígenes en un talk-show (los redundantes chistes xenófobos del personaje de Diego Martín no hacen ninguna gracia), o aprovecharte de que un famoso te atropelle (una clara muestra de la escasa originalidad de los guionistas).
Amigos... no deja de ser un pasatiempo tolerable para una época del año en la que no apetecen grandes retos intelectuales. Su desenlace es todo un despropósito pero al menos te quedas con la sensación de que ha valido la pena a tenor del resto de estrenos de la cartelera veraniega. La comedia española sigue su marcha con el apoyo cada vez más numeroso del público; esperemos que la originalidad de sus planteamientos se desarrolle en la misma medida que las cifras de recaudación.

Películas para Dos Vidas; Braveheart

La épica, el sacrificio del héroe, la sed de venganza o la lealtad a una causa son poderosos sentimientos que enaltecen al ser humano de un modo irracional y primigenio. Todos, al fin, atesoramos un cierto componente animal, instintivo, que relacionamos con el honor, la valentía o el coraje. Por ello, quizás, nuestro espíritu es estimulado con las grandes historias de batallas, mártires y cruzadas suicidas, aquellas que, curiosamente, vencen al paso del tiempo e inspiran a los hombres de épocas postreras. Mel Gibson, en este sentido, ha sabido sublimar esa fascinación por la figura del héroe al componer la que posiblemente sea la epopeya cinematográfica más sangrienta y desmesurada de todos los tiempos, valiéndose de los códigos consustanciales del género e hilvanando una narración de resonancias medievales, sencilla aunque profusamente evocadora. 
Las hazañas del mítico héroe nacional escocés William Wallace suponían la base idónea para una película con un objetivo irrenunciable; conmocionar al espectador hasta el delirio, en una catarsis de violencia, traiciones, lealtades e historias de amor truncadas, vertebrada por un espíritu de épica que tiende a eclipsar el resto de emociones desatadas. Para ello, Gibson se concede algunas licencias históricas en favor del espectáculo, así como el empleo de artimañas argumentales algo tramposas que favorecen el determinismo último de la trama. Esta, al fin y al cabo, es la historia de una venganza, la de un hombre que perdió de joven a su padre y a su hermano a manos de los ingleses, y que ya adulto, presenció cómo le era arrebatada la mujer a la que amaba por los mismos opresores. El odio alimentado durante años es la guía de un destino que lo impulsará a enfrentarse a un poderoso reino regentado por el sanguinario Eduardo I de Inglaterra y a sus numerosos vasallos escoceses, comprados por este en detrimento de su propio pueblo.
Braveheart es el relato de un héroe de otro tiempo que conecta la tradición oral épica europea, como el Cantar del Mío Cid o La Canción de Roland, pero trasladada a la pantalla desde un enfoque actual. Puede que las escenas de amor sean excesivamente edulcoradas, con un estética cercana al cuento de hadas ante las que es difícil contener una sonrisa irónica (más aún con un Mel Gibson melenudo como protagonista y una banda sonora de James Horner algo cargante); sin embargo en pocas ocasiones hemos asistido a batallas rodadas con tanto frenetismo, autenticidad y violencia. La cámara se sumerge entre los cuerpos rudos de los adversarios, con el fango y la sangre mezclándose en una atmósfera sucia e implacable, donde la muerte es un hecho presumible obviado por la irracionalidad a la que condena la guerra. Aquí no hay lugar para dilataciones ralentizadas de la imagen o interludios épicos; tan sólo miembros amputados, cabezas cercenadas, mandobles que atraviesan cuerpos (incluso furgonetas y otroz gazapos); una acción vibrante, agotadora y visceral que reivindica la espectacularidad artesanal del cine de antes en contraposición al abuso de los nuevos recursos visuales.
Y es que los ejércitos masivos recreados por imagen digital en el cine contemporáneo y retratados por lejanos planos cenitales, apenas pueden competir con la fiereza real de unos centenares de extras entusiastas arengados por un Mel Gibson de ojos inyectados en sangre y rostro perturbado clamando por la libertad de su pueblo. Pocos discursos más inspiradores se han filmado que esa oda de Wallace a sus compañeros, cabalgando su corcel con la cara pintada de azul, enalteciendo incluso nuestros espíritus de meros espectadores; uno de esos momentos álgidos de la historia del cine, filmado con maestría, épica y emoción. Tanto es así que hasta la Academía estadounidense se rendiría a Gibson de forma sorprendente, concediéndole los galardones de película y director (más otros tres técnicos), a pesar de la historia un tanto anglófoba que narra la cinta.
Braveheart no es una película perfecta; tiene momentos irrisorios, algunas interpretaciones secundarias cuestionables y un guión modelado a su antojo para el lucimiento del héroe; sin embargo, pocos serán los que se atrevan a replicar que no han sido contagiados por el espíritu irredento de Wallace/Gibson, golpeado una y otra vez en la vida, pero con el aliento suficiente para gritar, por última vez, la palabra 'libertad'. Drama, acción, romance y épica a raudales para una leyenda inmortal con un lugar honorable en nuestra memoria cinéfila.

Crítica Super 8; Aquel maravilloso cine de juventud...

8/10
Lo reconozco. He sentido cómo un extraño escalofrío recorría mi cuerpo cuando aquella mítica bicicleta apareció, una vez más, en la noche de majestuosa luna llena que en tantas ocasiones sirvió de preludio a una deliciosa sesión de fantasía cinematográfica. La palabra Amblin no era sólo la denominación de una productora, sino una forma de hacer cine, una sensibilidad particular para concebir historias con dosis de acción trepidante, imaginación a raudales y mucho corazón; que contribuyó a configurar el imaginario fílmico de toda una época de la que aún nos sentimos herederos nostálgicos. Y es que tanta trascendencia tuvieron las legendarias películas apadrinadas por Steven Spielberg, Kathleen Kennedy y Frank Marshall, que su carácter fantástico, ahora devenido en puro cine de culto, ha influido en el devenir artístico de una legión de nuevos creadores deseosos de recuperar ese espíritu de aventura irredenta que los inspiró en su juventud.
No es, pues, casualidad que el grupo de amigos protagonista de esta Super 8 dedique todo su tiempo y entusiasmo juvenil a rodar una película de zombies con medios técnicos precarios (apenas la mítica cámara que da nombre a la cinta) pero con una envidiable capacidad de organización que suple cualquier tipo de deficiencia consustancial al carácter amateur del equipo de producción. El cine es concebido aquí como una forma de vida, un modo de acercarse al complejo universo de la adolescencia a partir de los auténticos valores de la amistad, la lealtad y el afán de peripecias por vivir; una suerte de tributo a todo aquello que nos enseñó el cine original de los 80. Al fin y al cabo, J.J.Abrams apenas contaba con 16 años cuando Steven Spielberg estrenaba E.T, por lo que podemos imaginar su fascinada mirada ante la desbordante imaginación de su ahora mentor y mecenas.
Y es que Super 8 puede ser valorada como un ejercicio de nostalgia cinematográfica, un curioso cóctel en el que se dan cita buena parte de los referentes del cine familiar y de ciencia ficción de la época dorada de Amblin. A partir de una estética intencionadamente retro, es difícil no empatizar con las incertidumbres existenciales de un grupo de amigos que nos remite de forma evidente a la sensacional Los Goonies, o sentir ese extraño vínculo de unión entablado entre nuestro protagonista y el ser diferente acosado por los adultos que nos recuerda a la relación inmortal de Elliott con E.T; todo ello aderezado por un ritmo frenético que conjuga la tensión de Parque Jurásico, el misterio de Encuentros en la Tercera Fase, la espectacularidad de La Guerra de los Mundos o incluso el suspense de Lost.
Todo ello parte del aparatoso descarrilamiento de un tren de mercancías que transporta material almacenado en la ya desmantelada y enigmática Area 51. Nuestro grupo de jóvenes cinéfilos, quienes presencian el brutal accidente de forma circunstancial, descubrirán el temible secreto guardado por la fuerza aérea tras una serie de extraños acontecimientos y desapariciones que siembran el pánico en la pequeña ciudad. La perspicacia y perseverancia de los chicos los hará embarcarse en una peligrosa aventura en la que deberán enfrentarse tanto a una legión de oscuros militares como a un insólito ser que utilizará toda su fuerza para regresar a su añorado hogar.
La película tiene un portentoso poder de evocación en cada una de sus secuencias; detenta la capacidad de hacernos rememorar momentos trepidantes de un cine ya lejano en su concepción; nos sumerge en una historia hilvanada en forma de homenaje a su productor y a todos sus seguidores; sin embargo, sería ingenuo pensar que logra alcanzar las cotas de emotividad y emoción de sus referentes. J.J. Abrams construye una película sólida sustentada en un diseño de producción exquisito, unos efectos especiales realistas, la interpretación divertida y auténtica de sus jóvenes protagonistas (encabezados por la talentosa Elle Fanning y el prometedor Joel Courtney) y la banda sonora del siempre sugerente Michael Giacchino; pero su resultado aún queda muy lejos de las excitantes aventuras del cine de los 80.
Puede que la etapa vital en la que se disfrutan este tipo de películas sea un hecho crucial en este aspecto, y por ello esta Super 8 deba ser valorada en su contexto. La película de Abrams nos ha devuelto una forma de sentir el cine, y como tal, debemos rendirnos ante su valentía. Quizás muchos adolescentes de hoy día tomen como hito cinematográfico para el futuro una cinta que para muchos de nosotros es una nostálgica reminiscencia de la más tierna juventud. Sea lo que fuere, Super 8 es ya la película del verano y uno de los mayores acontecimientos fílmicos del año. La fantasía ha regresado, esperemos que para quedarse.

Crítica La Víctima Perfecta; ¿Alquilar? Mejor comprar, gracias.

4/10

Hilary Swank es una de las grandes actrices que han pasado por esta última década de Historia del Cine. Con dos nominaciones a la mejor actriz y dos Oscars (Boys Don´t Cry y Million Dollar Baby, magnífico alegato de Eastwood), Swank proporciona a sus papeles una intensidad que pocas intérpretes saben dotar en estos irregulares tiempos.
Sin embargo, y a pesar de su buen hacer y las ganas que pone en cada trabajo, lo cierto es que Hilary Swank no está demasiado afortunada últimamente en la elección de sus papeles protagonistas. La Cosecha, Amelia y ésta, La Víctima Perfecta son papeles buenos insertos en películas de una factura muy irregular. 
Dirigida por Antti Jokinen y basado en un guión escrito por él mismo, La Víctima Perfecta asegura no más que un rato de entretenimiento que no aporta absolutamente nada al catálogo fílmico de lo que llevamos de 2011. El realizador finlandés nos trae una inquieta obra de suspense en el que la mayor parte de los sustos nos vienen proporcionados por nerviosos movimientos de cámara que ayudan a la sensación de agobio en el espectador más asustadizo. 
Tres son los papeles protagonistas en esta cinta. Por un lado, Swank, la cual consigue transmitir el miedo que siente tras notar los extraños movimientos que se suceden en un fantástico apartamento que alquila donde las vistas al Puente de Brooklyn no son lo único llamativo. Su casero, un destacado Jeffrey Dean Morgan, insiste en azuzar la tranquila vida de su inquilina mientras descubrimos los entresijos de las paredes de todas las estancias de su recién reformado piso. Las perversiones sexuales, alimentadas por pequeños agujeros en las paredes, harán que las relaciones entre casero e inquilina adquieran tintes, cuanto menos, agobiantes.
Y el tercer protagonista es simplemente circunstancial. La Víctima Perfecta, producida por la legendaria factoría Hammer, cuenta también con la presencia de Christopher Lee. El veterano intérprete es uno de los buques insignia, junto con Peter Cushing, de aquel terror de la Hammer que triunfó con versiones de Drácula y Frankenstein. Los tres intérpretes consiguen tejer una trama muy irregular, con momentos de suspense nada novedosos basados en lo típico: ventanas que se bajan o cortinas que se mueven. Podría tratarse de un homenaje a las antiguas películas de terror o bien podríamos estar ante la primera prueba de fuego de un director debutante como el finlandés Antti Jokinen.
Las intenciones son buenas y el entretenimiento rutinario está asegurado. Al finalizar la película, no tendremos la sensación de haber perdido una hora y media de nuestra vida pero tampoco estaremos dispuestos a ver las estrellas ante la pseudo-terrorífica aventura que vivirá Hilary Swank en su flamante piso de alquiler.