Siempre resulta un placer ver a Neil Jordan en plena forma. El realizador irlandés, artífice de obras clave como Juego de lágrimas, Entrevista con el vampiro, Michael Collins o Desayuno en Plutón, regresa al género de los vampiros para recordarnos que hay vida más allá de las somnolientas sagas en las que adolescentes hormonados demuestran sus habilidades.
Byzantium posee mucho de Entrevista con el vampiro. Su gusto por el clasicismo, unido al lirismo que impregna Jordan a sus planos, hacen que la película sea una sugerente y satisfactoria propuesta. Saoirse Ronan, quien también estrena El Gran Hotel Budapest, comparte protagonismo con Gemma Arterton, con quien mantiene las distancias interpretativas en un duelo muy destacado entre un bien, oculto tras una máscara de bondad, y un pragmatismo casi maligno encarnado con la sensualidad manifiesta, aunque algo sobreactuada, de Arterton.
Byzantium recuerda en numerosos aspectos, entre ellos la propia dualidad psicológica del dúo protagonista, a la adaptación de la novela de Anne Rice en aquel momento brillantemente encarnada por Tom Cruise y Brad Pitt. Una inmoralidad de actos que no excusan las consecuencias de los mismos. Byzantium también es la búsqueda de la identidad perdida con el tiempo, de intentar recuperar la propia esencia desubicada a lo largo de los siglos.
Neil Jordan sabe como otorgar la fuerza necesaria a un guión que, aunque nada complaciente, no deja de ser un experimento laberíntico por los límites del género. Plagada de secuencias brillantes, fruto del buen hacer de un director con amplio gusto por recrearse en una belleza subjetiva a través de la mirada que nos proporciona su cámara, Byzantium es una apuesta arriesgada desde la inseguridad que genera rodar una cinta similar tras los precedentes taquilleros contemporáneos.
Como toda obra fílmica que se precie, la última obra de Neil Jordan deja poso en el espectador. Da que pensar. Rompe con lo establecido y ofrece una cinta en la que la moral queda escondida bajo las alfombras y el sadismo irrumpe en los rostros inocentes de sus protagonistas.
Byzantium posee mucho de Entrevista con el vampiro. Su gusto por el clasicismo, unido al lirismo que impregna Jordan a sus planos, hacen que la película sea una sugerente y satisfactoria propuesta. Saoirse Ronan, quien también estrena El Gran Hotel Budapest, comparte protagonismo con Gemma Arterton, con quien mantiene las distancias interpretativas en un duelo muy destacado entre un bien, oculto tras una máscara de bondad, y un pragmatismo casi maligno encarnado con la sensualidad manifiesta, aunque algo sobreactuada, de Arterton.
Byzantium recuerda en numerosos aspectos, entre ellos la propia dualidad psicológica del dúo protagonista, a la adaptación de la novela de Anne Rice en aquel momento brillantemente encarnada por Tom Cruise y Brad Pitt. Una inmoralidad de actos que no excusan las consecuencias de los mismos. Byzantium también es la búsqueda de la identidad perdida con el tiempo, de intentar recuperar la propia esencia desubicada a lo largo de los siglos.
Neil Jordan sabe como otorgar la fuerza necesaria a un guión que, aunque nada complaciente, no deja de ser un experimento laberíntico por los límites del género. Plagada de secuencias brillantes, fruto del buen hacer de un director con amplio gusto por recrearse en una belleza subjetiva a través de la mirada que nos proporciona su cámara, Byzantium es una apuesta arriesgada desde la inseguridad que genera rodar una cinta similar tras los precedentes taquilleros contemporáneos.
Como toda obra fílmica que se precie, la última obra de Neil Jordan deja poso en el espectador. Da que pensar. Rompe con lo establecido y ofrece una cinta en la que la moral queda escondida bajo las alfombras y el sadismo irrumpe en los rostros inocentes de sus protagonistas.
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