Películas para Dos Vidas; Cinema Paradiso

El cine es un arte incierto. Presumiblemente inicuo, súbitamente inflamable. El fotograma, esa insólita pieza anacrónica que aúna la química con la magia, recorre como una fina lámina el mecanismo interior de una máquina de luz y sueños, armoniosamente, con hipnótica perfección, al igual que ese mundo onírico en blanco y negro de galanes sempiternos, musas divinas y pasiones soterradas. Sin embargo, en tan sólo unos instantes, todo puede mutar de forma imprevisible en un bucle de fuego y destrucción, en una paradigmática ilustración de la volatilidad humana, esa naturaleza inestable de alegrías y pesares, nostalgias y memorias, ira y amor; existencia, al fin, en constante devenir. El cine no es más que su fiel reflejo, una escenficación de la vida, un complejo retrato de lo que existe más allá de aquel chirriante cinematógrafo y aquella fascinante sábana blanca de imágenes en movimiento.
Quizás por todo ello el cine suscite un amor tan ingenuo como desenfrenado entre aquellos cautivos de su magia. El perspicaz Totó quedó muy joven prendado de su olor a grasa y química Un poder de atracción que dio sentido a toda una vida dedicada a la captura de historias, detalles, retazos de una realidad esquiva. Y eso que todo comenzó como una muestra de intransigencia infantil, de pasión prematura; ya fuese desoyendo las reprimendas de su sufrida madre o conquistando, a pesar de su carácter reticente, el férreo y solitario espíritu de Alfredo, un veterano proletario del cine de un pueblo cualquiera de la Italia rural. Cómo se puede poner freno al destino cuando éste se despliega ante tus ojos jalonando oportunidades y tragedias al mismo tiempo, caprichosamente, como vertebradas por una incierta hoja de ruta preestablecida; el cine, al fin y al cabo.
El fuego se desató y la carrera profesional de Totó dio inicio bajo los auspicios de un sabio cotidiano de tintes homéricos. Una odisea sin regreso a Ítaca, o al menos hasta que la historia, su historia, tornase a un final de episodio marcado por la muerte. Sólo en ese preciso instante, cuando el recuerdo y la melancolía hubiesen sido oxidados por el tiempo, el improbable Ulises podría volver a su origen, ese punto de partida de sesiones furtivas, censura y películas clásicas, para descubrir aquello que siempre habría buscado; el amor. Un amor concentrado en piezas guardadas en una vieja lata, el tesoro, con los besos robados de Irene Dunn y Charles Chaplin, Greta Garbo y John Gilbert, Clark Gable y Vivien Leigh...
Cinema Paradiso es ese tesoro, esa lata con películas enrolladas, testamento de un arte popular que vertebra nuestra historia, una forma de ver el mundo entre el movimiento mágico de las imágenes en la sábana y la confortabilidad del sillón de una sala oscura. Los modos de vivir el cine han cambiado; las algaradas de un público entusiasta y socarrón han dado paso al sepulcral silencio de un espectador más grave y considerado, el carácter único y anhelado de las míticas sesiones dobles como experiencia ociosa exclusiva ya es sólo un complemente a un infinito abanico de posibilidades de entretenimiento, esa inocencia primitiva ante un arte nuevo y asombroso no es más que un recuerdo sustituido por el rigor intelectual y el escepticismo de la actualidad; sin embargo, el cine continúa cautivando, sembrando sueños, desatando pasiones, suscitando penas, dando sentido a las vidas de aquellos que no saben existir sin él.
Giuseppe Tornatore le rinde un sincero homenaje en esta inmortal película autobiográfica. Su historia no es más que una excusa para hablar de él, adularlo como algo tangible, rememorarlo como un viejo amigo enraizado en el corazón. Ennio Morricone le pone la banda sonora; lacerante, emotiva hasta la conmoción, nostálgica, de una hermosura inolvidable. Todo en esta joya patrimonial del cine huele a viejo, está cubierta por esa melosa y desgarrada pátina de melancolía, como un recuerdo demasiado bello para ser olvidado. Risas y lágrimas en un fascinante teatro de emociones y sentimientos a flor de piel; el ardor por el descubrimiento, la pasión del primer amor, los estragos del recuerdo, el encuentro con la infancia. Demasiada intensidad para aquellos que saben lo que van perdiendo, poco a poco, con el devenir de los años. Y ese final. Pura genialidad concebida para rendir homenaje a una forma de sentir el cine. Imposible contener las lágrimas.
Cinema Paradiso no es sólo una película, es la sublimación de un arte centenario.

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