Obra menor del cineasta al que rendimos pleitesía esta semana, esta La Vida Privada de Sherlock Holmes es un fallido acercamiento de Billy Wilder a la personalidad de uno de los héroes más respetados de la literatura universal.
Encontramos, entre las numerosas leyendas que circulan en torno al rodaje de esta película, una explicación a tan fallido experimento que en su día le trajo a Wilder un aluvión de críticas a cual peor que la anterior. El sonoro fracaso que fue esta cinta hizo que este Sherlock fuese considerada como una obra menor dentro de su filmografía, para unos, y la penúltima de sus obras maestras para otros.
Esa explicación a la que hacemos referencia es aquella por la que Wilder, en un ejercicio de confianza hacia el montador de la película y a los productores, sus amigos los hermanos Mirisch, les cedió el control del metraje de esta revisión del mito de Sherlock Holmes. La mutilación a la que se vio sometida esta cinta, inicialmente proyectada para ser vista en unas tres horas, se ha venido dando como explicación canónica al fracaso de esta película. Por si fuera poco, en un momento determinado del rodaje, su protagonista decidió probar que era aquello del suicido. Robert Stephens paralizó la producción durante algunos días debido a un intento de quitarse la vida del que aún hoy desconocemos los verdaderos motivos.
La primera parte de la película resulta la más fresca, original y adictiva para los amantes del cine de Wilder así como para los cinéfilos iniciados. En ella se pronuncian frases que valen auténtico oro y se lleva al espectador a cuestionarse, casi sacrílegamente, la homosexualidad de Sherlock Holmes así como su condición de toxicómano, con datos precisos de consumo de cocaína “cuando siente avecinar el aburrimiento.” Sin duda, en Gran Bretaña, escuchar estas líneas de texto en la película fue cuanto menos un escándalo. Un director norteamericano se atrevía a profanar el mito de uno de los mitos literarios universales. Sherlock Holmes avanza a lo largo de la película mientras observamos que, detrás de su portentosa capacidad intelectual y deductiva, se esconde un ser humano más que comete el peor error de su vida. Sir Arthur Conan Doyle nos planteó a un personaje ampliamente olvidado de la sociedad, con su propia idiosincrasia y con una relación con un médico con el que incluso llegaba a vivir en el 221B de Baker Street. Jamás planteó lo que Billy Wilder llega a dejar entrever en esta cinta.
Pese a los esfuerzos de Robert Stephens por tejer a un gran Sherlock Holmes, el verdadero bufón de la función acaba por ser Colin Blakely y su insuficiente capacidad para reflejar los complejos del Dr. John Watson al complementarse con su compañero de piso. Billy Wilder escribe un guión que, de no haber sido mutilado en la sala de montaje, hubiese sido una revisión redonda a un mito indestructible como es el de Sherlock Holmes, retratado en la Historia del Cine por nombres como los de Peter Cushing o Christopher Lee, irónicamente retratado en esta película en la figura de Mycroft Holmes.
La Vida Privada de Sherlock Holmes podría haber sido una auténtica obra maestra del cine de intriga con un protagonista de altura sobre un gran mito creado por Conan Doyle. Sin embargo, se nos queda un regusto amargo al contemplar lo que una vez pudo ser y los productores no quisieron, algo que entristeció profundamente a Billy Wilder llegando a abandonar la película en sus últimos coletazos de producción. El surrealismo y la absurdez de su última media hora no deben cegar al espectador escéptico que encuentre en esta cinta una gran revisión del legendario detective que nunca jamás debería ser olvidado por las futuras generaciones de lectores.
Encontramos, entre las numerosas leyendas que circulan en torno al rodaje de esta película, una explicación a tan fallido experimento que en su día le trajo a Wilder un aluvión de críticas a cual peor que la anterior. El sonoro fracaso que fue esta cinta hizo que este Sherlock fuese considerada como una obra menor dentro de su filmografía, para unos, y la penúltima de sus obras maestras para otros.
Esa explicación a la que hacemos referencia es aquella por la que Wilder, en un ejercicio de confianza hacia el montador de la película y a los productores, sus amigos los hermanos Mirisch, les cedió el control del metraje de esta revisión del mito de Sherlock Holmes. La mutilación a la que se vio sometida esta cinta, inicialmente proyectada para ser vista en unas tres horas, se ha venido dando como explicación canónica al fracaso de esta película. Por si fuera poco, en un momento determinado del rodaje, su protagonista decidió probar que era aquello del suicido. Robert Stephens paralizó la producción durante algunos días debido a un intento de quitarse la vida del que aún hoy desconocemos los verdaderos motivos.
La primera parte de la película resulta la más fresca, original y adictiva para los amantes del cine de Wilder así como para los cinéfilos iniciados. En ella se pronuncian frases que valen auténtico oro y se lleva al espectador a cuestionarse, casi sacrílegamente, la homosexualidad de Sherlock Holmes así como su condición de toxicómano, con datos precisos de consumo de cocaína “cuando siente avecinar el aburrimiento.” Sin duda, en Gran Bretaña, escuchar estas líneas de texto en la película fue cuanto menos un escándalo. Un director norteamericano se atrevía a profanar el mito de uno de los mitos literarios universales. Sherlock Holmes avanza a lo largo de la película mientras observamos que, detrás de su portentosa capacidad intelectual y deductiva, se esconde un ser humano más que comete el peor error de su vida. Sir Arthur Conan Doyle nos planteó a un personaje ampliamente olvidado de la sociedad, con su propia idiosincrasia y con una relación con un médico con el que incluso llegaba a vivir en el 221B de Baker Street. Jamás planteó lo que Billy Wilder llega a dejar entrever en esta cinta.
Pese a los esfuerzos de Robert Stephens por tejer a un gran Sherlock Holmes, el verdadero bufón de la función acaba por ser Colin Blakely y su insuficiente capacidad para reflejar los complejos del Dr. John Watson al complementarse con su compañero de piso. Billy Wilder escribe un guión que, de no haber sido mutilado en la sala de montaje, hubiese sido una revisión redonda a un mito indestructible como es el de Sherlock Holmes, retratado en la Historia del Cine por nombres como los de Peter Cushing o Christopher Lee, irónicamente retratado en esta película en la figura de Mycroft Holmes.
La Vida Privada de Sherlock Holmes podría haber sido una auténtica obra maestra del cine de intriga con un protagonista de altura sobre un gran mito creado por Conan Doyle. Sin embargo, se nos queda un regusto amargo al contemplar lo que una vez pudo ser y los productores no quisieron, algo que entristeció profundamente a Billy Wilder llegando a abandonar la película en sus últimos coletazos de producción. El surrealismo y la absurdez de su última media hora no deben cegar al espectador escéptico que encuentre en esta cinta una gran revisión del legendario detective que nunca jamás debería ser olvidado por las futuras generaciones de lectores.
escribe usted de pena, amigo.
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