El Hobbit, Un Viaje Inesperado

 8,5/10
Bilbo Bolsón nunca fue un hobbit al uso. Más allá de las excentricidades propias de la edad, como la de organizar una espléndida fiesta por su 111 cumpleaños para más tarde desvanecerse en pleno discurso de agradecimiento ante la estupefacción de su nutrida y heterogénea familia, Bilbo cargaba con un bagaje existencial que lo hacía especial. Un individuo peculiar cuyas historias de trolls petrificados y dragones codiciosos bordeaban las divagaciones fantásticas de un viejo loco frente a la mirada extrañada de los demás. Ahora bien, ¿cuánta verdad encerraban las narraciones escritas en su madriguera durante los últimos años en Bolsón Cerrado antes de legar su tesoro a Frodo? 

Para aquellos que se interrogaban acerca del modo en que Bilbo halló el anhelado anillo único, el por qué de su insólita amistad con Gandalf el Gris, o de dónde habia sacado aquellas riquezas apenas adivinadas por el menguado ingenio de sus conciudadanos, las respuestas están en El Hobbit, la obra literaria que el escritor J.R.R. Tolkien ideó sin más objetivo inicial que el de alimentar la imaginación de sus hijos antes de dormir. Tras ella, el universo fantástico que había creado en torno a las aventuras de Bilbo se amplió hasta componer un relato épico en el que las frontreras de la Tierra Media se expandían, el Mal crecía en el Sur y el destino de los hombres se encaminaba hacia la batalla definitiva. Y todo por un anillo, precisamente el anillo que Bilbo encontró a tientas en la oscuridad bajo la montaña y que ganó a su celoso propietario mediante un acertijo con trampa. 

Muchos se preguntarán, entonces, porqué Peter Jackson decidió adaptar en primer lugar la trilogía de El Señor de los Anillos si es en El Hobbit donde se origina la trama que dio lugar al azaroso destino de Frodo Bolsón y su abnegada compañía. Como suele ser habitual, las razones obedecen más a criterios legales y económicos que a los puramente artísticos. Las negociaciones por los derechos de producción y distribución de El Hobbit, en manos del productor estadounidense Saul Zaentz (quien ya produjera en 1978 la versión animada de El Señor de los Anillos) y de United Artists respectivamente, se encallaron hasta obligar a Jackson a tomar las riendas de la adaptación de la trilogía. El resto ya es historia. La Comunidad del Anillo inició en 2001 uno de los fenómenos cinematográficos más grandes de todos los tiempos entre público y crítica cosechando 17 Oscar y cientos de millones de euros en las taquillas de todo el mundo. 

Un éxito demasiado jugoso para no prolongarse con una nueva adaptación, en esta ocasión la precuela literaria de El Señor de los Anillos. En 2006, Metro Goldwyn Mayer, que era por entonces propietaria de United Artists, desatascó la pugna por los derechos de El Hobbit y se asoció con Peter Jackson y New Line Cinema para producir dos películas que plasmarían en la gran pantalla las aventuras de Bilbo. 

En esta ocasión, Jackson se mantendría alejado de las cámaras y sus funciones quedarían relegadas a la elaboración del guión junto a su esposa, Fran Walsh, así como a las tareas de producción, ya que, tal y como señalaría en alguna ocasión el exitoso director, quería evitar comparaciones respecto a su trabajo en la trilogía anterior. Una de las primeras decisiones del equipo fue precisamente designar a un realizador que afrontara el reto de continuar la senda de triunfos de El Señor de los Anillos. En 2008, Guillermo del Toro firmaría el contrato que lo vinculaba a El Hobbit. 

No obstante, los problemas no tardarían en llegar. MGM quebró en 2010 y dejó en el aire el inminente rodaje de la película, precipitando de esta forma la salida del proyecto de Del Toro, quien anunció públicamente que "a la luz de los constantes retrasos en la fecha de inicio del rodaje de 'El Hobbit', debo afrontar la decisión más dura de mi vida". Todo ello tras trabajar intensamente en el guión y planificación de la película durante un año en el que incluso se había mudado con su familia a Nueva Zelanda. Por otro lado, la batalla legal iniciada por el hijo de J.R.R Tolkien, Christopher Tolkien, para paralizar el rodaje por la supuesta deuda que New Line (propiedad de Warner Bros) mantenía con los herederos del escritor, quienes reclamaban el 7,5% de los beneficios de El Señor de los Anillos (unos 158 millones de euros), no hacía más que sembrar una nueva incógnita sobre el futuro de la adaptación cinmatográfica, que ya acumulaba un año de retraso. 

Ante este panorama, Peter Jackson decidió tomar las riendas del proyecto y ponerse una vez más tras las cámaras trabajando sobre el material ya avanzado por Del Toro, Walsh, Philippa Boyens y él mismo. No sería hasta el 21 de marzo de 2011 cuando se iniciará al fin el rodaje, que se prolongaría 266 días, hasta el 3 de julio de 2012, tras otras sucesión de inconvenientes como la huelga de actores neozelandeses, la operación quirúrgica de urgencia que precisó Jackson o cambios en la producción tan trascendentales como el de añadir una película más a las dos previstas inicialmente. 

No en vano, las críticas en torno a esta decisión no tardaron en llegar en base a un razonamiento muy sencillo; ¿cómo puede ocupar el mismo metraje la adaptación de El Hobbit, un libro de poco más de trescientas páginas, que la de El Señor de los Anillos, con más de mil? La respuesta más inmediante es, como no podía ser de otro modo, las posibilidades de negocio que se le abren a las productoras con una película extra, más aún teniendo en cuenta la costosa inversión del proyecto (cifrada en algo más de 800 millones de dólares). Sin embargo, Jackson argumentó que habían añadido algunos ejes argumentales y personajes que no aparecían en el original literario pero que habían sido extraídos de algunos escritos de Tolkien concebidos presumiblemente por el escritor para ampliar las aventuras de Bilbo Bolsón por la Tierra Media. 

Sea como fuere, el hecho es que el pasado 14 de diciembre se estrenó en los cines de todo el mundo la primera parte de la trilogía de 'El Hobbit', Un viaje inesperado, tras años de larga espera y una expectación apenas contenida por los millones de fans del universo Tolkien. ¿El resultado? Analicémoslo. 

Una de las premisas ineludibles bajo las que tiene que acudir cualquier espectador que conozca la obra literaria original a la sala donde se proyecte la película es que esta ha sido concebida de forma independiente a su homóloga de papel. Más allá de los disparatados (y habituales) debates acerca de las diferencias halladas entre uno y otro formato, conviene valorar cada obra en su conjunto, como una entidad autónoma con sus propios códigos, debilidades y métodos de persuasión. Peter Jackson no ha dudado en incorporar a esta primera entrega una subtrama que añade una importante dosis de acción a un material originario que carecía de ella, al menos en sus primeros compases. Muchos argumentarán que esto supone un ultraje contra la obra de Tolkien, pero no se puede negar que el experimento funciona cinematográficamente y contribuye a conformar un relato con más componentes épicos y de conflicto que los habidos en una adaptación más fiel. 

La inclusión de la historia del Orco Pálido, si bien en algunos instantes parece estar incrustada forzadamente en la narración, dota de mayor relieve al personaje de Thorin e imprime una dinámica de contrapuntos magistralmente dispuestos por Jackson. De este modo, la película camina de forma trepidante en una dinámica en la que se alternan los momentos de alta tensión con escenas donde el ritmo decae para otorgar mayor profundidad a la trama, como si de un complejo artefacto de relojería se tratase. 

El mejor ejemplo de ello es un arranque pausado, concebido como prólogo, en el que se presentan a los personajes sin rehuir el humor y la fantasía que caracteriza a la obra literaria. Después de ello, los relatos a la luz de la hoguera o las paradas en el camino se conjugan con las escaramuzas con los orcos y los distintos desafíos de la aventura en una administración perfecta de los tiempos. Eso sí, respetando algunos de los momentos clave de la novela, como las vicisitudes de los trolls a la hora de cocinar a los enanos o el trascendental encuentro entre Bilbo y Gollum en las profundidades de la montaña. De hecho, esta quizás sea la secuencia más conseguida de la película gracias a un diseño de producción impecable y a los avances alcanzados en la recreación digital de la criatura, cuya expresividad está muy por encima de la lograda en El Señor de los Anillos. 

En el apartado humano, Martin Freeman compone una brillante interpretación de Bilbo Bolsón (a años luz de la realizada por Elijah Wood de Frodo) haciendo suyo un personaje que se debate entre la añoranza del cálido y mullido hogar y el espíritu de aventura y osadía que parece aglutinar en su interior. Por su parte, Ian McKellen vuelve a regalar una portentosa muestra de la bondad disfrazada de rectitud de Gandalf el Gris, quien en esta ocasión debe lidiar con la tozudez de 13 enanos liderados por un rey desterrado, Thorin Escudo de Roble, al que da vida Richard Armitage. De hecho, este es el único enano que parece diferenciarse de un grupo por lo demás homogéneo que nada tiene que ver con el carisma individual de la Compañía del Anillo. 

Peter Jackson, más allá del carácter pionero de los 48 fotogramas por segundo, los cuales ni siquiera serán proyectados de forma mayoritaria, ha logrado superar el despliegue técnico de su trilogía anterior y ofrece un auténtico espectáculo visual sin perder de vista lo realmente importante, la historia que sumerge a Bilbo en un viaje inesperado para arrebatar a un codicioso dragón el tesoro de un reino enano. De esta forma, el regreso a la Tierra Media es una más que satisfactoria experiencia que continuará el mes de diciembre del año próximo y concluirá en el verano de 2014.