La Comunidad del Anillo
El mundo ha cambiado; lo siento en el agua, lo siento en la tierra, lo huelo en el aire...Las palabras de la dama Galadriel eran premonitorias. El extenso lapso de tiempo abierto tras la última gran batalla contra el mago oscuro Sauron en la que el anillo único de poder abandonó a su dueño original, se mantuvo en una quietud aparente, una paz ficticia. El Mal continuaba al acecho, reconstruyéndose tras las oscuras murallas de Mordor, alimentado por la debilidad de los hombres, esperando una nueva oportunidad para recuperar lo que un día fue suyo; el anillo. Demasiado tiempo fue objeto de la fascinación obsesiva de un ser corroido por la avaricia y recluído en lo más profundo de la montaña, en las sombras impenetrables, donde nada ni nadie osaría internarse. Salvo una pequeña criatura, un hobbit indiscreto y curioso embarcado en una aventura insólita junto a doce enanos. Los avatares del destino lo condujeron a la montaña y su audacia le proveyó el tesoro; acertijos en la oscuridad. Sus hazañas prosiguieron y el viaje emprendió su vuelta, y con él, el embaucador anillo. Mientras tanto, esa grimosa criatura que durante tanto tiempo lo poseyó, dio inicio a su trágico periplo por una tierra hostil que lo llevaría hacia las mismas fauces de la Torre Oscura, donde entre sollozos y confuso balbuceo reanudó el ciclo; el mundo se abocaba de nuevo al cambio, las sombras crecían, el anillo era el fin indisoluble de la eterna lucha entre el Bien y el Mal.
El extenso y evocador prólogo que J.R.R. Tolkien compuso a modo de poema en verso para introducir la épica historia que desarrollaría a lo largo de tres novelas y cientos de páginas, podría constituirse como una película en sí misma llena de matices y trepidantes aventuras, por lo que el reto para Peter Jackson, Frank Walsh y Philippa Boyens, equipo de guionistas de la ambiciosa trilogía cinematográfica, de sintetizar todo un universo fantástico en una trama limitada y con una coherencia suficiente para ser comprendido por los profanos en la novela, era de dimensiones colosales.
El extenso y evocador prólogo que J.R.R. Tolkien compuso a modo de poema en verso para introducir la épica historia que desarrollaría a lo largo de tres novelas y cientos de páginas, podría constituirse como una película en sí misma llena de matices y trepidantes aventuras, por lo que el reto para Peter Jackson, Frank Walsh y Philippa Boyens, equipo de guionistas de la ambiciosa trilogía cinematográfica, de sintetizar todo un universo fantástico en una trama limitada y con una coherencia suficiente para ser comprendido por los profanos en la novela, era de dimensiones colosales.
La base de esta magna obra cinematográfica se encontraba en ese prólogo, pues sin él todo el desarrollo posterior hubiese estado condenado al fracaso. El resultado fue una perfecta y sincrética maquinaria narrativa que resumía en apenas unos minutos la compleja telaraña argumental que Tolkien había tejido en docenas de páginas. La armónica conjunción entre la voz de la elfa Galadriel (Cate Blanchett) y la belleza de las imágenes, elegida cada una de ellas con un justificado sentido ilustrativo, sumerge desde el comienzo al espectador en un mundo fantástico narrado como si de un legendario cuento oral se tratase, un exquisito preámbulo para una historia grandiosa.
La Comunidad del Anillo posee un aroma especial. La placidez de La Comarca, la afabilidad de sus gentes, el verde de sus prados, el despreocupado disfrute de la fiesta de cumpleaños de Bilbo, la celebrada llegada del mago gris, se nos antoja como un remanso de paz ante todo lo que está a punto de acontecer, el contrapunto luminoso a la paulatina reconquista de la Tierra Media por la oscuridad. Es entonces cuando la acción se desata y la aventura se inicia con una espectacularidad insólita hasta este momento en la gran pantalla. El peregrinaje de Frodo, Sam, Merry y Pippin por los límites de la Comarca con los jinetes negros tras sus pasos hasta su abrupta llegada a la aldea de Bree sacrifica algunos pasajes del libro francamente encantadores (como su paso por el Bosque Viejo o el encuentro con el peculiar Tom Bombadil), no obstante con ello la película gana en agilidad y tensión en un primer acto que podríamos extender hasta el concilio de Rivendel y que logra su clímax en la Cima de los Vientos.
Una vez constituida la Compañía del Anillo, la trama termina de configurar el elenco de personajes principales, quienes inician una misión suicida en torno al sorprendente portador que los llevará, en esta primera entrega, hasta las impenetrables raices de la tierra. La entrada de la compañía en las minas de Moira es todo un fabuloso despliegue técnico en el que el tratamiento de la luz dota de total verosimilitud a la recreación digital del lugar, además de escenificar la primera escaramuza bélica de la saga en una escena brutal de lucha cuerpo a cuerpo. Aquí las criaturas son reales, su sangre salpica la pantalla, el temor se deja sentir en el ambiente, la épica comienza a aflorar en todas sus vertientes. Y entonces aparece el Balrok y corroboramos la magnitud del espectáculo al tiempo que vibramos con la férrea actitud de Gandalf (un magistral Ian McKellen) a no dejarlo pasar bajo ningún concepto en una escena memorable de una evidente carga dramática.
Tras ello, la incursión de la maltrecha compañía en el bosque de la dama Galadriel es un súbito impasse un tanto aburrido aunque justificado en su intento de ahondar en el alma de sus personajes, que da paso finalmente a la encrucijada de caminos en la que se ramifica la epopeya después de la honrosa muerte de Boromir.
Tras ello, la incursión de la maltrecha compañía en el bosque de la dama Galadriel es un súbito impasse un tanto aburrido aunque justificado en su intento de ahondar en el alma de sus personajes, que da paso finalmente a la encrucijada de caminos en la que se ramifica la epopeya después de la honrosa muerte de Boromir.
La Comunidad del Anillo es la entrega de la trilogía con un menor peso de la acción, sin embargo la capacidad de sugestión de Peter Jackson en la recreación de los ambientes y en el retrato de las actitudes y actos de sus personajes hacen de ella, a mi parecer, la pieza más trepidante de la saga; aunque discernir entre la calidad de las tres películas sea de una complejidad evidente, pues es fácil concerbirla como un bloque homogéneo. Puede que cada espectador halle en cada una de ellas una razón personal para elegirla como predilecta, y si tuviese que dar una explicación coherente de la mía me faltarían las palabras. Probablemente sea debido a que La Comunidad del Anillo es el comienzo de la aventura, la primera pieza de una deslumbrante pieza visual, un inicio evocador de una historia arrebatadora, el contacto original con el universo, ahora cinematográfico, de Tolkien. A simple vista, la ambición de Peter Jackson y su equipo era suicida, sin embargo lograron cumplir las expectativas incluso de los más acérrimos seguidores de la saga. Los recursos técnicos, la banda sonora de Howard Shore, las interpretaciones de su elencto actoral, el escenario natural de Nueva Zelanda o el ingente despliegue de extras sometidos a un maquillaje inaudito; son sólo agunos de los ingredientes que contribuyeron a confeccionar una película perfecta; el fascinante inicio de la mejor saga cinematográfica de todos los tiempos.
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