[Crítica] La Venus de las pieles

Emmanuelle Seigner. Mathieu Amalric. Dos personajes, dos actores practicando un ejercicio metadiscursivo que solo alguien como Roman Polanski es capaz de solventar con maestría y nitidez. La venus de las pieles se encuentra a medio camino entre la obra más pura y absolutista del Polanski más clásico y su tendencia a la contemporaneidad como cineasta que ha demostrado en los últimos tiempos.
Es la cuarta ocasión que el director polaco trabaja con su musa, Emmanuelle Seigner, quien derrocha talento y sensualidad a lo largo de un metraje en que encuentra un equilibrio perfecto con su partenaire masculino, un Mathieu Amalric con evidentes toques, ínfulas y parecido con el propio director de la película. Este ejercicio metacinematográfico, interliterario si se me permite, transita entre sucesivas adaptaciones de la misma obra. La homónima escrita a finales del siglo XIX por el alemán Leopold von Sacher-Masoch y que terminó por dar nombre a cierta tendencia sexual que evitaremos reiterar sirve al dramaturgo norteamericano David Ives para crear una cueva llena de pasillos ocultos que se cruzan unos con otros a lo largo de un iluminado camino interpretativo.
Como en anteriores obras (léase Un dios salvaje, El cuchillo en el agua o aquella rareza titulada Callejón sin salida) la acción transcurre en una sola estancia. La cámara se funde con el espacio, retratando cada rostro de ambos personajes mientras disfrutan de su propia reconversión en “intérpretes interpretados”. Hay mucho de Lunas de hiel, de Repulsión, de La muerte y la doncella en esta nueva incursión cinematográfica de Roman Polanski en la que los papeles se confunden con la realidad, los actores se confunden con ellos mismos y el cineasta aparece reflejado en cada uno de ellos, aunque Amalric termine siendo su vehículo de expresión.
Estamos a punto de contemplar un ejemplo de representación de un subtexto fílmico que mejora, si cabe, la concepción cinematográfica del propio guión primario de la película. Hay referencias a Wagner, a Tiziano, incluso a John Ford. ¿Quién no ha deseado ver alguna vez un musical de producción belga basado en La diligencia? En toda esta demostración de utilización del lenguaje teatral y cinematográfico, brilla la doble Emmanuelle Seigner, la que es capaz de representar a la más vulgar del reino mientras se prepara para dotar a su personaje, complejo como pocos, de un estilo dominante, perverso y malévolo que deja sentado al director de la obra, un Mathieu Amalric rendido a los pies y deseos de su pareja en este reparto condensado pero bien desarrollado.
La venus de las pieles se introduce bajo la piel con frases demoledoras sobre romanticismo y dominación. La reconversión del texto original que realizan Ives y Polanski se traduce en una representación en tiempo real de las virtudes y perversiones del más común de los mortales. Todo ello aderezado con una inquietante banda sonora de uno de los compositores en mejor forma de la última década (y sucesivas), un Alexandre Desplat que vuelve a demostrar que ningún trabajo es similar al anterior.

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