7/10
El cine suscita una profunda capacidad y necesidad de debate entre los profesionales de la industria, los periodistas y el gran público, fuente de éxito y receptor de las intenciones tanto de la industria como de los críticos, algunos de ellos con muy mala sangre. Fruto de la confrontación de ideas nace el necesario debate en torno a algo tan subjetivo como es la interpretación de cualquier obra fílmica.
Sin duda, El Gran Gatsby constituye uno de esos ejemplos de diversificación de opiniones entre los que encuentran en la obra de F. Scott Fitzgerald todo un hallazgo que fue mal llevado a la gran pantalla y otros que, sin haber leído la universal novela americana, se han dejado llevar por una gran historia en torno al misterioso personaje encarnado por el inimitable Robert Redford. El actor, uno de los galanes más atractivos de la época dorada del cine, convierte a su protagonista en uno de los roles más perfectamente dibujados de las adaptaciones cinematográficas de aquella época tan convulsa como los años 20.
En medio de un contexto bélico en el que los soldados regresan del frente devastador que dejó tras de sí la Primera Guerra Mundial, nacen unos Estados Unidos que se asoman al mundo como cuna de la mediocridad social, inundada de falsas expectativas, hipocresía, clasismo y apariencias más que engañosas. En esta realidad se mueven los protagonistas de El Gran Gatsby, una sociedad en la que el charlestón, el jazz y las reuniones sociales son el día a día de los más ricos mientras que los pobres apenas sostienen sus negocios, abandonados en medio de la nada. Una película sobre amores imposibles, hipocresía, falsedad, dinero, mucho dinero, etiqueta y suntuosas mansiones.
Si el personaje de Robert Redford otorga al metraje de un aura misterioso, intrigante y excepcional no van a ser menos sus compañeros en el reparto de la película. De ese modo, destacamos sobremanera los roles de Sam Waterston y el gran Bruce Dern, un actor infravalorado cuyas interpretaciones han sido auténticas lecciones de cine. Ambos, confeccionan dos caras de la misma moneda. Dos hombres con buenas oportunidades de progreso que llevan una vida cómoda, uno en soledad y otro acompañado de su esposa, una de nuevo insoportable Mia Farrow a la que cada día duele más ver en una película.
El Gran Gatbsy es el resultado de la adaptación que Francis Ford Coppola redactó de la novela de F. Scott Fitzgerald, uno de los autores más importantes de la literatura norteamericana de principios de siglo. Aunque la última hora de metraje resulta de lo más apetecible y exquisita, hasta llegar a ese punto, hemos de pasar por unas tediosas fiestas que no hacen más que provocar el aburrimiento en el espectador. La situación espacio temporal de la película viene bien definida por la sinopsis y una primera media hora muy bien situada. Sin embargo, Coppola se recrea demasiado y es quizás el mayor fallo de una película, por otro lado, muy destacable en la que ciertos giros de guión sorprenderán al espectador más adormilado obligándolo a prestar toda su atención a la trama.
Sin duda, El Gran Gatsby constituye uno de esos ejemplos de diversificación de opiniones entre los que encuentran en la obra de F. Scott Fitzgerald todo un hallazgo que fue mal llevado a la gran pantalla y otros que, sin haber leído la universal novela americana, se han dejado llevar por una gran historia en torno al misterioso personaje encarnado por el inimitable Robert Redford. El actor, uno de los galanes más atractivos de la época dorada del cine, convierte a su protagonista en uno de los roles más perfectamente dibujados de las adaptaciones cinematográficas de aquella época tan convulsa como los años 20.
En medio de un contexto bélico en el que los soldados regresan del frente devastador que dejó tras de sí la Primera Guerra Mundial, nacen unos Estados Unidos que se asoman al mundo como cuna de la mediocridad social, inundada de falsas expectativas, hipocresía, clasismo y apariencias más que engañosas. En esta realidad se mueven los protagonistas de El Gran Gatsby, una sociedad en la que el charlestón, el jazz y las reuniones sociales son el día a día de los más ricos mientras que los pobres apenas sostienen sus negocios, abandonados en medio de la nada. Una película sobre amores imposibles, hipocresía, falsedad, dinero, mucho dinero, etiqueta y suntuosas mansiones.
Si el personaje de Robert Redford otorga al metraje de un aura misterioso, intrigante y excepcional no van a ser menos sus compañeros en el reparto de la película. De ese modo, destacamos sobremanera los roles de Sam Waterston y el gran Bruce Dern, un actor infravalorado cuyas interpretaciones han sido auténticas lecciones de cine. Ambos, confeccionan dos caras de la misma moneda. Dos hombres con buenas oportunidades de progreso que llevan una vida cómoda, uno en soledad y otro acompañado de su esposa, una de nuevo insoportable Mia Farrow a la que cada día duele más ver en una película.
El Gran Gatbsy es el resultado de la adaptación que Francis Ford Coppola redactó de la novela de F. Scott Fitzgerald, uno de los autores más importantes de la literatura norteamericana de principios de siglo. Aunque la última hora de metraje resulta de lo más apetecible y exquisita, hasta llegar a ese punto, hemos de pasar por unas tediosas fiestas que no hacen más que provocar el aburrimiento en el espectador. La situación espacio temporal de la película viene bien definida por la sinopsis y una primera media hora muy bien situada. Sin embargo, Coppola se recrea demasiado y es quizás el mayor fallo de una película, por otro lado, muy destacable en la que ciertos giros de guión sorprenderán al espectador más adormilado obligándolo a prestar toda su atención a la trama.
Dirigida por Jack Clayton, la película constituye un buen documento fílmico sobre una época controvertida, dirigida por unas clases sociales que abusaron de sus ganancias y que se vieron abocadas al fracaso una vez llegó la crisis de 1929. Una época en la que los contrabandistas se hicieron de oro gracias a la aprobación de la Ley Seca y la llegada de cientos de locales clandestinos donde el alcohol, las mujeres y el dinero corrían como la pólvora.
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