Crítica Cars: El viaje hacia sí mismo de Rayo McQueen

7/10
Una de las virtudes más características del cine de animación tradicional ha sido la capacidad de sus responsables de dotar de una personalidad definida y entrañable a todo un amplio catálogo de animales y figuras fantásticas arraigadas en el imaginario popular. No obstante, todas ellas tenían un fuerte vínculo de unión en cuanto a manifestaciones puramente humanas de fácil identificación. La factoría Píxar ya se atrevió con su primera aventura cinematográfica en dar vida a objetos inanimados (concretamente juguetes) que de igual modo seguían atesorando ciertas similitudes con el ser humano, sin embargo, años más tarde cruzaría una frontera más al componer una historia protagonizada enteramente por coches de carreras. Aquí los lazos de empatía con el espectador eran más difusos en cuanto la representación visual y emotiva de los mismos colisionaba de alguna manera con nuestra propia concepción del objeto. Es decir, nos resulta extraño ver a un coche sin piloto que además habla y hace todo lo que un humano está acostumbrado a realizar.
Esta sensación de irrealidad ha lastrado de forma evidente a la valoración de esta película a pesar de los méritos narrativos y visuales que su director, John Lasseter, tuvo la habilidad de imprimirle. Según las palabras de este, Cars nacía de la necesidad de aunar sus dos grandes pasiones, la animación al más puro estilo Disney y el mundo del automóvil. Para ello, concibió una historia con alma, tierna y nostálgica, aderezada con la acción frenética de las carreras de Nascar, en las que participaba su personaje protagonista, el ambicioso Rayo McQueen. A partir de esta novedad (resulta cuanto menos curioso ver a cientos de coches como público en la competición) que progresivamente se va difuminando ante el espectador, Lasseter desarrolla el tradicional cuento impregnado por los valores de la amistad, el trabajo en equipo y la necesidad de ver más allá de las apariencias.
Y es que el éxito y la fama no lo son todo. A pesar de ser uno de los bólidos más rápidos de la Copa Pistón, Rayo McQueen tiene una vida solitaria, insustancial, sin el apoyo de la familia y los amigos que ha ido dejando en el camino por cumplir su sueño de ser el mejor, sin apenas comprender que esto no es más que algo pasajero, apenas un instante de felicidad. Pero todo cambiará súbitamente cuando recala por accidente en un pequeño pueblo olvidado de la Ruta 66 llamado Radiador Springs, donde conocerá a un variopinto grupo de automóviles con los que congeniará profundamente tras salvar las reticencias y prejuicios iniciales.
La dulce Sally Carrera, una Porsche 996 amante de la vida rural; el bueno de Mate, una viaje grúa oxidada con un gran corazón; el taciturno Doc Hudson, un legendario ganador de la Copa Pistón venido a menos; el vivaz Luigi, un Fiat 500 amarillo encargado de la salud de los automóviles del lugar; y otros muchos compañeros de Radiador Springs mostrarán a McQueen las bondades de una vida tranquila junto a aquellos que de verdad te quieren más allá de los éxitos circunstanciales, en una clara reivindicación de las pequeñas comunidades en paulatina extinción que salpican la geografía de Estados Unidos arrinconadas por las grandes autopistas y vías de comunicación.
Cars no es el mejor largometraje de Pixar, ni siquiera se encuentra en ese particular parnaso de joyas del cine moderno como la saga Toy Story o Up, pero de ningún modo merece ser tildada como una obra menor dentro de la brillante trayectoria de la compañía. La minuciosa recreación visual de los ambientes, el dibujo amable de sus personajes, la acción vibrante desatada en momentos puntuales y, sobre todo, el mensaje generoso y cargado de valores emanado desde los corazones de sus creadores, hacen de esta película un excelente y educativo entretenimiento para los más pequeños y un agradable pasatiempo para los adultos cargado de referencias y guiños cinéfilos. Ya sólo queda evaluar la deriva tomada por la entrañable historia de Rayo McQueen y cia. en su recientemente estrenada secuela. 

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