[Retrospectiva Woody Allen] Sueños de un seductor

8/10

Estamos ante los primeros años de Woody Allen. Nos hallamos ante su sexta película en la que se empieza a coronar como uno de los reyes de la radiología psicológica del ser humano. Cada frase que se pronuncia en esta obra, escrita para el teatro por el propio Allen e interpretada previamente en las tablas por el trío protagonista, representa una parte de nuestra propia realidad.
Con ello, no debemos sentirnos identificados con la patosa exageración del típico hombrecillo resuelto pero con poco éxito entre las féminas que nos plantea Allen de manera magistral. Debemos recurrir a nuestros sentimientos de juventud, cuando conquistábamos a nuestras parejas, donde el amor fluía vertiginosamente casi al punto del infarto, parafraseando al propio autor. 
Acompañado de Diane Keaton, primera musa y pareja de Allen por aquellos días, así como de Tony Roberts, Sueños de un seductor contiene un emocionado y sentido homenaje al cine dentro de sus líneas. Y es que empezar una película con el final de una obra imperecedera como Casablanca y culminar la función imitando hasta el más puro detalle (salvando las distancias, objetivamente) a la cinta de Michael Curtiz es algo valiente y al alcance de muy pocos. Y si, a todo ello, le sumamos el divertido homenaje que Allen le hace a la personalidad de Humphrey Bogart, obtenemos uno de los resultados más satisfactorios de toda la filmografía de Woody Allen. 
La hilaridad y surrealismo con la que están presentadas todas las secuencias de la película nos ayudan a comprender la idiosincrasia en la que se mueve su guionista y director. El amor, el sexo, las relaciones de pareja, la autocompasión, la autoestima, la infidelidad, el divorcio, los celos son términos que siempre se hallan de manera recurrente en el cine de Allen. Sueños de un seductor se encuentra, cronológicamente hablando, entre Bananas y Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo pero nunca se atrevió a preguntar. Es decir, en pleno apogeo de su vis cómica e intelectual. 
Perder la oportunidad de acercarse a Sueños de un seductor es un craso error. Quizás no aparezca entre sus obras mayores pero sin duda es la definitoria que abrirá la puerta a un estilo de hacer cine inimitable, que ha perdurado a lo largo de las décadas. Quizás no esté producida por Metro Goldwyn Mayer ni se encuentre dentro de los packs que nos venden en las grandes superficies. Pero esta pequeña joya, obra de un inquieto cineasta, debe ser de obligado visionado a todo amante de la neurosis de Allen, el humor de calidad y del cine en general.

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