Crítica Project X; la Risky Business a lo bestia

5,5/10

La sociedad cambia a medida que avanza la peligrosa combinación que ofrecen las distintas formas de diversión que abundan entre adolescentes cada vez más precoces y la posibilidad que tienen de acceder a todo tipo de redes sociales a través de sus teléfonos móviles. Es lo que ocurre en Project X, una película que ahonda en la extrema capacidad de diversión de los menores de 18 años en Estados Unidos. Sorprende el éxito de taquilla que una película aparentemente intrascendente como puede ser Project X ha cosechado tras su estreno. Y es que la cinta dirigida por Nima Nourizadeh no ahonda en el perfil psicológico de los jóvenes que organizan estas macrofiestas sin el consentimiento paterno y abandonan su condición de seres humanos por cada hectolitro de alcohol que entra por sus venas sino que retrata cualquiera de las fiestas organizadas por los jóvenes norteamericanos elevada a su máxima expresión.
Al final de la película contemplamos un apocalipsis etílico que, aunque pueda rozar los límites del surrealismo, es más real de lo que parece. Los jóvenes ya no se divierten organizando partidos de fútbol ni yendo a comer hamburguesas mientras discuten sobre el instituto, las chicas o los videojuegos y películas que tienen en casa. La mayor parte de los adolescentes, sobre todo en Estados Unidos, están más preocupados por teclear en su móvil todo tipo de bárbaras ocurrencias y averiguar en qué momento perderán la virginidad y con cuántas chicas.
Es lo que se desprende del comportamiento de estos centenares de adolescentes que se reúnen en casa de un pobre diablo que cumple 17 años y que desconoce el número de escobas y fregonas que necesitará para recoger el desastre que sus amigos le han organizado. Project X analiza el descontrol que existe entre los menores de edad que, en ocasiones, roza lo peligroso. Facebook y Twitter se han convertido en herramientas básicas para la diversión de los jóvenes norteamericanos, y de medio mundo, fomentando la comunicación instantánea y la organización de macroeventos de todo tipo en cuestión de segundos.
En la película, rodada con un estilo documental, se deja de lado las verdaderas inquietudes de los jóvenes antes de pegarse al cuello de la botella. Sin embargo, resulta interesante de ver por el simple hecho de contemplar en qué desemboca todo lo que estamos viendo aún sabiendo que, al salir de la sala de cine, no recordaremos absolutamente nada. Project X es una película rodada para el público adolescente, el cual suele llenar los cines si la ocasión lo merece. Sin embargo, para un amante del cine le parecerá más que intrascendente e incluso aberrante. Y es que tener detrás al director de Resacón en Las Vegas como productor, Todd Phillips, no ayuda demasiado a evadirse del género. Project X es la Risky Business del siglo XXI. Sus protagonistas son la versión bizarra de aquel Tom Cruise que bailaba en calzoncillos con una escoba. Eso ya no se lleva. Los hastags del futuro mandan ponerse hasta arriba de todo lo que se encuentre y realizar bromas pesadas que resultan cargantes y hasta odiosas. Y es lo que analizan películas como la que nos ocupa o sus referencias más allá de la cinta de Cruise tales como Supersalidos o Aquellas Juergas Universitarias.
Si analizamos fríamente Project X el resultado no es ni una comedia ni un drama. Es una película de desprende un miedo atroz sobre las terribles consecuencias que tienen las costumbres de los adolescentes de nuestros días. Aún sin saber de qué tienen que evadirse, utilizan el alcohol y las fiestas épicas para demostrar su valía de cara a una sociedad que parece marginar al más débil. Parece que en Estados Unidos si no organizas la fiesta más legendaria jamás conocida, nunca llegarás a conseguir el respeto que necesita tu ego para seguir sobreviviendo. Pero, ¿de qué huyen los jóvenes en realidad? Es lo que Project X abandona a favor de una jungla doméstica de costosas consecuencias.

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