El Retorno del Rey
El final del apasionante periplo por la Tierra Media se acerca, no obstante aún quedan grandes batallas por librar y retos difíciles que afrontar. La estoica victoria de Rohan en el Abismo de Helm frente a las hordas de Saruman tan sólo era un preludio de la guerra total que se avecina desde el Este sombrío, donde la oscuridad crece ante el pavor y el desánimo de los hombres. La unidad de estos frente al enemigo común se antoja como la única posibilidad de supervivencia, alimentada asimismo por el liderazgo del heredero de Isildur, el montaraz renegado que camina resoluto hacia el trono que le pertenece. Mientras tanto, el insensato cometido de Frodo y Sam les sumerge en las tierras estériles y ásperas de Mordor, sin más guía que una criatura traicionera que ansía por encima de todo recuperar el tesoro que le fue arrebatado en la oscuridad de su cueva.
Y qué mejor forma para iniciar la narración de esta tercera y última entrega que mostrando la historia de ese ser dual y atormentado, los orígenes de ese pesar, cuando no era más que un hobbit que pasaba una apacible tarde de pesca junto a su amigo y el anillo se cruzó en su destino para siempre, avivando una avaricia insana, propiciando un destierro del que jamás regresaría hacia las profundidades de la montaña, donde nada ni nadie perturbarían su abnegada entrega al tesoro. El prólogo que introduce Peter Jackson, además de pertinente en el proceso de comprensión del fascinante personaje, supone un sugestivo recurso narrativo a partir del cual hilvana la reanudación de la historia con fluidez y sin grandes fisuras en una trama concebida como un macrodiscurso fílmico para ser disfrutado sin pausa (para aquellos que lo logren). De hecho, esta suerte de prefacio cinematográfico enlaza con el Gollum actual que conduce a los imprudentes hobbits hacia el túnel de Ella, a partir de un soliloquio a dos voces sencillamente magistral en el que el reverso malévolo de Smeagol ha terminado por conquistar cualquier resquicio de dignidad en este último.
Y qué mejor forma para iniciar la narración de esta tercera y última entrega que mostrando la historia de ese ser dual y atormentado, los orígenes de ese pesar, cuando no era más que un hobbit que pasaba una apacible tarde de pesca junto a su amigo y el anillo se cruzó en su destino para siempre, avivando una avaricia insana, propiciando un destierro del que jamás regresaría hacia las profundidades de la montaña, donde nada ni nadie perturbarían su abnegada entrega al tesoro. El prólogo que introduce Peter Jackson, además de pertinente en el proceso de comprensión del fascinante personaje, supone un sugestivo recurso narrativo a partir del cual hilvana la reanudación de la historia con fluidez y sin grandes fisuras en una trama concebida como un macrodiscurso fílmico para ser disfrutado sin pausa (para aquellos que lo logren). De hecho, esta suerte de prefacio cinematográfico enlaza con el Gollum actual que conduce a los imprudentes hobbits hacia el túnel de Ella, a partir de un soliloquio a dos voces sencillamente magistral en el que el reverso malévolo de Smeagol ha terminado por conquistar cualquier resquicio de dignidad en este último.
Paralelamente, el resto de la ya extinta compañía del anillo se reencuentra sobre los escombros de Isengard, devastada por la ira desatada de los a priori pacíficos ents. En este punto, el reto para el equipo de guionistas de la trilogía era prácticamente insalvable ya que debían decidir el destino de Saruman, quien en la novela desempeñaría un último papel trascendental eliminado de la versión cinematográfica por evidentes cuestiones prácticas de metraje. La solución narrativa aportada fue más bien torpe e incoherente, obviando la figura del mago en la versión en cines y planteando una disputa dialéctica de tintes surrealistas en su versión extendida. De hecho, parte de las críticas vertidas por los más acérrimos seguidores de la saga literaria se encuentran relacionadas con el abrupto y deshonroso final de Saruman.
A partir del desafortunado episodio de Isengard, la película retoma paulatinamente el pulso medido y ágil consustancial a la trilogía en una dinámica de tensión ascendente que nos conduce irremediablemente a la guerra escenificada en Minas Tirith. No obstante, antes se nos descubre en toda su majestuosidad la ciudad blanca, una fortaleza construida verticalmente en sucesivos anillos amurallados que constituye un auténtico y fascinante hallazgo visual del equipo técnico de la película, capaz de rebasar incluso la perfección ideada en la febril imaginación de los lectores asiduos de Tolkien. La entrada de Gandalf en la ciudad y el recorrido por sus calles a lomos de Sombragris son de una belleza real cargada de emoción y épica al son de los compases de la partitura de Howard Shore, sólo comparable con ese interludio lírico en el que se encienden las almenaras a través de imponentes montañas transitadas a vuelo de pájaro por una cámara inverosímil hasta alcanzar la vista de Aragorn en un soberbio recurso de transición espacial.
A partir del desafortunado episodio de Isengard, la película retoma paulatinamente el pulso medido y ágil consustancial a la trilogía en una dinámica de tensión ascendente que nos conduce irremediablemente a la guerra escenificada en Minas Tirith. No obstante, antes se nos descubre en toda su majestuosidad la ciudad blanca, una fortaleza construida verticalmente en sucesivos anillos amurallados que constituye un auténtico y fascinante hallazgo visual del equipo técnico de la película, capaz de rebasar incluso la perfección ideada en la febril imaginación de los lectores asiduos de Tolkien. La entrada de Gandalf en la ciudad y el recorrido por sus calles a lomos de Sombragris son de una belleza real cargada de emoción y épica al son de los compases de la partitura de Howard Shore, sólo comparable con ese interludio lírico en el que se encienden las almenaras a través de imponentes montañas transitadas a vuelo de pájaro por una cámara inverosímil hasta alcanzar la vista de Aragorn en un soberbio recurso de transición espacial.
Es entonces cuando la película se interna en un bucle vibrante de acción en dos escenarios; por un lado, el tortuoso ascenso por la escalera sinuosa y la trampa que acecha a Frodo al final de la misma en forma de gigantesca criatura hambrienta (brillantemente recreada, al igual que su combate contra un Sam pletórico); y por otro, el asedio a Minas Tirith por una multitud inabarcable de orcos que augura la destrucción absoluta de la ciudad si nadie impide lo contrario. Suerte que los rohirrin, comandados por un rey Theoden envalentonado, acude al rescate de Góndor in extremis con una carga de caballería demoledora que hubiese sido suficiente sin la aparición sorpresiva de un ejército de aguerridos olifantes difíciles de derribar desde el terreno. La recreación cinematográfica de la guerra es realmente impresionante, no ya sólo por la espectacularidad del combate cuerpo a cuerpo o el inaudito despliegue de efectos especiales, sino también por la capacidad de Jackson para la creación de una atmósfera tensa y de tintes épicos desvelada en el miedo palpable de los hombres de Góndor ante la marea incontenible de oscuridad que los sitia; las arengas de Theoden ante un espléndido ejército de caballeros o el ataque suicida de los hombres de Faramir contra la destruida ciudad de Osgiliath con el canto triste de Pippin de fondo.
Es igualmente cierto que el baile de cifras de efectivos de uno y otro bando puede llegar a parecer caprichosa a tenor del uso masivo de la tecnología digital (¿de dónde salen tantos rohirrin tras la masacre del Abismo de Helm?, ¿por qué tiene unas defensas tan escuálidas el reino de Góndor?), y ofrecer instantes un tanto inverosímiles o carentes de sustancia (¿por qué no hay sangre en el campo de batalla?). No obstante, la adrenalina es segregada de forma arrolladora ante una sucesión de escenas grandiosas, como esa reivindicación heróica de Eowyn (el papel de la mujer en las novelas de Tolkien era muy secundario) al enfrentarse al señor de los Názgul con la inestimable ayuda de Merry; el momento de gloria de Legolas a lomos del olifante; el brutal asedio de la ciudad con cabeza de lobo incluida (cuando consiguen traspasar las puertas, la expresión de Gandalf lo dice todo); o la salvadora y aplastante llegada del ejército de muertos (un recurso fácil para acabar la guerra de forma rápida).
Y cuando parecía que ya todo estaba cercano a su fin y no cabía más destrucción, los restos de los ejércitos de los hombres toman la feliz idea de acudir a la misma Puerta Negra para desafiar a Sauron y, de paso, ofrecernos vibrantes instantes dramáticos de coraje y honor (la arenga del nuevo rey de Góndor entra en los anaqueles de grandes discursos bélicos del cine) aunque todo indicara que la única salida sería la muerte (Aragorn seguido por los hobbits hacia una inmensa marea enemiga; los pelos como escarpias). No obstante, a poca distancia de la Puerta se libraba la trascendental lucha por la destrucción del anillo, una confrontación de voluntades resuelta magistralmente por Peter Jackson a la altura de la novela y de la propia saga, con el feliz final para Gollum.
Y cuando parecía que ya todo estaba cercano a su fin y no cabía más destrucción, los restos de los ejércitos de los hombres toman la feliz idea de acudir a la misma Puerta Negra para desafiar a Sauron y, de paso, ofrecernos vibrantes instantes dramáticos de coraje y honor (la arenga del nuevo rey de Góndor entra en los anaqueles de grandes discursos bélicos del cine) aunque todo indicara que la única salida sería la muerte (Aragorn seguido por los hobbits hacia una inmensa marea enemiga; los pelos como escarpias). No obstante, a poca distancia de la Puerta se libraba la trascendental lucha por la destrucción del anillo, una confrontación de voluntades resuelta magistralmente por Peter Jackson a la altura de la novela y de la propia saga, con el feliz final para Gollum.
El Retorno del Rey, más allá de los numerosos galardones obtenidos, es la culminación de un magno poema épico de dimensiones inconmensurables; una obra capital en la historia del cine fantástico-literario que trasciende las fronteras del propio género a partir de una portentosa narrativa fílmica y del uso creativo de los medios digitales. Una amplia financiación no es sinónimo de una buena película; es necesario un trabajo minucioso y una originalidad visual sólo al alcance de algunos privilegiados. Peter Jackson y su equipo lo logran trasladando de forma impecable a imágenes un legado literario que ha espoleado la imaginación de varias generaciones de lectores, cumpliendo unas expectativas a priori inalcanzables. Un viaje de ida y vuelta ribeteado por un final emotivo que homenajea de forma justa a una personaje tan entrañable como Samsagaz Gamyi, y que cierra la historia inmortal de un mundo apasionante poblado por hombres, elfos, enanos, orcos, ents... y hobbits, en el que se escenifica la legendaria lucha entre el Bien y el Mal. Tolkien lo ideó en la cabeza de millones de personas, ahora Peter Jackson nos lo muestra, en todo su esplendor, a muchos más.
putos zombies
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