Vacía, desalmada, hueca y sin consistencia. Así es, sin más dilación, el resumen más certero que se desprende del visionado de Jimmy P., la última película de Arnaud Desplechin con un desaprovechado dúo de talentos con los nombres de Benicio del Toro y Mathieu Amalric, al que veremos más veces en los últimos dos meses que en años de cine venideros.
Jimmy P., por mucho que trate un tema profundamente psicológico, no aporta técnicamente absolutamente nada llamativo al espectador. Planos despistados, zooms imposibles e inexplicables, un montaje torpe y llevado hasta unos límites que rozan el sopor. Además, hay que soportar un acento inglés por parte de ambos intérpretes que ralentizan sobremanera el timing de la película.
Más allá del tratamiento que se le quiere dar desde el guión a una problemática psicológica como la que posee el personaje de Del Toro, la película parece estancarse en cada paso que da, en cada plano que prosigue al anterior. Ni rastro de emotividad, a excepción de una secuencia que parece querer explicar y a la vez condensar toda la rabia que lleva dentro Benicio Del Toro. Hecha a trozos, Jimmy P. navega sin rumbo entre la provocación de sueño profundo y el interés por saber si, de una vez por todas, sucede algo que realmente interese para no arrepentirse por haber entrado a la sala.
Existen temas lo suficientemente interesantes a lo largo de la trama como para desaprovecharlos de este modo. La situación de los indios en Norteamérica, el cruce de civilizaciones, la diferencia profesional entre el nuevo y el viejo continente. Todo ello, con un guión mucho más sólido y consistente, daría lugar a una curiosísima pieza que por desgracia no existe por ningún sitio.
Quizás lo mejor de Jimmy P. sea ver a dos actores con un talento innegable enfrentándose en pantalla. Amalric y Del Toro son personalidades diametralmente opuestas y todo lo que se pueda decir para intentar defender su trabajo en la película, su composición de dos personas con un buen corazón luchando por sacar lo mejor de sí mismos, será poco. Lo que sucede es que cuando el fondo es bueno pero la forma no, hay un problema de vacío muy consistente que apenas encuentra solución.
Jimmy P., por mucho que trate un tema profundamente psicológico, no aporta técnicamente absolutamente nada llamativo al espectador. Planos despistados, zooms imposibles e inexplicables, un montaje torpe y llevado hasta unos límites que rozan el sopor. Además, hay que soportar un acento inglés por parte de ambos intérpretes que ralentizan sobremanera el timing de la película.
Más allá del tratamiento que se le quiere dar desde el guión a una problemática psicológica como la que posee el personaje de Del Toro, la película parece estancarse en cada paso que da, en cada plano que prosigue al anterior. Ni rastro de emotividad, a excepción de una secuencia que parece querer explicar y a la vez condensar toda la rabia que lleva dentro Benicio Del Toro. Hecha a trozos, Jimmy P. navega sin rumbo entre la provocación de sueño profundo y el interés por saber si, de una vez por todas, sucede algo que realmente interese para no arrepentirse por haber entrado a la sala.
Existen temas lo suficientemente interesantes a lo largo de la trama como para desaprovecharlos de este modo. La situación de los indios en Norteamérica, el cruce de civilizaciones, la diferencia profesional entre el nuevo y el viejo continente. Todo ello, con un guión mucho más sólido y consistente, daría lugar a una curiosísima pieza que por desgracia no existe por ningún sitio.
Quizás lo mejor de Jimmy P. sea ver a dos actores con un talento innegable enfrentándose en pantalla. Amalric y Del Toro son personalidades diametralmente opuestas y todo lo que se pueda decir para intentar defender su trabajo en la película, su composición de dos personas con un buen corazón luchando por sacar lo mejor de sí mismos, será poco. Lo que sucede es que cuando el fondo es bueno pero la forma no, hay un problema de vacío muy consistente que apenas encuentra solución.
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