Billy Wilder, en una de sus muchas vertientes como director, nos mostró la genialidad de la simpleza con la que se puede reinventar un género. Nada de tramas enrevesadas ni exceso de personajes ni situaciones que rozan la falta de entendimiento. Perdición es el ejemplo perfecto de que un buen guión construye una obra maestra como pocas hemos vuelto a ver en la Historia del Cine.
No podemos comenzar esta reseña sin definir uno de esos elementos que caracterizaron al cine negro. La utilización de la llamada “mujer fatal”, representada y definida por la cinematografía gracias a la interpretación de Barbara Stanwyck en esta obra maestra de Wilder. Sin duda, es el emblema de todas aquellas féminas que llevaron a la perdición, nunca mejor dicho, al protagonista en esos ambientes oscuros, lúgubres e inhóspitos.
Gracias a Fred MacMurray y su impactante interpretación supimos que “el asesinato olía a madreselva.” Él es el que lleva todo el peso de una trama que termina por convencernos de que estamos asistiendo a una película de locos con un final de locos, parafraseando algunas de las líneas escritas a dúo entre el propio Wilder y el escritor Raymond Chandler, uno de los imprescindibles de la novela negra.
Perdición reúne a su vez los elementos que caracterizaron el cine de Billy Wilder. Observamos la utilización de la voz en off incluso en los momentos en que, al igual que el propio protagonista, escuchamos una explicación dada por el gran y eterno Edward G. Robinson. Por si fuera poco, en una costumbre que le granjeó algunas malas críticas por parte de los puristas, Billy Wilder decidió narrar la trama en forma de flashback, es decir, comenzando por el principio para ir desvelando minuto a minuto el porqué se llegó hasta el punto final del metraje, ahí donde el espectador cae absolutamente rendido ante la maestría de un cineasta irrepetible en la que es considerada su segunda gran película tras Días Sin Huella.
Normalmente, tendemos a valorar la calidad de las interpretaciones del o los protagonistas. Sin embargo, cuando tenemos la presencia de todo un gigante como Edward G. Robinson, hemos de hacer un paréntesis para referirnos a la calidad de la terna de intérpretes que le hacen la réplica a Wilder delante de la cámara. Rodada con brío y con un ritmo con el que escasas producciones de la época lo hicieron, Perdición es hoy una de las obras inmortales de los últimos años del cine negro y una de esas películas que todos los cinéfilos rescatan al oir hablar de Wilder.
No podemos comenzar esta reseña sin definir uno de esos elementos que caracterizaron al cine negro. La utilización de la llamada “mujer fatal”, representada y definida por la cinematografía gracias a la interpretación de Barbara Stanwyck en esta obra maestra de Wilder. Sin duda, es el emblema de todas aquellas féminas que llevaron a la perdición, nunca mejor dicho, al protagonista en esos ambientes oscuros, lúgubres e inhóspitos.
Gracias a Fred MacMurray y su impactante interpretación supimos que “el asesinato olía a madreselva.” Él es el que lleva todo el peso de una trama que termina por convencernos de que estamos asistiendo a una película de locos con un final de locos, parafraseando algunas de las líneas escritas a dúo entre el propio Wilder y el escritor Raymond Chandler, uno de los imprescindibles de la novela negra.
Perdición reúne a su vez los elementos que caracterizaron el cine de Billy Wilder. Observamos la utilización de la voz en off incluso en los momentos en que, al igual que el propio protagonista, escuchamos una explicación dada por el gran y eterno Edward G. Robinson. Por si fuera poco, en una costumbre que le granjeó algunas malas críticas por parte de los puristas, Billy Wilder decidió narrar la trama en forma de flashback, es decir, comenzando por el principio para ir desvelando minuto a minuto el porqué se llegó hasta el punto final del metraje, ahí donde el espectador cae absolutamente rendido ante la maestría de un cineasta irrepetible en la que es considerada su segunda gran película tras Días Sin Huella.
Normalmente, tendemos a valorar la calidad de las interpretaciones del o los protagonistas. Sin embargo, cuando tenemos la presencia de todo un gigante como Edward G. Robinson, hemos de hacer un paréntesis para referirnos a la calidad de la terna de intérpretes que le hacen la réplica a Wilder delante de la cámara. Rodada con brío y con un ritmo con el que escasas producciones de la época lo hicieron, Perdición es hoy una de las obras inmortales de los últimos años del cine negro y una de esas películas que todos los cinéfilos rescatan al oir hablar de Wilder.
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