Una de las obras menores de la filmografía de Billy Wilder junto a Bésame Tonto o ¿Qué Ocurrió Entre Mi Padre y Tu Madre?, posee un tono cómico inicial que va desapareciendo a medida que avanza la película tornándose en dos historias que cada vez se diferencian más conforme transcurren los minutos. En Bandeja de Plata es un divertimento, crítico como todos los proyectos de Wilder, aunque de carácter mucho más fallido.
Uno de los alicientes para ver la película, aparte de la original narración por capítulos planteada por guionistas y director, es la maravillosa presencia de Walter Matthau, uno de los intérpretes más destacados de la comedia clásica y cuya interpretación en esta película le valió el Oscar al mejor actor de reparto. Sus secuencias son verdaderas lecciones de comedia y consigue merendarse, cosa complicada, a su compañero Jack Lemmon quien parece perdido en una trama que no hace justicia a su aclamado talento.
Hablábamos días atrás de la versatilidad de Lemmon, la cual se ve reducida a su presencia en una incómoda silla de ruedas que le permite a Matthau moverse con el pez en el agua y aprovecharse de gran amigo para llevarse el liderazgo interpretativo de la película. Wilder intenta repartir los tempos entre los actores pero el nivel en la cinta es demasiado bajo para lo que el cineasta nos tiene acostumbrados.
Secuencias inolvidables son las que pueblan la primera parte de la película. Las malas artes de Walter Matthau, los escandalosos llantos de la madre del personaje de Lemmon al pie de su cama o los intentos del pobre discapacitado por continuar la farsa ideada por su cuñado. Sin embargo, a medida que pasan los minutos, la película se torna tediosa y la situación narrativa en el piso de Lemmon se hace más que interminable. Si a eso le sumamos la ausencia en los planos del inspirado Matthau, En Bandeja de Plata se vuelve un entretenimiento con contadas dosis de aburrimiento.
Un guión con frases que ahondan en la cínica condición del matrimonio o que osan burlarse de la mala fama de los abogados, retratados como representantes de sus propios intereses y de un dinero que pasa por sus manos esperando retenerlos. La diversión, como siempre en el cine de Wilder, radica en contemplar los guiones como meros análisis fotográficos de la sociedad en la que vivimos, de la hipocresía que reina en las relaciones entre los seres humanos vistos siempre en tono jocoso.
Sin embargo, a Wilder se le fue la mano en esta película. Todo lo que tienen de extraordinario cintas como El Apartamento o Con Faldas y a lo Loco quedó años atrás y ahora Wilder sobrevive con proyectos como este, sobrevalorado e injusto.
Uno de los alicientes para ver la película, aparte de la original narración por capítulos planteada por guionistas y director, es la maravillosa presencia de Walter Matthau, uno de los intérpretes más destacados de la comedia clásica y cuya interpretación en esta película le valió el Oscar al mejor actor de reparto. Sus secuencias son verdaderas lecciones de comedia y consigue merendarse, cosa complicada, a su compañero Jack Lemmon quien parece perdido en una trama que no hace justicia a su aclamado talento.
Hablábamos días atrás de la versatilidad de Lemmon, la cual se ve reducida a su presencia en una incómoda silla de ruedas que le permite a Matthau moverse con el pez en el agua y aprovecharse de gran amigo para llevarse el liderazgo interpretativo de la película. Wilder intenta repartir los tempos entre los actores pero el nivel en la cinta es demasiado bajo para lo que el cineasta nos tiene acostumbrados.
Secuencias inolvidables son las que pueblan la primera parte de la película. Las malas artes de Walter Matthau, los escandalosos llantos de la madre del personaje de Lemmon al pie de su cama o los intentos del pobre discapacitado por continuar la farsa ideada por su cuñado. Sin embargo, a medida que pasan los minutos, la película se torna tediosa y la situación narrativa en el piso de Lemmon se hace más que interminable. Si a eso le sumamos la ausencia en los planos del inspirado Matthau, En Bandeja de Plata se vuelve un entretenimiento con contadas dosis de aburrimiento.
Un guión con frases que ahondan en la cínica condición del matrimonio o que osan burlarse de la mala fama de los abogados, retratados como representantes de sus propios intereses y de un dinero que pasa por sus manos esperando retenerlos. La diversión, como siempre en el cine de Wilder, radica en contemplar los guiones como meros análisis fotográficos de la sociedad en la que vivimos, de la hipocresía que reina en las relaciones entre los seres humanos vistos siempre en tono jocoso.
Sin embargo, a Wilder se le fue la mano en esta película. Todo lo que tienen de extraordinario cintas como El Apartamento o Con Faldas y a lo Loco quedó años atrás y ahora Wilder sobrevive con proyectos como este, sobrevalorado e injusto.
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