Series de Televisión; The Shadow Line

9/10
La difusa línea que separa los bíblicos territorios del bien y del mal parece estar más sujeta a una cuestión de percepción personal que a una división moral definida entre virtuosos e infieles. Al menos eso es lo que se desprende de los contradictorios vaivenes argumentales a los que nos aboca la densa e intrincada trama de esta nueva serie de la BBC, donde cada uno de sus personajes abanderan su propia misión de acuerdo a unas ambiciones variables más allá de dicotomías existenciales acerca de la idoneidad de sus actos. Pues, cómo establecer un valor común sobre lo correcto, lo bueno, lo provechoso para la sociedad, cuando cada uno de los actores de este vasto tablero de ajedrez acomete sus movimientos según sus propias normas de integridad e intereses.
El misterioso asesinato del capo de la droga londinense Harvey Wratten no es sólo el fascinante arranque de esta miniserie de siete episodios creada por Hugo Blick, sino el punto inicial de la reconfiguración de una extensa red de nodos interconectados en torno al lucrativo mercado de las sustancias ilegales. Y es que cuando cae un gigante, son muchos los que acuden ávidos a suplir el vacío dejado. Es entonces, en ese caótico periodo de transición, cuando se desvelan las traiciones y lealtades larvadas durante años, las ambiciones no satisfechas, el miedo a perder lo hasta ahora gozado, las contradicciones de un submundo que no entiende de valores o tradiciones; y emerge, sobre todo ello, el dinero como catalizador último de la multitud de líneas trazadas para su consecución.
En pugna, las dos históricas familias del crimen organizado; los servicios de seguridad del estado y los traficantes, todos ellos unidos en una amalgama de núcleos independientes donde la honradez es una quimera y el afán de poder una condición indispensable. Apenas es posible discernir entre el amplio abanico de policías y funcionarios corruptos y la despiadada fisonomía de la jerarquía mafiosa, pues su simbiosis es el requisito ineludible para la pervivencia del sistema en un orden relativamente estable. Para ello son igualmente necesarios en el juego los periodistas, ya sea a través de su silencio o actividad, como curiosamente ha quedado ilustrado con el caso de las escuchas ilegales del News of the World en el Reino Unido.
The Shadow Line se antoja en ocasiones como un impenetrable rompecabezas de tramas yuxtapuestas y personajes con objetivos dispares e indescifrables, enmarcado en una atmósfera cerrada, cruda, de una violencia explícita sin paliativos donde cada acción es ejecutada sin contemplar sus consecuencias. Aquí no hay lugar para consideraciones sentimentales, no existe la familia ni la amistad, todo lo rige el interés por el dinero, por lo que los clichés tradicionales del género de gángsters carecen de sentido. The Shadow Line nos muestra un panorama hiperrealista de un ámbito oculto que apenas se siente en la superficie de la sociedad, narrado en un tono frío y un ritmo cadencioso salpicado de momentos de acción inesperada a partir del característico estilo pulcro y académico de los británicos sin artificios ni concesiones al espectáculo
Más allá del fascinante argumento que vertebra la serie y que, según su creador, fue construido con la ayuda de una pizarra blanca con la que atar cabos; un puñado de personajes memorables hacen de esta obra una exquisita muestra de cómo realizar un thriller dramático con rigor y profundidad. El veterano Stephen Rea da vida a Gatehouse, una misteriosa figura que hipnotiza a través de sus diálogos pero que apabulla con su despiadado proceder; Chiwetel Ejiofor y su rol como el policia Jonah Gabriel aporta el componente de moralidad a la trama; Christopher Eccleston está espléndido en la piel de Joseph Bede, Kierston Wareing convence como la compañera de Gabriel y un largo etcétera de secundarios que completan el mosaico desordenado de una historia con un final sorprendente.
Recomendar The Shadow Line es toda una obviedad. Un humilde servidor ha tenido pocas ocasiones de disfrutar de una serie tan bien construida, con un estilo tan convincente y un argumento decididamente adictivo. La ficción televisiva muestra una vez más que sus formatos son, en muchos casos y géneros, muy superiores a lo que puede ofrecer la duración limitada de una película, sin ser necesario extender la acción durante largas temporadas. Siete episodios son suficientes para contar una historia de una forma tan perturbadora, atractiva, dramática, frenética, cruda y magistral como lo hace la que podría ser, salvo una nueva genialidad por llegar, la serie del año. Y es que los británicos lo han vuelto a hacer; su producción es puro arte televisivo y, a pesar de no ser reconocidos por el público internacional, no cabe duda de que están un paso por delante del resto.

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