Crítica José y Pilar: Literatura y Vida

9/10
Tiempo. Eso es lo único que anhelaba el escritor portugués José Saramago en los últimos años de su vida. Más tiempo. Era reconocido internacionalmente como un pensador de referencia legitimado por una dilatada obra literaria de resonancias filosóficas, una voz autorizada para arremeter contra los políticos, la banca, el sistema capitalista, para erigirse como abanderado de una lucha latente y silenciosa de indignación generalizada; un líder de pensamiento, un maestro de conciencias. Aunque más allá de toda la parafernalia intelectual de la que siempre huyó con su humildad esencial, Saramago no era más que un hombre enamorado de su mujer, esa que había llegado demasiado tarde, pero que finalmente lo había hecho para su mayor felicidad.
Sin embargo, el tiempo se agotaba, inexorable. Y es que la contradictoria naturaleza humana es especialmente estricta en esta cláusula, en el carácter finito de nuestra existencia. De poco importa que tus palabras hayan iluminado a millones de lectores, que con tus ideas hayas avivado los espíritus de tantos hombres y mujeres, que tu vida haya brindado una razón necesaria para la comprensión de un mundo que vacila entre la descomposición y el progreso; pues, al final, la humanidad emerge, de forma irremisible, sin entender de utilidades, amor o gloria.
Saramago siempre negó temer a la muerte, pues la conceptualizaba como un elemento natural de nuestra existencia. No precisaba arrepentirse en el lecho para una salvación espiritual de última hora a cargo de la divinidad a la que nunca dio réditos suficientes para vivir encadenado a ella. Lo único que lo aterrorizaba era la certeza del no-estar, ese vacío de la consciencia, del pensamiento, que finalmente apagaría sus luces para siempre. Quizás por ello jugara con la irrebocalidad del destino en su novela 'Las intermitencias de la muerte', para alcanzar un convencimiento impostado de lo perentorio de nuestro final. Ver a Saramago en la cercanía de la cámara desnuda pidiendo ese tiempo que le faltaba resulta conmovedor en la medida que enlaza con lo auténticamente humano de nuestra condición. Es en ese preciso instante cuando se desvela la inutilidad de todo lo accesorio que ocupa ese tiempo que un día se agotará sin remisión, y la necesidad de vivir inmersos en el amor y el respeto a uno mismo.
La película de Miguel Goncalves Mendes nos descubre a un Saramago cotidiano, sin ropajes bajo los que disfrazar su verdadera condición. Y es que a la hora de retratar a un personaje de estas características es sumamente fácil precipitarse hacia un pozo de convencionalismos, lugares comunes y un poco disimulado ejercicio de adulación compartido por su público. Afortunadamente, en la pantalla se presenta a un hombre muy alejado del halo de intelectualidad que presumiblemente lleva adosado para bucear en la cotidianeidad de sus últimos años a través de la ironía de la que siempre hizo gala. Por ello, no se eluden momentos cómicos, declaraciones tan veraces como hilarantes, el drama acarreado por su última enfermedad o la entrañable relación con Pilar, el otro eje trascendental del documental.
Pilar del Río no es sólo la persona que siempre aparece en la dedicatoria de los libros de Saramago, sino la traductora, gestora, soporte e inspiradora de toda su obra. Pues Pilar tiene para todo y para todos; por algo es andaluza, feminista y mujer de una poderosa presencia que llega incluso a eclipsar a su propio marido en virtud a una verborrea sincera y apasionada. Asimismo la descubrimos como la mitad indisoluble de un matrimonio feliz basado en un amor en el que hay mucho de fascinación y comprensión mutuas.
Lo cierto es que nunca un documental sobre la vida de un escritor había sido tan entretenido, incluso apasionante, como José y Pilar. Con un ritmo siempre sostenido no exento de recursos narrativos y estilísticos del ámbito cinematográfico más renovador, la película desgrana el último tramo de una vida extenuante y excitante a partes iguales, desbordante de amor, sinceridad, ironía y melancolía por el tiempo que se escapa. Un documento fílmico de un valor incuestionable concebido para disfrutarlo en el más amplio sentido del término, así como para aprender de todas las lecciones que encierra en el retrato fiel de uno de los grandes escritores y pensadores de nuestro tiempo.
José Saramago finalmente se quedó sin tiempo, pero su obra permanecerá para siempre, ajena a la condición finita del ser humano, extendiendo su sabiduría a través de otras tantas existencias de tiempo limitado.

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